2 de abril, 2019
Recientemente se desató un debate alrededor de la demanda del nuevo presidente de México de que la corona española pida perdón por la conquista de América. Para unos, el indigenismo de López Obrador es justo: reclama por las víctimas inocentes de un poder cruel. Para otros, la invasión castellano-aragonesa fue el fin de la barbarie prehispánica y el comienzo de la civilización del continente, al integrarlo al humanismo occidental.
Yo diría que la visión de los indigenistas del «buen salvaje» es el negro, mientras que la “hispanista” es el blanco. Ambas ocultan una realidad mucho más compleja y matizada. Ambas esconden el tema fundamental, que es el del poder. Entre los indigenistas, el poder era bueno antes de la conquista. Para los hispanistas, el poder de la conquista fue redentor.
Creo falsas las dos versiones. Y no es afirmación arbitraria; la evidencia es más cuantiosa que el mar que cruzó Colón.
Son ficciones ideológicas ambas, ficciones conservadoras. No es accidente que de ellas se sirvan diferentes clanes de opresores.
Por eso este tema debería estudiarse y discutirse sin vendas en los ojos. Estudiarse, y no para declarar la guerra a nuestros primos de la península, que nada tienen que ver con los crímenes practicados por nuestros abuelos (no los de ellos, que se quedaron allá).
Aunque también nuestros primos necesitan quitarse la venda de los ojos, porque han sufrido y sufren males, conflictos, y hasta crisis de identidad similares a los nuestros como resultado del triunfo de Castilla y Aragón en América. La idea misma de «España», por ejemplo, tiene algo que ver con esta historia. Y lo que debería ser, bajo la ética actual, una vergüenza: atar el “orgullo nacional» a una fecha, el 12 de Octubre, que marca el inicio de una aventura de invasiones y depredaciones.
Es verdad que la historia humana es una historia de crímenes, pero eso no quiere decir que debamos erigir monumentos a los nuestros solo porque nos llevan nostálgicamente a una imaginada grandeza. Es un triste espectáculo ver a alguien que quiere recordarse a sí mismo grande, poderoso y rico sin haberlo sido, o tras haberlo sido por el despojo a otros y luego haberlo perdido todo por fracasos propios.
Ya dijeron, hace dos mil años, que la verdad nos hace libres. Lo que pasa es que las verdades que liberan a veces son las más dolorosas, y nadie quiere el dolor.
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