Una pregunta, dos, si me perdonan

Por ejemplo, yo pediría que Violeta Granera, Felix Maradiaga, Jose Pallais, Medardo Mairena, y muchos otros compatriotas de la UNAB o de la Coalición [si es que todavía existe la Coalición], y sus publicistas en ciertos medios de prensa, explicaran por qué siguen trabajando para que «criminales de lesa humanidad» presidan las elecciones que supuestamente van a quitarles el poder y traer justicia a Nicaragua, es decir, llevarlos– a los «criminales de lesa humanidad»– a la cárcel.

Que me expliquen también por qué esas elecciones con «criminales de lesa humanidad» son las que la «comunidad internacional» [¿la OEA es todavía «comunidad internacional»?] quiere.

Y si no, si no es así, que me expliquen por qué Daniel Ortega y Rosario Murillo (siguiendo la lógica) no serían ya considerados «criminales de lesa humanidad», por lo cual obviamente ya no sería «absurdo pensar que… puedan organizar elecciones libres y justas».

Yo creo que es legítimo, estimados compatriotas, sin que ustedes se sientan insultados o irrespetados–me perdonan, no es mi intención– pedirles que expliquen esto. Es que no entiendo la lógica. Por más que trato. Les pido, por tanto, una respuesta lógica, no un discurso que esperen agradable a los oídos de un opositor.

Y, pidiendo de antemano perdón por el abuso de su tiempo, también quisiera que me explicaran –si acaso la OEA es todavía parte de la «comunidad internacional»– cómo es que todos ustedes aún hablan de elecciones que hasta donde entiendo serían presididas por «criminales de lesa humanidad». Mi pregunta es motivada por las declaraciones de uno de los líderes de la «comunidad internacional», el Sr. Luis Almagro, sobre el proceso electoral que ocurre en un Estado similar al de Nicaragua–de hecho, el Estado-padrino-del-Padrino de Nicaragua, el Estado de Venezuela.

Don Luis, que siempre nos trae las buenas y las sabias instrucciones de la «comunidad internacional», ha dicho lo siguiente:

<<Es también absurdo decir que aquellos que participan en las elecciones pueden llegar a ser considerados como oposición fragmentada, el colaboracionismo con la dictadura los hace parte de la dictadura, no de la oposición».

Todo esto, queridos compatriotas, me deja perplejo. Con todo respeto les solicito que «aclaren los nublados», si tienen a bien.

Agradecido,

Ciudadano X

Exclusiva: el discurso de Melania Innombrable (historia del héroe más poderoso, que mucha gente anda contando)


Les dejo aquí, en exclusiva, un fragmento del discurso de Melania Innombrable esta noche, que en revista Abril (www.revistaabril.org) hemos obtenido gracias a nuestra destreza periodística, nunca vista en la historia del mundo, nunca antes hubo tanta destreza, la mejor destreza, es increíble, a lot of people are saying que nadie tiene destreza más poderosa:

«…todos los Demócratas han sido desde hace 50 años empleados de Putin, y desde entonces estaban planeando una Pandemia con Mao, pero se les atrasó el negocio porque el milmillonario comunista Soros se robó en 1973 la fórmula del Coreavirus y empezó a venderlo en una pizzería en Washington, donde también vendían niños secuestrados por Hillary Clinton y Kamala Harris.

Todo esto está más que comprobado, pero el Washington Post y el New York Times lo ocultan, desde que un Anthony Fauci que dice que es médico los compró junto a un tal Ted Turner.

Fox News descubrió la conspiración hace mucho tiempo, pero no pudo hacerlo público porque Bill Gates mandó a un equipo secreto de antifas a dañar sus archivos de computadoras y plantar un chip que distribuyera mensajes subliminales a favor de Black Lives Matter, la Internacional Comunista, la Unión Europea, los cuáqueros y otras organizaciones abortistas.

Lo que no se esperaban era que apareciera mi Chapulín Anaranjado; no contaban con su astucia y su tremenda perspicacia y fuerza, de la que solo un Querido Strong Very Powerful Líder es capaz; así ha logrado encerrar en jaulas a los terroristas y violadores que, haciéndose pasar por niños desvalidos, y hablando un lenguaje en clave parecido al español, intentaban infiltrarse a través de la frontera sur.»

[Aplausos grabados, gritos de «shoot them!» (¡dispárenles!)]

