Y sin embargo, se mueve.

1 de abril, 2019

Con gran pompa, como si de una victoria heroica se tratara, la Alianza Cívica presentó la semana pasada dos acuerdos tan aberrantes como largos e inverosímiles son su títulos: “Acuerdo para la facilitación del proceso de liberación de personas privadas de libertad de conformidad al ordenamiento jurídico del país y las respectivas obligaciones internacionales de Nicaragua en este ámbito”, y “Acuerdo para fortalecer los derechos y garantías ciudadanas”.

Los acuerdos fueron firmados precisamente tras una semana en la que la Alianza hizo despliegue público de indignación, enojo y “firmeza”, y que los titulares de los medios hablaron de un diálogo “trancado” por la intransigencia del gobierno. 

Es decir, la presentación de los acuerdos es en sí evidencia de la mendacidad de los “dialogantes” de INCAE.  No puede llamarse de otra manera, si uno respeta la verdad y tiene el mínimo de respeto por la inteligencia del lector.

La coreografía del falso pleito: el canciller de la dictadura da una entrevista de televisión, y en su vocecita patética, haciendo un visible esfuerzo mental por mantener las comas, puntos y acentos en su lugar, da un “no”, tan rotundo como le ordenan sus amos, a la demanda de democratización; todo, por supuesto, en nombre del respeto a la ley. Poco después, los miembros del flamante equipo de “negociación” de la Alianza, guerreros cívicos inigualables, emergen en solemne procesión del cuarto donde discuten a escondidas el futuro de millones, y anuncian que si el gobierno no acepta elecciones adelantadas no habrá más diálogo.  “¡Admirable la firmeza de nuestros representantes!” exclaman los corifeos, bienintencionados sin duda algunos de ellos, pero guiados por un libreto que otras manos han escrito.

Y es un libreto ignominioso, publicado por entregas, cada una de ellas más bochornosa que la anterior.  Las próximas serán peores, a menos que lo impidan las circunstancias externas o la negativa del pueblo a aceptar que continúe la dictadura y se impongan los intereses de la traición.

Serán peores, porque está claro que lo que traman las élites es su añorada paz de los negocios, el “clima” donde puedan “retomar el crecimiento”, y poco más.  La democracia para ellos es, fue y ha sido siempre de poca importancia, tanto como lo es la justicia.  Que nadie se llame a engaño, basta con repasar la experiencia del país, no solo la más reciente, sino la de casi dos siglos de independencia formal.

Y sin embargo, se mueve

Permítanme aquí hacer un quiebre en la narrativa, que iba originalmente hacia una descripción desmenuzada de los acuerdos, para hacer una pregunta que creo clave: ¿por qué se exponen ambas partes a firmar documentos que ponen en riesgo el apoyo de sus respectivas bases? 

Esto es evidente en el caso de la Alianza, cuya reputación se devalúa precipitosamente tras meses de un «diálogo» que no produce ninguna señal de que Ortega vaya a ser apartado del poder.  A estas alturas, dependiendo del color del cristal, la Alianza es vista con esperanza por muy pocos, con escepticismo por la mayoría, y con animosidad por los demás.

Pero el gobierno también tiene qué perder.  La dictadura no puede sobrevivir si cumple enteramente sus promesas, pero tampoco puede incumplir en todo.  Es probable, por ejemplo, que se vea obligada a liberar a la gran mayoría de los presos políticos actuales, aunque continúe su campaña represiva para evitar una escalada de la resistencia.  En cualquier caso, liberar a los reos políticos es exponer las mentes de sus seguidores a la duda, a la incertidumbre, ya que los presos son los “golpistas” y los terroristas” de la narrativa de autodefensa y martirio que ha construido la propaganda oficial.

¿Entonces, por qué han firmado estos acuerdos que parecen, a los ojos del ciudadano común, irrealizables, incluso ridículos?

En el fondo, porque no tienen alternativa.  Ha habido un enorme terremoto y el sistema político ha perdido su estabilidad.

Está en crisis el sistema sobre el cual la dictadura y los principales representados de la Alianza, los grandes propietarios, asentaron su dominio y prosperidad por más de once años; el sistema que ha servido de sustrato a las relaciones de poder por casi casi tres décadas, y que a su vez tiene columnas de mucha más vieja data. 

Por más esfuerzo que hagan la Alianza-COSEP y el régimen orteguista, junto con todos los demás poderes conservadores, para estabilizar el edificio, hay que decir sobre él lo que Galileo Galilei dijo sobre la Tierra, cuando bajo tortura lo obligaron a renegar de su teoría de que el planeta orbitaba alrededor del sol: “Y sin embargo, se mueve”.

Se mueve, y esa es la realidad política y la oportunidad para los demócratas.  El edificio de la opresión está dañado estructuralmente; no pueden repararlo con una capa de repello ni una mano de pintura, como quieren los pactistas, ni sostenerlo por mucho tiempo con pies de amigo si los ciudadanos resisten. 

¿Cómo terminar de demolerlo, para empezar la construcción de uno nuevo?

Desobediencia civil, parálisis fiscal, paro económico, y una eventual ocupación de las calles. 

¿Suena utópico? Más utópico es pensar que sin estas medidas habrá libertad y democracia. 

¿Suena irreal?  Nada es más real que el descontento profundo que une a millones de nicaragüenses de los más diversos tintes.

¿Suena imposible? Más le vale a los poderosos no subestimar la creatividad y arrojo de los nicaragüenses, un pozo mucho más profundo de lo que se imaginan.  Se les puede venir encima una ola que no solo arrase con la dictadura, sino que se lleve de paso a todos los que buscan cierto “acomodo”, llámese “pacto” o “aterrizaje suave”. 

Advertencia que vale, no solo para la Alianza, sino para la UNAB, si esta última no responde como los ciudadanos esperan.  Porque nadie es indispensable, lo indispensable es llenar los espacios que se abren a la necesidad.  

Lo más probable es que no sea la Alianza [que seguramente continuará dócilmente sirviendo a sus poderosos amos].   Podría ser la UNAB.  Pero si no es la UNAB, habrá otros nombres, u otras siglas, que hagan lo que hay que hacer. 

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