Para la dictadura y sus colaboracionistas electoreros, los presos políticos son simples fichas de cambio.

Para Ortega y sus colaboracionistas electoreros, liberar presos políticos es «parte del juego». Un juego cruel, juego de prestidigitadores que piensan que la mano que pacta con Ortega es más rápida que la vista del pueblo; que ellos, por ser los mandamases de la hacienda ensangrentada, pueden engañarnos fácilmente.

Parece que hay que recordarles que no somos tan tontos como imaginan desde la prepotencia de su poder y la comodidad de sus privilegios. Así que los retamos: si dicen querer elecciones libres bajo la tiranía, que la liberación de los presos ocurra YA, y que sea PARTE de un MÍNIMO de condiciones, no su totalidad.

¿Por qué? Porque de lo contrario liberar reos políticos será sencillamente parte de la coreografía del fraude: poco antes de las elecciones, Ortega los dejará ir, cuando ya esté seguro de que todo está en marcha y de que no necesita retenerlos; cuando el beneficio de soltarlos para legitimar la farsa electoral sea mayor.

Ahí estarán, listos a aplaudir al tirano, los colaboracionistas electoreros, que imitando torpemente un gesto solemne dirán en cualquier hotel de lujo que «es un paso necesario, pero falta más; de todos modos, el gobierno («el señor Presidente» como algunos de ellos le llaman) ha dado muestras de que hay voluntad política; esto hace posible que sigamos avanzando hacia las elecciones«. El coro de «la comunidad internacional», junto al solista Almagro, confirmará que «los nicaragüenses dan muestra de madurez política al escoger la vía civilizada de las elecciones; hemos pedido al gobierno de Nicaragua que facilite esta salida, y creo que vamos progresando en ese sentido.«

Mientras tanto, la dictadura no dejará de intimidar y de matar. De vez en cuando, los colaboracionistas electoreros harán su pantomima de protesta en papel, alzarán débilmente el puño, sin arrugar sus camisas de blanco inmaculado, y pedirán a la gente paciencia; les dirán «mejor protesten con el voto«. De esta manera, todo quedará como el experimento controlado que las clases en el poder quieren. Al amparo de esta cortina de humo se repartirán una vez más la hacienda. Tras la gaza se verán las manchas de sangre de la gente que quiso tener fe, que creyó que era posible de esta manera, que los colaboracionistas electoreros eran honestos patriotas. Una vez más, una vez más, la muerte de unos y la viveza de otros.

Porque si en verdad quisieran elecciones libres, si en verdad fuera posible realizar elecciones libres ANTES de derrocar al clan genocida, la dictadura tendría que, NO SOLO LIBERAR A LOS PRESOS POLÍTICOS YA, sino permitir MOVILIZACIÓN SIN REPRESIÓN YA, PERIODISMO SIN INTIMIDACIÓN YA, DESARME DE PARAMILITARES YA, ALTO AL TERRORISMO FISCAL YA, ALTO A LA COMPLICIDAD DEL EJÉRCITO EN LA REPRESIÓN YA, ALTO A LOS SECUESTROS DE OPOSITORES YA.

Todo esto, para la dictadura, sería SUICIDIO YA, porque:

¿Alguien duda lo que le ocurriría al clan FSLN–a ellos y a sus cómplices en la falsa oposición–si decidieran cumplir estas demandas?

¿Cuánto durarían en el poder?

¿Por qué insisten tan desesperadamente los colaboracionistas electoreros en promover la estrategia de Ortega?

Algún día, cuando haya JUSTICIA y ESTADO DE DERECHO, lo sabremos. Y si hay justicia, habrá juicios, y habrá verdad, y habrá castigo.

Dos editoriales infames (dictadura, gran capital, y los esperadores)

30 de abril de 2020

En un foro de redes, el respetado economista Dr. José Luis Medal ha comentado que la oposición nicaragüense, junto a sus aliados internacionales, debería dar un plazo perentorio de tres meses a la dictadura para establecer condiciones en las cuales pueda darse una elección democrática. De lo contrario, se estaría marchando hacia un proceso fraudulento e inútil, porque el pueblo se abstendría de participar. No tendría sentido, desde su punto de vista, seguir esperando.

