Pastora, Ortega, y la «salida electoral» [¿Quién invita a cenar al genocida?]

18 de junio de 2020

Este video, que circula en las redes sin firma, pero es claramente auténtico, documenta la transmisión de órdenes de genocidio por parte de Daniel Ortega, y da algunos detalles de cómo dicho genocidio se organizó. Es evidencia que debe ser usada en el juicio del tirano y de todos sus cómplices.

Es también evidencia que los políticos de oposición no pueden ignorar: no tienen derecho, ni permiso de la ciudadanía, ni la ciudadanía puede otorgar tal permiso. Cualquier político que continúe hablando de elecciones, con o sin reformas, en las cuales se permita la participación de gente incriminada en este video, o sus designados, es cómplice de obstruir la justicia, de dejar en la impunidad crímenes de lesa humanidad que están ampliamente documentados.

Que la Alianza Cívica, CxL, PLC, y otros [¿Cuál es, a fin de cuentas, en blanco y negro, sin evasivas, la posición de la UNAB?] sigan buscando elecciones para «derrotar» a Ortega es sencillamente un crimen encima de otro crimen. La mancha de sangre cubre a todos los que participen en ese proceso. No se equivoca un colega cuando observa que la meta de Ortega, desde el inicio de la crisis, fue ir a elecciones en 2021, y que esa es ahora una meta que comparte con los políticos de las organizaciones arriba mencionadas.

Un crimen sobre otro crimen.

Imagine el lector que alguien se mete por la fuerza a su casa, mata a su familia, y usted lo invita a cenar. Esa invitación a cenar es la que tercamente quieren imponernos, y hay que exigir que la retiren a las figuras públicas que dicen representarnos, y que llevan a gobiernos extranjeros el mensaje de que todos queremos invitar a cenar al asesino. Hay que reclamarlo a los que aparecen como figuras de liderazgo público en la Coalición Nacional, por ejemplo, como Juan Sebastián Chamorro, quien insólitamente dice que no hay que «demonizar» las elecciones, como Félix Maradiaga, y otros [menciono a estos dos en particular porque fueron el rostro del lanzamiento de la Coalición], que parecen dejar siempre un resquicio para el aterrizaje suave electoral en medio de la denuncia en apariencia inflexible contra el régimen, al responder que «en este momento no hay condiciones«. Señores: ¿ustedes creen que es asunto de «condiciones», permitir que un genocida participe como cualquier ciudadano en una competencia por el poder?

Hay que deshacer esa doblez sin mucho protocolo: no es que «en este momento no hayan» condiciones, es que NO SER responsable de un genocidio es CONDICIÓN ELEMENTAL para poder participar en una elección democrática. Eso asumiendo–temerariamente, ingenuamente, o cínicamente, escoja el lector–que pueda organizarse una elección democrática bajo la tiranía más despiadada de América Latina, que practica ahora un nuevo genocidio: la guerra biológica contra el pueblo de Nicaragua.

La propuesta de tregua de Maradiaga, la política genocida del FSLN y un llamado urgente a defender a la población del Coronavirus

29 de marzo de 2020

Escribo estas notas en medio de la mortandad creciente de la pandemia, cuando empiezan a filtrarse desde Nicaragua nombres y datos que anuncian el arribo del Coronavirus a mi sufrida tierra.

No aspiro más que a ser parte de una conversación civilizada sobre este drama doloroso. En esa conversación no puede ignorarse la importancia de aquellos interlocutores que juegan o aspiran a jugar un papel de liderazgo en la sociedad. Pero hay grandes ausencias, y grandes silencios, y los ciudadanos vemos apenas las espaldas altivas de muchos de nuestros presuntos representantes mientras dialogan cordialmente entre ellos, con los agentes de la dictadura, o con embajadores de algún poder extranjero.  Muy pocos aceptan la comunicación de doble vía con sus conciudadanos, que es como el flujo de sangre en la vida democrática.  Por eso, bastante de lo que aquí comento sobre la postura de la oposición oficial nicaragüense se basa en declaraciones del Sr. Félix Maradiaga, uno de esos pocos.

El segundo miembro del dúo mediático que con un abrazo intentó convencer al pueblo—y a la “comunidad internacional”—de que se unían en “Coalición Nacional”, el Sr. Juan Sebastián Chamorro, ha ignorado cuanta invitación le hemos hecho desde revista Abril, medio independiente con el cual ya ha conversado un buen número de sus colegas, incluyendo al propio Maradiaga, a José Pallais, a Medardo Mairena, Mario Arana, y otros.

No debería ser así, si es que en verdad desean un día gobernar la Nicaragua democrática que es todavía sueño. Para ello, Sr. Chamorro, los líderes precisan demostrar coraje cívico, capacidad de debate, y no deben buscar solo plataforma propia o micrófono amistoso, o servil. Lo esperamos.

Dicho esto, procedo a comentar sobre este tema gravísimo, de vida o muerte: el manejo de la pandemia por parte del Estado nicaragüense, y la respuesta de la Coalición Nacional ante el peligro que se cierne, inminente, sobre la población.

Cuestión de embrujos

La política de la dictadura Ortega-Murillo ante la pandemia es, en el mejor de los casos, criminalmente negligente. En la práctica el régimen ha promovido contagio, al alentar y organizar aglomeraciones, resistirse a adoptar medidas mundialmente aceptadas de prevención, y desatar una campaña insidiosa contra aquellos que llaman a aplicarlas.  

