Historia de un día profundo [¿sobrevivirá la democracia en Estados Unidos?]

La dinámica socio-política en este día de elecciones en Estados Unidos es excepcional, dominada por la presencia, a la cabeza del poder Ejecutivo, de un agitador que tiene la habilidad de apropiarse de espacio noticioso todos los días. Sabe–de eso ha vivido– crear escándalo, y no tiene el menor pudor. Poco le importa que el escándalo provenga de su contravención de todas las normas de convivencia civilizada que por muchas décadas, siglos, han sido aceptables, no solo en un país que se ve a sí mismo como una cumbre de la civilización [provincianos somos, a fin de cuentas, todos], sino en el resto del mundo.

De tal manera, el agitador causa agotamiento social, desgasta, estira a reventar las fibras del tejido nervioso del país. Lo hace porque es su naturaleza, lo consigue porque tiene el poder para obligar a las cámaras a enfocarlo. Es el instinto natural en sujetos como él, histriónicos. Como un Chávez, un Castro, un Mussolini, o un Hitler.

El resultado social es horrendo: un rastro de odios y enemistades; una psicología de asedio entre grandes masas de la población, convencida de que acecha el enemigo. Un enemigo que les ha herido mucho, que les ha impedido la felicidad. Un enemigo que les ha robado, no solo lo que ya era suyo, el dominio étnico-nacionalista sobre su entorno social, sino que los ha despojado de lo que podría haber sido suyo: la prosperidad cómoda prometida en el discurso de las clases dominantes, melodiosamente englobado en la noción del sueño americano.

Como es habitual en las pesadillas de masas, el rostro del enemigo es difuso, difuminado, borroso, hasta que llega un profeta y delinea con claridad excluyente su perfil. Ahí la masa descubre al kulak, al que hay que exterminar para que no perezca el estado obrero, la tierra prometida estalinista; al agente extranjero [de la CIA, del Káiser, de la KGB]; al comunista que hay que matar, porque «el único comunista bueno es un comunista muerto»; al judío que hay que perseguir porque el judío [sea anónimo, sea representado por un apellido, como Rotschild o Soros] es un usurero que conspira en las sombras; al mexicano que hay que expulsar porque es el responsable de crimen, desempleo y decadencia; al hereje, al musulmán, al protestante, al católico, al negro: al otro.


El caudillo, capaz de dar forma al miedo informe y dar salida al impulso largamente reprimido de alzarse contra un sistema injusto, aparece ahora ante la masa como una criatura de luz: ha sido capaz de remover las sombras, de iluminar el camino antes oscuro, de demoler, con la fuerza de su espíritu ungido, las barreras que el enemigo había colocado arteramente en el camino a la felicidad. Y si ha visto más allá, si ha perforado la tiniebla, si ha tenido el coraje de dar voz al ahogado sentimiento de opresión y exclusión; si en esto ha sido único, si se ha erguido por encima de la masa para anunciar con absoluta convicción la verdad antes oculta, ¿cómo no creerle cuando retumbara: «Yo, solo yo, puedo enmendar esto

La expropiación de la democracia por el «1%»

Este es el trasfondo y la raíz del drama que vive Estados Unidos. Es un problema profundo que requiere transformaciones estructurales en la economía y en la política. A nadie que estudie con seriedad estos asuntos debe sorprender que los conflictos sociales se agudicen: hay ya tres décadas o más de estancamiento en los ingresos de la mayoría asalariada, mientras el famoso (o infame) «1%» acumula riquezas inagotables.

Las implicaciones del abismo que se expande entre dueños y empleados son multidimensionales. Una de ellas, como siempre ocurre, es que los propietarios del negocio se convierten cada vez más en propietarios de la política. Otra, derivada de aquella, es que el «divide y vencerás» se vuelve una estrategia accesible y fácil, especialmente en una sociedad multiétnica dispersa en un enorme continente, donde habita gente heredera de todas las culturas y religiones del mundo. No es accidente que el partido Republicano, por ejemplo, haya utilizado con éxito el plan Nixon-Atwater, de arrancarle los estados del sur al partido Demócrata, luego de que este optara por apoyar el Acta de los Derechos Civiles, captando con su retórica y sus políticas al llamado «angry white male«, al «furibundo hombre blanco«.

