Uno puede sentir simpatías o creer en diversas ideologías y filosofías políticas, de las que va conociendo y adoptando, o adaptando, por la historia personal de cada uno, de lo que le ha tocado ver y vivir, y lo que ha estudiado y reflexionado.
Pero si no hay suficientes neuronas en el esfuerzo, o si no les da un entrenamiento suficiente, y si el esfuerzo carece de integridad, uno corre el riesgo de quedarse gritando disparates prestados, y exigiendo–porque hoy en día existe esa confusión– de que su opinión se respete porque es tan «válida» como «todas».
En otras palabras, el derecho, no a pensar de la manera que cada uno infiera, sino a no pensar, e imponer opiniones que no son dignas de respeto a través del ruido y el poder de la masa. Eso es tiranía también, y de la más destructiva y retrógrada, porque parte precisamente del reclamo retrógrado de rechazar el aprendizaje humano, de rechazar incluso los métodos científicos y sus pilares: lógica y datos.
Por eso es que «respeto tu opinión» es una frase que quiere, de buena intención, expresar una postura humanista, de tolerancia civilizada, pero que, al caer en una amabilidad extrema, pierde el blanco: no todas as opiniones son respetables. «La tierra es plana» no es una opinión respetable; «los judíos son los culpables de los males de Europa» no es una opinión respetable; «los negros no son seres humanos» no es una opinión respetable; «el Comandante es víctima del golpismo de los minúsculos, envidiosos por el bien que su revolución hace al pueblo» no es una opinión respetable; «el Presidente [Innombrable] es la última barrera contra el comunismo en Estados Unidos» no es una opinión respetable; «Carlos Montaner es un comunista» no es una opinión respetable; «Kamala Harris es comunista, y Joe Biden es un pedófilo» no es una opinión respetable; y hablando de pedofilia y bajezas semejantes, «los Demócratas participan en una red de pedofilia y tráfico sexual, una organización secreta que come niños y se bebe su sangre, y tiene un centro clandestino tras una pizzería en Washington, D.C.» no es una opinión respetable.
Habrá que respetar los derechos humanos de quienes profieren estas sandeces. Su derecho a hablar, restringido solo por la condición de que sus palabras no llamen directa y claramente a causar un daño a otros, debe defenderse. Pero de ahí a respetar sus opiniones hay un trecho más largo que entre la decencia y El Carmen.
Te respeto, no respeto tu opinión

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