¿Por qué lo hacen? Es posible que se trate sencillamente de una manifestación de la paranoia de aislamiento que sufre cualquier régimen políticamente agotado: ante retos de la magnitud de una pandemia, los gobiernos necesitan de la colaboración de la sociedad civil, necesitan que los ciudadanos se movilicen bajo la guía de su legítima autoridad.  Esto ya no es posible en Nicaragua. Para la gran mayoría de los ciudadanos el gobierno es un instrumento privado del FSLN, mientras que para Ortega no hay sino enemigos en eso que llamamos sociedad civil. Su temor a que la sociedad extienda el rango de la movilización sanitaria y la enderece contra El Carmen es tan grande que los hace encerrarse en sí mismos, agazaparse tras los muros y los tranques de su ciudad prohibida, lanzar sus embrujos y encantaciones y esperar tras la neblina del fanatismo que todo pase sin que pase nada, para luego volver a la normalidad demencial que han instalado en el país.

Hay una explicación alternativa aun peor, más horrífica, pero que tiene muchos adherentes: la dictadura, bajo el control de Rosario Murillo, ha decidido emplear la pandemia como un arma contra la sociedad, el contagio como un vehículo para concentrar la atención del pueblo en tareas inmediatas de supervivencia, y el sufrimiento de los ciudadanos para apuntalar las finanzas estatales a través de la ayuda financiera internacional.  Quizás esta hipótesis parezca inverosímil al lector poco versado en la insana crueldad de la dictadora en funciones, pero no alcanza a sorprender a los nicaragüenses.

La tregua de Maradiaga

¿Qué propone la oposición para contrarrestar la política criminalmente negligente o intencionalmente genocida de la dictadura? Las acciones de los políticos de la Coalición son elocuentes, pero la expresión concisa la provee Félix Maradiaga, en un video publicado ayer: “una tregua”, dice, en la lucha contra la dictadura.  

Una tregua (si, una tregua) que permita a “todos”, es decir, idealmente incluso a Ortega y Murillo, “unirnos” para luchar contra la pandemia.  Debemos evitar, dice Maradiaga, “politizar” el problema, para “hacer patria”, entregando el liderazgo del esfuerzo de rescate sanitario a “la comunidad científica nicaragüense”.

Si esto, estimado lector, le parece inverosímil, incongruente con la realidad del país, y lo hace sospechar que incurro en distorsión por motivos propagandísticos, lo invito a ver el video y comprobar que he descrito fielmente la postura de Maradiaga, tal y como expresan sus propias palabras, que de hecho empleo para no desviarme ni siquiera accidentalmente. También quiero representar con fidelidad la intención que declara el político: patriotismo (“hacer patria”); e implícitamente, una preocupación fundamental: la vida de los nicaragüenses que enfrentan la pandemia en medio de lo que llama un “vacío de liderazgo” en el país.

Permítanme sugerir, someter a consideración de mis conciudadanos, que nada de esto tiene ningún sentido, si lo que se quiere es proteger la vida de la población frente a la pandemia, y conquistar la libertad y la democracia para el país.  Las razones son numerosas; su peso es contundente, su realidad es evidente, y deben motivar una evaluación aséptica, descontaminada de preferencias ideológicas ni apegos partidarios, sobre el camino que han dibujado para la sociedad no solo los crueles dementes que se esconden en El Carmen, sino los políticos que se cubren con la bandera celeste.

Quizás mi enumeración de razones aburra, por ser, la lista, de una obviedad que solo políticos en maniobras tácticas pueden pretender ignorar. Pero debo hacerla, por orden mental y porque hay que dejar registro de la sofistería que emplean los opositores nicaragüenses en su juego de sillas. A este juego regresaré más adelante.

La extraña utopía: la comunidad científica nicaragüense al rescate

En primer lugar, el problema de manejo de la pandemia en Nicaragua es, ¡¿alguien puede dudarlo?!, un problema político. El daño que pueda causar la pandemia no es culpa de los médicos, que no controlan el proceso ni pueden controlarlo, más allá de hacer lo suyo, que es la administración de consejos profilácticos, diagnósticos y provisión de cuidados.  El control de la pandemia no es una responsabilidad que pueda, aún en la mejor de las democracias, asumir la “comunidad científica”.  Por tanto, decir que no hay que “politizar” el tema de la emergencia pandémica es un soberano disparate desde la lógica y la información, y una negación de la realidad que desborda las pupilas de los nicaragüenses que aceptan creer lo que ven, y no lo que les ordenan ver los políticos.

¿Puede usted imaginarse a Rosario Murillo y Daniel Ortega cediéndole el mando del país a médicos y científicos? ¿Puede imaginarse a las fuerzas del Estado, desde ministerios hasta Ejército, obedeciendo las instrucciones de médicos sin que medie la guía o el interés del régimen? ¿Dónde, en qué universo funcionan así las sociedades? ¿Cómo es posible que un político—y para rematar, un político que se esmera en aparecer “pragmático”– trace una “estrategia” semejante ante una amenaza inminente y monstruosa como la que acarrea el Coronavirus?

“Despolitizar”, “hacer patria”, claudicar

La “despolitización” que sugiere Maradiaga sirve únicamente para sostener su propuesta de ofrecer una tregua a la dictadura, como si existiese una guerra activa de dos bandos, en la que ellos estuvieran asediando al régimen. Lo que todos sabemos, lo que todos vemos, es que la dictadura arremete sin descanso, y prácticamente sin respuesta por parte de la Coalición, contra cualquier vestigio de libertad, y contra todos los derechos humanos de los nicaragüenses, incluyendo el derecho a proteger sus vidas ante la pandemia.

