La periodista y escritora María Teresa Bravo Bañón comenta, un poco perpleja, sobre el revuelo que ha causado en Nicaragua el artículo de su compatriota, el exparlamentario Ramón Jáuregui, que el diario La Prensa ha invocado como «hoja de ruta» y que por venir–dice el editorial del periódico en mención– de «observadores extranjeros», contiene más «lucidez y realismo» del que cualquier nicaragüense (cuya opinión sea contraria, claro) pueda amasar.
Nada me sorprende, más bien me parece razonable, la perplejidad de la Sra. Bravo Bañón, porque desconectadas de la Historia no tienen sentido, al menos no el sentido ‘democrático’ que aducen, las palabras de La Prensa; son palabras verdaderamente abyectas, llagas que hay que supurar, huellas que dejan en la carne las cadenas herrumbrosas del atraso.
Por eso decidí escribirle a nuestra amiga esta breve nota, que presento a ustedes también, porque urge que meditemos sobre este asunto:
«Querida Mayté,
todo esto tiene que ver con la historia de la oligarquía nicaragüense, historia de fracaso nacional, dependencia del exterior, y de acumulación grotesca de poder económico, con disputas periódicas entre facciones que han impuesto la guerra al país cada cierto tiempo, y han permitido a grupos nuevos meterse por las fisuras del sistema, enriquecerse desde el poder político, para después integrarse a la oligarquía a través de enlaces comerciales, matrimonios, alianzas, y otras prácticas de las noblezas medievales.
Por algo son aproximadamente unos 6 o 7 grupos familiares los que tienen una riqueza acumulada equivalente a cerca de dos tercios del producto interno bruto, una proporción insólita. Este dominio sin competencia les ha hecho también mediocres, y ha embrutecido políticamente a la sociedad; y por eso hoy, que muchos jóvenes están más conectados al mundo exterior, y ven que hay otras alternativas para la inevitable convivencia social, los aplastan por un lado, los silencian por otro, y empujan la ola del sueño democrático hacia atrás, desatando sus jaurías represivas y mediáticas contra los «disidentes».
¡Imaginate vos, qué tragico!: que pasadas ya dos décadas del siglo XXI tenga que llamarse «disidentes» a quienes proponen ideas ya universales–incorporadas, de hecho, a la legalidad internacional moderna– de la Revolución Francesa de hace 240 años (1789), y de la Constitución de Estados Unidos (1787), y que ya para entonces habían circulado durante al menos un siglo, desde los liberales ingleses hasta los enciclopedistas franceses.
A nosotros nos quedó como una lápida la Contrarreforma, el despotismo peninsular, y la herencia de burócratas coloniales tardíos (familias llegadas a Nicaragua en los aproximadamente 50 años que precedieron a la independencia de Centroamérica) que aprovecharon el rompimiento formal con España, no para fluir sobre corrientes liberales–que fueron suprimidas y no han logrado levantar cabeza–sino para avanzar en un mayor despojo material contra la gran masa mestiza y pobre y establecer un permanentedespojo político.
A esto, y no solamente al dictador de turno, nos enfrentamos. El único consuelo es que al menos podemos decir– confieso que con algo de vergüenza–que ya empezamos a encarar el problema. He dicho muchas veces que apenas luchamos por iniciar nuestra propia Revolución Francesa.
Para “conciliar visiones e intereses” (frase que cito de un amigo), no hace falta parar de pensar (la única forma en que el ser humano puede dejar de cuestionar su mundo, siempre imperfecto). Que el llamado a suavizar o detener la crítica se escuche con frecuencia en círculos opositores de Nicaragua se debe en parte a que la cultura política de las élites criollas, y de las pequeñas clases “medias» (que como en todas partes del mundo, las imitan), es alérgica al pensamiento analítico. Las élites nicaragüenses son visceralmente anti-modernas. Padecen una miseria intelectual que es dolorosamente evidente. Desdeñan la cultura con toda la prepotencia que les da una letal combinación de poder e ignorancia.
