Dos editoriales infames (dictadura, gran capital, y los esperadores)

30 de abril de 2020

En un foro de redes, el respetado economista Dr. José Luis Medal ha comentado que la oposición nicaragüense, junto a sus aliados internacionales, debería dar un plazo perentorio de tres meses a la dictadura para establecer condiciones en las cuales pueda darse una elección democrática. De lo contrario, se estaría marchando hacia un proceso fraudulento e inútil, porque el pueblo se abstendría de participar. No tendría sentido, desde su punto de vista, seguir esperando.

Si algún problema tengo con este argumento, es que de entrada considero imposible que los tiranos den un viraje radical y permitan elecciones libres, reconozcan los resultados, y den paso a los procesos judiciales que inevitablemente enfrentarían. Pero como un desafío a la seriedad de los políticos y un llamado a despejar cualquier remanente de duda acerca de la voluntad del régimen, no tengo nada que objetar a la propuesta del Dr. Medal: que demuestren, los participantes en esta danza macabra de dos años, que no se trata nada más de tácticas dilatorias que solo consiguen alargar el sufrimiento del pueblo y causar desesperanza.

¿Por qué no lo hacen?

Mi hipótesis, y la de cada vez más ciudadanos democráticos, es que la dictadura es mucho más que una pareja de psicópatas encerrada en su ciudad prohibida de El Carmen. Enfrentamos todo un sistema, que incluye a los milmillonarios que antes del 18 de abril de 2019 sonreían en la foto con Ortega, pero ahora conversan con él en privado lo que sus agentes en la Alianza Cívica y la fantasmagórica Coalición Nacional balbucean en un acto barato de ventriloquía. A este acto se han plegado los esperadores, políticos que quizás no gozan de un afecto de primera marca entre los potentados, pero tampoco están dispuestos a enfrentarlos, ni a luchar por el derrocamiento de la dictadura; han decidido esperar a que caiga de pudrición, y atrapar al vuelo, la fruta del poder; o, si se quiere una imagen menos vegetal, abalanzarse, como los niños hacen, sobre los dulces que caen de una piñata que otro quebró.

La dictadura, los conspiradores del gran capital, y los esperadores de la oposición, son culpables de que el sufrimiento de las grandes mayorías se extienda en el tiempo. Y quienes se dicen opositores y aceptan participar en este juego merecen la condena de la ciudadanía, hoy moral, mañana política: que no logren su cometido, que no alcancen los cargos y prebendas por los que sacrifican el bienestar del pueblo.

En el fondo, el trío dictadura-conspiradores-esperadores representa colectivamente los intereses de élites distantes de la mayoría de los nicaragüenses; élites que juegan sus juegos a espaldas del pueblo, que desconfían del pueblo, y hasta le temen. Sus razones tendrán, digo yo, para temerle. Pero es muy claro que tienen algunas metas en común. En particular, todos han trabajado casi desde el inicio de la crisis, hace dos años, para que el sistema político aterrice suavemente.

Dos editoriales infames

Con la torpeza prepotente que es habitual en ellos, y que es solo menor que su alevosía, el trío nos da evidencia tras evidencia de sus intenciones. La más reciente es la publicación simultánea, por casualidad, en la misma fecha, en La Prensa y Confidencial, de dos editoriales que –aparentemente alarmados ante las exigencias de la población–llaman a los nicaragüenses a seguir… esperando.

Ambos son, a cual más, insultantes, escupitajos en la cara de los nicaragüenses democráticos, sal en la profunda herida del pueblo, y una grosera e inhumana expresión de desprecio hacia las víctimas y sus familias.

El de La Prensa–que dicho sea de paso avergonzaría moral y literariamente a Pedro Joaquín Chamorro y Pablo Antonio Cuadra–es particularmente agresivo. “Algunos opositores sostienen que no se puede ni se debe hablar de elecciones mientras Daniel Ortega y Rosario Murillo permanezcan en el poder“, inicia. “Se trata de personas radicales…”, prosigue, en tono desesperado, atropellando la lógica, la historia y la sintaxis, para concluir (yo diría que prácticamente confesar) que hay que ir a elecciones con Ortega, ya que “ningún gobierno cae si no se le hace caer”. Esto, en la mejor traducción que conozco, está a milímetros de “mirá, no lo vamos a sacar, mejor entendámonos con él”.

