Lo confesaba a una querida amiga («confesión» parece la palabra justa en este caso) que siento como que he descubierto algo que extrañamente ya creía conocer: la maldad. Eso después de haber pasado mucho tiempo confundido, pensando “es que no saben”, cuando en realidad son, sencillamente, defensores del mal.
De lo contrario, no tendría uno que estarles narrando lo que sus ojos ven, como cualquiera que quiera ver ve: la crueldad de un lado y el sufrimiento incalculable del otro.
Quieren justificar tortura y asesinato. Así de simple. Si no fuera porque la indignación no deja y porque las lucecitas de la esperanza absurdamente no se apagan, valdría para hundirse en una depresión paralizante.
No se hagan ilusiones los defensores del mal: algo haremos con esas lucecitas que alumbran el camino de la indignación.
Confesión

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