Los principitos intocables
Es imperioso cambiar el rumbo que ellas han marcado para nuestra cultura política. En este siglo XXI, que amanece fértil para la auto-convocación, para la auto-gestión, podemos hacerlo. Precisamos hacerlo. La democracia requiere buscar perennemente la verdad; solo puede subsistir en aguas que corran limpias: los charcos estancados y oscuros son paraísos de sapos de todos los colores.
Por tanto, si para hacer alianzas y dirigir consensos los políticos exigen que se les trate como principitos intocables—eso quisieran aparentemente muchos de los “nuevos opositores”—hay que obligarlos a buscar otra ocupación.
Que los principitos no conquisten el poder o, cuando termine el actual, estaremos en camino hacia un nuevo ciclo autoritario.
¿Cambiar las personas, o cambiar el poder?
Por eso no se trata solo de quitar a un tirano. No es solo cambiar las personas que ocupan el poder. Esto ocurrirá, naturalmente, si se atiende lo esencial: cambiar el poder mismo. Descentralizarlo, dispersarlo, atomizarlo. Y no solo el poder de las instituciones políticas, sino el poder económico. Es la forma y distribución del poder lo que hay que cambiar radicalmente.
¿Puede ser «excesiva» la crítica?
Me dice una amiga, lamentándose, que el proyecto democrático de don Enrique Bolaños fue víctima del exceso de la prensa, que exigía demasiado a un gobierno bien intencionado pero débil. «Criticaron sin piedad al buen presidente», me dice. Yo pienso que el problema no fue que criticaran a don Enrique, sino que no criticaran con igual determinación a sus adversarios. Había que hacerlo, no solo por el peligro inherente del poder, que es universal, sino porque en Nicaragua existía una deformación particular: había dos gobiernos, pero solo se criticaba a uno, al oficial, al de don Enrique.
«El enemigo es Ortega, unámonos todos, no seamos divisionistas»
De todos modos, la experiencia que cita mi amiga contiene una gran lección para el presente, ya que hay un coro interesado en que la crítica política se dirija exclusivamente al círculo más estrecho del orteguismo.
No solo pretenden que se exima de cuestionamientos a los opositores actuales–gravísimo error, porque ser opositor a una dictadura no hace a nadie demócrata–también quieren que se trate con guantes de seda a gente que ha participado o participa en las estructuras de poder del Estado, como la cúpula militar. «El pueblo es injusto con el Ejército», dice Humberto Belli. «El Ejército tiene gran respeto entre los productores del Norte», dice Francisco Aguirre Solís, mientras La Prensa publica un suplemento especial en homenaje a las fuerzas armadas, con sendos discursos de una página cada uno firmados por el tirano y por el jefe del Ejército.
A ellos, y a todos, pregunto: ¿No estaría mejor Nicaragua si después de 1990 se hubiera hecho crítica constante, implacable e insistente a la oposición de entonces? ¿No estaría el país en otra situación si el objetivo primordial, fundamental, dominante, supremo, hubiera sido desmantelar la capacidad de intimidación del FSLN?
El vuelo de las langostas iletradas
Parte del problema, permítanme proponer, es esta: la ausencia de una visión de país, y falta de vocación democrática, entre los grupos de la élite que capturaron la Presidencia y el Congreso a partir de 1990.
Poco interés en construir la democracia demostraron. Incluso podría decirse que en cuanto a democracia demostraron ser analfabetas. Yo diría que fue (y es) tanta su ignorancia en estas artes, que no son siquiera conscientes de su ineptitud (¿una manifestación más del conocido efecto Dunning-Kruger?).
Al faltarles conciencia, su conducta es dictada por el hábito, por la maña aprendida y heredada. Por eso los noventa del siglo pasado, vistos desde el aire, muestran una nube de langostas llegando del extranjero a Nicaragua, en busca de lo suyo, a costa de lo que fuese, siguiendo los métodos de siempre, en la persecución del interés más estrecho. No regresaban como patriotas llenos de sueños, reformados por la experiencia de vivir la democracia en otros lares: regresaban los mismos, a lo mismo, y por eso estamos igual que estuvimos siempre, hundidos en el lodo del autoritarismo y la corrupción. ¿Queremos más de eso? No «dividamos», «el enemigo es Ortega», «no le hagamos el juego a la dictadura», «vamos al diálogo», «vamos a elecciones», «construyamos acuerdos«, «negociemos con la embajada«. Si es lo mismo de siempre, ¿puede esperarse un resultado distinto?
