Estados Unidos: bufonería criminal versus racionalidad [cómo rescatar la democracia]

Una amiga muy querida, una buena persona que a través de los años ha apoyado al partido Republicano, y que como a todos nos ocurre en algún momento, se inclina a resistir la evidencia y aceptar sin ambages sus implicaciones, ha querido establecer una paridad entre los comportamientos, en el debate presidencial del 28 de Septiembre, del candidato Biden y el del actual ocupante de la Casa Blanca.

A diferencia de los fanáticos llenos de odio que siguen al Innombrable como seguían a Hitler los propios, mi amiga no ve al caudillo como un ser infalible, enviado por Dios para proteger al país de criaturas infernales. No enteramente. Porque aunque su bondad natural le impide que cierre todas las ventanas a la luz de la razón, el miedo que viene de las supersticiones políticas ha impregnado su mundo.

Hago estos comentarios consciente de que lanzo una advertencia, a vos, lector, y a mí mismo, basada en la ciencia moderna, que ha identificado y estudia esta resistencia humana al cambio. Hemos diseñado los métodos de la ciencia, y los más sabios entre los nuestros saben desde la antigüedad que el conocimiento se adquiere a través de lógica y datos (el lado analítico de nuestro ser) pero otras fuerzas probablemente de origen evolutivo con frecuencia se interponen. Es, como la del bien y del mal, una lucha en nuestro fuero interno.

Habida cuenta de todo esto, decidí ofrecer a mi amiga una explicación de por qué considero la equivalencia entre ambos candidatos falsa, además de injusta, y a fin de cuentas, destructiva. La transcribo a continuación, con algunos cambios menores de edición:

«Cualquier grosería del candidato Biden palidece, evidentemente–y vos lo sabés muy bien–ante la patanería insólita del bufón de la Casa Blanca. Yo estoy seguro que esto no es discutible.

En mi opinión, Biden es un candidato mediocre, pero mediocre soy yo y somos la mayoría, y todos, en algún momento, podemos equivocarnos en lo que sea, y hasta ser groseros. Pero de eso, a convertir el crimen en una forma de vida, la vulgaridad en un orgullo, el irrespeto hacia las mujeres en medalla de macho, el desprecio hacia gente como vos y como yo, e incluso hacia gente que su nación honra, como el senador McCain y los soldados que pelean en nombre del país, hay una enorme diferencia. Yo seguramente he ofendido a alguien alguna vez, o más de una vez, y he cometido errores de juicio también, pero no me enorgullezco de eso, no quiero aplastar como un matón, un bully; no quiero arriesgar la vida de la gente por mi vanidad; no soy responsable directo, por mi desprecio a la vida de los demás, de que en lugar de haber 30 mil muertos por la pandemia, haya 209,000 a la fecha [2 de Octubre]. 30,000 habría si este sujeto–el Presidente de Estados Unidos de América– tuviera un mínimo de decencia y racionalidad. Pero no la tiene. El actual ocupante de la Casa Blanca es –ya sin duda– un delincuente que no exhibe sentimientos, pobre en empatía. Este país –ya sin duda– ha tropezado en un bache del camino. Ojalá que logre salir del bache, aunque sea con un conductor mediocre como Biden. Un conductor mediocre, pero mediocre, digamos, en su acepción de normal, de «calidad media«. Por otro lado, una terrible ironía [¿fariseísmo a la vista?], es que un tipo como Biden debería satisfacer a las personas que se identifican como religiosas, especialmente cristianas, porque ha sido, por lo que se sabe, un buen y leal esposo, un buen padre, un hombre de familia que ha pasado por viudez y sacrificios sin perder el norte. En contraste, el sujeto que ocupa la Casa Blanca ya va por la tercera esposa; a todas las ha traicionado; ha tenido que pagar cientos de miles de dólares a prostitutas; lleva pleitos enormes de dinero con su familia; le han cerrado una supuesta institución de beneficencia que estableció y terminó usando para robar, a tal punto que el Estado de Nueva York lo obligó a regresar millones de dólares a sus estafados; le han obligado a cerrar y a pagar indemnización a gente que ingenuamente pagó matrícula en su falsa universidad; y se las ingenia [el sistema, aparentemente, está corrupto] para no pagar impuestos sobre su renta personal, lo cual según la iglesia católica es pecado; no tiene escrúpulos en decir que a las mujeres hay que agarrarlas a la fuerza de la vagina porque «si sos famoso, les gusta«; pagó millones por espacio publicitario para pedir en el New York Times (del que habla tan mal) que condenaran a muerte a 5 muchachos negros cuya inocencia fue luego demostrada; durante años vociferó que Barack Obama no tenía derecho a ser Presidente porque no era ciudadano, ni siquiera–decía–podía comprobarse que hubiera nacido en Estados Unidos, y exigía pruebas adicionales a la Partida de Nacimiento [claramente, su propósito era enfatizar la «otredad», la «extranjería», del primer Presidente afroamericano de Estados Unidos]; ha dicho que entre los nazis estadounidenses que mataron a una manifestante en Charlottesville, Virginia, «hay buenas personas»; y no puede, no logra, rechaza, pronunciar en público la frase «condeno a los supremacistas blancos«, más bien, ante la oportunidad de hacerlo, acorralado por el moderador de Fox News, manda a los supremacistas el mensaje de «Stand By» («Estén preparados«).

