La Alianza Cívica y la reconciliación con Ortega

por René Baldizón y Francisco Larios

11 de noviembre de 2019

La narrativa de la Alianza Cívica que busca—vanamente—defender a la organización del alud de críticas que resultan del contraste dramático entre su actuación y la de los opositores bolivianos, es que la única diferencia entre Nicaragua y Bolivia consistiría, dicen ellos, en que allá los policías y militares se negaron a reprimir.

En otras palabras, quieren hacernos creer que en el éxito del levantamiento popular boliviano no tuvo nada que ver el paro indefinido, ni con la negativa a dialogar de los movimientos cívicos y partidos políticos.  

Esa defensa no tiene ninguna credibilidad.  Se trata de una narrativa de conveniencia, vacía y vana, porque lo cierto es que en abril y mayo de 2018 las fuerzas represivas de la dictadura Ortega-Murillo habían sido claramente sobrepasadas por la insurrección cívica; sus partidarios estaban escondidos debajo de las camas.

Los empresarios, quienes rápidamente se apoderaron de la Alianza, dieron a la dictadura todo el tiempo del mundo para reorganizarse y pasar a la ofensiva con los escuadrones de la DOEP y los paramilitares. 

Armar a los paramilitares tomó algún tiempo, porque Rosario Murillo había excluido y humillado a la ‘vieja guardia’, por lo que tuvieron que enviar a varios antiguos comandantes guerrilleros a convencerlos. 

Luego vino todo el proceso de organización, preparación y elaboración de planes para la ofensiva contra la población.  Mientras tanto, la Alianza nos decía, repitiendo hasta el cansancio: “la única salida es el diálogo”.

Ahora, cientos de muertos y miles de exilados después, la Alianza arrastra con terquedad la narrativa a su terrible conclusión: como Ortega controla la policía y el ejército, y “estamos indefensos”, no queda más alternativa «realista» que ir a elecciones con Ortega, con las reformas electorales que este acepte, sean las que sean (porque “estamos indefensos”) y metidos todos en el “vehículo confiable” que recomendó Arturo Cruz, el CxL, un partido zancudo. 

El colmo es que para llegar a esa ‘meta’ hay que convencer a Ortega de que no sea tan malo, ofreciéndole todas las garantías del mundo de que conviviremos, reconciliados, con él.

Bolivia y Nicaragua

10 de noviembre de 2019

Al momento de escribir esto, la rebelión popular contra Evo Morales se extiende. Cuerpos de policía de muchas ciudades se unen al pueblo, el ejército se pronuncia renuente a reprimir, la cómplice OEA, de la mano del taimado Almagro, tira una última tabla de salvación a Morales: nueva elección con nuevas autoridades electorales, aunque de paso no tiene más remedio que confirmar el fraude, reducir a cero la legitimidad del régimen. Qué sucederá después es incierto, como es normal, pero ya podemos sacar algunas conclusiones iluminadoras para el caso de Nicaragua.

Las mías son estas: el rumbo de la rebelión en Bolivia ha sido distinto al nuestro porque los bolivianos han dicho NO al diálogo, porque el ejército es Nacional, no del clan Sandinista, lo mismo que la policía; porque los empresarios no tomaron partido por Evo, como lo hicieron a favor de Ortega en Nicaragua; es decir, se unieron al clamor popular en lugar de DIVIDIR a la oposición, como han hecho en Nicaragua; debe ser que no están enlodados hasta el cuello en la corrupción dictatorial, como en Nicaragua.

Gente de buena voluntad que ha caído en la trampa de la Alianza Cívica, ¡abran los ojos!: Bolivia respira, Venezuela agoniza, Cuba es un cadáver que flota en el Caribe. ¿Y Nicaragua? ¿Cuál de los tres destinos queremos para ella?

Hay que salvar a Nicaragua. Hay que volver el país ingobernable para la tiranía.

Desobediencia total debe ser la meta. Si no hay esclavo no hay amo.

No pierdan las esperanzas, el pueblo tiene la fuerza; pero hay que apartar a los lobos vestidos de oveja de la falsa oposición.

No dejen que los que construyeron la dictadura los convenzan de que es imposible derrocarla. Lo dicen para desmoralizar y dividir, y repartirse el pastel sobre nuestros muertos.

Ustedes saben de quiénes les hablo; no tengo ningún problema en dar ejemplos. Que se hagan los indignados o continúen sus sucias maniobras para salvar sus intereses al lado de Ortega.

A ellos también hay que pedirles cuentas en democracia. No es venganza, es esencial y necesaria justicia. Mucho de lo que hemos perdido se lo han llevado a casa ellos. Nunca hubo un festín tan fastuoso como el de los grandes capitales y la dictadura criminal que construyeron. «Esto es extraordinario, revolucionario», decía en público, lleno de orgullo, Carlos Pellas.