Si algún problema tengo con este argumento, es que de entrada considero imposible que los tiranos den un viraje radical y permitan elecciones libres, reconozcan los resultados, y den paso a los procesos judiciales que inevitablemente enfrentarían. Pero como un desafío a la seriedad de los políticos y un llamado a despejar cualquier remanente de duda acerca de la voluntad del régimen, no tengo nada que objetar a la propuesta del Dr. Medal: que demuestren, los participantes en esta danza macabra de dos años, que no se trata nada más de tácticas dilatorias que solo consiguen alargar el sufrimiento del pueblo y causar desesperanza.

¿Por qué no lo hacen?

Mi hipótesis, y la de cada vez más ciudadanos democráticos, es que la dictadura es mucho más que una pareja de psicópatas encerrada en su ciudad prohibida de El Carmen. Enfrentamos todo un sistema, que incluye a los milmillonarios que antes del 18 de abril de 2019 sonreían en la foto con Ortega, pero ahora conversan con él en privado lo que sus agentes en la Alianza Cívica y la fantasmagórica Coalición Nacional balbucean en un acto barato de ventriloquía. A este acto se han plegado los esperadores, políticos que quizás no gozan de un afecto de primera marca entre los potentados, pero tampoco están dispuestos a enfrentarlos, ni a luchar por el derrocamiento de la dictadura; han decidido esperar a que caiga de pudrición, y atrapar al vuelo, la fruta del poder; o, si se quiere una imagen menos vegetal, abalanzarse, como los niños hacen, sobre los dulces que caen de una piñata que otro quebró.

La dictadura, los conspiradores del gran capital, y los esperadores de la oposición, son culpables de que el sufrimiento de las grandes mayorías se extienda en el tiempo. Y quienes se dicen opositores y aceptan participar en este juego merecen la condena de la ciudadanía, hoy moral, mañana política: que no logren su cometido, que no alcancen los cargos y prebendas por los que sacrifican el bienestar del pueblo.

En el fondo, el trío dictadura-conspiradores-esperadores representa colectivamente los intereses de élites distantes de la mayoría de los nicaragüenses; élites que juegan sus juegos a espaldas del pueblo, que desconfían del pueblo, y hasta le temen. Sus razones tendrán, digo yo, para temerle. Pero es muy claro que tienen algunas metas en común. En particular, todos han trabajado casi desde el inicio de la crisis, hace dos años, para que el sistema político aterrice suavemente.

Dos editoriales infames

Con la torpeza prepotente que es habitual en ellos, y que es solo menor que su alevosía, el trío nos da evidencia tras evidencia de sus intenciones. La más reciente es la publicación simultánea, por casualidad, en la misma fecha, en La Prensa y Confidencial, de dos editoriales que –aparentemente alarmados ante las exigencias de la población–llaman a los nicaragüenses a seguir… esperando.

Ambos son, a cual más, insultantes, escupitajos en la cara de los nicaragüenses democráticos, sal en la profunda herida del pueblo, y una grosera e inhumana expresión de desprecio hacia las víctimas y sus familias.

El de La Prensa–que dicho sea de paso avergonzaría moral y literariamente a Pedro Joaquín Chamorro y Pablo Antonio Cuadra–es particularmente agresivo. “Algunos opositores sostienen que no se puede ni se debe hablar de elecciones mientras Daniel Ortega y Rosario Murillo permanezcan en el poder“, inicia. “Se trata de personas radicales…”, prosigue, en tono desesperado, atropellando la lógica, la historia y la sintaxis, para concluir (yo diría que prácticamente confesar) que hay que ir a elecciones con Ortega, ya que “ningún gobierno cae si no se le hace caer”. Esto, en la mejor traducción que conozco, está a milímetros de “mirá, no lo vamos a sacar, mejor entendámonos con él”.

En el mismo espíritu, y debe ser un espíritu el que crea estas casualidades transoceánicas, el conocido político español Ramón Jáuregui nos envía desde la distancia la hoja de ruta de un pacto. Que don Ramón use esta palabra, en publico y sin pudor, ante nicaragüenses, da una idea de cuán poco entiende el país. Pero el resto de su muy autoritativo texto merece, en algunos puntos claves, traducirse del fariseo al castellano. Que el Sr. Jáuregui sea vasco y yo nicaragüense no quiere decir que no tengamos una lengua en común.