En resumen, el actual Presidente es un individuo verdaderamente monstruoso a quien hay que sacar a toda costa del poder, porque pudre lo que toca, y amenaza, como nunca antes nadie amenazó, la democracia; y amenaza el orden democrático desde la total indecencia; corrompe, como corrompen los Chávez, los Ortega, como corrompen todos los dictadorzuelos que conocemos.

Así que, querida amiga, no hay que cambiar el tema. El tema no es si Biden le dijo «payaso» al Innombrable, que bien lo merecía; el tema es que haya que decirle esas cosas y termine todo en una trifulca salvaje porque el Presidente no acepta comportarse de acuerdo a las reglas comunes de la convivencia. El tema es también que Biden obviamente no es un criminal, ni es un patán, sino un señor que en lo privado es, a los 77 años, bastante normal, dentro de los márgenes aceptados de la decencia; y en lo político se ha destacado, pero no es una estrella.

Con estas credenciales y estas limitaciones humanas normales Biden puede y quiere buscar con el resto de nosotros el regreso a la normalidad democrática, a la convivencia imperfecta, problemática, en desesperada necesidad de mejoras, que había antes de que el Innombrable bajara las escaleras eléctricas en su edificio de Manhattan y declarara que los mexicanos son «violadores, y algunos, tal vez, sean buenos«.

Por eso, elegir al mediocre y normal Biden es la única alternativa factible para regresar el gobierno de los Estados Unidos hacia la relativa decencia, hacia el respeto en los modales que antes era parte del discurso público, tanto en gobiernos Demócratas como Republicanos.

Y es también–o especialmente– la única alternativa viable para buscar el regreso de la racionalidad en la administración de la cosa pública y de las relaciones entre los ciudadanos, y entre el gobierno y los ciudadanos, antes de que el país termine de hundirse en la violencia o en una versión norteamericana del chavismo. Y antes de que mueran cientos de miles de personas más por el manejo criminal de la pandemia.

El país saldría de esta manera bien librado si se diese una transición a la «mediocridad» de Biden, porque de lo contrario el fin de historia podría ser mucho peor, ya que los supremacistas blancos, a los que el bufón de la Casa Blanca enamora, están ENVALENTONADOS, armados y listos («en Stand By», recuerden, les dijo su líder) para desatar la violencia.

Qué te puedo decir: lo justo es justo y lo obvio es obvio mi querida amiga.»

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