Los devotísimos y muy humanitarios políticos «opositores»

El activista democrático Yaser Morazán ha escrito: «Ante la incapacidad y falta de voluntad de planificar, ejecutar y convocar a ejercicios CIUDADANOS, los grupos de oposición formal se pegan como garrapatas ante cualquier suceso de interés cultural, social y religioso, para canalizarlo a su favor 🧐 Ayer fue el COVID, luego los migrantes varados, y ahora los ataques a la iglesia católica. En el circo de #Nicaragua, todo puede servir para el Pan y Circo, tipo el Sandinismo 🤹‍♂️🎪»

Pienso que el incisivo comentario de Yaser abre un boquete de honesta luz en la pared de esa mentira llamada a veces «Coalición Nacional», a veces «oposición», y cada vez con más frecuencia «oposición funcional». Y deja esto claro: los «políticos» «opositores» hacen de todo menos «política opositora». Ya nos han regalado conferencias mostrándonos la curva del Covid, pidiendo que nos lavemos las manos y pidiendo a la gente (mucha de la cual no puede darse el lujo) que no vaya a trabajar. Ahora rezan, y rezan, y rezan y les duele mucho Nicaragua mientras firman comunicados condenando y condenando. Se les ve muy satisfechos cultivando imagen.

¿Será que no se les ocurre que su papel es lidiar con la causa del problema– la existencia de la dictadura–y no reemplazar a la Cruz Roja o a los grupos de oración?

A mí su conducta me huele al peor fariseísmo. O peor, porque lo suyo es además una maniobra de espera para poder quedarse tiesos, como camaleones humanos, cerca del árbol del que esperan les caiga en las manos la fruta madura del poder.

Que otros sacudan el árbol. Ellos rezarán y se pondrán gabacha blanca y cruz roja en el pecho.

Esta es una verdad que no se dice lo suficiente. ¿Por qué? En buena parte porque hay complicidad de medios de comunicación controlados por los controladores y cómplices de los «políticos». Pero mientras haya gente que quiera y pueda atreverse a decir lo que se ve con solo abrir los ojos, habrá esperanza.

Pestes del siglo XXI [fanatismo, el regreso del ‘hombre fuerte’ y los derechos humanos]

Mayo 19 de 2020

Es prácticamente imposible persuadir con lógica e información a partidarios de movimientos que se nutren de un odio visceral a la inteligencia y marchan gritando las consignas que les da un caudillo.  Su falta de autonomía intelectual es tal que apenas pronunciada la consigna la siguen, hasta el despeñadero si es preciso; parecen desconocer la lógica como el más extranjero de los lenguajes; la información, para ellos, es un libreto, el guion que su líder les hace representar.  Con especial acritud atacan a quienes simbolizan ciencia y razón para el resto de la sociedad. Lo hacen porque el suyo es un odio nacido del miedo: la ciencia y la razón son las hojas de una tijera libertaria, capaz de cortar el mecate que amarra la voluntad del seguidor al designio del caudillo, y crea para aquel una servidumbre abrigadora que le da certeza, fuerza a través de la multitud, una explicación universal para todos sus males, y una solución sin baches a los retos arduos de la vida.  

En Estados Unidos se atraviesa un momento así. ¿A quién se le iba a ocurrir que, de repente, el Dr. Anthony Fauci sería el diablo en todas las conspiraciones absurdas que imaginan los extremistas estadounidenses? ¿Quién hubiera imaginado que una palabra del Presidente de Estados Unidos bastaría para que sus seguidores empezaran a coro a recitar exorcismos contra el famoso epidemiólogo? Esto, después de cerca de 40 años de ejercer sus funciones, bajo gobiernos tanto Demócratas como Republicanos, durante los cuales mantuvo—como buen médico—fuera de vista y conversación sus preferencias partidarias.

¿A quién, en sus cabales, podría ocurrírsele que Bill Gates, el inventor convertido en filántropo, y que junto a un puñado de genios hizo posible la revolución tecnológica de los últimos cincuenta años, se convirtiera de la noche a la mañana en un personaje siniestro, un mefistófeles, un leviatán al que hay que atajar antes de que nos encierre a todos en una prisión totalitaria mundial, tras imponernos su vacuna-veneno y ensartarnos en la mollera un chip a través del cual nos controlaría el perverso (y todavía clandestino) “Nuevo Orden Mundial”?  