Lo primero que llama la atención –y enciende la indignación– es que salga otra vez con el cuento de que somos como una familia dividida, en la que ambas partes son “legítimas”. “Dos Nicaraguas viven juntas”, dice don Ramón, “Un gobierno legítimo…” …De ahí en adelante, por más críticas que haga al régimen, al que sin embargo llama “heredero de una revolución heroica…que sostiene un aparato partidario…muy extendido en el territorio”, el punto de partida lo ha contaminado todo. No se le hubiera ocurrido, al político del PSOE, exaltar la legitimidad de Franco, por ejemplo. Pero nosotros, en la lejanas Indias, no merecemos tales consideraciones.

Y lo que viene después es peor, y es ahí donde dictadura, conspiradores y esperadores coinciden:

1. «Las elecciones deben celebrarse en 2021, en la fecha prevista para el fin del mandato presidencial actual.»

Traducción: ¿Cuál es la prisa?

2. «Cese absoluto de la represión, acompañado de un compromiso de paz ciudadana. La paz social y económica del país no debe ser puesta en cuestión por nadie. La oposición debe reiterar su apuesta pacífica por la democracia.»

Traducción:  Que la dictadura diga que permite las protestas, a cambio de que la oposición las impida. Que los políticos le digan a la gente: «no protestemos, mejor esperamos al día de la votación».

3. «Memoria y justicia sin revanchas. Pasadas las elecciones, el Parlamento debería crear una comisión de investigación sobre lo ocurrido en el país a partir de abril de 2018 bajo la premisa de una memoria reconciliada y no repetición, otorgando justicia reparadora a todas las víctimas. Memoria y justicia sin revanchas

Traducción: «Justicia sin revanchas» quiere decir «justicia sin sentencias, nadie puede ir a la cárcel, ya pasó todo«; «memoria reconciliada y no repetición«, es «hagan las paces con los asesinos, pero escriban un reporte y prometan que no vuelve a pasar«; «otorgando justicia reparadora» es «denle algo a las familias para que puedan pasar la página; algo, una casita, una pensión«.

Todo esto es de una bajeza moral y un cinismo tan extremo, que lo menos que podría esperarse de quienes conservan alguna decencia y algún pudor, o como decían antaño los mayores, temor de Dios, es que lo rechazaran, lo denunciaran, y buscaran como hacerlo imposible.

Tienen la palabra, políticos opositores. El pueblo los observa. Escojan: o participan en un pacto que es compraventa de esclavos, o se ponen del lado de la lucha democrática.




No es lo mismo, ni es igual, caer que aterrizar suave. (Managua, París, Dios y el Diablo)

28 de abril de 2020

Sería hasta chistoso que yo dijera estar de acuerdo con el comentario de Félix Maradiaga, quien dice estar de acuerdo con el contenido de mi artículo https://ciudadanoequis.org/2020/04/27/aritmetica-del-sueno-democratico-y-un-tanque-de-guerra/. Me sentiría que estoy hablándome a mí mismo: «Te felicito Fran, has dado en el clavo, estoy de acuerdo con vos»; «gracias», Fran». Sería también triste olvidar que la vanidad de vez en cuando arma berrinches y pide esos gustos. Es consuelo de tontos saber que el monstruo es así, que se va con cualquiera, que es incurablemente promiscuo.

Lo importante, una vez que yo y yo nos hemos entendido, es caer en cuenta de que estar de acuerdo en principio (de palabra) no es suficiente, si no logramos que estos principios sean abrazados por la mayoría, y que la minoría que se dedica de lleno a la política (siempre ha sido una minoría), se percate de ese abrazo mayoritario, y lo comparta.

Yo creo que si algo se ha ganado en medio de la derrota táctica de Abril (la victoria estratégica está en el horizonte) es que la población se ha alejado de manera aparentemente irreversible del espejismo autoritario de las vanguardias, de los mesías, y de las soluciones utópicas (como la de ir a elecciones con el tirano), y por consiguiente el terreno está más fértil que nunca para propuestas que tengan un espíritu similar al de la que expuse en mi artículo: autogestión, autogobierno, dispersión del poder, desmilitarización, despartidismación, Constituyente democrática.

