«El que proteste es sapo» (milagros, coaliciones, y un poderoso caballero)

25 de diciembre de 2019

Dice el viejo adagio que más vale prevenir que lamentar.  Prevenir, para no lamentar.  No en Nicaragua. No si depende de los políticos nicaragüenses, los que aceptan serlo y los que—bañados en colonia azul y blanco y bajo el manto “autoconvocado”—intentan cubrir sus efluvios lupinos. Si en sus manos queda, podemos prevenir y lamentar, podemos reclamar y lamentar, podemos exigir y lamentar.

Y lamentaremos, si no logramos encontrar la forma de obligarlos, de ponerlos—como corresponde—a nuestro servicio, pues los viejos mandamases y los nuevos aspirantes tienen en común la prepotencia, la habilidad para cerrar sus oídos a quienes dicen representar, de ser todo oídos únicamente ante el poder extranjero. Viven para “la comunidad internacional” (léase aquí el patrocinio político y financiero de Estados Unidos, especialmente, y de la Unión Europea, en segundo lugar). Allá es donde buscan aprobación. Para pasar la prueba de los políticos de esos estados es que se esfuerzan, mientras asumen que el resto de los nicaragüenses aceptará lo que allá decidan, porque no les quedará más remedio (ellos dicen “porque no queda más remedio”) que aceptar las decisiones de sus presuntos representantes, los nuevos “libertadores”. Unos cuantos adornos retóricos, frases a la medida de cada audiencia, la “corrección política” que haga falta, para quienes quieran cultivar la etiqueta, y listo: la cena—la de ellos—estará servida. Ya estarán, sueñan ellos, de regreso en 1990: diputaciones, ministerios, embajadas, puestos de poder y prestigio, carros, viajes, “adelante señor ministro”, y vanidades de esas que a los más ambiciosos embelesan.

El pesimismo optimista

Eso, queridos compatriotas, es lo que hay; es lo que tenemos. ¿Pesimista? Creo que fue Saramago quien dijo que él no era pesimista, “más bien lo que ocurre es que el mundo es pésimo”.  Yo añadiría que el pesimista—ciudadano de ojos abiertos que descubre que el mundo es, en realidad, pésimo–no puede darse el lujo de no ser optimista.  Algo así como la fe de Unamuno, la fe vital, la que está implícita en abrir los ojos y levantarse de la cama para arrancar un nuevo día. Sin esa fe no se vive. Y es una fe racional, porque es claro que en el pasado ha habido innumerables comenzares de nuevo y vivires de nuevo y nuevos días, por lo cual es sensato esperar que la esperanza no sea una alucinación.  Así que, ¡vamos adelante!, y a pesar de lo que ya sabemos–más bien, precisamente, porque lo sabemos– prevengamos, reclamemos, exijamos, o como diría la María Antonieta chapiolla de El Carmen: “¡jodamos!”. Porque la mayoría de nosotros no quiere un regreso a 1990, sino unos cuantos pasitos adelante, que nos dejen entrar aunque sea en el último vagón del tren de la democracia que en el mundo arrancó allá por finales del siglo dieciocho. 1990 fue, tenemos claro, el fin de una pesadilla y el embrión de otra.

La dura vida de un alfayate

Hace tiempo que he querido usar esta palabra: alfayate. Hermosa palabra que infelizmente ha sido desplazada a sótanos, áticos, cofres y bahareques por una más rasposa: sastre. Digamos, por cumplir con el capricho, que a cualquier alfayate, por más habilidoso que sea, va a costarle mucho hacer el vestido de los nuevos 1990.  El monstruo del poder ha engordado, de sus fauces babea sangre, y los gestos de los nuevos libertadores nos recuerdan demasiado a las decepciones que han consumido nuestra inocencia.  Somos menos inconscientes. Estamos más sedientos de libertad que nunca. Más ariscos que nunca. Menos dispuestos a creer las fábulas y a degustar los atoles que con el dedo pretenden darnos.

El espejismo hermoso

La imagen que los políticos electoreros nos pintan del futuro es, como todos los espejismos, de una belleza inaprehensible: Ortega acepta ir a elecciones libres, democráticas, limpias, sin intimidación, con garantías para todos los participantes; pierde las elecciones abrumadoramente; respeta los resultados, y luego el nuevo poder, centrado en la Asamblea Nacional, lo desarma y lo somete a la justicia. De ahí en adelante, Nicaragua bien podría llamarse Suiza o Suecia.

¿Qué tan grande el milagro?

Y es verdad, cualquier cosa puede pasar en este valle de lágrimas, por lo cual un milagro de tal magnitud (si es que entre milagros hubiese variedad de tamaño) no puede descartarse. Confieso que es este mismo inquietante sentimiento el que me induce con frecuencia a apostar a un milagro menor, y comprar la lotería.

Pero es preciso–disculpen mi aparente terquedad– seguir llamando milagroso al resultado que describen los políticos electoreros; uno que no puede ser explicado por lógica y datos, por la dinámica política previsible y por la historia.  [Milagro. 1. m. Hecho no explicable por las leyes naturales y que se atribuye a intervención sobrenatural de origen divino. 2. m. Suceso o cosa rara, extraordinaria y maravillosa.—RAE]

“Nadie puede dar inmunidad a Ortega”

El “milagro” tendría que saltar sobrenaturalmente dos obstáculos.  Uno es que Ortega no puede darse el lujo de dejar el poder sin poner en peligro su libertad, y hasta su vida, y las de su círculo íntimo. Bien podría ser este el obstáculo que impidiera el Kupia Kumi del Siglo XXI que las élites anhelan desesperadamente… A menos que alguien garantice a Ortega inmunidad, lo cual, después de cometidos los crímenes, equivale a garantizarle impunidad.