En el mismo espíritu, y debe ser un espíritu el que crea estas casualidades transoceánicas, el conocido político español Ramón Jáuregui nos envía desde la distancia la hoja de ruta de un pacto. Que don Ramón use esta palabra, en publico y sin pudor, ante nicaragüenses, da una idea de cuán poco entiende el país. Pero el resto de su muy autoritativo texto merece, en algunos puntos claves, traducirse del fariseo al castellano. Que el Sr. Jáuregui sea vasco y yo nicaragüense no quiere decir que no tengamos una lengua en común.

Lo primero que llama la atención –y enciende la indignación– es que salga otra vez con el cuento de que somos como una familia dividida, en la que ambas partes son “legítimas”. “Dos Nicaraguas viven juntas”, dice don Ramón, “Un gobierno legítimo…” …De ahí en adelante, por más críticas que haga al régimen, al que sin embargo llama “heredero de una revolución heroica…que sostiene un aparato partidario…muy extendido en el territorio”, el punto de partida lo ha contaminado todo. No se le hubiera ocurrido, al político del PSOE, exaltar la legitimidad de Franco, por ejemplo. Pero nosotros, en la lejanas Indias, no merecemos tales consideraciones.

Y lo que viene después es peor, y es ahí donde dictadura, conspiradores y esperadores coinciden:

1. «Las elecciones deben celebrarse en 2021, en la fecha prevista para el fin del mandato presidencial actual.»

Traducción: ¿Cuál es la prisa?

2. «Cese absoluto de la represión, acompañado de un compromiso de paz ciudadana. La paz social y económica del país no debe ser puesta en cuestión por nadie. La oposición debe reiterar su apuesta pacífica por la democracia.»

Traducción:  Que la dictadura diga que permite las protestas, a cambio de que la oposición las impida. Que los políticos le digan a la gente: «no protestemos, mejor esperamos al día de la votación».

3. «Memoria y justicia sin revanchas. Pasadas las elecciones, el Parlamento debería crear una comisión de investigación sobre lo ocurrido en el país a partir de abril de 2018 bajo la premisa de una memoria reconciliada y no repetición, otorgando justicia reparadora a todas las víctimas. Memoria y justicia sin revanchas

Traducción: «Justicia sin revanchas» quiere decir «justicia sin sentencias, nadie puede ir a la cárcel, ya pasó todo«; «memoria reconciliada y no repetición«, es «hagan las paces con los asesinos, pero escriban un reporte y prometan que no vuelve a pasar«; «otorgando justicia reparadora» es «denle algo a las familias para que puedan pasar la página; algo, una casita, una pensión«.

Todo esto es de una bajeza moral y un cinismo tan extremo, que lo menos que podría esperarse de quienes conservan alguna decencia y algún pudor, o como decían antaño los mayores, temor de Dios, es que lo rechazaran, lo denunciaran, y buscaran como hacerlo imposible.

Tienen la palabra, políticos opositores. El pueblo los observa. Escojan: o participan en un pacto que es compraventa de esclavos, o se ponen del lado de la lucha democrática.




Aritmética del sueño democrático (y un tanque de guerra)

27 de abril de 2020

Democratizar=desarmar al Estado=no más Policía Nacional, sino policías municipales independientes del gobierno central=desmilitarizar y descomercializar el Ejército=dispersar, atomizar el poder del Ejército, transformarlo en fuerzas separadas e independientes entre sí, de Defensa Civil, de Protección de Fronteras, y de Recursos Naturales, sin tanques ni armas de guerra, sin negocios «propios», dependientes exclusivamente del presupuesto nacional =todas las empresas «del Ejército» deben regresar al Estado, y de ahí, si amerita y conviene, deben ser vendidas=dispersar el poder del Estado, atomizarlo, descentralizarlo=dispersar el poder dentro de los partidos políticos=que los partidos políticos no puedan reelegir a sus líderes, que sus líderes sean electos de acuerdo a votación bajo leyes nacionales=disminuir el poder de los partidos políticos a través de todos los mecanismos posibles, incluyendo la suscripción popular, la elección de candidatos por zona, no por lista de partido=todo para aumentar el peso, el poder y el papel del ciudadano, para que todos los centros de poder sean más débiles y dependan de la voluntad de la mayoría. Junto a esto, en paralelo=democratizar la economía=eliminar monopolios y luchar por medios legales, tributarios, crediticios, políticos, educativos, y de comercio internacional, contra la grotesca concentración de la riqueza en manos de unas cuantas familias que hace imposible la democracia. Junto a esto=hacer que la Constitución no pueda cambiarse fácilmente, que cualquier iniciativa de propuesta tenga que pasar primero, por abrumadora mayoría, en la Asamblea, luego ser aprobada en Convención Constituyente, y que NUNCA NINGUNA reforma reciba aprobación final sin un referendo con amplia participación popular y amplia mayoría. Junto a esto=que la Constitución destaque los límites del poder ante el derecho del individuo, y haga de esos límites una muralla sagrada. Junto a esto=que seamos, los ciudadanos, feroces centinelas de esa muralla=Ni perdón ni olvido; no más segundas oportunidades a políticos que deshonren sus promesas, que hablen con lengua retorcida, con doble discurso; ¡tolerancia cero para ellos! especialmente si ya estuvieron en el poder y abusaron de él–o apoyaron el abuso= ¡Justicia!

