11 de febrero de 2020
¿Cómo responde a la crítica la corrupta élite opositora, la camada de camaleones, zombies políticos, grandes propietarios, y oportunistas de trayectoria que hay usurpado el movimiento cívico y marginado a los luchadores, estudiantes, campesinos, a la gente que da la cara y pone el pecho por el país? Responde con una estrategia de desmoralización.
Mientras negocian en secreto, intentan convencernos de que ya nada se puede hacer para derrocar a Ortega, que ya el turno de los luchadores pasó y ahora es el turno de los negociadores; es decir, ¡de ellos!, de quienes han construido dictaduras (en plural) y han saboteado la rebelión.
¿Qué pueden hacer los demócratas? El primer paso–y estamos atascados en él, precisamente por el exitoso sabotaje del gran capital y sus políticos–es resolver el dilema que en su tiempo señalaba Pedro Joaquín Chamorro Cardenal ante los pactistas. Se trataba, desde su punto de vista, de «salir de la dictadura, no transar con ella».
Después: luchar de todas las formas posibles, dentro y fuera.
Esta es la discusión feroz de hoy en día, entre quienes rechazan transar con la dictadura, y quienes buscan cómo llegar a un acomodo con el sistema dictatorial a través de elecciones con Ortega, quizás porque sus intereses han sido nutridos a la sombra de la corrupción y comparten con el tirano su miedo a la justicia, al Estado de Derecho, a la democracia misma.
Esta es la discusión que deben ganar quienes quieren libertad y rechazan el dominio perenne de 7 familias y un sicariato.
Después: luchar de todas las formas posibles, dentro y fuera.
Después: emplear todas las tácticas disponibles, de las tantas que los luchadores han intentado desarrollar, y que el gran capital, por medio de sus políticos–quienes se atrincheran en la Alianza y extienden su influencia más allá de sus fronteras–ha bloqueado, saboteado, disminuido: desobediencia civil, paros escalonados, promoción de sanciones internacionales severas y de la clasificación del FSLN como organización terrorista, de la cancelación del CAFTA, y un muy largo etcétera. En última instancia, las formas de lucha las escoge el pueblo, las adopta y adapta, según las circunstancias. Los objetivos tácticos también pueden mudar, y mudan, como muda el mundo a diario. Lo que debe estar claro es el objetivo final; no cabe ambigüedad: o se quiere transar con la dictadura, o se quiere derrocarla. Regresa el dilema que observó Pedro Joaquín Chamorro Cardenal. Sigue siendo válida su postura.
Algo más hay que añadir, para quienes continuamente (por carencia de argumentos) lanzan la cortina de humo del «divisionismo»: el pueblo no tiene un problema de «unidad contra Ortega». Los problemas de la lucha no nacen de una «desunión» de la ciudadanía en ese propósito, sino del sabotaje de las élites contra el esfuerzo de la ciudadanía.
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