Donde no hemos avanzado mucho es en la postura de la minoría a la cual me refiero. Muchos de ellos han, sencillamente, claudicado ante los demonios del pasado, los de la opresión secular. Se arrodillan ante los dueños de la plantación postcolonial, les sirven a cambio de mendrugos. Otros vacilan como veletas en un viento indeciso; indecisos ellos, con miedo a optar entre principio y oportunidad. A mis ojos, lo he dicho antes, parecen gente que quiere el mango pero no quiere cortarlo, quiere que les caiga en las manos.

Una conocida dirigente de la UNAB (me reservo por hoy su nombre, porque hizo el comentario en una llamada de acceso restringido) lo confesó de esta manera: «tenemos que estar preparados para cualquier ‘salida’, ya sea elecciones (con Ortega), o luchar para desconocerlo, derrocarlo, formar un gobierno de transición; no debemos ver estas alternativas como que una compite con la otra».

Es decir, según esta dirigente, da igual. Llegaremos a «la meta», según ella, tanto si se derroca a la dictadura como si se acepta que los miembros de una pandilla criminal marchen, como niños de primera comunión, a la gran ceremonia de la democracia. Naturalmente–no creo que sea necesario explicar otra vez que una «elección con Ortega» legitima a los tiranos y estira en el tiempo su poder–esta visión chocó contra una pared que, por el ethos civilizado de la llamada, fue de escepticismo.

Modales aparte, quedó claro que la postura de la dirigente es oportunista. Quiere (quieren) estar bien con Dios y con el Diablo. Quieren que una población cansada de su palabrería, secretismo y maniobras palaciegas, vea en ellos a luchadores que van por las metas populares: desmantelar la dictadura, hacer justicia, fundar la democracia. A la vez, quieren que los poderes fácticos (los milmillonarios, los viejos zorros que se esconden tras oenegés, y los burócratas de la diplomacia internacional) los vean como socios dóciles, «razonables», listos a negociar hasta el hastío, a interpretar el libreto que les dictan los ingenieros del «aterrizaje suave». A veces, y esto es lo peor, ¡hasta parecen querer que Ortega y su clan «pierdan el miedo»! Lo he puesto entre comillas por más de una razón. La más preocupante, incluso tenebrosa, es que he leído la frase algunas veces en comentarios de activistas de la Alianza-UNAB. Y por supuesto, si no tenemos París, siempre tendremos el cinismo de políticos de la vieja guardia [escriba los nombres aquí] que aconsejan, sin pelos en la lengua, que en una negociación con Ortega «algo hay que darle».

Todo esto para decir que no «da igual». Que de nada sirve recitar el credo sin cumplir los mandamientos. Que ya se sabe que París bien vale una misa y por tanto es sabio el pueblo que increpa a quienes muy en público se dan golpes en el pecho.

De quienes dicen «estar de acuerdo» exigimos más. No basta que declaren su simpatía por nuestra causa, ni que nos digan que siguen luchando, que aunque no veamos ninguna evidencia ellos trabajan incansablemente para «aumentar la presión» contra el régimen. No basta que digan querer «la renuncia de Ortega», si sus actos no demuestran que buscan el derrocamiento de Ortega, es decir, si siguen hablando de elecciones con Ortega «aunque en este momento no hay condiciones«, si no rompen con quienes abiertamente insisten en un «aterrizaje suave». Porque el avión que bajaría intacto sería el sistema dictatorial.

La quema de libros, un vuelo de langostas, y otras reflexiones sobre cultura política criolla

26 de abril de 2020

Para “conciliar visiones e intereses” (frase que cito de un amigo), no hace falta parar de pensar (la única forma en que el ser humano puede dejar de cuestionar su mundo, siempre imperfecto). Que el llamado a suavizar o detener la crítica se escuche con frecuencia en círculos opositores de Nicaragua se debe en parte a que la cultura política de las élites criollas, y de las pequeñas clases “medias» (que como en todas partes del mundo, las imitan), es alérgica al pensamiento analítico. Las élites nicaragüenses son visceralmente anti-modernas. Padecen una miseria intelectual que es dolorosamente evidente. Desdeñan la cultura con toda la prepotencia que les da una letal combinación de poder e ignorancia.

