Un cuento (¿un cuento?)

26 de enero de 2020

La fórmula para la supervivencia de Ortega es esta: elecciones en el 2021 frente a la Coalición Nacional. Por algo es lo que el dictador pidió (impuso) desde el comienzo de la crisis. Y es exactamente lo que los opositores Alianza/UNAB (ahora, por hoy, Coalición, sucias ya las otras siglas) están dispuesto a darle:

Ortega o su designado participan en elecciones, Ortega acepta «perder», pero se queda con todos sus recursos; ya no es presidente, y sin embargo tiene todo el poder represor que antes tenía: todos sus espías y paramilitares, en puestos intocables dentro del Estado, las universidades, los juzgados, en el ejército y policía; sus canales de televisión y muchas otras empresas; y su red de jueces (podría decirse que su propio sistema judicial).

Ellos se encargan de neutralizar, por las malas o las pésimas, a cualquiera que piense en hacer justicia, ahora que «estamos en democracia»; de castigar a todo aquel que «agarra la vara» de que el sandinismo ha sido derrotado.

Ante el mundo, ya es imposible quejarnos: el gobierno ha sido «libremente electo»; la presidenta Cristiana Chamorro pide que seamos prudentes, que «vayamos poco a poco; cada paso nos acerca al sueño de mi padre». El vicepresidente Arturo Cruz (o si no vicepresidente, Canciller) se encarga de calmar a unos pocos escépticos en Estados Unidos y la Unión Europea (aunque la mayoría tachan muy alegremente el «problemita» de su agenda). «Gracias a Dios», nos dice, «los nicaragüenses son muy sensatos y saben que lo más importante es la gobernabilidad. Salvamos el Cafta. Es tiempo de atraer más inversión».

En la Asamblea, el líder de la Coalición, Juan Sebastián Chamorro, ve el poder que esperaba desmoronarse por la deserción de políticos aliados, quienes súbitamente descubren que no pueden oponerse frontalmente al FSLN. Han aprendido que «no es lo mismo estar en la oposición que gobernar; aquí tenemos que asegurarnos de que se aprueben proyectos y de que entre dinero al país; no podemos estar siempre como perros y gatos; los sandinistas son también nuestros hermanos nicaragüenses».

Otros de la ya difunta alianza electoral, como el nuevo alcalde de Managua, Félix Maradiaga, contemplan el espectáculo desde espacios donde esperan construir su base de poder, para después recoger los «tucos» de la Coalición en un futuro proceso electoral.

Van apareciendo cadáveres de exilados que regresaron después de la «derrota» del FSLN. El ministro de gobernación, José Pallais, especula que los asesinatos podrían ser obra de «extremistas» que quieren sabotear la «reconciliación con justicia» (el nuevo lema del gobierno). «No sabemos exactamente, pero no vamos a descansar hasta que esto se aclare, incluso hemos recibido ofertas de asistencia técnica del FBI. Pero que quede claro que estos crímenes no reflejan la voluntad de la mayoría, que todos estamos trabajando para construir un país mejor, por fin en paz; no dejemos que nadie nos desvíe de esa ruta. ¿Se acuerdan cuando la gente gritaba «¿cuál es la ruta?». Pues, esta es la ruta.»

Mientras tanto, Ortega sigue ahí, como el dinosaurio del cuento, más rico que nunca, preparando la elección del Chigüin.

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