La estupidez antirracional del trumpismo es una amenaza a la democracia y a la vida de la población en Estados Unidos. El aspirante a dictador incita a sus turbas (que financian sus aliados en la plutocracia) a que salgan a las calles y se aglutinen, a que desobedezcan y hagan desobedecer a los gobernadores que han decretado medidas de distanciamiento social para combatir la pandemia.
Esto es difícil de explicar, pero para Trump es motivo de orgullo. «I think they’re listening. I think they listen to me,» dice, «creo que escuchan bien, creo que me escuchan a mí», se jacta. Y no se equivoca, lo escuchan bien. Lo escuchan, de hecho, como si no existiera otra voz en el mundo.
Es el mundo del «MAGA» (del «hagamos grande ‘de nuevo’ a Estados Unidos») el mundo del odio y de la ignorancia, del culto a la personalidad del matón de patio, del rechazo a la racionalidad, a la ciencia, y a la humanidad, en colisión con las instituciones democráticas, y peor, en colisión con las medidas que los científicos aconsejan para proteger la vida humana ante el Coronavirus.
Díganme los venezolanos si no les recuerda esto a los colectivos chavistas; nicaragüenses–díganme–si no les recuerda a las turbas; debería también recordarles a los cubanos las movilizaciones «de repudio» que organiza su dictadura.
Lo que separa a estos grupos no es su mentalidad, sino el grado de poder que poseen en cada país. Hay que derrocarlos ahí donde detenten el poder de manera absolutista. Y hay que impedirles que se fortalezcan más en Estados Unidos, antes de que causen más daño, un daño que–por ser este país la primera potencia mundial–sería mucho mayor del que son capaces monigotes minúsculos como Ortega, Maduro, y el heredero de los Castro, de cuyo nombre (imagínense) no me acuerdo.
El reclamo inextinguible
8 de abril de 2020
La foto es elocuente: un paramilitar encapuchado dispara contra la población civil. La guerra contra la paz. La muerte contra la vida. La opresión contra la libertad.
El escritor Roberto Carlos Pérez ha puesto la foto en perspectiva actual: «Estamos en otro abril tan cruel como el de 2018. Y sigue la impunidad en Nicaragua. Las muertes no cesan. Al paramilitarismo creado en 2018 a Daniel Ortega y Rosario Murillo se le deben imputar otros crímenes de lesa humanidad: exponer a los nicaragüenses a la pandemia mundial.«
¿Alguien duda de la justedad de su demanda? Los principios elementales de justicia, y el instinto de supervivencia mismo de la sociedad obligan a buscar el castigo para quienes ordenaron la masacre de 2018 y continúan aplastando los derechos humanos de los nicaragüenses.
NADA PUEDE EXTINGUIR ESTE RECLAMO.
Hay que decirlo, y repetirlo, y repetirlo, para que escuche cualquiera que, arrogándose derechos que nadie le ha dado, quiera pagar con inmunidad (impunidad) una «salida» negociada con la dictadura, si es que la dictadura–terca, enfermiza–acepta una.
Y cuando digo dictadura, digo la mafia constituida por Daniel Ortega, Rosario Murillo, las cúpulas del Ejército y Policía, Pellas, Ortiz Gurdián, Zamora, Baltodano, Montealegre, et. al., más la cúpula y tropas de sicarios del FSLN.
TODOS ELLOS SON LA DICTADURA.
Y son cómplices de la dictadura todos los que les sirven como operadores políticos, actores secundarios que ejecutan las órdenes de las oligarquías, aunque quieran presentarse al mundo como líderes de conciencia autónoma.
A TODOS ELLOS hay que arrancar del poder político, y del monopolio del poder económico, para que no reemplacen un nombre por otro con el fin de mantener el sistema de poder que produce tiranías como la tierra fértil entrega sus frutos.
10 preguntas sobre la «tregua política» propuesta por Maradiaga, y (horas después) por CxL y otros opositores.