Entonces, ¿qué tregua ofrece Maradiaga, qué acciones hostiles propone que la oposición detenga? Es más: ¿qué actitudes de la oposición, o más ampliamente, de la ciudadanía democrática, han hecho difícil que el gobierno maneje adecuadamente la crisis? De hecho, lo contrario es cierto: las únicas medidas que se han tomado en Nicaragua mientras el virus se esparcía en el país han sido en contra de las indicaciones y de las órdenes políticas del régimen. La única protección de los nicaragüenses ha sido desobedecer al régimen. Y esto lo sabe cualquiera: darle una tregua al régimen orteguista solo puede traducirse en darle obediencia a Rosario Murillo. ¿Alguien cree que someterse a la demencia de la dictadora en funciones sea “hacer patria”?

¿Será esta la puerta discreta para que, en nombre de “la patria”, el Gran Capital y la Gran Ambición se sienten a un nuevo “diálogo” con Ortega, esta vez bajo la excusa de “salvar vidas”?

¿Qué puede, qué debe hacer la oposición?

La responsabilidad de los opositores nicaragüenses no es pedir a la población que se “una” al gobierno que practica genocidio contra ella. Ver a nuestros políticos negar, como ha ensayado Maradiaga, que el problema del control de la pandemia esté indisolublemente ligado a la dictadura es, francamente, escandaloso. Si no reconocen lo que los ojos de todos ven, que la dictadura no solo no lucha contra el contagio, sino que lo promueve, tendremos que concluir que padecen de ceguera total.

Solo esa ceguera les permite, en las graves circunstancias actuales, tratar la eliminación de la dictadura como un problema a ser pospuesto, para después de una tregua que nos permitiría a “todos” unirnos en el combate a la pandemia. Solo una ceguera de tal intensidad les impide ver que deben abandonar el paso de tortuga y la tolerancia zen que tienen ante el orteguismo. Porque hoy, más que nunca, la supervivencia del poder de El Carmen es una amenaza directa a millones de ciudadanos.  La oposición debería estar poniendo el grito en el cielo en todos los foros, por todos los medios, empujando a los aliados internacionales de quienes se jactan a que desconozcan a la dictadura, informando a la opinión pública internacional día tras día que la dictadura de Ortega no solo comete genocidio en el país, sino que se convierte en propagador mundial del Coronavirus. ¿Por qué no lo hacen? ¿Qué les impide declarar ilegítimo al régimen, ponerse del lado de la justicia y, sobre todo, de la realidad? ¿Creen posible que el mundo ayude a los nicaragüenses a deshacerse de una tiranía sin que los nicaragüenses renuncien a ella, sin que apelen al interés propio del mundo para impedir que la mortandad que podría darse en Nicaragua sea un foco más de la enfermedad?

¡¿Qué esperan?! Maradiaga sugiere que es poco lo que pueden hacer, y que no tienen recursos. En otra parte ha escrito, sorprendentemente, que “la solución (refiriéndose al problema de la pandemia) no está en el Estado.” Esto último es una afirmación que debería inyectar terror en las venas de cualquier ciudadano: ¿diría lo mismo el Presidente Félix Maradiaga si le tocara enfrentar una emergencia similar? Dejo esta pregunta flotando. Piense usted bien en sus graves implicaciones.

Por el momento, quiero insistir: hay mucho que la Coalición debería y podría hacer, pero no hace. Quizás la inacción tenga que ver un poco con la psicología del juego de sillas que predomina entre los políticos opositores. Cada uno busca quedar cerca de una silla cuando pare la música. En este caso, la silla es una casilla, una casilla electoral, y la música, están convencidos, la controla Ortega irremediablemente y se detiene (cruzan los dedos) en el 2021.

Por un Plan de Rescate

Entre las acciones que deberían tomar está empujar a sus aliados milmillonarios, que son el verdadero pilar (o ancla, escoja usted) de la Coalición, a que pongan de inmediato sus inmensos recursos financieros (unos pocos nombres tienen riquezas acumuladas equivalentes, insólitamente, a más de la mitad del producto interno bruto del país) al servicio de un Plan de Rescate.

Si estos señores, que han sido parte de la dictadura FSLN-COSEP, quieren integrarse verdaderamente a la Nicaragua democrática, que sacrifiquen algo de las abultadas ganancias que cosecharon bajo la protección de Ortega. Como ya dijo el presidente de El Salvador, no quedarán en la pobreza.

Que no pidan sacrificios a quienes no pueden más, que no solo les digan “quédense en casa”, como si fuera posible para la mayoría aislarse por semanas sin llegar a la hambruna.  Que den, los más poderosos, 30 días de vacaciones con goce de sueldo a sus empleados, que organicen un fondo de apoyo financiero a las pequeñas empresas que están afiliadas a sus cámaras, que inviertan de inmediato (mientras haya tiempo, habrá esperanza) para ayudar a adquirir respiradores, mascarillas, y otros equipos esenciales sin los cuales no hay defensa contra la pandemia. 

¿Es hora de pensar en un gobierno de transición?

