12 de agosto de 2019
Apenas desciende la marea emocional del intercambio, queda mi ánimo atrapado en la tristeza, como si un mar trajera, desde el pasado, restos de un naufragio, y los abandonara en la playa sin esperanza. Pero una vez más, se cruza en mi camino un texto que pareciera cortado a la medida, escrito para hacerme sonreír y restañar mi espíritu: “Y si queremos pelear / hay muchos enemigos / al otro lado de las barricadas…”. Estimado lector: si estás preguntándote a qué viene tanta divagación lírica, gracias por tu paciencia; te prometo que hay método en esta locura.
Gracias también al infortunado Maiakovski, autor del texto citado, porque me ha dicho dónde comenzar: aquí, de este lado de “las barricadas”. Hablo de democracia, de libertad, de respeto a los derechos humanos. Hablo de que es muy fácil culpar de su ausencia a quienes están “al otro lado”, y olvidar que estuvieron antes ‘de este lado’. La cuestión clave no es si la tiranía orteguista va a desaparecer (lo hará, sin duda, es ley de vida). Más bien, debemos preguntar: ¿cómo hacemos para que quienes rebasen las barricadas no se den vuelta y apunten (su nuevo poder) contra el pueblo que los sigue?
Benditas sean la desconfianza y la duda
Por eso aconsejo
apasionadamente a los más jóvenes, quienes se han echado a tuto la
responsabilidad de enderezar un país que lleva siglos a la deriva: desconfíen
del poder, del ajeno y del propio; no hay que inventar escuela
filosófica, basta con recordar la sentencia de Acton: “el poder corrompe”.
Desconfíen de
todos, establezcan únicamente acuerdos verificables, en los que cada uno ceda
lo mínimo. Desconfíen especialmente
de aquellos a quienes ustedes admiran y aparentan ser buenos, valientes o
inteligentes. Nadie lo es tanto como
para entregarle las llaves del destino. Desconfíen,
ojo al cristo por la libertad, de las personas que han participado en la vida
pública de Nicaragua en generaciones anteriores. ¿No es evidente que dejaron un rastro de destrucción
a su paso? Hagan la cuenta de los muertos, los presos, los exilados, de la
miseria injustificable–porque hoy Nicaragua tiene una economía que produce un
quinto de la de Costa Rica, y hace unas cuantas décadas estaba a la par. Pregúntense quiénes han sido responsables de
esta tragedia.
Es vital que descorran el velo que para su conveniencia han tirado
sobre la historia, desde las distintas esferas del poder, gente que no intenta
perderlo, ahí donde lo tienen, y busca recuperarlo si se les ha disminuido.
Un feudo, un oasis
Jóvenes rebeldes de
hoy: no permitan que los viejos lobos del poder los engañen. ¡Y no esperen que luzcan como lobos! Hay que esculcar la piel de las ovejas que se
acercan con astucia al rebaño. Muchas de
ellas ya caminan entre la manada, emiten los mismos balidos, y empujan para
colocarse al frente. No les conviene a
ustedes, ni a Nicaragua, ni a la causa del bien y de la libertad, pasar por
alto la trayectoria de quienes participan, con ambición evidente de liderazgo,
en la vida pública del país. Y no se
trata de negarles su derecho ciudadano a involucrarse en la vida política:
simplemente no es prudente darles espacio cerca del poder, para prevenir
desmanes, para hacer posible la construcción de una sociedad democrática y
próspera.
Y a los mayores, o
a quienes han dedicado mayor curiosidad a la historia: digamos la verdad, al
margen de preferencias ideológicas, lealtades personales o sociales, y
aspiraciones financieras. Esto es muy
fácil decirlo, especialmente porque es lo que el pueblo quiere escuchar, pero
es muy difícil de practicar. El cáncer
del poder tiene un tumor, el orteguismo, pero está presente en todo el cuerpo
social. Está incluso en nuestras propias
mentes: muchas veces nuestra actuación refleja es autoritaria, porque no hemos
ejercitado el músculo de la libertad, tanto como hace falta, en doscientos
años.
Y así se cuela
-buenas o malas intenciones de por medio- la manía censora, supresora, y la
tolerancia de la exclusión en todos los ámbitos de la sociedad, y hace muy
difícil que construyamos instituciones gobernadas por reglas y espíritu de
inclusión. Más fácil construimos un feudo que un oasis.