Marzo 30 de 2020
Presento aquí algunas preguntas a Félix Maradiaga y a quienes en la oposición oficial se han unido –súbitamente–a su llamado a una «tregua política» con la dictadura.
Estas preguntas tratan de ir al fondo del asunto, no quedarse en la superficie, donde flotan las palabras bonitas y los discursos ambiguos. Al fondo, que es donde se esconden los detalles, y donde el diablo arregla su covacha:
1. ¿La tregua que proponen incluye posponer cualquier esfuerzo para intensificar las sanciones contra la dictadura?
2. ¿Y qué pasa si la pareja genocida les dice: «está bien, nos «unimos» a ustedes contra la pandemia, pero ustedes tienen que exigir el fin de las sanciones»?
3. ¿Se ven ustedes sentados en una «mesa» con Rosario Murillo, Porras y Arce, coordinando «acciones de emergencia» para combatir la epidemia?
4. ¿Quién daría las órdenes, o es que se imaginan que «entre todos» van a tomarlas, y que la dictadora en funciones va a ceder su poder, y permitir que un opositor, digamos, por ejemplo, Félix Maradiaga, o Lesther Alemán, «dirija orquesta» con ella?
5. ¿Qué les hace pensar que, de repente, la política Coronavirus de la Murillo va a pasar de carnavalesca a racional?
6. ¿Van a dar instrucciones al público conjuntamente? ¿Van a aparecer al lado de quienes tendrían entonces que llamar Presidente, o Vicepresidenta, para citar un formalismo, de los tantos con los que legitimarían a quienes han llamado–y el pueblo continúa llamando– genocidas, criminales, ilegítimos, etc.?
7. ¿Y qué va a pasar cuando todo acabe? ¿Van a decir, «ahora volvemos a la lucha contra la dictadura»?
8. ¿Y terminada la emergencia, comienza de nuevo la cacería humana del régimen?
9. ¿Y terminada la emergencia, van a ir de nuevo a la OEA a decirles, «ya, ahora sí, sancionen»? ¿Cómo esperan que reaccionen los diplomáticos del continente?
10. ¿Y mientras tanto, los presos?
Estas son preguntas que requieren respuestas honestas y directas de parte de todos los políticos, desde Maradiaga hasta CxL; aclaren que la propuesta de tregua no es solo un disfraz de humanismo para una táctica política de propósito cuestionable.
Quedo a la espera.

El monstruo, la Coalición Nacional, y algunas propuestas para prevenir la mortandad que podría causar el Coronavirus
24 de marzo de 2019
Hablemos (como dijo Suetonio refiriéndose a Calígula) del monstruo: Rosario Murillo no tiene cabida en la realidad; vive su delirio a costa de millones de personas que serán, tarde o temprano, y sin exclusión, sus víctimas. Como en el caso del emperador insano, el desquicio de la Murillo no tiene remedio, ni límite, ni freno. Llegado el momento, el monstruo es incapaz de distinguir entre quienes lo adversan y quienes lo alimentan.
Puede ser que ese trance sea ya inevitable, a juzgar por la respuesta que la Presidenta de facto ha dado a la mortal amenaza del Coronavirus. ¿Presidenta de facto, o Dictadora en funciones?: el monstruo parece haber despojado al tirano oficial, su marido, del poder real. ¿Qué está haciendo con el poder? Dar rienda suelta a la orgía surrealista que habita en su mente, pero esta vez no es el escudo nacional, ni el paisaje urbano, el que deforman sus alucinaciones psicodélicas.
Esta vez la fuerza mortal de que es capaz no es dirigida a un grupo específico, sino a toda la sociedad. Ha convertido la pandemia del Coronavirus en un circo. En un circo tan real y cruel como el que organizó, con payasos y demás, el domingo 23 de marzo en la costa del lago de Managua. La campaña “contra el Coronavirus”, ha incluido desfiles escolares, asambleas, marchas, y un carnaval grotescamente titulado “El amor en los tiempos del Covid-19”.
