La estupidez antirracional del trumpismo es una amenaza a la democracia y a la vida de la población en Estados Unidos. El aspirante a dictador incita a sus turbas (que financian sus aliados en la plutocracia) a que salgan a las calles y se aglutinen, a que desobedezcan y hagan desobedecer a los gobernadores que han decretado medidas de distanciamiento social para combatir la pandemia.
Esto es difícil de explicar, pero para Trump es motivo de orgullo. «I think they’re listening. I think they listen to me,» dice, «creo que escuchan bien, creo que me escuchan a mí», se jacta. Y no se equivoca, lo escuchan bien. Lo escuchan, de hecho, como si no existiera otra voz en el mundo.
Es el mundo del «MAGA» (del «hagamos grande ‘de nuevo’ a Estados Unidos») el mundo del odio y de la ignorancia, del culto a la personalidad del matón de patio, del rechazo a la racionalidad, a la ciencia, y a la humanidad, en colisión con las instituciones democráticas, y peor, en colisión con las medidas que los científicos aconsejan para proteger la vida humana ante el Coronavirus.
Díganme los venezolanos si no les recuerda esto a los colectivos chavistas; nicaragüenses–díganme–si no les recuerda a las turbas; debería también recordarles a los cubanos las movilizaciones «de repudio» que organiza su dictadura.
Lo que separa a estos grupos no es su mentalidad, sino el grado de poder que poseen en cada país. Hay que derrocarlos ahí donde detenten el poder de manera absolutista. Y hay que impedirles que se fortalezcan más en Estados Unidos, antes de que causen más daño, un daño que–por ser este país la primera potencia mundial–sería mucho mayor del que son capaces monigotes minúsculos como Ortega, Maduro, y el heredero de los Castro, de cuyo nombre (imagínense) no me acuerdo.
En Venezuela, «colectivos», en Nicaragua, «turbas», en Estados Unidos, los «maga».

Deja una respuesta