Un día, odian la casa del vecino, y la queman.
Hacen su rito mientras arden los cuerpos.
Una luz temblorosa
muerde las paredes,
las garras de la esfinge escapan.
Muere la criatura de sal en su intestino.
No será para ella que se escriba. Eso puedo jurarlo:
no será para ella que se escriba.
No habrá rastro de sal en el incendio. Más bien hambre de tiempo, de su abrazo, de su cuna.
La herida es la ventana abierta y aromas cotidianos.
La herida es la hoja verde, la casa de tres pisos, los niños que nacen y renacen,
los sueños que cuelgan de las nubes como nidos.
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