Si esto le parece difícil, si le parece costoso, compárelo con la penuria y los costos de vivir bajo opresión, dictadura tras dictadura, sin nutrición y educación adecuadas, sin salud pública, con el escape a otras tierras convertido en la única esperanza, dejando atrás el país hermoso que entregamos al futuro transformándose en desierto y ruinas.

Haga usted su propia aritmética. Empiece por recordar que la economía del país hace medio siglo estaba más o menos a la par de la costarricense, y hoy produce, año tras año, una quinta parte. Sume, calcule. Dígame que los números del sueño democrático le parecen ilusorios, utópicos, que hay que ser «realista», que no se puede, y que por tanto no se debe intentar, que no hay remedio.

Y me explica también de qué sirvió comprar este tanque de guerra, matar con él, luchar contra él, capturarlo, exhibirlo, dejarlo morir bajo el sol y el sarro. ¿Cuántas vidas costó este esperpento de lata? ¿Cuántas costó antes de disparar? ¿Cuántas en combate? ¿Cuántas desde que es monumento?

Un tanque –deberíamos repetírnoslo todos los días– mata aunque no dispare.

¿Todavía no le salen los números?

La quema de libros, un vuelo de langostas, y otras reflexiones sobre cultura política criolla

26 de abril de 2020

Para “conciliar visiones e intereses” (frase que cito de un amigo), no hace falta parar de pensar (la única forma en que el ser humano puede dejar de cuestionar su mundo, siempre imperfecto). Que el llamado a suavizar o detener la crítica se escuche con frecuencia en círculos opositores de Nicaragua se debe en parte a que la cultura política de las élites criollas, y de las pequeñas clases “medias» (que como en todas partes del mundo, las imitan), es alérgica al pensamiento analítico. Las élites nicaragüenses son visceralmente anti-modernas. Padecen una miseria intelectual que es dolorosamente evidente. Desdeñan la cultura con toda la prepotencia que les da una letal combinación de poder e ignorancia.

Los principitos intocables

Es imperioso cambiar el rumbo que ellas han marcado para nuestra cultura política. En este siglo XXI, que amanece fértil para la auto-convocación, para la auto-gestión, podemos hacerlo. Precisamos hacerlo. La democracia requiere buscar perennemente la verdad; solo puede subsistir en aguas que corran limpias: los charcos estancados y oscuros son paraísos de sapos de todos los colores.

Por tanto, si para hacer alianzas y dirigir consensos los políticos exigen que se les trate como principitos intocables—eso quisieran aparentemente muchos de los “nuevos opositores”—hay que obligarlos a buscar otra ocupación.

Que los principitos no conquisten el poder o, cuando termine el actual, estaremos en camino hacia un nuevo ciclo autoritario.

¿Cambiar las personas, o cambiar el poder?

Por eso no se trata solo de quitar a un tirano. No es solo cambiar las personas que ocupan el poder. Esto ocurrirá, naturalmente, si se atiende lo esencial: cambiar el poder mismo. Descentralizarlo, dispersarlo, atomizarlo. Y no solo el poder de las instituciones políticas, sino el poder económico. Es la forma y distribución del poder lo que hay que cambiar radicalmente.

¿Puede ser «excesiva» la crítica?