Probablemente se escuchen ‘teorías’ más congruentes con la realidad en un manicomio. ¿Y qué defensa proponen ante tan vasta conspiración? Pues, por supuesto, seguir a su caudillo, al hombre fuerte que Dios nos ha enviado [no les miento, lo dicen, no exagero] para impedir la vacuna y el chip. Urge hacerlo, exclaman, porque los invasores ya están aquí, agazapados en el “Estado Profundo”.

Por si no están al tanto, el ‘concepto’ de Estado Profundo se refiere a funcionarios del servicio civil que ‘habitan’ profesionalmente “las profundidades” del gobierno.  Hagan, por favor, el esfuerzo de imaginarse, en lo profundo de sus cubículos, a miles de contadores, auditores, economistas y abogados limpiando y ordenando los chips de Bill Gates.

Esta es la oscuridad de nuestros tiempos, más nefasta que la peste, potencialmente más asesina, posiblemente más difícil de parar.  Es la ignorancia, el hongo oscuro del fascismo que crece sobre la bosta, el odio a la inteligencia, a la libertad, y la fascinación por el padre autoritario, el hombre fuerte que arrastra a sus seguidores a capricho. 

A mí me provoca terror el fenómeno en ciernes, que crece igual pero distinto en diferentes partes y diferentes eras, y ya se ha visto que puede acabar en orgías de sangre.  Puede resumirse así: hombres moralmente pequeños e intelectualmente insignificantes descubren una ruta hacia el miedo y el resentimiento en el corazón de ciertas masas y lo explotan hasta que el resto de la sociedad, por lo general tardíamente y tras dolor extremo, enfrenta el problema como lo que es, como una lucha por la supervivencia.

El apellido del hombrecito puede ser Ortega, Bolsonaro, Maduro, Bukele, Trump, o tratarse—como en Cuba—de un fantoche tan insignificante que cueste encontrar su nombre en la memoria. Pero da igual. Todos estos sujetos son enormemente dañinos. Llegan hasta donde la sociedad les permite, cruzan las defensas que pueden arrollar; aplastan a quienes pueden, como pueden; hacen retroceder el progreso material o lo emplean contra la vida; nos hacen pagar caro el pecado de abandonar a las primeras víctimas, las del famoso sermón del pastor luterano Martin Niemöller que dejo aquí en arreglo de Bertold Brecht:

«Primero se llevaron a los judíos,
pero como yo no era judío, no me importó.
Después se llevaron a los comunistas,
pero como yo no era comunista, tampoco me importó.
Luego se llevaron a los obreros,
pero como yo no era obrero, tampoco me importó.
Mas tarde se llevaron a los intelectuales,
pero como yo no era intelectual, tampoco me importó.
Después siguieron con los curas,
pero como yo no era cura, tampoco me importó.
Ahora vienen por mí, pero es demasiado tarde.»

Por eso, aunque no creo poder convencer a quienes ya han caído en las garras de la peste, no puedo–no podemos–dejar de alertar, de prepararnos y denunciar a quienes esparcen la enfermedad para su conveniencia.

Sobre todo, es esencial que evitemos caer bajo el embrujo de nuestro propio falso profeta, de uno que nos protegería del otro profeta, el de ellos. Y no hay que hacer excepciones por presunta conveniencia táctica, o falsa ‘filosofía política’: los derechos humanos no son un ideal, una meta del «después”, en una isla imaginaria llamada Utopía. 

Demasiadas veces he oído decir, a gente que se dice enemiga de alguna dictadura, que defender los derechos humanos «no es realista», que «en teoría están bien, pero la práctica es otra cosa». Demasiadas veces. Porque los derechos humanos no son una aspiración inalcanzable, sino una necesidad intrínseca de la existencia para cada ser humano de carne y hueso. No pueden darse, ni expropiarse, ni renunciarse. No pueden negarse sin negar la condición humana del individuo. Dejarlos “para después”, porque la amenaza de hoy «es otra» es además condenarnos a estar, tarde o temprano, atados al capricho del hombre fuerte que iba a ser nuestro salvador.

Brenes, Estado Laico y el aplastamiento de la Rebelión de Abril.

«Los estudiantes exigen fin de asesinatos y represión para poder dialogar. Esa condición ya fue presentada al gobierno, que aún no cumple. Sin los estudiantes, no hay diálogo.» Esto escribí el 14 de mayo de 2018, y hoy 14 de mayo de 2020 una reflexión post-mortem se me hace imperativa. Sigue aquí, muy brevemente.