Único en el mundo en esta postura, el Estado de Nicaragua bajo el mando de la Murillo no ha llamado a sus ciudadanos a combatir la propagación de la epidemia aumentando la distancia corporal. Su política ha sido exactamente, increíblemente, la opuesta, y no es nada audaz la hipótesis de que la dictadora en funciones haya procurado inducir el contagio, no prevenirlo.
¿Qué hacer? Algunas ideas para el ciudadano común
Este es un momento en la historia de Nicaragua en que la desobediencia civil se hace esencial para sobrevivir. Para la mayoría de los ciudadanos, seres que no han perdido el instinto de conservación, la respuesta es fácil: desconfiar de toda autoridad política, exigir, pero no esperar, de ningún supuesto liderazgo—todos están en lo suyo. Buscar cómo aprovisionarse lo mejor posible, dadas las restricciones de la pobreza, y exponerse lo menos posible al contacto físico; cubrirse la boca y la nariz a como sea, y mantener una distancia de al menos dos metros si tiene que salir a la calle. El lavado de manos, por supuesto, y otras medidas de higiene que se anuncian en otros países y circulan en Nicaragua a través de las redes.

¿Qué hacer? Algunas ideas que los políticos que dicen representar al pueblo deberían contemplar
Siempre que uno los critica, espetan el trillado “vos solo criticás, no proponés”. Bueno, pues aquí van varias propuestas, que presento a quienes dicen ser la Coalición Nacional, gente que acompaña en lista a Juan Sebastián Chamorro, Félix Maradiaga, José Pallais Arana, Mario Arana, Carlos Tünnerman Bernheim, Azahalea Solís, y otros. Se las presento, con nombres y apellidos, porque los políticos deben hacerse responsables con nombres y apellidos, y no escudarse en siglas ni en palabras vacías:
- La vida de millones de personas está en peligro por la evidente incapacidad mental de quienes controlan los poderes del Estado. Desalojarlos del poder pasa de ser una meta de mediano plazo a un asunto urgente: la amenaza para todos, pobres, pero también ricos; opositores, pero también partidarios del gobierno, es inminente. Estos no son momentos para disertar sobre “vías constitucionales”. Si yo fuera un oficial del Ejército, por ejemplo, tendría que pensar en la plaga que amenaza la salud de mi familia. Del seno de la Coalición ha salido un volumen considerable de elogios al ejército. ¿De qué sirve esa cercanía si no vale para proteger a todos de una hecatombe medieval?
- El poder económico de un puñado de milmillonarios se sienta a la mesa con ustedes, participa a través de sus representantes en el liderazgo de la Alianza, y de hecho tiene una deuda enorme con el pueblo nicaragüense, tras 12 años de dictadura FSLN-Cosep. Los políticos de la Coalición Nacional deberían pedir a sus aliados del gran capital que pongan sus enormes recursos a trabajar de inmediato para salvar miles de vidas:
- Que den vacaciones con goce de sueldo a sus empleados por los próximos 30 días. Sería como un adelanto y un aumento de las vacaciones de Semana Santa, y sería menos de lo que, en otras ocasiones de la historia, decidieron parar por otros motivos. El gran capital puede absorber las pérdidas, que de todos modos serán peores si la pandemia arrasa y disloca. Como mencionaba el presidente salvadoreño, no van a quedar en la pobreza por hacerlo.
- Que organicen un fondo de apoyo económico significativo para los pequeños productores afiliados a sus cámaras, para ayudar a que también estos puedan absorber el golpe y enviar a sus empleados a refugiarse por tiempo prudencial.
- Que pongan sus recursos, dentro y fuera de Nicaragua, a trabajar para asegurarse que los hospitales no carezcan de mascarillas, guantes, y de ser posible, que busquen como aumentar de emergencia la cantidad de respiradores disponibles en el decrépito sistema de salud del país.
