Siento tener que decirlo, pero para honrar la verdad hay que decir lo que haya que decir: si para la dictadura «todo está normal», también pareciera estarlo para los políticos de la «Coalición».
Vean (abajo) el mensaje, y las imágenes que lo acompañan, que copio de la página de Facebook de la Alianza Cívica con fecha 14 de febrero de 2020.
El lenguaje mismo de la propaganda denota una frialdad y una distancia del terror que viven otros que–a mí, al menos—me deja absolutamente pasmado. Pareciera el reporte mensual de una corporación de negocios [«sesión de trabajo de coordinación, seguimiento y evaluación de nuestra Alianza con la UNAB«].
A continuación, informan… ¡sobre sus reuniones de la semana!…
Permítanme hacer dos comentarios al respecto. Primeramente, el tratamiento derutina corporativa que la propaganda de estos políticos da a sus actividades es el tono perfecto para la publicidad del régimen, que bien podría usarlo y añadir, por si quisieran dar aún más fuerza a las imágenes: “miren, todo está normal, nuestros opositores se reúnen libremente, cómodamente; lo hacen con quienes quieren; lo anuncian, lo publican… todo está normal en nuestra Nicaragua democrática, socialista, cristiana y revolucionaria”.
En segundo lugar, y de manera igualmente corporativa, los políticos de la Alianza creen haber satisfecho, con anuncios como este, el requisito público de transparencia. Informar mal, y decir nada, para cerrarle la boca a los ciudadanos “entrometidos” que exigen claridad sobre las negociaciones en las que, según múltiples fuentes, se comercia–ofreciendo impunidad al genocida y a su claque–el acceso de cúpulas de escasa representatividad a un proceso electoral que desde ya es ilegítimo, inmoral de origen, que preservaría el poder real de Ortega y condenaría a la nación a un régimen de sicariato por tiempo indefinido, posiblemente incluso con sucesión dinástica, porque, no olviden: ya existe el chigüín Ortega.
“La próxima semana”, concluye la propaganda de la Alianza Cívica, “estaremos conversando con el sector de víctimas…” Más lenguaje corporativo, más mercadeo, más… “segmentación de mercados”.
Más torpeza. Más insensibilidad.
Y más lenguaje orwelliano.
Sí, porque lo que buscan los representantes de la Alianza en estos momentos, en esas reuniones (también, nos dicen múltiples fuentes) es empujar a las víctimas de la dictadura a que acepten “posponer” el reclamo de justicia. Así los opositores de la “Coalición Nacional” se librarían de un obstáculo importante en su desesperada marcha hacia elecciones con Ortega o su designado.
Tales elecciones se han convertido para ellos, en la Alianza y en la UNAB, en una especie de ruta sagrada, camino de vuelta al paraíso de 1990. ¿Paraíso? Que a nadie sorprenda esta expresión: a partir de la derrota del FSLN, una camada de políticos disfrutó de las prebendas que el Estado-botín puso a su alcance, mientras el FSLN gobernaba desde abajo y Ortega preparaba su camino de regreso al poder absoluto.
Quizás por eso, mientras la dictadura encarcela, hostiga y amenaza; mientras sigue asesinando campesinos; mientras en la televisión internacional la defensa de la estrategia de la Coalición se desploma ignominiosamente, arrastrando como una corriente de lodo a su presentador de turno, el Sr. Noel Vidaurre; mientras salen más luchadores al exilio; mientras importantes periodistas, como Luis Galeano, ponen el dedo en la llaga sobre la incoherencia de la estrategia opositora; mientras las redes sociales explotan en críticas contra las cúpulas aliadas en la Coalición…mientras todo esto pasa, incapaces de dar respuesta, tercamente opuestos a cambiar de rumbo, los políticos de la Alianza y de la UNAB se reúnen para “dar seguimiento y evaluación”. Es la política del avestruz, la política del “avanzamos con normalidad”.
Triste decirlo, pero hay que decir lo que haya que decir.