El asunto PEN
Por eso he
insistido en el tema, para algunos quizás arcano, de la actuación del PEN Internacional/
Nicaragua en meses recientes. Que
parezca alejado de las trágicas urgencias del momento no quiere decir que lo
esté. Ya he dicho antes que el tumor tiene nombre, pero la enfermedad afecta al
cuerpo entero de la sociedad. El PEN de
Nicaragua es sencillamente un ámbito más en el cual se desarrolla la vida de
los nicaragüenses, la filial doméstica de una organización mundial de
escritores por la libertad de expresión.
Como tal, tiene el
doble reto de enfrentar al poder abusivo de otros, y expurgar del ejercicio del
propio el chingaste autoritario de nuestra tradición. No es fácil, pero hay que
hacerlo. No basta proclamar en abstracto las bondades de la democracia ni la
maldad de la dictadura. Hay que enfrentarse a los hechos, luchar contra los
obstáculos que estorban el camino a la libertad en todos los frentes, incluidos
los gremios. El PEN Internacional/
Nicaragua es parte del mío, y por eso es mi derecho y mi deber contribuir para
que ayude a la transformación que los demócratas deseamos en Nicaragua.
Desafortunadamente,
creo que estamos fallando. Yo mismo intenté, aprovechando mi condición de
miembro del PEN en Estados Unidos, involucrar a este más activamente en el caso
de Nicaragua. Recibí en Miami, el año
pasado, la visita de un delegado del PEN, filial de Nueva York, y descubrí que
muy poco sabían de la enorme tragedia de nuestro país. Ofrecieron programar eventos a favor de
Nicaragua en 2019, y enviaron una carta a un grupo de abogados internacionales
de derechos humanos, en la que añadieron, a petición mía, los nombres de
algunos de nuestros escritores perseguidos.
No pude hacer más, porque no quise irrespetar a las autoridades del PEN
de Nicaragua arrogándome una representación que no me corresponde, y no pude
conseguir una respuesta vigorosa y ágil de nuestra junta directiva. Debo
aclarar que solo comuniqué mis esfuerzos y solicité asistencia a nuestra
presidenta. Ignoro si ella transmitió la
información a los demás miembros.
Más recientemente,
se han producido dos hechos que aumentan mi inquietud, la cual he expresado de
manera respetuosa y—tratándose de asuntos de incumbencia
social—públicamente. Uno es el ya
conocido acto de censura del Sr. Mario Arana, vocero de la Alianza Cívica, al
bloquear de sus redes a la Revista Abril por su inconformidad ante ciertas
opiniones publicadas en la revista.
Pedimos al PEN Nicaragua que se pronunciara a favor de la libertad de
información, que creímos violada, y en cuestión de horas teníamos respuesta: la
presidenta del PEN nos comunicaba que más bien apoyarían, como política oficial
de nuestra organización, el derecho del Sr. Arana a bloquearnos. Demás está decir que estoy en desacuerdo con
dicha decisión. He publicado mis razones. Otros escritores, inclusive miembros
del PEN, lo han hecho también. Remito al lector a lo ya publicado si desea
conocer los detalles, aunque sí quiero recalcar que la respuesta se produjo a
una velocidad notable, y que el Sr. Arana disertó días después, auspiciado por
el PEN Internacional / Nicaragua, sobre la importancia de las libertades
democráticas en el desarrollo económico. Si no me equivoco, esto podría
considerarse una ironía.
El segundo
incidente es más grave. Se trata, en mi
opinión, de una doble falta. Como ya es
sabido, bajo presión de la dictadura la Universidad Americana canceló la
ceremonia de graduación de sus nuevos profesionales, para impedir que estos
ejercieran su derecho a la libre expresión y dedicaran el acto a la memoria de
una compañera asesinada por el régimen.
Yo solicité en la página del PEN Internacional/ Nicaragua que nos
pronunciáramos como gremio en contra de tal violación. Mi entrada nunca fue aprobada por los
administradores de la página. Insistí el
30 de Julio, en carta pública, y luego el 9 de agosto, de la misma manera. Apenas ayer recibí comunicación, primero
privada, luego pública, de la presidenta del PEN Internacional/ Nicaragua.
A la comunicación
pública me referiré primero, aunque las implicaciones de la carta privada son
quizás más alarmantes. En todo caso la carta pública es digna de
preocupación.