Si quiere leer mi lista de metas irrenunciables, vaya directamente al ítem 8 de este escrito. Si quiere entender mis razones, y reflexionar conmigo acerca de la actual situación, la puerta se abre aquí:
1. Entre lunas
El panorama de la política nicaragüense en plena pandemia es contradictorio: parece en la superficie un desierto de decencia, y hasta de inteligencia, pero hay un potencial caudaloso bajo el suelo. Lo vimos surgir en abril de 2018, explotar como un volcán de agua.
Lo veremos de nuevo en el futuro. Las mareas suben y bajan, y el reflujo deja basuras sobre la playa. La marea alta de la rebelión mostró en su espuma el germen de una sociedad diferente; nos hizo ver que en la nación subsiste, a pesar de todos los errores y todos los accidentes de nuestra historia, la reserva de un espíritu autogestionario, embrión del autogobierno democrático.
La marea alta no fue la marea de partidos, organizaciones a medio hornear y políticos reciclados que hoy—en el reflujo—dicen representarla. Estos son los restos que la próxima oleada cívica deberá limpiar. Si un beneficio hay de este período cruel entre lunas, es haberlos dejado tirados al descubierto, sobre la arena, ahí, donde todos podemos identificarlos por lo que son.
2. Al lado del árbol
Los políticos del reflujo actúan también como quien quiere comerse un mango sin cortarlo, y prefiere esperar a que caiga la fruta. Para quedar tan cerca del árbol como sea posible, y atrapar la fruta del poder al vuelo, es que luchan cuando dicen que luchan. Luchan, cuando dicen que lo hacen contra la dictadura, por quedar cercanos o en posesión de acceso a una casilla electoral. Así transcurren sus días, esperando a que la fruta podrida del orteguismo caiga, por su propio peso y quizás por un golpe de vara de los gobiernos extranjeros que obligarían (ese es su “plan”) a Ortega a ceder espacios. Llevan ya muchos meses jugando a la silla musical, y están dispuestos a seguir haciéndolo hasta que el régimen les “conceda” elecciones supuestamente “libres”.
Por muy fantasiosa que parezca esta descripción, no tiene origen especulativo. Numerosas fuentes con acceso a las interioridades de la Coalición Nacional confirman que su vida cotidiana es dominada por las luchas feroces y maniobras entre diferentes facciones. Solo en la Alianza Cívica parece haber al menos tres grupos enfrentados, más por las agendas y aspiraciones individuales de políticos que se sienten presidenciables que por cuestiones programáticas o estratégicas. Sobre estas últimas están más o menos de acuerdo: aceptan que se mantenga a rasgos generales el sistema político diseñado por el pacto FSLN-COSEP, que la crisis se resuelva a través de elecciones en las cuales participaría el sandinismo, y quizás el mismo Ortega, y que la demanda de justicia por los crímenes de la dictadura quede “para después”. Hay segmentos de la UNAB en las que esta propuesta causa algunas agruras, pero al final, nadie se atreve a despegarse mucho del muelle donde creen estar seguramente anclados, y desde donde pueden acceder a apoyos financieros domésticos y externos. La UNAB, poblada en gran medida (aunque, para ser justo, no exclusivamente) por una colección caleidoscópica de oenegés que ahora se dicen movimientos sociales, padece también de lo que en su propio seno algunos activistas llaman la “infiltración” de la Alianza Cívica.
Que haya fricciones y conflictos, por supuesto, no es sorprendente, pero ofende que ocurran a expensas de esfuerzos que la población reclama como más urgentes, tales como la organización de la lucha contra el régimen orteguista en una coyuntura que parece clave, con la epidemia amenazante y un clima internacional claramente más adverso para Ortega.