El Gran Capital puede hacer esto, y más, y puede hacer lo más importante: juntarse al pueblo democrático en la demanda de fin de dictadura. Pueden unirse a la exigencia de deslegitimar, de quitarle al régimen reconocimiento internacional, de trabajar con sentido de urgencia para que el mundo vea al gobierno de Ortega como lo que es, como una amenaza para la salud regional y mundial.  Pueden, y probablemente deben, empujar a que se conforme un gobierno de transición, ante la eventualidad de que la crisis del poder sandinista se profundice por el colapso casi seguro de la economía y la respuesta demencial de El Carmen a la crisis.

Esta es la prueba de fuego, quizás podría ser la última oportunidad, que tienen ellos y que tienen los políticos como Félix Maradiaga y sus colegas de la Coalición Nacional. No habrá excusa que valga si nos explota la pandemia como lo ha hecho en otras partes del mundo y causa una mortandad que ya varios estudios técnicos estiman podría alcanzar decenas de miles.

No podrán decir que no fueron advertidos. No podrán decir que no es su culpa, que es del otro; ni podrán afirmar, como (decepcionantemente) hace Félix Maradiaga en su video, que distorsionamos sus palabras desde el anonimato.

Yo, Francisco Larios, dejo aquí mi nombre y apellido, a conciencia, con pleno conocimiento de lo que digo, y sin buscar –nunca he buscado; para mí sería un lujo fuera de mis posibilidades—un cargo público en Nicaragua.  Y de las prebendas, líbrame Señor.

https://www.facebook.com/maradiagafelix/videos/258366848517938/?t=742

El monstruo, la Coalición Nacional, y algunas propuestas para prevenir la mortandad que podría causar el Coronavirus

24 de marzo de 2019

Hablemos (como dijo Suetonio refiriéndose a Calígula) del monstruo: Rosario Murillo no tiene cabida en la realidad; vive su delirio a costa de millones de personas que serán, tarde o temprano, y sin exclusión, sus víctimas.  Como en el caso del emperador insano, el desquicio de la Murillo no tiene remedio, ni límite, ni freno. Llegado el momento, el monstruo es incapaz de distinguir entre quienes lo adversan y quienes lo alimentan.  

Puede ser que ese trance sea ya inevitable, a juzgar por la respuesta que la Presidenta de facto ha dado a la mortal amenaza del Coronavirus. ¿Presidenta de facto, o Dictadora en funciones?: el monstruo parece haber despojado al tirano oficial, su marido, del poder real. ¿Qué está haciendo con el poder? Dar rienda suelta a la orgía surrealista que habita en su mente, pero esta vez no es el escudo nacional, ni el paisaje urbano, el que deforman sus alucinaciones psicodélicas.

Esta vez la fuerza mortal de que es capaz no es dirigida a un grupo específico, sino a toda la sociedad. Ha convertido la pandemia del Coronavirus en un circo. En un circo tan real y cruel como el que organizó, con payasos y demás, el domingo 23 de marzo en la costa del lago de Managua. La campaña “contra el Coronavirus”, ha incluido desfiles escolares, asambleas, marchas, y un carnaval grotescamente titulado “El amor en los tiempos del Covid-19”.  

Único en el mundo en esta postura, el Estado de Nicaragua bajo el mando de la Murillo no ha llamado a sus ciudadanos a combatir la propagación de la epidemia aumentando la distancia corporal. Su política ha sido exactamente, increíblemente, la opuesta, y no es nada audaz la hipótesis de que la dictadora en funciones haya procurado inducir el contagio, no prevenirlo.

¿Qué hacer? Algunas ideas para el ciudadano común

Este es un momento en la historia de Nicaragua en que la desobediencia civil se hace esencial para sobrevivir.  Para la mayoría de los ciudadanos, seres que no han perdido el instinto de conservación, la respuesta es fácil: desconfiar de toda autoridad política, exigir, pero no esperar, de ningún supuesto liderazgo—todos están en lo suyo.  Buscar cómo aprovisionarse lo mejor posible, dadas las restricciones de la pobreza, y exponerse lo menos posible al contacto físico; cubrirse la boca y la nariz a como sea, y mantener una distancia de al menos dos metros si tiene que salir a la calle. El lavado de manos, por supuesto, y otras medidas de higiene que se anuncian en otros países y circulan en Nicaragua a través de las redes.

¿Qué hacer? Algunas ideas que los políticos que dicen representar al pueblo deberían contemplar

Siempre que uno los critica, espetan el trillado “vos solo criticás, no proponés”.  Bueno, pues aquí van varias propuestas, que presento a quienes dicen ser la Coalición Nacional, gente que acompaña en lista a Juan Sebastián Chamorro, Félix Maradiaga, José Pallais Arana, Mario Arana, Carlos Tünnerman Bernheim, Azahalea Solís, y otros.  Se las presento, con nombres y apellidos, porque los políticos deben hacerse responsables con nombres y apellidos, y no escudarse en siglas ni en palabras vacías:

  1. La vida de millones de personas está en peligro por la evidente incapacidad mental de quienes controlan los poderes del Estado. Desalojarlos del poder pasa de ser una meta de mediano plazo a un asunto urgente: la amenaza para todos, pobres, pero también ricos; opositores, pero también partidarios del gobierno, es inminente.  Estos no son momentos para disertar sobre “vías constitucionales”.  Si yo fuera un oficial del Ejército, por ejemplo, tendría que pensar en la plaga que amenaza la salud de mi familia.  Del seno de la Coalición ha salido un volumen considerable de elogios al ejército. ¿De qué sirve esa cercanía si no vale para proteger a todos de una hecatombe medieval?
  • El poder económico de un puñado de milmillonarios se sienta a la mesa con ustedes, participa a través de sus representantes en el liderazgo de la Alianza, y de hecho tiene una deuda enorme con el pueblo nicaragüense, tras 12 años de dictadura FSLN-Cosep. Los políticos de la Coalición Nacional deberían pedir a sus aliados del gran capital que pongan sus enormes recursos a trabajar de inmediato para salvar miles de vidas:
  1. Que den vacaciones con goce de sueldo a sus empleados por los próximos 30 días. Sería como un adelanto y un aumento de las vacaciones de Semana Santa, y sería menos de lo que, en otras ocasiones de la historia, decidieron parar por otros motivos.  El gran capital puede absorber las pérdidas, que de todos modos serán peores si la pandemia arrasa y disloca.  Como mencionaba el presidente salvadoreño, no van a quedar en la pobreza por hacerlo.
  • Que organicen un fondo de apoyo económico significativo para los pequeños productores afiliados a sus cámaras, para ayudar a que también estos puedan absorber el golpe y enviar a sus empleados a refugiarse por tiempo prudencial.
  • Que pongan sus recursos, dentro y fuera de Nicaragua, a trabajar para asegurarse que los hospitales no carezcan de mascarillas, guantes, y de ser posible, que busquen como aumentar de emergencia la cantidad de respiradores disponibles en el decrépito sistema de salud del país.

Nada de esto está fuera del alcance de las fortunas que, combinadas, poseen el equivalente de más de la mitad (estimado conservador) del Producto Interno Bruto de Nicaragua, un número que ilustra la inequidad económica grotesca del país.

Pueden hacer esto, y pueden hacer más: pueden unirse de una vez al resto de los ciudadanos para que el país tenga, no necesariamente un gobierno ideal, ni un gobierno en el que todos estemos representados (estaremos lejos de eso, en el mejor de los casos) pero al menos un gobierno que no esté en manos del monstruo.

Ni perdón ni olvido (¿excepto para el FSLN y el Ejército?)

18 de marzo de 2020

Me pregunto si la fecha en el video es correcta (11 de marzo de 2020). Mi primera inclinación es dudarlo, limpiarme los ojos, volver a mirar, abrirlos ancho para comprobar que me he equivocado. No quisiera, lo digo con total honestidad, hablar de este tema hoy, con la pandemia del Coronavirus extinguiendo tantas vidas y con la economía mundial al borde de la parálisis. Pero la actividad de los políticos no se detiene. En medio de la crisis, o al amparo de su sombra, aprovechan que la gente mira en otra dirección, y buscan avanzar en su estrategia. Hay que estar alertas, siempre «ojo al Cristo», como dice el viejo refrán. Por eso vuelvo a revisar la noticia, pregunto a amigos y conocidos, pero la fecha, 11 de marzo de 2020, sigue ahí. Es posible que alguien la haya alterado, por supuesto; en ese caso, hay que preguntar a Félix Maradiaga si su manera de pensar ha cambiado desde que dio esa entrevista.

Porque a mí me parecería escandaloso que a estas alturas (¿hay que contar la historia de nuevo?) Maradiaga se refiriera al Frente Sandinista en un tono tan respetuoso, tratando de «institución» a lo que ha demostrado ser una banda criminal al servicio del Padrino y la Madrina de El Carmen. Peor aún, que él, una de las voces y rostros de la (anunciada pero no nacida) Coalición Nacional, dijera que la lucha «no es contra el Frente Sandinista«.

En otra parte de la entrevista, Maradiaga sugiere (porque se lo han dicho, nos dice, en el Congreso de Estados Unidos) que no hay pruebas suficientemente específicas del involucramiento del Ejército en los crímenes de la dictadura.

Francamente, me quedo hecho un hielo.

¿Por qué? Porque este es un distinguido político nicaragüense, en Nicaragua, diciéndole a los nicaragüenses que no crean lo que saben, que no crean a su lógica ni a su intuición, que no crean lo que dicen expertos tan respetados como el Dr. Álvaro Leiva y su prestigiosa Asociación Nicaragüense Pro Derechos Humanos (ANPDH).

Me aterra también porque la defensa implícita del Ejército que hace Maradiaga se une al coro de la élite política, desde La Prensa hasta la cúpula de la Alianza Cívica. No olvidemos el panegírico de Francisco Aguirre Sacasa («el ejército es muy respetado entre los productores del norte, y en el Comando Sur de los Estados Unidos»). No olvidemos el suplemento especial de homenaje al Ejército, incluyendo un discurso de una página de Daniel Ortega, y otro del general Avilés, que publicó el diario La Prensa, en edición de lujo, mientras decía no tener papel por el bloqueo del gobierno. No olvidemos la afirmación de Humberto Belli de que «el pueblo es injusto con el Ejército».

Todo esto me hace reflexionar, con gran pesar, sobre la distancia–ya grande– que existe entre estas cúpulas políticas y los sentimientos e intereses de la población, distancia que va en aumento. Que Maradiaga, quien ha querido fabricarse una imagen pública ‘distante’ de las élites tradicionales, haya adoptado el discurso de la Alianza, es un indicador elocuente de la deriva de la oposición nicaragüense, a la que cada vez con más frecuencia la voz popular antepone la palabra «supuesta».

Da tristeza pensar que en esto quedamos, después de tanto sufrimiento. Pero al hecho pecho. El cambio no es solo posible: es indispensable. Si este grupo de políticos es incapaz de liderarlo, si, en lugar de hacerlo, se embarcan en un nefasto proyecto de elecciones con la pareja demencial y su banda de asesinos, tarde o temprano surgirán otros.