Hicieron caso omiso a la demanda de los estudiantes. Prácticamente horas después el cardenal Brenes convocaba a todos a sentarse a «dialogar». Salvaba, de esa manera, a la dictadura. Esto tampoco hay que olvidarlo.

Confieso que no estoy al tanto de los detalles de la dinámica que hizo posible que Brenes pudiera hacer el llamado público en representación de la Iglesia Católica. Quizás me engañe al mencionar únicamente el nombre del Cardenal. Quizás injustamente juzgue, no la responsabilidad de este–puesta en claro, en mi opinión, desde aquel momento y en su posterior conducta–sino la inocencia de otros miembros de la Conferencia Episcopal. Prefiero arriesgarme a cometer la posible injusticia de eximirlos, una falta que –siento– sería más venial que culparlos sin tener suficiente evidencia, aunque fuesen culpables.

Pero, por interés humano, ciudadano y democrático, extraigo de aquel momento esta lección: no puede haber democracia cuando hay que depender de personajes no electos para la resolución de amplios y profundos conflictos sociales. Dejo para otro escrito, habida cuenta de que es el vaciamiento de la institucionalidad lo que llevó a la crisis nicaragüense, reflexionar sobre maneras de legitimar la representación–y ampliarla–cuando se intenta salir de lo profundo del hoyo de la opresión. Por hoy, deseo hacer énfasis en que el problema (para la democracia, y para la democratización) se vuelve más grave aún si la supuesta legitimidad de los no-electos se deriva de un cargo de liderazgo en una iglesia, a la que los ciudadanos pueden pertenecer o no, de la que los ciudadanos pueden gustar o no, por ser la fe un asunto de conciencia íntima, y que para rematar–esto, hemos comprobado, y por esto hemos pagado con sangre y sufrimiento–debe lealtad y obediencia a intereses foráneos, externos a la sociedad. Puesto a escoger, hasta el más cívico de nuestros sacerdotes se ve obligado a seguir las directrices del Vaticano, antes que los deseos del pueblo nicaragüense. Y como bien se ha visto en esta crisis, no podemos asumir que haya confluencia entre ambos. Por eso, lo del «Estado Laico» no es un lujo, ni un capricho ideológico: es una necesidad. Con todo el dolor y la vergüenza que siento al tener que defender esta postura, defenderla siglos después de que las sociedades democráticas del planeta la adoptaran, no queda remedio, hay que tomar el toro por los cuernos y decir la verdad que tiene que ser dicha, si es que vamos a salir de la barbarie.

Demás está decir que los propios religiosos deberían, por fidelidad a sus votos, ser apasionados defensores de esta separación entre poder político y vida espiritual, dado el poder corrosivo de aquél sobre esta, del cual tenemos, lamentablemente, no solo ejemplos ajenos en la distante historia universal, sino abundante prueba en la de nuestro joven país. A mi manera de ver, criado como he sido, en ambiente y escuelas católicas, la fidelidad auténtica y profunda, por ejemplo, al evangelio, requeriría una crítica frontal al poder, y a la mentira que engrandece a este hasta la monstruosidad. Verdad y poder compiten por espacio en la conciencia. Es una escisión lacerante en el corazón humano, con la que todos en un momento u otro debemos contender. He aquí una batalla en la que la espiritualidad de quien humildemente–o sea, inteligentemente–busca la Verdad (no la de quien se ve a sí mismo como privilegiado receptor de una revelación inamovible que a otros discrimina) puede ayudar a que la sociedad se robustezca moralmente y deje atrás lo que un filósofo político inglés asoció con el caos de la desintegración social, la vida «repugnante, brutal, y corta» que aguarda a los pueblos incapaces de un contrato social legítimo.

Por todo esto, tanto los ciudadanos laicos como los seglares necesitamos de la verdad. Todos debemos buscarla. Por eso es que hay que examinar la historia, escarbar, y expurgar la mentira. Este es un reto, repito, para todos. No se puede construir el mundo de paz y justicia que queremos sin transparencia, sin verdad. Y en tiempos como los que transcurren, hay que examinarlo todo con especial rigor, sin quedarse en el umbral porque en la puerta esté el poder, el dinero, un uniforme militar, un hábito religioso, o sencillamente nuestra propia imagen reflejada en un espejo ensangrentado.


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