Me dice una amiga, lamentándose, que el proyecto democrático de don Enrique Bolaños fue víctima del exceso de la prensa, que exigía demasiado a un gobierno bien intencionado pero débil. «Criticaron sin piedad al buen presidente», me dice. Yo pienso que el problema no fue que criticaran a don Enrique, sino que no criticaran con igual determinación a sus adversarios. Había que hacerlo, no solo por el peligro inherente del poder, que es universal, sino porque en Nicaragua existía una deformación particular: había dos gobiernos, pero solo se criticaba a uno, al oficial, al de don Enrique.

«El enemigo es Ortega, unámonos todos, no seamos divisionistas»

De todos modos, la experiencia que cita mi amiga contiene una gran lección para el presente, ya que hay un coro interesado en que la crítica política se dirija exclusivamente al círculo más estrecho del orteguismo.

No solo pretenden que se exima de cuestionamientos a los opositores actuales–gravísimo error, porque ser opositor a una dictadura no hace a nadie demócrata–también quieren que se trate con guantes de seda a gente que ha participado o participa en las estructuras de poder del Estado, como la cúpula militar. «El pueblo es injusto con el Ejército», dice Humberto Belli. «El Ejército tiene gran respeto entre los productores del Norte», dice Francisco Aguirre Solís, mientras La Prensa publica un suplemento especial en homenaje a las fuerzas armadas, con sendos discursos de una página cada uno firmados por el tirano y por el jefe del Ejército.

A ellos, y a todos, pregunto: ¿No estaría mejor Nicaragua si después de 1990 se hubiera hecho crítica constante, implacable e insistente a la oposición de entonces? ¿No estaría el país en otra situación si el objetivo primordial, fundamental, dominante, supremo, hubiera sido desmantelar la capacidad de intimidación del FSLN?

El vuelo de las langostas iletradas

Parte del problema, permítanme proponer, es esta: la ausencia de una visión de país, y falta de vocación democrática, entre los grupos de la élite que capturaron la Presidencia y el Congreso a partir de 1990.

Poco interés en construir la democracia demostraron. Incluso podría decirse que en cuanto a democracia demostraron ser analfabetas. Yo diría que fue (y es) tanta su ignorancia en estas artes, que no son siquiera conscientes de su ineptitud (¿una manifestación más del conocido efecto Dunning-Kruger?).

Al faltarles conciencia, su conducta es dictada por el hábito, por la maña aprendida y heredada. Por eso los noventa del siglo pasado, vistos desde el aire, muestran una nube de langostas llegando del extranjero a Nicaragua, en busca de lo suyo, a costa de lo que fuese, siguiendo los métodos de siempre, en la persecución del interés más estrecho. No regresaban como patriotas llenos de sueños, reformados por la experiencia de vivir la democracia en otros lares: regresaban los mismos, a lo mismo, y por eso estamos igual que estuvimos siempre, hundidos en el lodo del autoritarismo y la corrupción. ¿Queremos más de eso? No «dividamos», «el enemigo es Ortega», «no le hagamos el juego a la dictadura», «vamos al diálogo», «vamos a elecciones», «construyamos acuerdos«, «negociemos con la embajada«. Si es lo mismo de siempre, ¿puede esperarse un resultado distinto?

Autoemail

25 de abril de 2020

Poco acostumbrado como estaba al manierismo fariseo de los políticos nicas, he sido de un tiempo acá tan ingenuo como hacía falta para intentar aferrarme a lógica y datos, y expresarme sin miedo y de la forma más precisa de que soy capaz. Amigos, por una razón, y enemigos, por otra, me han dicho que esta postura es peligrosa. Pero ya no hay marcha atrás. Vivo el derecho a ser libre, y el privilegio de que mi seguridad y mi sustento no dependan de las mafias que en Nicaragua compiten por el poder a espaldas de la ciudadanía. De todos modos, no quiero [es un lujo que no puedo darme] un puesto público, y por tanto no tengo necesidad de padrinos políticos ni votos. Así que continuaré hablando como puede hacerlo–sin que nadie tenga derecho de atajarlo–cualquier ciudadano; mejor dicho, cualquier ser humano, de los que no escogen decir las cosas a medias por si acaso necesitan después beber de aquellas aguas. Me perdonan los delicados señores de la política si algunas de mis afirmaciones—que creo ciertas y presento con la mejor voluntad—incomodan su rutina.

*Image by Dorota Wrońska from Pixabay

Ni perdón ni olvido (¿excepto para el FSLN y el Ejército?)