Ellos creen que no. La historia dice otra cosa. No hay que desanimarse. Y hay que hacer de la verdad nuestra luz y nuestra fortaleza, para que el oportunismo y la manipulación de los prestidigitadores de la mentira no arrastren al país a un futuro más sombrío que el presente, una era dominada por el sicariato, y por una nueva dinastía. Una era de negra noche y roja sangre que mancharía todo el territorio nacional por décadas.

No puede uno menos que desear que quienes conservan la capacidad de imbuir sus actos de buenas intenciones recapaciten. Que quienes tienen una legítima aspiración de escalar a la cima del poder político no sacrifiquen todo en el intento. Que apuesten a ser viables en una Nicaragua democrática, y no se resignen al destino que han sufrido en el pasado tantos aspirantes que prefirieron montarse al pedestal sin honra, en lugar de alcanzar la gloria de construir un país mejor.

¿Puede servir la Coalición Nacional?

26 de febrero de 2020

Si los políticos se estuvieran uniendo para no dividir al pueblo en lucha, o para coordinar a sus diferentes partidarios en la lucha contra la dictadura, hoy habría algo que celebrar. Si algún día, por esos avatares del destino, la Coalición sirviese para ese propósito, habría que apoyarla.

Hoy por hoy, desafortunadamente, no es así. Buena parte de la clase política presentó el 25 de febrero un documento que los medios describen como la proclama que lanza una Coalición Nacional. El texto, sin embargo, es mucho más comedido: «…nos comprometemos a continuar trabajando en la construcción de una Coalición Nacional.» Traducción: «no hemos logrado cerrar los acuerdos necesarios para afirmar nuestra alianza».

“Estar, para no estar fuera” (tu utopía es utópica, la mía no)

¿Qué dice la proclama sobre el proyecto? Muy poco, aparte de declaraciones líricas, de esas que sus firmantes descartarían como utópicas si su autor fuera otro. No hay mención de programa, ni mucho menos definición de estrategia. De hecho, no es difícil leer entrelíneas que el anuncio de la unión, y la unión misma, son camisas incómodas para los diferentes miembros de este grupo abigarrado. Para muestra un botón: las decisiones, nos dicen, serán por consenso, no por mayoría de votos. Traducción: la desconfianza mutua es tal, que nadie está dispuesto a participar en la Coalición a menos que tenga poder de veto sobre los demás. La única decisión estratégica en la que todos coinciden es en «estar, para no estar fuera».

Los jugadores del poder

¿Qué motiva esta hambre de pertenecer? Cada organización, cada individuo, racionaliza su postura a su manera, pero habría que ser puerilmente ingenuo para no reconocer la fuerza gravitacional que ejerce el acceso a financiamiento y apoyo diplomático. Además, con la ciudadanía desmovilizada a punta de asesinatos, de secuestros, y de la militarización de la sociedad, los políticos entienden que el juego del poder está donde están los jugadores, la gente como ellos, empujando a codazos para colarse en el Gran Salón tan pronto como se abran las puertas: «hay que estar cerca, no lejos, de la entrada». Oportunismo político, en estado natural.

¿A quién teme la dictadura?

Haga usted el ejercicio mental de colocarse sobre Managua como un dron estacionario, o un satélite, y observe las historias paralelas que ocurren, a metros de distancia, a ambos lados de la rotonda Rubén Darío. Del lado occidental, varias decenas de políticos se reúnen cómoda y seguramente en el edificio de la librería Hispamer. Medios de comunicación simpatizantes anuncian que el edificio está rodeado por fuerzas policiales, pero el evento transcurre sin interferencias ni interrupciones. Mientras tanto, en el costado oriental de la rotonda, la bota militar y paramilitar es aplastante. En un gesto de autoritarismo extraordinario, policías antimotines ocupan en formación de combate el centro comercial en el que ciudadanos desarmados gritan consignas a favor de la democracia. Una cacería humana se desata al interior de la propiedad (privada, valga recordar); hay periodistas agredidos y algunas detenciones. En otras partes de la ciudad, la bota se muestra igualmente aplastante.

El trato diferenciado (tolerante con los políticos de salón, brutal con los ciudadanos que quieren ejercer su derecho y protestar en la calle) es revelador, en tanto que la represión obedece a cierta racionalidad costo-beneficio. ¿A cuál de los dos grupos teme la dictadura? Dígame usted si no lo tienta repetir la frase de Bob Dylan: «la respuesta, amigo mío, flota en el viento».

¡¿Quién me dijiste que estaba?!

Mientras tanto, la ciudadanía, los cientos de miles de cuerpos y almas que antes ocuparon las calles de Nicaragua exigiendo la renuncia del dictador, se ve reducida—por el momento—al papel de espectadora.  Siente, en muchos casos, un deseo intenso de creer en la unidad que dicen construir los políticos de la Coalición. Pero hay un aire de amargo escepticismo en el ambiente. Hay, en algunos casos, decepción. En otros, la reacción es de estupor. La furia contra el régimen se acumula, como el vapor en una olla de presión, pero la gente ha perdido en gran medida la esperanza de una rápida salida de la dictadura, la meta por la que más de 500 personas fueron asesinadas en la Insurrección de Abril. 