El nombramiento de la poetisa Gioconda Belli como Suplente del Coordinador de la Alianza Cívica por la Justicia y la Democracia (Carlos Tünnerman Bernheim), y por ende su ascenso a las altas esferas oficiales de la Coalición Nacional, es rica en enseñanzas sobre la triste historia, el triste pasado de Nicaragua; sobre su triste presente, y sobre el triste futuro que le espera si las élites se salen una vez más con la suya.
Triste, por ser un nombramiento más “de dedo” en las esferas del poder, un acto más de autoritarismo, es decir, de ejercicio de autoridad sin barreras institucionales. La Alianza no intenta ocultar tras maquillaje, como hizo recientemente la UNAB, que todo es decidido a la manera tradicional. Una “orden de arriba”, o un “arreglo” tras bambalinas, seguido por un “comunicado al pueblo” que es casi medieval: “ante vosotros el nuevo rey, o la nueva reina; inclinaos.”
Triste, porque nos hacen entender la distancia entre el mundo del poder y el mundo de la ciudadanía. Los ciudadanos no tienen acceso a los salones (y las ciudades, en el extranjero) donde individuos a quienes los ciudadanos no han electo se reúnen y deciden en nombre de los ciudadanos.
Triste, porque después de tanta sangre y tanta esperanza de renovación, la política sigue en manos del pasado. No solo porque la tiranía, además de psicópata, es geriátrica, sino porque en la oposición oficial el poder de decisión está en manos de antiguos miembros del FSLN en sus distintas reencarnaciones (o sus discípulos) junto al gran capital. Han añadido algunos rostros jóvenes, para dar cierta frescura a las fotos, pero el mando pertenece a autoritarios y totalitarios de amplia trayectoria.
Entre ellos se encuentran el Coordinador de la Alianza y su nueva Suplente. El primero estuvo a cargo del Ministerio de Educación en la primera dictadura sandinista, a la cabeza de uno de los más grotescos programas de adoctrinamiento del mundo: enseñar las primeras letras como si de entrenar niños soldados se tratara.
Luego, como embajador en Washington, tuvo como misión defender los desmanes de la dictadura. Hoy nos horrorizamos de la barbarie del FSLN en el 2018, con justa razón; con justa razón debemos impedir que se olvide la que el FSLN perpetró en los ochenta: decenas de miles de muertos, cientos de miles de exilados, cierre de medios, expropiaciones injustas y sin debido proceso, intolerancia total, totalitarismo.
A la Suplente designada correspondió también abogar por la dictadura, como miembro del departamento de Agitación y Propaganda del FSLN y como escritora oficialista. La señora Belli no hace ningún esfuerzo por ocultar su indiferencia moral ante ciertos criminales: recientemente (2016) escribió un emocionado panegírico al tirano Fidel Castro, de quien dijo—y ha repetido después– que “valieron la pena sus sueños”.
No parece importarle—así de distantes están ellos del sufrimiento de “los de abajo”, que Castro y el régimen que fundó tengan tanta responsabilidad en la opresión y asesinatos de las dictaduras FSLN en Nicaragua. Tampoco parece molestar a la Sra. Belli la brutalidad del siniestro Tomás Borge, carcelero, torturador y genocida, involucrado –esto es público–en las actividades del narcotraficante colombiano Pablo Emilio Escobar.
Para botón de muestra, transcribo parte del obituario que la suplente del Coordinador de la Alianza Cívica escribió en 2012 sobre su amigo Tomás: “Por ser un líder y estar en la mira, las debilidades de Tomás fueron quizás más evidentes; pero también lo fueron sus gestos magníficos… Así era él: contradictorio. Ni buen, ni mal ejemplo; era un hombre con sus pasiones y sus maldiciones. Y así vivió.”
Habría que preguntar a los presos políticos de aquellos años, y a los miskitos, acerca de los gestos magníficos del buen Tomás (el pobre, ni buen ni mal ejemplo era; su pecado era estar “en la mira”).
Y dudo que haga falta una encuesta para saber si los nicaragüenses a quienes la Coalición dice representar veneran a Castro y a Tomás Borge.