3. El doble discurso
El pueblo, que observa la pasividad, el faranduleo, y la lucha por intereses individuales o de grupo de la mayoría de los políticos del reflujo, observa, examina, aprende. La inmensa mayoría no cae ya en engaño. Muchos han pasado del entusiasmo por la nueva oposición al desencanto, al rechazo, y hasta a la náusea. En general existe una desesperación reprimida, una arrechura que los ciudadanos rumian en forzado silencio, impotentes—por hoy—ante la brutalidad del régimen y la venalidad de los supuestos líderes democráticos. Estos últimos, incapaces de desmarcarse de la ruta electorera, de abandonar el espejismo antidemocrático del aterrizaje suave, buscan en el doble discurso una vacuna contra el repudio popular. Cantan con el cachete izquierdo y silban con el derecho, se muestran un momento indignados y radicales, exigiendo la renuncia de Ortega, prometiendo “intensificar las presiones”, y en cuestión de segundos deslizan una vez más la “opción electoral”.
Para muestra, el reciente artículo de Juan Sebastián Chamorro en su blog personal, titulado “Estamos ganando el futuro, no perdamos la esperanza”. Tras la letanía usual en este tipo de escritos, el dirigente de la Alianza Cívica proclama con solemnidad que “la conciencia crítica de nuestra sociedad despertó hace dos años. Y pesar de toda la represión, le sigue exigiendo a la dictadura que renuncie.”
Lo que no dice el Sr. Chamorro es que durante la mayor parte de estos dos años ni él ni su organización han buscado forzar la renuncia de Ortega, y en las raras ocasiones, muy escasas, en que la han invocado, ha sido como un deseo, como un sueño, como un acto que tendría que ser iniciado—no se sabe a cuenta de qué inexistente ética—por el tirano. Pero cualquier individuo y político pragmático, realista, sabe que lo práctico no es apelar a la “buena voluntad” de un dictador, sino organizarse para derrocarlo.
4. ¿Ha cambiado de postura el Sr. Chamorro?
Hasta el momento, ni él ni su organización, ni sus patrocinadores en la minúscula oligarquía de milmillonarios del país, han abandonado la búsqueda de un aterrizaje suave en el que los socios de la dictadura FSLN-COSEP se bajen del avión sin sudor y sin arrugas después de la turbulencia. “Líderes de diversas organizaciones” continúa el escrito de Chamorro, “… siguen exigiendo al régimen que respete los derechos humanos y que propicie las condiciones para que puedan realizarse elecciones libres y democráticas.” Una vez más, en un respiro, de regreso al plan de elecciones con y bajo el tirano. Todo esto, además, coincide con la información filtrada desde círculos cercanos a los liderazgos dentro de la Coalición, y otras fuentes, acerca de las persistentes pláticas entre representantes del gran capital, políticos de la Alianza, y la dictadura, en busca de medidas económicas que les sirvan para proteger sus intereses de la recesión Coronavirus.
5. No es solo Chamorro
Para no cansar el cuento, que además mis conciudadanos conocen de sobra, he citado apenas el escrito engañoso de Juan Sebastián Chamorro. Pero podría uno referirse a cientos de declaraciones dadas por otras figuras que dicen representar a la oposición, y que han, por decirlo así, pronunciado discursos paralelos, a veces dentro de un mismo texto, a veces por separado: “Ortega está a la cabeza de un gobierno ilegítimo de origen, y por genocidio; es incapaz de respetar los derechos democráticos”, (“¡ni perdón, ni olvido!”, gritan) y, renglón seguido,“Vamos a elecciones con Ortega”. Esto incluye a la otra mitad del dúo mediático que lanzó la (todavía inconclusa, esa es otra historia) Coalición Nacional, el Sr. Félix Maradiaga, parte—para ser justo—de una lista muy larga, que va desde Lesther Alemán, el estudiante que en el primer día del primer “diálogo” exigió la renuncia de Ortega, hasta grupos presuntamente “radicales” en la UNAB, pasando por los antiguos sandinistas del MRS, y por casi todo lo que ha dejado sobre la playa el reflujo de Abril.