El espejismo de las luchas religiosas y culturales

No es accidente que los grandes poderes fácticos de la economía disfracen su trabajo de subversión y perversión de las instituciones de cruzadas «morales» contra, por ejemplo, el aborto. Los poderes fácticos no han invertido miles de millones de dólares para llenar el sistema judicial de jueces y magistrados que «defiendan la vida». Su interés es más prosaico: buscan instalar jueces y magistrados que garanticen protección a sus privilegios. La muralla que les interesa–otro espejismo de las luchas culturales–no es la que el actual Presidente prometió construir en la frontera con México, sino una muralla que impida el triunfo del ciudadano ante el poder económico, que impida el avance de leyes laborales, medioambientales y fiscales que podrían reducir el botín del 1%.

Para construir esta muralla todo el establishment mediático-político al servicio de los poderes fácticos necesita–porque al final sus padrinos son una ínfima mayoría de la población– dividir a la población en grupos enfrentados entre sí permanentemente. Para esto, no hay mejor receta que los cismas religiosos, la xenofobia, las luchas culturales, la separación de los pobres entre cheles y morenos, entre nuevos y viejos, entre urbanos y rurales.

Desbrozando el camino del caudillo

Al abrir esas fisuras, y crear esas divisiones, los poderes fácticos crean las condiciones–fuera esa su intención o no–para el ascenso del caudillo. Una vez establecida la lógica del juego político de manera tal que el conflicto, para ser permanente, deba anclarse en posturas irreconciliables, nadie tiene más capacidad de liderar la «cruzada» que un histrión autoritario, el hombre fuerte que refleja y encarna la frustración de la espera en el bando de la desesperanza.

La gula del gran capital

De ahí en adelante los poderes fácticos tienen dos opciones antitéticas: o deponen su liderazgo del proceso político ante el caudillo a cambio de sus 30 (mil millones) de monedas, o retroceden ante la posible pérdida de un Estado de Derecho que al menos protege la paz social. No es una escogencia fácil, nos dice la historia. La ambición de largo plazo de los grandes magnates quiere pasar, en la ideología libremercadista, como eje de una racionalidad superior a la del ciudadano común, pero en demasiadas ocasiones más bien se convierte en gula, en un apetito por las ganancias de corto plazo que conduce al desastre. Cierto, esto, desde la avanzada Alemania, la cultísima joya de Europa, hasta la pobre Nicaragua. Cierto: la gula cortoplacista hace que los magnates traguen y dispensen el veneno del fascismo.

Por todo esto, la lucha que hoy tiene a Estados Unidos y a buena parte del mundo en vilo no es un enfrentamiento normal entre dos partidos democráticos, ni dos agendas de gobierno. Es una batalla contra el histrión, contra el profeta, contra el caudillo fascista. Es una batalla por la democracia, que todos los demócratas necesitan dar hoy, para evitar el fortalecimiento, en Estados Unidos y el mundo, de las fuerzas del terror que ya convirtieron al mundo en un océano de sangre demasiadas veces.

La impostergable necesidad de la victoria, y de reformas profundas

Ojalá que logremos detener a las hordas que vienen por lo que creen suyo a expensas de la libertad. Ojalá que pronto podamos derribar la muralla que el caudillo ha erigido, como un síntoma más de que el poder se aleja del pueblo, alrededor de la casa presidencial. Pero aunque hoy gane la democracia, los problemas estructurales que han creado este estremecimiento necesitan soluciones que rebasan, mucho me temo, los límites de la imaginación del equipo del partido Demócrata que sería electo para reemplazar al caudillo. Habrá que presionarlos, seguir la lucha para limar las asperezas insoportables de desigualdad, exclusión, inequidad y estancamiento que han llevado a Estados Unidos a su condición actual, y han puesto en peligro la democracia.

