¿Traición de la Alianza? ¿Viene un “autogolpe «»democrático»»”?

Marzo 6, 2019

Dice el conocido activista democrático exilado Félix Maradiaga: “hubiera querido que la Alianza manejara diferente el proceso de negociación, aún así, creo que no debemos lapidar a la Alianza. Hay gente buena dentro de la Alianza.” Lo cito, no para personalizar el debate, mucho menos como un ataque personal a Félix, a quien respeto, sino porque resume un punto de vista que él logra expresar de manera sucinta, en una breve declaración.

El problema es que tal declaración ya ha agotado más de siete vidas. Repetirla es como dar una medicina vencida a un paciente que necesita tratamiento urgente. Es un placebo que hace daño.

Para empezar, es injusto llamar acto de «lapidación» a decir lo que la evidencia quiere que digamos: que cada paso de los líderes visibles de la Alianza beneficia a Ortega y debilita la lucha de los demócratas.  «Hay gente buena dentro de la Alianza» no viene siquiera al caso. Hay gente buena en todas partes. A la ciudadanía no interesa si don Carlos Tünnermann es un hombre amoroso en familia, si Chano Aguerri cae bien en privado, o si Mario Arana tiene estas o aquellas virtudes y gracias. Y por supuesto, a nadie interesa si a Félix o a mí nos cae bien o mal este u otro.

Olvidémonos ya de decir con suavidad de pétalos las verdades duras que la gente sufre.

Porque en verdad, lo que todos estos señores han hecho, desde casi el inicio de sus gestiones, es prolongar el sufrimiento del país. ¿Qué los motiva, cómo sienten en su alma lo que hacen? Yo no soy lector de almas, no puedo saberlo.  Yo solo puedo hacer el esfuerzo de entender a través de la lógica lo que la evidencia y la historia muestran.  Y la evidencia es un torrencial que ya no solo moja, sino empapa, y que casi nos grita en el oído: ¡no confíen en la Alianza!

Hay demasiados indicios de que no sirven a los intereses de la lucha democrática, de que su voluntad ha sido contaminada por otros intereses. La secuencia de tropiezos no puede ser novatada. Estamos hablando de gente de mucha experiencia política y sofisticación intelectual. Gente que sabe lo que hace, sabe en qué está.  Gente que conoce la “hoja de ruta”; la de verdad, la que hasta el más incauto entre nosotros sospecha que existe, o al menos preparan, en otros cuartos de la casa: el temido Pacto.

El regalo de “la hoja de ruta”

Una vez más, los señores de la Alianza acaban de dar a Ortega lo que Ortega quiere: “noticias” al mundo que dicen que “el gobierno de Nicaragua negocia con la oposición”, que “la oposición nicaragüense y el gobierno de Ortega acuerdan términos de diálogo”. Noticias que dicen a Europa y a Estados Unidos: “¡detengan las sanciones contra Ortega!”.  Noticias que los partidarios de Ortega en el mundo ayudan a traducir (¡como si hiciera falta!) en “no es tan fiero el gobierno de Ortega como lo pintan”.  De postre, los señores han regalado al tirano la marginación de la Conferencia Episcopal como tal, la inclusión de algún pastor evangélico orteguista, todos ellos como “testigos” en el cuarto oscuro de negociaciones de las cuales no podrán testimoniar sino hasta que su “acuerdo de confidencialidad” lo permita. 

Es decir, le han dado a Ortega las reglas del juego que él quiere, los jugadores que el escoge en su equipo y en el equipo contrario, han apagado las cámaras y cerrado el estadio al público, y han prohibido que quienes estén adentro informen sobre lo que ocurre.  ¿Se puede hacer más por Ortega?

Si, se puede, y también lo han hecho: han abandonado a los presos políticos, cuya libertad ya no es condición de diálogo; han abandonado a los ciudadanos que desean expresarse en las calles de las ciudades, cuyo derecho es suprimido sin que respetarlo sea una condición de diálogo; han abandonado a los periodistas, que presos, en el exilio, confiscados, o en precaria libertad, sufren el acoso económico y político de la dictadura, sin que sus derechos sean condición de diálogo.

Un panorama sombrío, en el que Ortega y Murillo dominan el terreno, maniobran, hablan, se reúnen, con la complicidad de quienes, en salones oscuros, y en nombre de los ciudadanos democráticos, les ayudan a sobrevivir, a esperas de que el desenlace de la crisis les favorezca, o al menos no dañe sus intereses.

¿Qué quieren, qué traman?