Los principitos intocables

Es imperioso cambiar el rumbo que ellas han marcado para nuestra cultura política. En este siglo XXI, que amanece fértil para la auto-convocación, para la auto-gestión, podemos hacerlo. Precisamos hacerlo. La democracia requiere buscar perennemente la verdad; solo puede subsistir en aguas que corran limpias: los charcos estancados y oscuros son paraísos de sapos de todos los colores.

Por tanto, si para hacer alianzas y dirigir consensos los políticos exigen que se les trate como principitos intocables—eso quisieran aparentemente muchos de los “nuevos opositores”—hay que obligarlos a buscar otra ocupación.

Que los principitos no conquisten el poder o, cuando termine el actual, estaremos en camino hacia un nuevo ciclo autoritario.

¿Cambiar las personas, o cambiar el poder?

Por eso no se trata solo de quitar a un tirano. No es solo cambiar las personas que ocupan el poder. Esto ocurrirá, naturalmente, si se atiende lo esencial: cambiar el poder mismo. Descentralizarlo, dispersarlo, atomizarlo. Y no solo el poder de las instituciones políticas, sino el poder económico. Es la forma y distribución del poder lo que hay que cambiar radicalmente.

¿Puede ser «excesiva» la crítica?

Me dice una amiga, lamentándose, que el proyecto democrático de don Enrique Bolaños fue víctima del exceso de la prensa, que exigía demasiado a un gobierno bien intencionado pero débil. «Criticaron sin piedad al buen presidente», me dice. Yo pienso que el problema no fue que criticaran a don Enrique, sino que no criticaran con igual determinación a sus adversarios. Había que hacerlo, no solo por el peligro inherente del poder, que es universal, sino porque en Nicaragua existía una deformación particular: había dos gobiernos, pero solo se criticaba a uno, al oficial, al de don Enrique.

«El enemigo es Ortega, unámonos todos, no seamos divisionistas»

De todos modos, la experiencia que cita mi amiga contiene una gran lección para el presente, ya que hay un coro interesado en que la crítica política se dirija exclusivamente al círculo más estrecho del orteguismo.

No solo pretenden que se exima de cuestionamientos a los opositores actuales–gravísimo error, porque ser opositor a una dictadura no hace a nadie demócrata–también quieren que se trate con guantes de seda a gente que ha participado o participa en las estructuras de poder del Estado, como la cúpula militar. «El pueblo es injusto con el Ejército», dice Humberto Belli. «El Ejército tiene gran respeto entre los productores del Norte», dice Francisco Aguirre Solís, mientras La Prensa publica un suplemento especial en homenaje a las fuerzas armadas, con sendos discursos de una página cada uno firmados por el tirano y por el jefe del Ejército.

A ellos, y a todos, pregunto: ¿No estaría mejor Nicaragua si después de 1990 se hubiera hecho crítica constante, implacable e insistente a la oposición de entonces? ¿No estaría el país en otra situación si el objetivo primordial, fundamental, dominante, supremo, hubiera sido desmantelar la capacidad de intimidación del FSLN?

El vuelo de las langostas iletradas

Parte del problema, permítanme proponer, es esta: la ausencia de una visión de país, y falta de vocación democrática, entre los grupos de la élite que capturaron la Presidencia y el Congreso a partir de 1990.

Poco interés en construir la democracia demostraron. Incluso podría decirse que en cuanto a democracia demostraron ser analfabetas. Yo diría que fue (y es) tanta su ignorancia en estas artes, que no son siquiera conscientes de su ineptitud (¿una manifestación más del conocido efecto Dunning-Kruger?).

Al faltarles conciencia, su conducta es dictada por el hábito, por la maña aprendida y heredada. Por eso los noventa del siglo pasado, vistos desde el aire, muestran una nube de langostas llegando del extranjero a Nicaragua, en busca de lo suyo, a costa de lo que fuese, siguiendo los métodos de siempre, en la persecución del interés más estrecho. No regresaban como patriotas llenos de sueños, reformados por la experiencia de vivir la democracia en otros lares: regresaban los mismos, a lo mismo, y por eso estamos igual que estuvimos siempre, hundidos en el lodo del autoritarismo y la corrupción. ¿Queremos más de eso? No «dividamos», «el enemigo es Ortega», «no le hagamos el juego a la dictadura», «vamos al diálogo», «vamos a elecciones», «construyamos acuerdos«, «negociemos con la embajada«. Si es lo mismo de siempre, ¿puede esperarse un resultado distinto?