A horas, o pocos días, de saber cuál será el curso inmediato de la historia del país, se me ocurre que hoy puede ser, en el mejor de los casos, el día de una batalla gloriosa que apenas gane la supervivencia, por ahora, de la democracia, y que permita iniciar un proceso de reformas económicas y políticas que ya se hacen indispensables. En el peor de los casos, estaremos en medio de una derrota trágica que impondrá los costos de un prolongado y potencialmente violento conflicto.

Voten, por favor, en contra del aspirante a dictador y su grotesca agenda. Hay que sacarlo de la Casa Blanca antes de que sea demasiado tarde.



El orteguismo del Norte y sus turbas

Turbas paramilitares trumpistas en Michigan.

«Las turbas trumpistas»… ¡Imagínense lo que es tener que decir esto en Estados Unidos! Y esto es lo que hay, un partido–el Republicano– en colapso total como partido, transformado, como el FSLN, en un culto a la personalidad de un caudillo demagógico que alienta la violencia.

«Las turbas trumpistas» ya amenazan a votantes contrarios, ya se tomaron–armados hasta los dientes–el Congreso de Michigan; entre ellos estaban dos de los que después fueron capturados por planear el secuestro y «juicio» de la gobernadora; ya agredieron en plena carretera al bus de la campaña Biden/Harris, y forzaron la cancelación de dos eventos de dicha campaña, alentados EN PÚBLICO por el actual Presidente de Estados Unidos.

«Las turbas trumpistas» están listas, están «a espera» [«stand by», dijo el actual Presidente]. Hay intimidación de votantes, maniobras legales e ilegales para impedir el voto, y la amenaza del actual Presidente de declararse «vencedor» él mismo [al margen de la ley, que atribuye la certificación de los vencedores a cada Estado de la Unión] antes de que el conteo termine, porque, dice «no es justo» que lo hagan esperar.

«Las turbas trumpistas», son la punta del iceberg, la gran amenaza contra la democracia de Estados Unidos. No estamos en una elección de menús democráticos, estamos entre la vida de la democracia y su agonía.

¡Hay que salir a votar mientras se pueda!

La expulsión de Ronald Reagan, la «lucha contra el aborto», y la defensa de la vida.

En medio de esta angustiosa temporada electoral estadounidense, en la que los ciudadanos democráticos de distintas orientaciones políticas luchan contra el populismo neofascista, para impedir que el caudillo que ocupa la Casa Blanca se reelija, y así estabilizar la democracia, y comenzar–tardíamente–a lidiar con la mortandad de la pandemia, me topo en las redes con un comentario que busca centrar el debate en el tema de la legalidad del aborto, presentado—engaño de mercadeo–como el de «apoyar» versus «oponerse» a él.

El comentario cita a una figura clave en el panteón Republicano, el difunto expresidente Ronald Reagan: «Me he dado cuenta que todos los que están a favor del aborto ya nacieron.» Ingenioso. Vale al menos una conversación, pero vale más conversar sobre el uso de esta cita en el contexto político actual, que dista mucho de ser el de hace 40 años. En aquella época, cosas buenas y malas, o muy buenas y muy malas, podrían decirse justamente sobre esa entidad de seres humanos llamada los Estados Unidos de América. Pero no podía decirse que sus instituciones de gobernabilidad, alternancia en el poder, y protección de los derechos políticos aceptados hasta entonces estuviese en peligro, bajo asalto.

Secretos del corazón trumpista

Lo de hoy es otra cosa. Corto de recursos ideológicos que recubran, aunque sea con un velo ralo, su desnudez bestial, el caudillo en la Casa Blanca–un sujeto de moral personal disoluta que va por campeonato–ha echado mano de una improvisada postura «antiabortista» para capturar, o dar excusa, a muchos que de otra manera no tendrían ninguna razón ‘noble’ para seguirlo.

