Julio 10, 2018
Un sindicato de sicarios (FSLN) y un capo (Daniel Ortega): a eso se reduce el «gobierno» de Nicaragua. Van a perder, porque creen que tienen alas y se han lanzado del avión sin paracaídas. No pueden desafiar la ley de la gravedad. Van a caer.
Al resto de nosotros nos toca aprender las lecciones del caso, para que NUNCA se repita esta barbarie.
Una de ellas: NO DAR SEGUNDAS OPORTUNIDADES A NINGÚN POLÍTICO. Sin segunda oportunidad, Ortega no hubiera regresado al poder en el 2007.
Y ojo, que por ahí anda el PLC, con Arnoldo Alemán y su vociferante pareja, buscando un espacio en el banquete post-Ortega. Hay que negárselo.
Pero la lección más importante: DISPERSAR EL PODER. Hacerlo no va a ser fácil, porque hay poderes que no visten uniforme ni hablan en público pero que son de enorme peso en la política, como los tres o cuatro mega-capitalistas del país.
La democracia debe respetarles sus derechos, como a cualquiera, pero debe buscar reducir esos derechos al nivel de «cualquiera».
La democracia, en la visión de gente como Tomás Jefferson, tiene entre sus propósitos centrales–por necesidad de supervivencia–contener el poder de los grandes intereses económicos; para que todos puedan compartir en la producción y consumo de las riquezas del país, no para que el Estado expropie.
Dispersar el poder, no concentrarlo.
Estas ideas calzan apretadas en nuestra mentalidad; hemos vivido por muchas décadas aturdidos por la ilusión de que los gobiernos desarrollan las economías con grandes planes y estrategias.
Y claro, si es así, pues hay que tener un gobierno con vastos poderes y responsabilidades. Basta con eso y con que no nos roben, y listo, rumbo al desarrollo.
Visión ingenua.
Ya ven dónde estamos, y ya ven dónde está Costa Rica.
Díganme, después de 1948–cuando nuestros hermanos ticos abolieron el ejército– si no se puede decir «caso cerrado» a favor de su apuesta.
Más lento, han avanzado más lejos. Más débiles, son ahora más fuertes. Y más pobres–porque hasta el siglo XX fueron más pobres, y hasta más aislados–son ahora más ricos.
Pueden dedicarse a vivir, no a luchar contra un sindicato de sicarios.
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