De inicio, una
falsedad: “no se te contestó la carta anterior porque pensamos que ya habíamos
aclarado como directiva nuestras consideraciones sobre el ámbito de acción de
PEN”. No fue sino hasta ayer, transcurridos
catorce días, que se produjo un intento de explicar por qué mi entrada en la
página del PEN Internacional/ Nicaragua ha sido ignorada o censurada.
Acto seguido, el primer intento de descalificación, que rebaja indignamente la calidad del debate civilizado: “nos preocupó…las intenciones tuyas de seguir cuestionando a la organización”.
Luego, la minimización del evento acerca del cual solicité que nos pronunciáramos: “pedías a PEN que se pronunciara porque a un grupo de estudiantes de la UAM les habían negado su libertad de expresión al no permitirles dedicar su promoción a Rayneia Gabrielle Da Costa Lima”.
“Un grupo de estudiantes de la UAM”
¿Hay que aclarar
que no se trataba de la demanda específica de “un grupo de estudiantes de la
UAM”, sino de un evento de altísimo simbolismo e impacto noticioso directamente
relacionado con la agresión autoritaria de la dictadura orteguista, y la
respuesta rebelde, libertaria, de nuestros jóvenes? Esto parece haberlo entendido todo el mundo,
menos el PEN Internacional/ Nicaragua.
¿Cómo es posible
que sea precisamente la organización de escritores y poetas la que invalide el
enorme significado de suprimir la voz y la palabra de los universitarios? ¿Cómo
es posible que se desestime, sin que medie siquiera cortesía profesional, la
solicitud de un miembro de la organización para por lo menos—aunque no debería hacer falta–discutir qué postura
adoptar?
No quiero entrar en
una revisión extensa de la carta constitutiva del PEN (su Constitución), pero aseguro al lector que no hay en ella (¡por
supuesto!) nada que justifique no defender la libertad de expresión de los
estudiantes. Tampoco veo cómo hacerlo
pueda poner “en riesgo el trabajo del PEN”. Y me parece inverosímil la
explicación que atribuye nuestro quietismo a que “En Nicaragua PEN es una
organización pequeña. Sólo tenemos una persona que trabaja de manera fija.
Todos los demás somos voluntarios.”
¿Cuántos
escritores, en una organización de escritores, hacen falta para componer uno o
dos párrafos en defensa de la libertad, especialmente ante hechos de gran
simbolismo como el de la UAM?
El infierno son los otros
No es mi intención
someter a nadie al terror de una crítica injusta ni a un ataque infundado, a la
implacable mirada, al infierno que pueden ser los otros. No se trata de destrucción personal, sino de
aprendizaje y construcción institucional. Por eso, si algo me ha impactado es
la indignación en la respuesta privada de la presidenta del PEN Internacional/
Nicaragua. Como mis actos son guiados
por la buena voluntad, y porque aspiro más que a nada a que alcancemos una
sociedad de altos estándares intelectuales y morales, me abstengo de publicar
dicho escrito.
Sin embargo–lo
digo aunque me apena–debo recordar a la señora presidenta que solicitar a una
institución gremial, a la que uno pertenece, que actúe de cierta manera—que
uno, errada o correctamente, cree apropiada—no es un acto de traición; que
pedir que la organización responda a sus miembros, y se pronuncie a favor de
una causa que uno entiende es su razón de ser no equivale a “armar una tormenta
en una taza de te”; y, sobre todo, que el debate entre personas pensantes y de
bien no tiene como propósito que “rueden cabezas”.
¿Por qué es tan
difícil entender esto entre nosotros? Esta interrogante es la que me ha
obligado, por el fuero de mi conciencia y a costa de mi tranquilidad, a hacer
los comentarios que dejo en este artículo.
Termino con un cierto amargo regusto: me queda claro lo extendido de
nuestro mal, nuestra incapacidad de lidiar de manera tolerante y constructiva
con la crítica, nuestra tendencia a sentirnos soberanos de un feudo antes que
reconocernos ciudadanos de una república.
Pero no hay vida si
no hay esperanza. Los jóvenes que hoy cuestionan, critican, protestan,
sospechan y dudan, son vida para Nicaragua, son el renacer de la nación, son la
vida misma de nuestros tercos sueños. Por
eso los exhorto, una vez más: estén alertas; la escuela de las dictaduras ha
dejado hábitos muy malos entre los mayores. Muchos de ellos han sido en el pasado
entusiastas colaboradores de esas dictaduras, y están aún activos, caminan al
lado de ustedes, pero representan el pasado, representan exactamente lo que
ustedes quieren reemplazar–aunque estén de este lado de las barricadas.