Quedarían, sin poder reclamar el manto de «provida«, desnudos a medio campo, incapaces de tapar sus verdaderas motivaciones: racismo, xenofobia, resentimiento contra los cambios demográficos que van morenizando al país, frustración ante el estancamiento económico que sufren, y nostalgia atávica por «el hombre fuerte«; a otros, claro, una ínfima minoría, se les vería frotándose las manos al borde del éxtasis, ojos y bocas aguadas por la codicia económica: menos impuestos, más ganancias («money talks»).

La «lucha contra el aborto» es eso, un velo ralo, una cortina de humo para otros intereses, y para otros sentimientos. Porque nadie, que no sea la excepción psicótica, está «a favor del aborto«. La discusión política es sobre si el aborto deber ser legal o no; es decir, sobre si las mujeres que abortan deben a ir a la cárcel o no.

No se puede ser provida y ser trumpista

En el proceso electoral estadounidense en curso, el tema fundamental es otro, que también puede discutirse en términos de «vida«: si uno es pro vida (y solo la excepción psicópata que menciono arriba no lo es), lo urgente es sacar del poder al actual Presidente de Estados Unidos, y derrotar de manera abrumadora a su movimiento, asegurarse de que no levanten cabeza. Hacer como hacen en Europa, donde cada vez que la amenaza del neofascismo crece, TODOS los partidos, desde la derecha hasta la izquierda, se unen para evitar que avancen. Lo acaban de hacer en España, en el Congreso de los Diputados: desde el Partido Popular hasta el PSOE, Izquierda Unida y todas las formaciones de centro, de derecha y de izquierda, aislaron a Vox, el equivalente del partido Republicano (más bien «trumpista»). Por la vida, por la democracia, hay que hacerlo en Estados Unidos.

También hay que decir que es una ironía, potable solo si hay ignorancia de la historia, que los partidarios del actual Presidente persistan en aferrarse a la iconografía Republicana, cuando han abandonado casi enteramente la agenda y el discurso del partido de centro derecha que alguna vez fue. Nada ejemplifica esto más limpiamente que el contraste entre la estrategia trumpista, diseñada alrededor de la demonización de los inmigrantes, con la postura mucho más tradicional y, claro, humana, de Reagan, que permitió un gran acuerdo bipartidista sobre la legalización de inmigrantes indocumentados.

«Ronald Reagan and George H. W. Bush querían destruir la nación«.

Tanto él como el primer Bush eran–para que les dé un patatús a los repetidores de eslogan del trumpismo– partidarios de una política de «open borders» con México («fronteras abiertas«). Imaginaban (y lo decían en público, mientras se deshacían en elogios hacia los inmigrantes y la inmigración) que había que crear un sistema en la frontera para que «la buena gente» («the good people») que vive de un lado y del otro pudiera cruzar sin mayor trámite a hacer su vida, a trabajar, a hacer negocios. Qué lejos eso del grito de batalla del actual ocupante de la Casa Blanca contra la «invasión» de mexicanos (entiéndase, latinos) «violadores», que viene, según les dice a sus odiosos seguidores, a «terminar con la nación», a «vender drogas». «Son criminales».

Desde aquel entonces, quienes se oponían al racismo eran tildados de «radicales». En aquel entonces era el partido Demócrata. «¿Qué hay en un nombre?» preguntaría Shakespeare. En este caso, parafraseando al bardo, «racista es racista, llámese como se llame».


No podía imaginarse uno que las insinuaciones racistas de las campañas Republicanas de antaño se convertirían en apoyo descarado a grupos de militantes racistas armados, como los «Proud Boys» [«Muchachos Orgullosos»…¿de qué?] a quienes el caudillo llamó a «stand by» [«estar listos»…¿Para qué?]. Una evolución trágica: el racismo desbocado, libre de las cadenas que buscaron sofocarlo los últimos 60 años–desde que los Kennedy, Martin Luther King, y Lyndon B. Johnson hicieran realidad el comienzo de la era cultural de los derechos civiles–ha costado ya vidas humanas, y costará muchas más si la histeria que predica el actual Presidente se esparce. Ya grita a sus partidarios blancos, el Mussolini estadounidense, que «van [negros, hispanos, inmigrantes] a destruir tus suburbios», «van a quitarte tu carro», «van a desarmarte». Válgame Dios.