El doble discurso de los políticos versus las metas irrenunciables de la ciudadanía

Si quiere leer mi lista de metas irrenunciables, vaya directamente al ítem 8 de este escrito. Si quiere entender mis razones, y reflexionar conmigo acerca de la actual situación, la puerta se abre aquí:

1. Entre lunas

El panorama de la política nicaragüense en plena pandemia es contradictorio: parece en la superficie un desierto de decencia, y hasta de inteligencia, pero hay un potencial caudaloso bajo el suelo.  Lo vimos surgir en abril de 2018, explotar como un volcán de agua.

Lo veremos de nuevo en el futuro. Las mareas suben y bajan, y el reflujo deja basuras sobre la playa. La marea alta de la rebelión mostró en su espuma el germen de una sociedad diferente; nos hizo ver que en la nación subsiste, a pesar de todos los errores y todos los accidentes de nuestra historia, la reserva de un espíritu autogestionario, embrión del autogobierno democrático. 

La marea alta no fue la marea de partidos, organizaciones a medio hornear y políticos reciclados que hoy—en el reflujo—dicen representarla. Estos son los restos que la próxima oleada cívica deberá limpiar. Si un beneficio hay de este período cruel entre lunas, es haberlos dejado tirados al descubierto, sobre la arena, ahí, donde todos podemos identificarlos por lo que son.

2. Al lado del árbol

Los políticos del reflujo actúan también como quien quiere comerse un mango sin cortarlo, y prefiere esperar a que caiga la fruta. Para quedar tan cerca del árbol como sea posible, y atrapar la fruta del poder al vuelo, es que luchan cuando dicen que luchan. Luchan, cuando dicen que lo hacen contra la dictadura, por quedar cercanos o en posesión de acceso a una casilla electoral. Así transcurren sus días, esperando a que la fruta podrida del orteguismo caiga, por su propio peso y quizás por un golpe de vara de los gobiernos extranjeros que obligarían (ese es su “plan”) a Ortega a ceder espacios. Llevan ya muchos meses jugando a la silla musical, y están dispuestos a seguir haciéndolo hasta que el régimen les “conceda” elecciones supuestamente “libres”.

Por muy fantasiosa que parezca esta descripción, no tiene origen especulativo. Numerosas fuentes con acceso a las interioridades de la Coalición Nacional confirman que su vida cotidiana es dominada por las luchas feroces y maniobras entre diferentes facciones.  Solo en la Alianza Cívica parece haber al menos tres grupos enfrentados, más por las agendas y aspiraciones individuales de políticos que se sienten presidenciables que por cuestiones programáticas o estratégicas. Sobre estas últimas están más o menos de acuerdo: aceptan que se mantenga a rasgos generales el sistema político diseñado por el pacto FSLN-COSEP, que la crisis se resuelva a través de elecciones en las cuales participaría el sandinismo, y quizás el mismo Ortega, y que la demanda de justicia por los crímenes de la dictadura quede “para después”. Hay segmentos de la UNAB en las que esta propuesta causa algunas agruras, pero al final, nadie se atreve a despegarse mucho del muelle donde creen estar seguramente anclados, y desde donde pueden acceder a apoyos financieros domésticos y externos. La UNAB, poblada en gran medida (aunque, para ser justo, no exclusivamente) por una colección caleidoscópica de oenegés que ahora se dicen movimientos sociales, padece también de lo que en su propio seno algunos activistas llaman la “infiltración” de la Alianza Cívica.

Que haya fricciones y conflictos, por supuesto, no es sorprendente, pero ofende que ocurran a expensas de esfuerzos que la población reclama como más urgentes, tales como la organización de la lucha contra el régimen orteguista en una coyuntura que parece clave, con la epidemia amenazante y un clima internacional claramente más adverso para Ortega.