Por eso impiden la lucha.

Ni perdón ni olvido, para que haya paz y libertad.

Derechos para todos, privilegios para nadie.

Hay que salvar a Nicaragua. Hay que volver el país ingobernable para la tiranía.

Desobediencia total debe ser la meta. Si no hay esclavo no hay amo.

No me digan, los que sirven a los viejos amos, que «no es fácil». Tampoco es fácil perder a tus hijos a manos de francotiradores y sicarios, pasar penurias en el exilio, o ver a tu país en llamas a lo lejos.

Tampoco es fácil que Nicaragua flote como Cuba, cadáver en el centro de América.

Hay que salvar a Nicaragua.

No, Cristiana, Ortega no tiene tanto derecho como cualquier nicaragüense

8 de noviembre de 2019

Ante la insólita declaración de Cristiana Chamorro, que La Prensa utiliza en su página editorial para respaldar su postura de que Daniel Ortega, autor de crímenes de lesa humanidad, tiene tanto derecho a ser candidato como cualquier nicaragüense, mostré la foto del niño Álvaro Conrado y pregunté si su asesino–Ortega–tiene «tanto derecho a ser candidato como cualquier nicaragüense».

No sé si motivado por propia convicción o porque a lo mejor –como escribiera un economista alemán– la ideología de la sociedad es la ideología de la clase dominante, un lector ha respondido en tono de resignación jocosa que estaría «encantado» de no tener a Ortega de candidato en las «próximas elecciones» pero que me «devuelve la pelota», con evidente incredulidad, para que le explique cómo se logra eso; me la devuelve con una descarga final de condescendencia y sarcasmo: “Hermano, tú que tienes la luz dame la mía”.

El comentario de este lector no es, por supuesto, muy original; más bien representa–lo digo por la frecuencia de uso de su «argumento» entre los defensores de la Alianza Cívica– una visión del mundo y de la ética humana bastante común en sus círculos: que Ortega no fuera candidato los dejaría «encantados» (y de entrada rechazan cualquier esfuerzo para que no lo sea).

Independientemente de sus méritos prácticos, muy dudosos por cierto (la lógica y la experiencia así lo sugieren) esta postura es profundamente inmoral. Porque «encantado» pone a la ética en la categoría de consumo suntuario, de un lujo; como si un día alguien nos regalara una experiencia que nosotros jamás podríamos costearnos. Quedaríamos «encantados», porque nunca hubiéramos podido, aunque quisiéramos, darnos el lujo de un crucero por las islas griegas, ¡y en primera clase!.

Así de inalcanzable ven la conducta moral en la política quienes están imbuidos de la ideología de las élites nicas. A ese nivel de inmoralidad lleva la tradición cochina que inspira el «tanto derecho tiene Ortega como cualquier nicaragüense».

Es una tradición cínica, porque resta valor, más bien ridiculiza, cualquier posición de principios. «Yo estaría encantado» quiere decir «si el mundo fuera ideal»; pero el mundo no es «ideal»; por tanto quienes actúan como si lo fuera no son realistas, no son «prácticos», son dignos de burla, mientras que los que «entienden» cómo es el mundo, y actúan con «realismo», no solo son astutos, sino que están justificados moralmente cuando pasan por alto principios que para ellos no valen nada porque, aunque «estaríamos encantados» de que valieran, ese «ideal» no se corresponde con la realidad.

De esta forma queda invalidada cualquier actuación ética, si va en contra de la corriente o de las circunstancias del momento.

Todo esto se trata, simplemente, de justificar el oportunismo a través del cinismo. Es también renunciar a cualquier aspiración a transformar las circunstancias, a crear cualquier cambio en dirección al norte moral. No en balde la idea es tan popular entre las élites moralmente putrefactas de Nicaragua, las que «devuelven la pelota» jocosamente cuando alguien propone actuar de acuerdo a principios que para ellos valen tan poco como nada. Se la «devuelven» a quienes ridiculizan como «iluminados», como si necesariamente se tratara, o de impostores, o de fanáticos enajenados que alucinan con la verdad. Las élites no pueden siquiera conceder que quienes proponen una postura ética actúen de buena fe, mucho menos con inteligencia, porque sería reconocer que ellos se quedan cortos en ambos terrenos.

En las presentes circunstancias de Nicaragua este rechazo a la guía de la ética es trágico, porque hunde al país más y más en la corrupción y en la continuidad autoritaria. Sirve para presentar como inevitable la convivencia con Ortega que han escogido las mayores fortunas del país; su concubinato con la dictadura se ha vuelto algo incómodo, es cierto, pero tras pensarlo, lo ven ahora como un riesgo más manejable que el de una revolución democrática que los expondría a pérdidas de privilegios y al ojo amenazante de la justicia.