Sospecho que lo que quieren las élites políticas pactistas es alguna variante de «golpe de estado «»democrático»»» para salir de la crisis. Un pacto que dé un poco de respiro a la gente, pero sin perder ellos el control.

En ese pacto, que imagino podría ser aceptable a los burócratas del Departamento de Estado de EEUU, y a otros diplomáticos que necesitan limpiar su agenda, el ejército sería esencial.

La variante (que por la anuencia de Ortega a todo este proceso pareciera ser la que están cocinando) es una en que Ortega y Murillo aceptarían el «golpe» como un «acuerdo de reformas y elecciones libres» a cambio de protección a él y a su familia por el ejército.

Una especie de AUTOGOLPE bendecido por los poderes fácticos.  Ortega se arriesgaría, pagaría el precio de transferir buena cuota de su poder al ejército para salvarse, él y su familia, aunque tenga que entregar a gente de su círculo de poder como chivos expiatorios. Gente a quienes– nos dirán– se puede imputar los crímenes de lesa humanidad de que se acusa al régimen, o que lo representan en sus gestos más desagradables.

Vendrían después elecciones en las que el FSLN mismo participaría, tras reformas cosméticas al Consejo Electoral (nuevos nombres, viejos poderes), con Ortega quizás sí, quizás no, de candidato, pero conservando todo su poder económico y gran influencia; en posición, una vez más de “gobernar desde abajo”.  Y aunque no lo deseara, su necesidad de supervivencia lo dictaría: sin ejercer poder, a través de los medios que ya conocemos de sobra, el destino de Ortega y Murillo es la cárcel y la pérdida de su mal habida fortuna.

¡Qué destino más terrible sería el de esa Nicaragua “nueva”, y “democrática” a la que lleva la “hoja de ruta”!  Una máscara sobre las deformaciones odiosas de la vieja dictadura, un gobierno que los empresarios, y sus nuevos socios del MRS, FAD, y otras siglas oportunistas, podrían vender al mundo como lo contrario, como un gobierno de transición a la libertad. Pero sería un sepulcro blanqueado. O algo peor. Porque ya sabemos a qué atenernos con el Ejército de Nicaragua, y la historia de otras naciones de América Latina nos enseña que el escenario de golpe—disfrácese como se quiera—pone en peligro mortal la seguridad de los ciudadanos, especialmente la de los activistas democráticos: sus vidas correrían peligro tan pronto cuestionaran el nuevo modelo de poder.

¿Qué obstáculos enfrentan los pactistas, por qué tanto rodeo?

Que den vueltas y revueltas por meses antes de entrar a la “ronda final” de su campaña es un indicador esencial del principal obstáculo: los crímenes de lesa humanidad del régimen, atribuidos oficialmente a Ortega y Murillo en los informes de la OEA y múltiples organizaciones internacionales de derechos humanos. 

Los pactistas necesitan vender el golpe como “transición democrática”, y necesitan vender la traición como “rescate”.  Necesitan del “diálogo” como fachada, para darles a ambos un cariz civilizado y humanitario. 

No les será fácil. Hay una profunda indignación ciudadana, y la furia popular apenas puede ser contenida por una permanente ocupación militar de las ciudades y una represión cotidiana feroz.  Los señores de la Alianza y sus apoyos, ya no digamos la dictadura, tienen un campo minado que atravesar, porque para la gente la noción de que habrá impunidad una vez más sabe a veneno.

No es que vayan a detenerse.  El diálogo es un cónclave de zorros del poder, de gente acostumbrada a salirse con la suya por encima de la voluntad popular, la cual les importa muy poco, porque generalmente poco ha importado a las élites en la historia de Nicaragua.

Es verdad, el mundo cambia, y hay una nueva conciencia, y eso, desde la perspectiva de los pactistas, “hay que manejarlo”.  Es decir, hay que buscar como manipular: en Managua reportan que ya hay organizaciones contratadas por los grandes capitales “estudiando” posibles reacciones de la gente a temas delicados, como “amnistía” para Ortega y Murillo.  O “para todos”, que en este caso es lo mismo.

Uno que quiere a su país, que tiene a los derechos humanos como supremos, no puede menos que indignarse sin fin, y aferrarse a la esperanza viva que el coraje demostrado por el pueblo inspira. 

Vendrá la democracia, no cabe duda, porque el pueblo ha dado un salto hermoso en la conciencia, pero su sacrificio será mayor que el que hubiera sido necesario: una imposición injusta de élites que colocan su miedo a perder control sobre el bienestar de la mayoría. 

Libertad, Democracia, Justicia.  No olvidemos.

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