¿A qué se debe el desánimo? Una simple revisión de la lista de participantes en la ceremonia de lanzamiento de la Coalición Nacional dice mucho al respecto. Se trata de un “Quién es quién” de lo peor de la clase política, individuos y grupos que han dejado un rastro de corrupción financiera y moral a través de las últimas décadas, y que han sido—en muchos casos—constructores y defensores de tiranías, e incluso responsables de que Ortega regresara al poder absoluto en 2007.  Es la basura que queda en la playa cuando se retira la marea con su limpia espuma. Es lo que queda después de que la dictadura, con la complicidad del gran capital y otros poderes fácticos, detuviera la ola del pueblo que intentaba derrumbarla.

Lo hizo, recordemos, a sangre y fuego, mientras los poderosos se negaban a apoyar la lucha democrática y más bien saboteaban los esfuerzos por obtener apoyo internacional efectivo. Lo hizo mientras María Fernanda Flores, esposa de Arnoldo Alemán, dueños ambos del Partido Liberal Constitucionalista, continuaba [continúa todavía] cobrando su jugoso salario en la Asamblea Nacional. Recordemos también que cuando los jóvenes se levantaron cívicamente en 2018 la Sra. Flores y sus compinches intentaron unirse a la foto, y fueron expulsados ignominiosamente; en público–lo vimos todos–los jóvenes gritaban “aquí no queremos políticos corruptos”.  Recordemos también que doña María Fernanda no es el único miembro del clan Alemán que sigue a sueldo de Ortega. Y recordemos que la dictadura es el hijo monstruoso de la corrupción de Alemán, y del pacto con que él compró a Ortega su libertad. Los 600 muertos y más de 80,000 exilados, y todo el indecible sufrimiento del país, son simple moneda de cambio para estos políticos. Todo para que hoy la Coalición presente orgullosa, como miembros destacados, a la Sra. Flores y a su pandilla.  Presentan también, como gran presea, al reverendo Saturnino Cerrato, sempiterno oportunista y pieza del tren de regreso de Ortega al poder absoluto. 

Pero el censo de esta fauna del horror no termina con Cerrato, Alemán y Flores. Estos son apenas los últimos “patriotas” que han visto la luz, y se juntan a figuras cuya presencia ya no sorprende, pero que son también responsables de la tragedia, como el eterno presidente del Cosep, Chano Aguerri y otros a quienes aparentemente los arquitectos de la Coalición esperan que aceptemos y sigamos, porque “en unidad somos más fuertes”. 

Entre ellos, por decirlo así, hay de todo. El grupo abarca, por ejemplo, a antiguos burócratas, militares y ministros del FSLN, participantes en la primera dictadura.  En la mayoría de los casos se trata de individuos que ni siquiera muestran contrición por los abusos cometidos bajo su anterior gestión. Muchos de ellos, según múltiples fuentes, pertenecen a la camada de nuevos ricos que dejó la piñata de 1990.  Y si algo peor puede achacárseles, es que nunca lograron abandonar el hábito autoritario, el reflejo leninista del Dirección Nacional Ordene, y conducen hoy campañas para silenciar a quienes disienten de la Coalición, como antes silenciaron a quienes disentían del FSLN.

Junto a estos antiguos estalinistas se sientan numerosos políticos conocidos ampliamente como corruptos y tránsfugas, unos cuantos jóvenes identificados más cercanamente a la insurrección (una presencia, por escasa, apenas simbólica), más uno que otro político «nuevo», como Félix Maradiaga, y como Medardo Mairena, el líder campesino.

Estos dos aparentan apostar a un «estar ahí, para no quedar fuera» que reclaman como posicionamiento legítimo en vista de la correlación de fuerzas. De ninguno de ellos se conoce—al menos yo no conozco—antecedentes de corrupción o autoritarismo, pero su postura me parece, de todos modos, cuestionable: obedece a un cálculo táctico que es antidemocrático en esencia, porque privilegia la consecución de palancas de poder por encima de la aspiración a que sea el pueblo, los ciudadanos que no entran a los salones ni viajan por las capitales del mundo, quienes decidan el curso de la lucha y el destino del país. En otras palabras, Mairena y Maradiaga han aceptado jugar la política en la cancha y con las reglas de la élite nefasta del país. Variopinto no hace honor a esta mezcolanza insólita de caracteres, unidos en tenue coalición por el cordel del interés.

Insólito también es verlos gritar consignas de rebeldía revolucionaria.

Qué triste y surreal es mi Nicaragua.

¿Y la estrategia?

Repito aquí lo que dije al inicio: Si los políticos se estuvieran uniendo para no dividir al pueblo en lucha, o para coordinar a sus diferentes partidarios en la lucha contra la dictadura, hoy habría algo que celebrar. Si algún día, por esos avatares del destino, la Coalición sirviese para ese propósito, habría que apoyarla.

El problema, objetivamente—apartando las sospechas que merecen la gran mayoría de los líderes de la Coalición, apartando sus culpas sin reconocer, sus crímenes sin pagar, apartando (temerariamente) consideraciones éticas—es que la propuesta que estos políticos defienden, y la única que parece unirlos, es la de ir a elecciones con Ortega.  En días recientes, con sus abundantes recursos financieros y la política de captación y cooptación que dichos recursos facilitan, han intensificado el redoble propagandístico alrededor de dos ejes. 

Uno es que “no hay otra alternativa”.  Esto es, lo dice la historia, una enorme falsedad. Si cada dictadura que surge terminara solo si el tirano acepta elecciones democráticas, habría dinastías eternas en el planeta. Hay que añadir que tampoco es cierto que no haya alternativa que no implique guerra civil. De nuevo, la historia demuestra lo contrario.