6. Los riesgos del aterrizaje suave
Este es más o menos el panorama: hay más divorcio entre los políticos de la Coalición y el pueblo de Nicaragua del que hay entre las élites (milmillonarios y políticos) y el sistema dictatorial. Mientras el pueblo quiere democracia, y entiende que sin justicia es imposible alcanzarla, y que para que haya justicia hay que derrocar a la dictadura, las élites (milmillonarios y políticos) buscan tercamente un aterrizaje suave. De darse este, quedarían en pie todos los instrumentos de poder del FSLN, y el país podría quedar permanentemente en manos del sicariato. Eso no importa a los milmillonarios, quienes persiguen únicamente ganancias comerciales, y es un riesgo que los políticos parecen muy dispuestos a correr, quizás porque se sienten protegidos.
El ciudadano de la calle, de a pie o en carro, sabe esto muy bien, y en su sensatez, bajo una dictadura capaz de cualquier crimen, observa. El ciudadano de la calle ha sido excluido de un juego al que solo tienen acceso las dos partes del binomio FSLN-COSEP más un puñado de políticos de viejo y nuevo cuño que maniobran para posicionarse cerca del nuevo arreglo de poder de las élites. El ciudadano de la calle tiene por el momento pocas opciones: no tiene la protección de nadie, lo asesinan en el campo, en Ometepe, en los barrios; no puede movilizarse tranquilamente por la ciudad, reunirse en hoteles de lujo, pagar agencias de publicidad y contratar manejadores de opinión pública y estrategas para su ‘campaña presidencial’. El ciudadano de la calle no conspira junto a los partidos zancudos, como el PLC y el CxL, para adueñarse del rol oficial de “oposición”. El ciudadano de la calle no tiene asiento cerca de personajes como Carlos Pellas, Humberto Ortega, Arturo Cruz, Mario Arana, Noel Vidaurre y Alfredo César, y no puede conspirar con ellos junto al embajador de Estados Unidos y el Nuncio, ni conseguir que la maquinaria mediática de las élites dé cabida a su voz.
7. ¿Qué puede hacer el ciudadano común?
Por todo lo anterior, quisiera someter a consideración de mis conciudadanos la siguiente reflexión: cualquiera que sea el resultado de los nuevos pactos de las élites, cualquiera que sea la forma que tome el aterrizaje suave—si es que lo consiguen—el ciudadano de la calle deberá (necesitará) seguir empujando, luchando contra el sistema dictatorial, exigiendo cambios reales, no cosméticos, demandando que se respeten sus derechos; el ciudadano de la calle es el soberano, y como soberano es el actor indispensable en la fundación de una democracia.
8. ¿Cuáles son las metas irrenunciables?
Hace falta desmantelar el sistema dictatorial, hace falta una Convención Constituyente Democrática; hace falta que esta redacte y proponga una nueva Constitución que disperse, que atomice, que descentralice el poder; hace falta que la nueva Constitución sea aprobada en referendo popular; hace falta construir desde la base el sistema judicial, desmantelar la Policía, desmilitarizar el Ejército (convertirlo en varias fuerzas de protección civil y defensa, sin tanques ni armamento de guerra); hace falta democratizar la economía, para que no sea más la finca de media docena de oligarcas ni la fuente del caudillismo político; hace falta justicia para los genocidas y sus cómplices ante un tribunal legítimo; hace falta que las víctimas y sus familias sean resarcidas (siempre será incompleta la compensación) usando para esto las riquezas que los culpables del crimen acumularon a través de la corrupción; y hace falta también que se haga justicia en el caso de los políticos: que queden los pactistas, los electoreros, los cómplices del aterrizaje suave, fuera de todo poder, que surja—ya ha surgido en parte, pero se encuentra reprimida, marginada, o exiliada—una nueva cosecha de líderes auténticamente democráticos. La gran mayoría de los que ya conocemos no lo es; no son confiables, ya lo han demostrado; son más bien autoritarios, sordos a la voluntad popular, demagogos, oportunistas, mentirosos, taimados, adictos al doble discurso, gente de desmedida ambición personal que actúa sin escrúpulos a espaldas del pueblo. Todo esto en la llanura. ¡Imagínenselos en el poder! Para rematar, algunos de ellos hacen recordar la anécdota que vive en la tradición oral nicaragüense, según la cual Luis Somoza Debayle habría dicho de su hermano Anastasio que “lo difícil no es que suba, lo difícil es que baje”. ¿Queremos, o no, evitar que se repita esa historia?