En cambio, para la ciudadanía que busca la democracia, para la gente de buena voluntad que no tiene en el altar al dios de su conveniencia a cualquier costo, no hay nada más repugnante que el oportunismo que se esconde detrás del falso «pragmatismo» de las élites. Porque aunque el tirano pueda imponerse como candidato– quiere imponerse también como tirano hasta que la muerte lo retire del trono– no hay nada que nos obligue a legitimar su voluntad. Ortega y Murillo han cometido crímenes monstruosos, han perpetrado una masacre ante nuestros ojos y los ojos del mundo, y nadie está obligado a aceptar a un criminal como presidente.

Si los que se dicen «opositores» al régimen tienen algún principio que no sea el principio de la oportunidad, si creen en algo diferente a «mantenerse en el juego», si quieren construir un país libre de las maldiciones que nos han perseguido hasta la fecha, deben –¡y pueden!– empezar por sentar un precedente básico, por establecer como primera norma de la convivencia social que el genocidio no paga, que asesinar a mansalva a ciudadanos que tratan de ejercer sus derechos es inaceptable, que el asesino de mi hermano no equivale a mi hermano, que no es cierto, Cristiana Chamorro, que Daniel Ortega tenga tanto derecho como cualquier nicaragüense a ser presidente de la república.

¿No importa la moral?

7 de noviembre de 2019

Dice La Prensa, y dice Cristiana Chamorro Barrios, que el asesino de estos muchachos tiene tanto derecho como cualquier nicaragüense a ser candidato en las elecciones que ellos buscan pactar con el asesino. [¿Qué diría Pedro Joaquín Chamorro?]

Dice Mario Arana, Humberto Belli (el de «el pueblo es injusto con el ejército») y Francisco Aguirre Sacasa (el de «el Ejército tiene mucho prestigio y ha cumplido su papel constitucional») y dice Juan Sebastián Chamorro, y dice Arturo Cruz (que también dicen lo que dicen) que hay que ir a elecciones con Ortega para «resolver» la crisis y que no se dañe más la economía, etc.

Mientras tanto, ¿qué dicen las otras organizaciones de la UNAB?

Y lo más importante, ¿qué dice el resto de los nicaragüenses, los que al final de este Via Crucis no pueden esperar ministerios, viajes, presidencias, diputaciones?

¿No importa que alguien asesine a mansalva?

¿No hay límites?

¿No importa la moral?

¿Todo es una transacción, una maniobra, un negocio?

¿Hay que que ser así de cínicos?

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La defensa de la testosterona

5 de noviembre de 2019

Una nueva «defensa» del pactismo eleccionista, por quienes están dispuestos a legitimar a Ortega y darle impunidad al aceptar sin escrúpulos que sea candidato legal en las elecciones con las que sueñan: «si no querés elecciones con Ortega, liderá vos el movimiento».

O traducido al vernáculo: «Quienquiera que critique la postura política de aceptar dócilmente la impunidad de Ortega es un cobarde y un «tapudo» que empuja a otros a la «guerra», pero está tan lejos de tener poder, que se le puede callar «humillándolo» (creen ellos) con el reto de testosterona de un pleito púber: «a ver si los tenés tan grandes como creés».

Esto es patético. No solo abandonan la lucha cívica, sino que abandonan el debate racional, y se hunden en los lodos más sucios de nuestra cultura machista. Es penoso tener que involucrarse en una discusión así, pero no queda más remedio, si es que uno quiere aferrarse a las hilachas de esperanza que restan. No queda más remedio que explicarles que la lucha por la democracia no es un concurso de testosterona. Además, lo que sobra en Nicaragua, entre la gente común, es coraje. ¿Y qué falta? Falta coraje, integridad e inteligencia entre las élites económicas y políticas, las viejas y las que rápidamente se convierten en las viejas, como ha ocurrido ya demasiadas veces: no es la primera vez que después de una masacre viene un pacto que lleva, no a la destrucción de la dictadura por medios cívicos, sino a la reanudación de la convivencia con ella, para terminar después–esa es nuestra maldición– en violencia.

Yo sueño que mí país salga de ese trágico círculo vicioso, y por eso es que hago–como tantos miles de patriotas– lo que puedo, porque lo considero mi deber, y es mi derecho, aunque incomode a los que ya creen que son parte de la élite política y miran a los ciudadanos como los ven los de la élite política, como niños babosos a quienes hay que esconder información, adormecer con cuentos de hadas, mentirles, engañarles, excluirles de las decisiones, llevarlos de las narices hacia donde solo los dueños de la finca tienen derecho a decidir. Lo mismo de siempre. Lo mismo: los mismos de siempre pactan con los mismos de siempre a expensas de los mismos de siempre y el país queda igual que siempre. ¿Esto es lo que querían los rebeldes que dieron su vida en Abril?

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