Nada de esto está fuera del alcance de las fortunas que, combinadas, poseen el equivalente de más de la mitad (estimado conservador) del Producto Interno Bruto de Nicaragua, un número que ilustra la inequidad económica grotesca del país.
Pueden hacer esto, y pueden hacer más: pueden unirse de una vez al resto de los ciudadanos para que el país tenga, no necesariamente un gobierno ideal, ni un gobierno en el que todos estemos representados (estaremos lejos de eso, en el mejor de los casos) pero al menos un gobierno que no esté en manos del monstruo.
El virus de la Corona (II): ¿ha muerto Nicaragua?
18 de marzo de 2020
En EEUU están como locos tratando de reparar el daño hecho por Trump, que hasta la semana pasada decía que lo del Coronavirus era un «cuento chino», y una «conspiración» de los Demócratas.
Si esto les suena parecido a la demencia chayorteguista es porque alguna similitud existe, sin la conducta asesina, por supuesto, porque Trump no tiene tal poder; la democracia sobrevive hasta hoy al asalto del populismo trumpista; la arquitectura del sistema, con todas sus imperfecciones, incluye numerosos diques al absolutismo dictatorial.
En Estados Unidos la dispersión del poder ha hecho posible que alcaldes y gobernadores–quienes tienen poder real porque reciben ingresos fiscales independientemente del gobierno central, y porque ambos tienen fuerzas de Defensa propias–se conviertan en los líderes del país en la emergencia.
Además, la libertad de expresión irrestricta, y la tradición de crítica constante y sin límites, han hecho posible que se levante una ola de opinión pública y que el pánico social obligue a un empecinado, a un megalómano iluso como Trump (figura tristemente excepcional en la política estadounidense), a tragarse la humillación y cambiar de postura, aunque sea atrasadamente.
Es más, como el inepto manejo de la crisis pone a riesgo el control Republicano del Senado y la Casa Blanca en Noviembre (la democracia sobrevive), se ha hecho posible una situación inusual en los últimos 40 años de historia del país, y quizás no vista desde el inicio de la segunda guerra mundial, hace casi un siglo: la movilización masiva de recursos para enfrentar la enorme crisis sanitaria y económica que apenas inicia. Este no era el contexto político en épocas y crisis anteriores, cuando los Republicanos, bajo la excusa farisaica de la ‘disciplina fiscal’ luchaban para reducir los montos de presupuestos especiales de ‘estímulo’ económico. Esta vez, al menos por ahora, parece que más bien compiten con los Demócratas para lucir ‘generosos’. Pueden serlo, claro. El país es muy rico, tiene capacidad de endeudamiento, sabe hacerlo efectivamente (basta ver la experiencia de la Segunda Guerra Mundial), e imprime su propia moneda, que más bien es refugio internacional en tiempos de crisis.
El contraste con Nicaragua no podría ser más brutal, y más trágico. El mejor gobierno nacional, con las mejores mentes y las mejores intenciones, tendría que hacer frente a la pandemia desde la miseria económica, la fragilidad financiera y la escasez sanitaria. Por muy idóneo que fuera el gobierno, habría un alto riesgo de desborde de la peste entre la población, que crearía sin duda una mortandad de dimensiones medievales. Lo que ha ocurrido en Italia, a pesar de su avanzado sistema de salud pública y relativa riqueza, es dolorosamente aleccionador acerca de la estrechez del margen de error en la política pública cuando se enfrenta un fenómeno como el del Coronavirus.