La foto es elocuente: un paramilitar encapuchado dispara contra la población civil. La guerra contra la paz. La muerte contra la vida. La opresión contra la libertad.
El escritor Roberto Carlos Pérez ha puesto la foto en perspectiva actual: «Estamos en otro abril tan cruel como el de 2018. Y sigue la impunidad en Nicaragua. Las muertes no cesan. Al paramilitarismo creado en 2018 a Daniel Ortega y Rosario Murillo se le deben imputar otros crímenes de lesa humanidad: exponer a los nicaragüenses a la pandemia mundial.«
¿Alguien duda de la justedad de su demanda? Los principios elementales de justicia, y el instinto de supervivencia mismo de la sociedad obligan a buscar el castigo para quienes ordenaron la masacre de 2018 y continúan aplastando los derechos humanos de los nicaragüenses.
NADA PUEDE EXTINGUIR ESTE RECLAMO.
Hay que decirlo, y repetirlo, y repetirlo, para que escuche cualquiera que, arrogándose derechos que nadie le ha dado, quiera pagar con inmunidad (impunidad) una «salida» negociada con la dictadura, si es que la dictadura–terca, enfermiza–acepta una.
Y cuando digo dictadura, digo la mafia constituida por Daniel Ortega, Rosario Murillo, las cúpulas del Ejército y Policía, Pellas, Ortiz Gurdián, Zamora, Baltodano, Montealegre, et. al., más la cúpula y tropas de sicarios del FSLN.
TODOS ELLOS SON LA DICTADURA.
Y son cómplices de la dictadura todos los que les sirven como operadores políticos, actores secundarios que ejecutan las órdenes de las oligarquías, aunque quieran presentarse al mundo como líderes de conciencia autónoma.
A TODOS ELLOS hay que arrancar del poder político, y del monopolio del poder económico, para que no reemplacen un nombre por otro con el fin de mantener el sistema de poder que produce tiranías como la tierra fértil entrega sus frutos.
Hablemos (como dijo Suetonio refiriéndose a Calígula) del monstruo: Rosario Murillo no tiene cabida en la realidad; vive su delirio a costa de millones de personas que serán, tarde o temprano, y sin exclusión, sus víctimas. Como en el caso del emperador insano, el desquicio de la Murillo no tiene remedio, ni límite, ni freno. Llegado el momento, el monstruo es incapaz de distinguir entre quienes lo adversan y quienes lo alimentan.
Puede ser que ese trance sea ya inevitable, a juzgar por la respuesta que la Presidenta de facto ha dado a la mortal amenaza del Coronavirus. ¿Presidenta de facto, o Dictadora en funciones?: el monstruo parece haber despojado al tirano oficial, su marido, del poder real. ¿Qué está haciendo con el poder? Dar rienda suelta a la orgía surrealista que habita en su mente, pero esta vez no es el escudo nacional, ni el paisaje urbano, el que deforman sus alucinaciones psicodélicas.
Esta vez la fuerza mortal de que es capaz no es dirigida a un grupo específico, sino a toda la sociedad. Ha convertido la pandemia del Coronavirus en un circo. En un circo tan real y cruel como el que organizó, con payasos y demás, el domingo 23 de marzo en la costa del lago de Managua. La campaña “contra el Coronavirus”, ha incluido desfiles escolares, asambleas, marchas, y un carnaval grotescamente titulado “El amor en los tiempos del Covid-19”.
Único en el mundo en esta postura, el Estado de Nicaragua bajo el mando de la Murillo no ha llamado a sus ciudadanos a combatir la propagación de la epidemia aumentando la distancia corporal. Su política ha sido exactamente, increíblemente, la opuesta, y no es nada audaz la hipótesis de que la dictadora en funciones haya procurado inducir el contagio, no prevenirlo.
