A propósito de todo lo que hemos vivido en este 2019 que llega a su fin, y de que necesitamos construir una sociedad de ciudadanos libres que tenga a los políticos como servidores, y no como lo que a ellos les gusta, como mandamases, repito lo ya dicho, y lo repetiré sin cansancio:
6 de septiembre de 2019
Al político, como al negociante, le interesa que los clientes confíen en él. Al ciudadano, que no debe ser cliente, porque es el propietario de la sociedad, le conviene desconfiar del político, someterlo a un examen riguroso, y darle poco poder, porque al final no se puede confiar sin límites en nadie.
Recordemos, porque es cierto, que «el poder corrompe, y el poder absoluto corrompe absolutamente». Lo sabemos de sobra: hay que desconfiar, y por eso hay que luchar por un sistema que disperse el poder, que dé poco poder a cada uno, y que filtre rigurosamente a quienes se les dé, limitado y por poco tiempo.
Necesitamos, por tanto, instituciones construidas sobre la base de la desconfianza en la ambición humana. Que nos una la convicción de que el bien colectivo requiere que no permitamos a nadie, por más bueno que parezca, acumular poder…
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