3 de Marzo, 2019
Asumo, porque así es el mundo, y porque mucha gente que respeto lo dice, que entre los representantes de la Alianza hay «algunos» [palabra suya, no mía] que son «buenas personas, de confiar».
Leo, en lo que me dicen y en lo que dice mi intuición y experiencia, que no todos son tan «buenas personas, de confiar».
De estos últimos, ¿qué decir?: saben a qué van, y saben su precio. No será la primera vez, ni la última, que de una lucha libertaria nazca una traición.
Los primeros, por otro lado, parecieran encaminados a pagar caro el ser «buenas personas». Aparentan ser gente que cree que a un Borgia se le derrota «dejando claras las reglas del juego». Como si en el palacio, Borgia no las hubiera cambiado más de una vez. Como si le costara mucho sueño dar puñaladas por la espalda, espiar, comprar voluntades, intimidar.
Lo malo de la Alianza es que por momentos, últimamente, pareciera una mezcla fatal de la ingenua bondad de los últimos con el frío cálculo de los primeros.
Moraleja: la lucha contra los déspotas de El Carmen hay que sacarla del terreno en que ellos prefieren, donde pueden incluso escoger con quién hablan. Cuando el pueblo recupere su voz a través de la desobediencia civil, y la lucha cívica surja de nuevo–porque si ha de haber democracia esto va a ocurrir, lo quiera yo o no, lo quiera usted o no, lo quiera el tirano o no–Borgia estará perdido.
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