El otro eje, una trampa un poco—pero no tanto—más sutil, es reescribir la historia de los últimos 40 años a conveniencia. Según la versión revisada de los hechos, los políticos nicaragüenses dejaron a un lado sus intereses, formaron un puño vigoroso en la UNO alrededor de doña Violeta Barrios de Chamorro, fueron a elecciones libres con Ortega, y acabaron con la dictadura del FSLN. 

Tanto hay de falso en esta fábula, que se hace difícil decidir por dónde empezar a rebatirla.  Permítanme comentar en esta nota apenas su final. No es, como quieren hacernos creer en versión Disney, un final feliz. Más bien es el origen de la actual tragedia: las elecciones del 25 de febrero de 1990 desplazaron a Ortega de la presidencia, a Sergio Ramírez de la vicepresidencia, y al FSLN del control de la Asamblea Nacional, pero nunca lograron despojarlos del poder real, del que se ufanó Ortega al lanzar su infame “vamos a gobernar desde abajo”.  Que lo haya logrado, y que a partir de ahí volviera al poder absoluto, debería ser para nosotros una advertencia tan dramática como los huesos cruzados y la calavera que se coloca sobre las sustancias venenosas.

Pero el nuestro es un caso terrible de repetición de la tragedia por olvido de la historia. Y hay que añadir dos agravantes.  Primero, que el Ortega que sería presuntamente “derrotado” en elecciones libres en el 2021 es inmensamente más rico y tiene mucho más poder represor—y mucha más experiencia—que el Ortega que fue sorprendido por la avalancha opositora hace 30 años. Penden además sobre él acusaciones de crímenes de lesa humanidad que lo exponen, junto a su familia y aliados cercanos, a persecución legal en caso de perder el poder.  Y lo exponen a peores consecuencias ante su mafia de apoyo, si intenta salvar a su familia traicionando a sus secuaces.

Hay que estar claros de esto: Ortega está atrapado en el poder; el carcelero es también prisionero; no puede darse el lujo de ceder; sería un acto suicida. ¿Tiene entonces sentido apostarlo todo, apostar el destino del país y la vida de la gente, a que el dictador vaya a aceptar los resultados de una votación democrática y ceda—no los ministerios y la presidencia—sino el poder real? ¿De verdad creen posible que Daniel Ortega y Rosario Murillo entreguen a sus paramilitares, se desprendan de sus canales de televisión, empresas comerciales, espías, jueces, sindicatos, etc.? ¿De verdad creen posible que los paramilitares, espías, jueces, miembros de CPCs, sindicalistas oficiales, etc., descubran súbitamente que deben su lealtad a “la patria”, a “la ley”, o a “la constitución”? ¿De verdad creen que confiarán en la sociedad democrática, que no sentirán necesidad de que el Padrino de su mafia los proteja?  Si no lo logró la elección de 1990, cuando Ortega aún era visto como legítimo, y no era presa del miedo (razonable, racional) a lo que puede sucederle a él y a los suyos fuera del poder, ¿cómo podemos esperar que lo logre la elección del 2021? 

Los políticos de la Coalición no dan respuesta a estas interrogantes cruciales, que son de vida o muerte. Explotan la angustia y la desesperación del pueblo para vender, sin explicar los términos del contrato, sin entrar en la letra fina, un producto que bien podría ser (yo me atrevo a llamarlo así) una quimera.

Hay muchísimo más que criticar, y muchísimo más que se niegan a explicar, en la propuesta de elecciones con Ortega de la Coalición. Tanto, que uno se pregunta cuál es el verdadero objetivo de la ruta que plantean. Porque no es insensato especular que su estrategia, tal y como está trazada prácticamente desde el inicio de la crisis, puede a lo sumo llevar a un reacomodo entre las élites y algunos rostros nuevos en el Estado, pero no a una auténtica democratización del país. De hecho, “elecciones con Ortega” muy probablemente implique “orteguismo sin (o incluso con) Ortega” y colocar al país en el camino a una posible sucesión dinástica. Para muchos políticos, eso no es un problema mayor mientras puedan acceder a puestos, ministerios, embajadas y resto de prebendas obtenibles en la hacienda-botín.  Para Nicaragua, décadas más de tragedia, de estancamiento, más la carga de la injusticia acumulada en el olvido de las víctimas de la dictadura orteguista.  Porque es difícil (¿imposible?) imaginarse una salida como “elecciones con Ortega”, que no legitime a quienes han perpetrado un genocidio.

¿No quiere esto, pero tampoco se atreve a rechazar la “unidad” que la Coalición dice ofrecer? Pues, entonces, exija desde ya que los políticos que se llaman a sí mismos democráticos (de vieja data o reciente conversión) expliquen el cómo, el detalle de su plan; exíjales que no impidan las sanciones internacionales, sino que empujen para que se amplíen; exíjales que pongan su cuota de esfuerzo los grandes empresarios que dicen ahora ser “aliados” del pueblo democrático. Póngalos a prueba. Exíjales que no abandonen a los presos políticos hasta “la próxima administración” para usar el lenguaje de uno de los más locuaces voceros de la élite política.

Y exíjales sin temor, sin timidez, sin contemplaciones, a ellos y a cualquiera que pretenda “representar” nuestros intereses.

De lo contrario, nunca habrá libertad en Nicaragua.

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