3. El doble discurso

El pueblo, que observa la pasividad, el faranduleo, y la lucha por intereses individuales o de grupo de la mayoría de los políticos del reflujo, observa, examina, aprende.  La inmensa mayoría no cae ya en engaño. Muchos han pasado del entusiasmo por la nueva oposición al desencanto, al rechazo, y hasta a la náusea. En general existe una desesperación reprimida, una arrechura que los ciudadanos rumian en forzado silencio, impotentes—por hoy—ante la brutalidad del régimen y la venalidad de los supuestos líderes democráticos. Estos últimos, incapaces de desmarcarse de la ruta electorera, de abandonar el espejismo antidemocrático del aterrizaje suave, buscan en el doble discurso una vacuna contra el repudio popular. Cantan con el cachete izquierdo y silban con el derecho, se muestran un momento indignados y radicales, exigiendo la renuncia de Ortega, prometiendo “intensificar las presiones”, y en cuestión de segundos deslizan una vez más la “opción electoral”.  

Para muestra, el reciente artículo de Juan Sebastián Chamorro en su blog personal, titulado “Estamos ganando el futuro, no perdamos la esperanza”.  Tras la letanía usual en este tipo de escritos, el dirigente de la Alianza Cívica proclama con solemnidad que “la conciencia crítica de nuestra sociedad despertó hace dos años. Y pesar de toda la represión, le sigue exigiendo a la dictadura que renuncie.”

Lo que no dice el Sr. Chamorro es que durante la mayor parte de estos dos años ni él ni su organización han buscado forzar la renuncia de Ortega, y en las raras ocasiones, muy escasas, en que la han invocado, ha sido como un deseo, como un sueño, como un acto que tendría que ser iniciado—no se sabe a cuenta de qué inexistente ética—por el tirano. Pero cualquier individuo y político pragmático, realista, sabe que lo práctico no es apelar a la “buena voluntad” de un dictador, sino organizarse para derrocarlo.

4. ¿Ha cambiado de postura el Sr. Chamorro?

Hasta el momento, ni él ni su organización, ni sus patrocinadores en la minúscula oligarquía de milmillonarios del país, han abandonado la búsqueda de un aterrizaje suave en el que los socios de la dictadura FSLN-COSEP se bajen del avión sin sudor y sin arrugas después de la turbulencia.  “Líderes de diversas organizaciones” continúa el escrito de Chamorro, “… siguen exigiendo al régimen que respete los derechos humanos y que propicie las condiciones para que puedan realizarse elecciones libres y democráticas.” Una vez más, en un respiro, de regreso al plan de elecciones con y bajo el tirano. Todo esto, además, coincide con la información filtrada desde círculos cercanos a los liderazgos dentro de la Coalición, y otras fuentes, acerca de las persistentes pláticas entre representantes del gran capital, políticos de la Alianza, y la dictadura, en busca de medidas económicas que les sirvan para proteger sus intereses de la recesión Coronavirus.

5. No es solo Chamorro

Para no cansar el cuento, que además mis conciudadanos conocen de sobra, he citado apenas el escrito engañoso de Juan Sebastián Chamorro. Pero podría uno referirse a cientos de declaraciones dadas por otras figuras que dicen representar a la oposición, y que han, por decirlo así, pronunciado discursos paralelos, a veces dentro de un mismo texto, a veces por separado: Ortega está a la cabeza de un gobierno ilegítimo de origen, y por genocidio; es incapaz de respetar los derechos democráticos”, (“¡ni perdón, ni olvido!”, gritan) y, renglón seguido,“Vamos a elecciones con Ortega”.  Esto incluye a la otra mitad del dúo mediático que lanzó la (todavía inconclusa, esa es otra historia) Coalición Nacional, el Sr. Félix Maradiaga, parte—para ser justo—de una lista muy larga, que va desde Lesther Alemán, el estudiante que en el primer día del primer “diálogo” exigió la renuncia de Ortega, hasta grupos presuntamente “radicales” en la UNAB, pasando por los antiguos sandinistas del MRS, y por casi todo lo que ha dejado sobre la playa el reflujo de Abril.