Triste, porque la percepción popular es acertada: el baile de máscaras que es la política nicaragüense es también un festival de camaleones. Las fotografías de la clase política muestran a los políticos en combinaciones casi aleatorias. Van de grupo en grupo, de partido en partido, de una orilla a otra según convenga; y cuando conviene, o cuando el asunto es de gozo, se reúnen todos, celebran, se unen entre familias como las antiguas noblezas europeas, con quienes comparten el hábito de llevar a sus naciones a la guerra para después sentarse a la mesa y celebrar nuevas alianzas.
Triste, porque confirma la confianza de las élites en nuestra pobre memoria histórica. Por eso pueden darse el lujo de gritar con nosotros “¡ni perdón, ni olvido!”, porque hasta la fecha se las han ingeniado para no ser sometidos a juicio legal ni moral alguno. Maestros de la hipnosis colectiva, prestidigitadores de la mentira que logran pasar de una escena a otra con distinto disfraz, nos han convertido en una nación de cínicos que por mucho tiempo había rechazado la esperanza, hasta que estalló la juventud en Abril. Desde entonces, buscan cómo apuntalar el edificio de su poder por todos los medios, desde la violencia descarnada de los paramilitares hasta la supresión de cualquier crítica.
En ambos lados de lo que se supone es un cisma, el poder de los políticos nicaragüenses depende crucialmente de sofocar la verdad, de cerrarle las puertas; de que veamos, como los caballos cocheros, solo hacia delante, ciegos a lo que va quedando atrás, y a lo que ocurre a nuestro lado.
Para ser libres, debemos arrancarnos las anteojeras; despojarnos del miedo de descubrir la verdad, por más incómoda que sea, por más que hasta hoy y por mucho tiempo la hayamos tratado como un tabú, como un secreto de familia del que se habla –cuando se habla—solo en privado.
Esto he aprendido en mi incursión, forzada por las circunstancias, a los medios periodísticos y políticos: se dice oficialmente mucho menos de lo que se sabe; se sabe mucho menos de lo que se sospecha; y de esto se investiga menos aún.
De esta manera se hace mucho daño a la sociedad. Para que no muera la esperanza, para que no se la roben los magos de la impostura, hay que romper con la ocultación. Los políticos opositores dicen, a cada paso, que hacer esto es estar del lado de la dictadura orteguista, o hacerle el juego.
Mienten.
Abrir las ventanas y dejar que entre la luz para ver la podredumbre no es un estorbo en la lucha contra la dictadura actual; es más bien un seguro contra la instauración de otra.
En el complejo caso de Nicaragua, donde las élites han tejido una red incestuosa de intereses antidemocráticos y antipopulares, escarbar la verdad es incluso más importante: el pueblo necesita estar claro de quiénes están verdaderamente de su lado, de quiénes son sus enemigos (¡los hay, no todos estamos “unidos” por el ideal democrático!), y de quiénes son los camaleones, los que eligen su causa y estrategia del menú de la conveniencia .
¿No son preguntas legítimas, por ejemplo, si un político se ha beneficiado, cuando tuvo oportunidad, del poder? ¿No es relevante saber si gente que (¡después de Abril! ¡después de cientos de muertos!), llega a nosotros desde un pasado totalitario, ha usufructuado, o comprado con subsidios que el país todavía paga, propiedades urbanas o rurales? ¿Cuáles de los políticos actuales, particularmente los que vienen del FSLN, han vivido o viven en casas piñateadas?
¿Y por qué nuestros periodistas, que citan nombres y robos en privado, y que son valientes en la denuncia del actual dictador, no se atreven a hacer estas preguntas? Y hay más: ¿de dónde han salido las propiedades y fondos de los que surgieron y se han mantenido las oenegés que pueblan el espacio de la UNAB? ¿Quiénes en el sector privado se han beneficiado—junto al clan Ortega—de los más de 4 mil millones de dólares que en términos netos parece haber dejado la ayuda venezolana?
Todas estas preguntas tienen que ver con muchísimos de los personajes que hoy se presentan como libertadores.
Ya se han apropiado de Abril. No dejemos que se queden con la casa robada que es Nicaragua.
Me llega, no se si de alguien o de un sueño, este mensaje de un ciudadano, un ciudadano X.