Pero el de Nicaragua no solo no es un gobierno idóneo, es apenas gobierno. Uno se desgañita, ante extranjeros que desconocen la inversión óptica y la ilusión alucinante que es el reino de terror del FSLN en Nicaragua, explicando que en nuestro país lo racional es irracional, lo falso es cierto, lo imposible recorre las calles en carrozas pagadas por el Estado, la maldad habla de amor y la imprudencia temeraria habla de cuidar al pueblo. No entienden, los extranjeros, porque dudo que haya en este planeta un rincón donde se haya establecido con tal fuerza la realidad alternativa, donde las imágenes dementes que pueblan las cabezas de los líderes del culto sean la verdad, y toda verdad sea un ardid del enemigo.
El misterio más grande quizás sea la capacidad que tienen estos enajenados para envolver a tantos en su bruma. Han creado un mundo tan retorcido que hasta sus enemigos aceptan las reglas del manicomio. De esto he escrito con frecuencia, de cómo la supuesta oposición acepta vivir en el redil insano del ortegamurillato, de cómo aceptan como inevitable, como inamovible, como incambiable, la dinámica de poder que la dictadura ha implantado. Aceptan incluso, con resignación enfermiza, que el manicomio siga en pie por tiempo indefinido, pintando tal vez las paredes, cambiando los guardias de la entrada por gente de mejores modales. Aceptan que los dementes rijan, que concurran, como gente sana y que no representa un peligro inminente a la seguridad colectiva, a una elección que presuntamente limpiaría la casa, es decir, el manicomio.

Es un misterio, porque estamos hablando de supervivencia social, y el más básico instinto debería hacernos reaccionar. Hay que poner el embrujo chayorteguista en esta perspectiva: si quedara un ápice de cordura, una onza de miedo racional, de rechazo al nihilismo autodestructivo, los poderosos del país, desde el ejército hasta los más acaudalados propietarios (ricos, insisto, desproporcionadamente, y por tanto desproporcionadamente poderosos) buscarían como arrancar el poder político a la pareja de El Carmen. No digo que lo harían por amor a la democracia y la libertad, sino por instinto de supervivencia. Que no lo hayan hecho, que no lo hagan, especialmente después de la respuesta carnavalesca del régimen ante una pandemia mundial, produce escalofríos. Temo que la insanidad se ha adueñado del país entero, que el espejismo dantesco que habita El Carmen se ha vuelto más real para los nicaragüenses que la realidad misma.
Porque tampoco hay una reacción ‘privada’ ante la crisis. Todo queda al capricho de los tiranos. El cuerpo inerte de la sociedad civil no reacciona para contener la pandemia. Las inmensas fortunas acumuladas por una media docena de milmillonarios, por ejemplo, son tan desproporcionadamente grandes, que bien podrían soportar, con triunfo del beneficio sobre el costo, una campaña masiva al margen del Estado. Un programa a gran escala de educación en higiene y ‘distancia social’; de presionar para que se desbanden las aglomeraciones, que son como tanques de gasolina esperando la chispa del virus; de obtención y distribución de máscaras; de obtención y administración de tests para monitorear la incidencia del virus (algunos de estos milmillonarios son, irónicamente, empresarios del sector de la Salud); racionalización de sus operaciones: dar vacaciones adelantadas de Semana Santa; no participar en la campaña, criminal e irresponsable, de promover el turismo internacional y doméstico.
En fin, muchas otras opciones habrían, una vez que la sociedad despertase, que la creatividad humana se activara. Pero hace falta liderazgo. Hace falta el sensato que dé el paso adelante, que diga lo que haya que decir, que se atreva a despertar al embriagado, avisarle que se quema la casa, que se atreva a contrariar a una sociedad presa del terror de un régimen y del embrujo de la mentira que lo alimenta, y a la que acuden no solo sus prosélitos, sino la mayoría de quienes aspiran a tener poder político en el país.
«No quiero tener miedo», me decía ayer una persona muy querida y generalmente muy sensata. Pero el miedo es la respuesta racional que obliga a manejar los riesgos, y a proteger la vida. Solo los cuerpos muertos están exentos de tal reacción. ¿Está muerto mi país?