6. Los riesgos del aterrizaje suave

Este es más o menos el panorama: hay más divorcio entre los políticos de la Coalición y el pueblo de Nicaragua del que hay entre las élites (milmillonarios y políticos) y el sistema dictatorial. Mientras el pueblo quiere democracia, y entiende que sin justicia es imposible alcanzarla, y que para que haya justicia hay que derrocar a la dictadura, las élites (milmillonarios y políticos) buscan tercamente un aterrizaje suave.  De darse este, quedarían en pie todos los instrumentos de poder del FSLN, y el país podría quedar permanentemente en manos del sicariato.  Eso no importa a los milmillonarios, quienes persiguen únicamente ganancias comerciales, y es un riesgo que los políticos parecen muy dispuestos a correr, quizás porque se sienten protegidos.

El ciudadano de la calle, de a pie o en carro, sabe esto muy bien, y en su sensatez, bajo una dictadura capaz de cualquier crimen, observa.  El ciudadano de la calle ha sido excluido de un juego al que solo tienen acceso las dos partes del binomio FSLN-COSEP más un puñado de políticos de viejo y nuevo cuño que maniobran para posicionarse cerca del nuevo arreglo de poder de las élites. El ciudadano de la calle tiene por el momento pocas opciones: no tiene la protección de nadie, lo asesinan en el campo, en Ometepe, en los barrios; no puede movilizarse tranquilamente por la ciudad, reunirse en hoteles de lujo, pagar agencias de publicidad y contratar manejadores de opinión pública y estrategas para su ‘campaña presidencial’.  El ciudadano de la calle no conspira junto a los partidos zancudos, como el PLC y el CxL, para adueñarse del rol oficial de “oposición”. El ciudadano de la calle no tiene asiento cerca de personajes como Carlos Pellas, Humberto Ortega, Arturo Cruz, Mario Arana, Noel Vidaurre y Alfredo César, y no puede conspirar con ellos junto al embajador de Estados Unidos y el Nuncio, ni conseguir que la maquinaria mediática de las élites dé cabida a su voz.

7. ¿Qué puede hacer el ciudadano común?

Por todo lo anterior, quisiera someter a consideración de mis conciudadanos la siguiente reflexión: cualquiera que sea el resultado de los nuevos pactos de las élites, cualquiera que sea la forma que tome el aterrizaje suave—si es que lo consiguen—el ciudadano de la calle deberá (necesitará) seguir empujando, luchando contra el sistema dictatorial, exigiendo cambios reales, no cosméticos, demandando que se respeten sus derechos; el ciudadano de la calle es el soberano, y como soberano es el actor indispensable en la fundación de una democracia. 

8. ¿Cuáles son las metas irrenunciables?

Hace falta desmantelar el sistema dictatorial, hace falta una Convención Constituyente Democrática; hace falta que esta redacte y proponga una nueva Constitución que disperse, que atomice, que descentralice el poder; hace falta que la nueva Constitución sea aprobada en referendo popular; hace falta construir desde la base el sistema judicial, desmantelar la Policía, desmilitarizar el Ejército (convertirlo en varias fuerzas de protección civil y defensa, sin tanques ni armamento de guerra); hace falta democratizar la economía, para que no sea más la finca de media docena de oligarcas ni la fuente del caudillismo político; hace falta justicia para los genocidas y sus cómplices ante un tribunal legítimo; hace falta que las víctimas y sus familias sean resarcidas (siempre será incompleta la compensación) usando para esto las riquezas que los culpables del crimen acumularon a través de la corrupción; y hace falta también que se haga justicia en el caso de los políticos: que queden los pactistas, los electoreros, los cómplices del aterrizaje suave, fuera de todo poder, que surja—ya ha surgido en parte, pero se encuentra reprimida, marginada, o exiliada—una nueva cosecha de líderes auténticamente democráticos. La gran mayoría de los que ya conocemos no lo es; no son confiables, ya lo han demostrado; son más bien autoritarios, sordos a la voluntad popular, demagogos, oportunistas, mentirosos, taimados, adictos al doble discurso, gente de desmedida ambición personal que actúa sin escrúpulos a espaldas del pueblo. Todo esto en la llanura. ¡Imagínenselos en el poder! Para rematar, algunos de ellos hacen recordar la anécdota que vive en la tradición oral nicaragüense, según la cual Luis Somoza Debayle habría dicho de su hermano Anastasio que “lo difícil no es que suba, lo difícil es que baje”.  ¿Queremos, o no, evitar que se repita esa historia?

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