“A los que insisten en que hay que ir a elecciones con Ortega, a la Coalición electorera que dice que sí, que es para elecciones, pero que no, que no es electorera (¡¿sueñan ser el partido hegemónico del futuro?!), les pido por favor que nos saquen del enredo, que nos expliquen—porque en la calle no se entiende; los minúsculos no tenemos la sabiduría de ustedes, no entramos a sus reuniones; ¡si hasta nos las cambian de país para que no nos arrimemos a preguntar!: ¿Cómo funciona eso de que si vamos a elecciones con Ortega y el FSLN se acaba la dictadura de Ortega y el FSLN? Por favor, me lo explican d e s m e n u z a d o, paso a paso; ya no sirven esos discursos bonitos que nos hacen sentir fuertes por un momento. Como el de la “unidad”. ¡Expliquen, por favor! Entiendan que el que hace una propuesta debe explicarla (a menos que lo que ustedes quieran sea obediencia y “Cayetano es buen muchacho”).
Pero antes, porque esta pregunta es antes, explíquenme por qué para ustedes es ACEPTABLE como candidato cualquier genocida. Esto–sobre todo esto–necesito entenderlo. Porque a mí me parece que–ingenuo yo; según uno de ustedes pienso “que la mierda es soplar chimbombas»– que cualquier sociedad que acepte el genocidio, una sociedad que diga «¿cometió genocidio? No importa, inscriba su candidatura«, NUNCA podrá tener un sistema decente, de libertad y democracia. Es como que me digan que van a hacer una casa con madera podrida.
Y no me vengan con que «hay que ser prácticos”, que “nuay diotra”. Con ese cuento se nos ha hecho gorda toda la fauna oportunista que vive del cinismo de la sociedad: los arrastrados del orteguismo y los zancudos del PLC, CxL y el Partido Conservador; los desesperados de la Coalición que ya juran que el próximo ministerio es suyo; los vivianes de siempre, los grandes herederos-propietarios que hacen lo que sea y apoyan a quien sea para mantener sus privilegios… Y bueno, no quiero dejar fuera de nuestro cuadro de honor a los propagandistas que se burlan—como hizo recientemente Gioconda Belli, como hacen otros en sus gavillas y clanes—de la gente que exige un comportamiento ético. La verdad es que, por más que les moleste, la mayoría de nosotros no somos tan corruptos como ellos. O sea, no somos santos, claro; pero piénsenlo bien: sencillamente nos levantamos todos los días a ver cómo sobrevivimos honradamente, a como mejor podemos. Seguramente ellos creen que es porque no nos queda más remedio, porque los minúsculos no tenemos las oportunidades que tienen ellos de pegar un mordisco, y que es “pura envidia la de estos resentidos”.
Siento decepcionarlos, pero no es así. Lo que pasa es que para ellos la desigualdad de poder, la corrupción, y los privilegios con que el poder los premia, son tan “normales”, como la idea del “dame que te doy” recientemente defendida con orgullo por Arnoldo Alemán. Es lastimoso, pero han perdido la noción de que hay principios sagrados. De que hay cosas que no se venden ni se compran porque no tienen repuesto ni remedio, como la vida humana.
De ahí el principio de que asesinos y torturadores comprobados, gente que tiene en su haber crímenes de lesa humanidad, no puede bajo ninguna excusa ser candidato legal en una elección democrática. No aceptar esto es despreciar la vida de la gente, es despreciar la vida. Y si la vida de otros se puede usar como moneda en una transacción política, entonces ya no hay ningún límite, ninguna moral, ninguna esperanza.
Si el genocidio que ocurrió en 2018 “no importa, inscriba su candidatura” el próximo genocidio será “parte de lo normal”.
Además, para rematar, damos al mundo este mensaje: “Estos individuos a quienes ayer condenábamos por asesinar 600 ciudadanos desarmados, por decapitar campesinos, por quemar viva a una familia, por secuestrar y hostigar a cientos de personas, hoy para nosotros son candidatos legítimos y legales en nuestras elecciones”.
… Tenés que empezar por el principio, antes de pensar en estrategia.
Tenés que empezar por decidir si querés legitimar un genocidio y un sistema genocida, o no.