18 de marzo de 2020

Me pregunto si la fecha en el video es correcta (11 de marzo de 2020). Mi primera inclinación es dudarlo, limpiarme los ojos, volver a mirar, abrirlos ancho para comprobar que me he equivocado. No quisiera, lo digo con total honestidad, hablar de este tema hoy, con la pandemia del Coronavirus extinguiendo tantas vidas y con la economía mundial al borde de la parálisis. Pero la actividad de los políticos no se detiene. En medio de la crisis, o al amparo de su sombra, aprovechan que la gente mira en otra dirección, y buscan avanzar en su estrategia. Hay que estar alertas, siempre «ojo al Cristo», como dice el viejo refrán. Por eso vuelvo a revisar la noticia, pregunto a amigos y conocidos, pero la fecha, 11 de marzo de 2020, sigue ahí. Es posible que alguien la haya alterado, por supuesto; en ese caso, hay que preguntar a Félix Maradiaga si su manera de pensar ha cambiado desde que dio esa entrevista.

Porque a mí me parecería escandaloso que a estas alturas (¿hay que contar la historia de nuevo?) Maradiaga se refiriera al Frente Sandinista en un tono tan respetuoso, tratando de «institución» a lo que ha demostrado ser una banda criminal al servicio del Padrino y la Madrina de El Carmen. Peor aún, que él, una de las voces y rostros de la (anunciada pero no nacida) Coalición Nacional, dijera que la lucha «no es contra el Frente Sandinista«.

En otra parte de la entrevista, Maradiaga sugiere (porque se lo han dicho, nos dice, en el Congreso de Estados Unidos) que no hay pruebas suficientemente específicas del involucramiento del Ejército en los crímenes de la dictadura.

Francamente, me quedo hecho un hielo.

¿Por qué? Porque este es un distinguido político nicaragüense, en Nicaragua, diciéndole a los nicaragüenses que no crean lo que saben, que no crean a su lógica ni a su intuición, que no crean lo que dicen expertos tan respetados como el Dr. Álvaro Leiva y su prestigiosa Asociación Nicaragüense Pro Derechos Humanos (ANPDH).

Me aterra también porque la defensa implícita del Ejército que hace Maradiaga se une al coro de la élite política, desde La Prensa hasta la cúpula de la Alianza Cívica. No olvidemos el panegírico de Francisco Aguirre Sacasa («el ejército es muy respetado entre los productores del norte, y en el Comando Sur de los Estados Unidos»). No olvidemos el suplemento especial de homenaje al Ejército, incluyendo un discurso de una página de Daniel Ortega, y otro del general Avilés, que publicó el diario La Prensa, en edición de lujo, mientras decía no tener papel por el bloqueo del gobierno. No olvidemos la afirmación de Humberto Belli de que «el pueblo es injusto con el Ejército».

Todo esto me hace reflexionar, con gran pesar, sobre la distancia–ya grande– que existe entre estas cúpulas políticas y los sentimientos e intereses de la población, distancia que va en aumento. Que Maradiaga, quien ha querido fabricarse una imagen pública ‘distante’ de las élites tradicionales, haya adoptado el discurso de la Alianza, es un indicador elocuente de la deriva de la oposición nicaragüense, a la que cada vez con más frecuencia la voz popular antepone la palabra «supuesta».

Da tristeza pensar que en esto quedamos, después de tanto sufrimiento. Pero al hecho pecho. El cambio no es solo posible: es indispensable. Si este grupo de políticos es incapaz de liderarlo, si, en lugar de hacerlo, se embarcan en un nefasto proyecto de elecciones con la pareja demencial y su banda de asesinos, tarde o temprano surgirán otros.

Ellos creen que no. La historia dice otra cosa. No hay que desanimarse. Y hay que hacer de la verdad nuestra luz y nuestra fortaleza, para que el oportunismo y la manipulación de los prestidigitadores de la mentira no arrastren al país a un futuro más sombrío que el presente, una era dominada por el sicariato, y por una nueva dinastía. Una era de negra noche y roja sangre que mancharía todo el territorio nacional por décadas.

No puede uno menos que desear que quienes conservan la capacidad de imbuir sus actos de buenas intenciones recapaciten. Que quienes tienen una legítima aspiración de escalar a la cima del poder político no sacrifiquen todo en el intento. Que apuesten a ser viables en una Nicaragua democrática, y no se resignen al destino que han sufrido en el pasado tantos aspirantes que prefirieron montarse al pedestal sin honra, en lugar de alcanzar la gloria de construir un país mejor.

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