¿Qué hacer? Algunas ideas para el ciudadano común
Este es un momento en la historia de Nicaragua en que la desobediencia civil se hace esencial para sobrevivir. Para la mayoría de los ciudadanos, seres que no han perdido el instinto de conservación, la respuesta es fácil: desconfiar de toda autoridad política, exigir, pero no esperar, de ningún supuesto liderazgo—todos están en lo suyo. Buscar cómo aprovisionarse lo mejor posible, dadas las restricciones de la pobreza, y exponerse lo menos posible al contacto físico; cubrirse la boca y la nariz a como sea, y mantener una distancia de al menos dos metros si tiene que salir a la calle. El lavado de manos, por supuesto, y otras medidas de higiene que se anuncian en otros países y circulan en Nicaragua a través de las redes.
¿Qué hacer? Algunas ideas que los políticos que dicen representar al pueblo deberían contemplar
Siempre que uno los critica, espetan el trillado “vos solo criticás, no proponés”. Bueno, pues aquí van varias propuestas, que presento a quienes dicen ser la Coalición Nacional, gente que acompaña en lista a Juan Sebastián Chamorro, Félix Maradiaga, José Pallais Arana, Mario Arana, Carlos Tünnerman Bernheim, Azahalea Solís, y otros. Se las presento, con nombres y apellidos, porque los políticos deben hacerse responsables con nombres y apellidos, y no escudarse en siglas ni en palabras vacías:
La vida de millones de personas está en peligro por la evidente incapacidad mental de quienes controlan los poderes del Estado. Desalojarlos del poder pasa de ser una meta de mediano plazo a un asunto urgente: la amenaza para todos, pobres, pero también ricos; opositores, pero también partidarios del gobierno, es inminente. Estos no son momentos para disertar sobre “vías constitucionales”. Si yo fuera un oficial del Ejército, por ejemplo, tendría que pensar en la plaga que amenaza la salud de mi familia. Del seno de la Coalición ha salido un volumen considerable de elogios al ejército. ¿De qué sirve esa cercanía si no vale para proteger a todos de una hecatombe medieval?
El poder económico de un puñado de milmillonarios se sienta a la mesa con ustedes, participa a través de sus representantes en el liderazgo de la Alianza, y de hecho tiene una deuda enorme con el pueblo nicaragüense, tras 12 años de dictadura FSLN-Cosep. Los políticos de la Coalición Nacional deberían pedir a sus aliados del gran capital que pongan sus enormes recursos a trabajar de inmediato para salvar miles de vidas:
Que den vacaciones con goce de sueldo a sus empleados por los próximos 30 días. Sería como un adelanto y un aumento de las vacaciones de Semana Santa, y sería menos de lo que, en otras ocasiones de la historia, decidieron parar por otros motivos. El gran capital puede absorber las pérdidas, que de todos modos serán peores si la pandemia arrasa y disloca. Como mencionaba el presidente salvadoreño, no van a quedar en la pobreza por hacerlo.
Que organicen un fondo de apoyo económico significativo para los pequeños productores afiliados a sus cámaras, para ayudar a que también estos puedan absorber el golpe y enviar a sus empleados a refugiarse por tiempo prudencial.
Que pongan sus recursos, dentro y fuera de Nicaragua, a trabajar para asegurarse que los hospitales no carezcan de mascarillas, guantes, y de ser posible, que busquen como aumentar de emergencia la cantidad de respiradores disponibles en el decrépito sistema de salud del país.
Nada de esto está fuera del alcance de las fortunas que, combinadas, poseen el equivalente de más de la mitad (estimado conservador) del Producto Interno Bruto de Nicaragua, un número que ilustra la inequidad económica grotesca del país.
Pueden hacer esto, y pueden hacer más: pueden unirse de una vez al resto de los ciudadanos para que el país tenga, no necesariamente un gobierno ideal, ni un gobierno en el que todos estemos representados (estaremos lejos de eso, en el mejor de los casos) pero al menos un gobierno que no esté en manos del monstruo.