De cuánto te importe la diferencia depende el resto.
Si no te importa que haya habido un genocidio, entonces estás dispuesto a decirle a Ortega y su pandilla: «¿Cometió genocidio? No importa, puede inscribir su candidatura.»
Si te importa, y creés que es inaceptable, entonces empezás a pensar en todo lo que puede hacerse para construir un proceso de derrocamiento de la dictadura.
No digás «es difícil». Ya se sabe. De hecho, es horriblemente difícil, es la tragedia impuesta a los nicaragüenses por la ambición de unos pocos.
Pero no es imposible. Y es esencial.
Y la primera decisión que tenés que tomar es si para vos es ACEPTABLE que sea candidato legítimo quien ha matado a cientos a plena luz del día; quien ha torturado, destruido familias, enviado a cientos de miles al exilio.
Cuando uno critica el camino desastroso de la Alianza/ /UNAB (¿o ahora se llaman Gran Coalición Celeste, GCC?), muchos de sus partidarios, gente de buena voluntad que simplemente está desesperada por que acabe la pesadilla, lanza la pregunta que los manipuladores políticos han plantado: ¿Si no es por elecciones, cómo vamos a salir de la dictadura?
Es una pregunta legítima, sin duda; de hecho hay muchas personas discutiendo y trabajando para darle respuesta, con la meta de derrocar a la dictadura.
Pero la meta de la Alianza/ /UNAB/Gran Coalición (¿con CxL, PLC, PC?) NO ES derrocar a la dictadura, es ir a elecciones con y bajo la dictadura. De esa manera, arguyen, «salimos de la dictadura».
¿Han explicado cómo? No.
¿Deben hacerlo? Por supuesto.
Si la propuesta de los políticos es ir a elecciones con Ortega, bajo la dictadura de Ortega, bajo las reglas de Ortega (porque ya han explicado que hay que ir «con o sin reformas»), entonces, si son honestos, deben explicar el cómo, participando en elecciones con Ortega (legitimándolo de paso, porque aparentemente cometer un genocidio no descalifica a nadie como candidato) harían que acabara la dictadura de Ortega.
Para empezar, tienen que explicar cómo es que vamos a tener elecciones libres, sin intimidación, en las cuales los cientos de miles de exilados políticos puedan ejercer sus derechos ciudadanos (¿o ya no cuentan, cuentan solo para enviar dinero y hacer propaganda?), y cómo se logrará que los nicaragüenses dentro del país puedan hacer campaña, manifestarse, reunirse, y todo lo que es norma en cualquier elección democrática.
Después, queda una pregunta aún más difícil de responder: ¿Cómo es el proceso en el cual, al perder las elecciones (si las pierde, si acepta que ha perdido) Ortega dejaría el poder real, es decir, sus paramilitares, su mal habido e inmenso poder económico, su red de espías, sus CPCs, su control del Ejército y de la Policía? Expliquen, si son honestos, ¡cómo es que esto ocurriría!, y explíquennos por qué, si no ocurrió en 1990, cuando Ortega fue tomado por sorpresa y tenía menos recursos que hoy en día, va a ocurrir de aquí a 24 meses. Y no olviden la promesa de Tomás Borge después de que Ortega regresó al poder: «todo puede pasar, menos que el Frente Sandinista deje el poder».
¿Van a decirnos, señores de la GC, Sr. Félix Maradiaga, Sr. José Pallais, Sr. Mario Arana, Sr. Juan Sebastián Chamorro, Sra. Azalhea Solís, etc. etc. que estas no son preguntas legítimas?
¿Por qué no las responden con claridad?
¿Quieren que nos unamos todos, que nos unamos a ustedes en esta estrategia? Pues, ¡contesten! ¡Convenzan a la ciudadanía con argumentos e información veraz!
¿No tenemos, los ciudadanos, derecho a que al menos lo intenten? ¿A que hablen claro, sin escudarse en «mercadeo», en «algo grande viene», en «ahora somos celestes», o en acusaciones infames de «divisionista», o «sapo»?
¿O, es que quieren que los sigamos ciegamente, como borregos, como masas que siguen a caudillos?