¡Viva Daniel Ortega!

Por eso insisto, y aquí termino: nadie puede dar a otros, ni darse a sí mismo, la excusa de que apoya al actual Presidente porque está «en contra del aborto«. Si ese fuera el único criterio, habría que apoyar, por ejemplo, al dictador Daniel Ortega. Nadie que se diga «pro vida» puede apoyar al actual Presidente de Estados Unidos, que ya cuesta tantas, y costaría cientos de miles más, probablemente millones, de seguir en el poder. Y nadie que se diga «pro vida«, «pro Derechos Humanos«, y especialmente «pro Democracia» puede ignorar la evidencia de que el actual Presidente de Estados Unidos viola los derechos humanos con desprecio total; que con desdén olímpico pasa por encima de todas las normas elementales de la decencia, y acumula poder como cualquier vulgar populista latinoamericano.

En 6 meses de gobierno Demócrata, Estados Unidos será «igualito a Cuba».

Anécdota de 2008, días después de la primera victoria de Obama, en el parqueo de un supermercado en el Pantano.

Un señor muy acicalado le dice al dependiente que sube las compras a su Lexus: «¡Ya tu verás, en 6 meses esto está igualito a Cuba!». [Cómo culpar a este hombre, si estaba por subir al poder un negro comunista; o un comunista negro, no sé sabe cuál es peor…]

Lo interesante, para la neurociencia, es que probablemente el alarmado caballero ya había sufrido (aunque a juzgar por las manifestaciones externas de su renta, quizás «sufrido» no sea la mejor palabra), 8 años del gobierno comunista de Clinton, que quizás deberían haber disminuido su temor a la «penitencia» (así me dijo otro) de 8 años del gobierno comunista «del negro ese». Pero no fue así.

Ojalá que la investigación científica logre pronto descifrar por qué la gente como el caballero aterrado parece incapaz de EXTRAER CONCLUSIONES de 16 largos años de Gulag.

A lo mejor sea porque se trata de un Gulag con Netflix, Disney, aire acondicionado y empleados que tienen que escuchar sus insufribles estupideces a cambio de una propina.

A lo mejor porque el Gulag del que necesita fugarse está en su mente.

El hombre MANDA

Para un caso estudio de la psicología social del caudillismo, dejo aquí, en cita textual, la declaración escrita que publicó un adulador del actual Presidente de los Estados Unidos de América en las redes sociales.

Fíjense bien en la palabra que el autor del comentario parece considerar más importante que el resto, al punto de resaltarla por encima de su histeria elevando el grito a mayúscula:

«…es prepotente , es orgulloso , pero es muy inteligente, tiene un tremendo equipo, analiza, cambia, avanza!!! No se estanca ni estanca al país. …que si se equivoca, posiblemente si. Pero enmienda, dirige, MANDA. Es el hombre más poderoso de las naciones del mundo!»

Si en algo coinciden estos borregos y su «pastor», («¡el hombre más poderoso de las naciones del mundo!») es que para ambos el Poder es su Dios. De hecho, los borregos llegan a ver al pastor como una encarnación de ese Dios, su mesías, su enviado. De hecho, en Estados Unidos, en este año 2020 de pandemia y absurdo, uno encuentra con frecuencia ulcerativa referencias al caudillo Republicano que lo alaban como «ungido».

Esa es la iglesia del fascismo, siempre y en todo lugar. Y no digo fascismo a la ligera. Hay distintos tipos de autoritarismos. El del actual Presidente es fascista. Vayan a la historia y encontrarán que la religión del Poder, tal y como exhibe la declaración que cito, lo distingue.

[Image by Gerd Altmann from Pixabay]

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