Esta garantía no es tan difícil de erigir como los electoreros quieren hacernos creer.  Es verdad que los crímenes de los cuales Ortega puede ser acusado en tribunales no son, técnicamente, amnistiables, ni prescriben en el tiempo. Pero eso es solo en Derecho Internacional. Si los estándares del Derecho se aplicaran en Nicaragua, Ortega no sería presidente, ni podría ser candidato, ni controlaría todos los poderes del estado, ni podría chantajear a la nación entera.  

Y por las mismas razones que deforman la relación del Estado de Nicaragua con el Derecho, razones de poder, los políticos electoreros en la Alianza Cívica, y también en la UNAB, pueden aceptar–¿no lo ha dicho ya con claridad angelical Mario Arana?—que la justicia, o sea, la aplicación de los preceptos de Derecho a que aluden, quede “para una futura administración”, e insisten en que la presunta salida de la crisis sea “constitucional”, es decir reformando las reglas dentro del andamiaje actual.  Peor aún, empiezan ya a sugerir (lo han hecho recientemente el mismo Arana y Michael Healy, el de los camiones heroicos) que “hay que ir”, aun “sin reformas”.  Ellos saben, y a nadie debe escapar, que esta decisión implica que Ortega, de “perder” las elecciones, se convertiría automáticamente en el diputado Daniel Ortega.

Pero, apartando estas tersuras jurisprudenciales, el meollo del asunto es este, se busque por donde se busque: ¿Puede alguien imaginarse que Ortega acepte, si algo de poder le queda, un trato que excluya inmunidad para él y su círculo?  Hacerlo, insisto, podría significar su muerte a manos del propio círculo, persecución legal y cárcel por crímenes de lesa humanidad, o un exilio bochornoso en Cuba, indigno ya del paladar primermundista del clan Ortega-Murillo. 

“Que nadie proteste”

El segundo reto para las fuerzas sobrenaturales de los electoreros es que Ortega tiene un miedo racional y razonable a permitir la movilización ciudadana que tendría que ser permitida para dar un barniz de legitimidad a cualquier proceso electoral. ¿Qué creen ustedes que pasaría si policías, paramilitares y francotiradores no impidieran el ejercicio de la protesta pública?

La celeridad y brutalidad de la represión, aun cuando se trata de pequeños grupos de manifestantes, demuestran más allá de cualquier duda que Ortega se sabe rodeado de odio, que Nicaragua es un polvorín, y que precisa sofocar la mecha antes de que el fuego haga contacto con la dinamita.  Siendo así, no parece sensato esperar que el Ortega que diga “acepto elecciones”, acepte también la movilización ciudadana que es norma en procesos electorales libres de sociedades democráticas…A menos que alguien garantice a Ortega que cualquier movilización será contenida, controlada, minimizada, de ser posible evitada.

¿Quién puede dar tal garantía?

El descontento es tan generalizado que el reto de encontrar un “liderazgo” capaz de hacerlo es enormemente complicado.  Los burócratas que desean y financian el esquema electorero desde el exterior, y los políticos de las élites, en la Alianza Cívica y—hasta la fecha, por más que digan “golpear la mesa”–en la UNAB, quisieran poder convencer a la población de esperar calmadamente dos años más, luego caminar en silencio sumiso al local de votación, confiar en sus libertadores sin chistar, aguardar los resultados que redistribuirían entre los poderosos el pastel del poder, y al final regresar a casa o ir a un templo a dar gracias porque el milagro ha sido consumado.

Eso quisieran, y para que el Kupia Kumi del Siglo XXI sea factible, tendrían que completar su tarea de desmovilización del pueblo democrático, iniciada con simbolismo siniestro en el momento en que Chano Aguerri deja de lanzar loas a Ortega en nombre de sus patronos Pellas, Ortiz Gurdián y compañía, y aparece como “representante del pueblo”, sentado en primera línea de la Alianza Cívica.

¿Quién tendría la misión de pedir a la población que no proteste? Pues por lo previsible hasta el momento el honor tendría que recaer sobre la “Gran Coalición”, el enjambre que dicen estar construyendo la Alianza Cívica, la UNAB, y los partidos zancudos que súbitamente–eso nos dicen, sin sonrojarse, los electoreros–son esenciales para la “unidad contra la dictadura”. 

“El que proteste es sapo”

¿Qué dirán, cuando llegue el momento? Ya elaborarán “científicamente” la forma del mensaje, pero el fondo sería algo así: “no salgamos a la calle, no protestemos; nuestra protesta será el voto, nuestra victoria vendrá con el voto; protestar sería sabotear la ruta electoral, la única posible”. O, para traducirlo al descarnado lenguaje de la calle: “el que proteste es sapo”.

¿Me equivoco? Regreso al comienzo: mejor prevenir que lamentar.  ¿Alguien cree a nuestros políticos incapaces de tales maniobras? De hecho, permítanme añadir una conjetura más, que seguramente causará cierto ardor estomacal y condena indignada a la paranoia de este servidor. 

El empeño en añadir una sigla más, un piso más al edificio azul y blanco, creando la “gran coalición”, tiene como impulso evidente la insistencia de los donantes extranjeros, burócratas ellos, muy ordenados en estas cosas.  Pero, fíjense bien, lo que supuestamente da el “gran” a la “gran coalición”, no es nada “grande”: es añadir la insignificancia política del Partido Conservador, del PLC y CxL.  Digo “insignificancia” a conciencia: ninguno de estos grupos es representativo de la población; más bien han sido excluidos por ella, que los ha dejado atrás y entiende que representan el pasado y el peligro. 

Por tanto, unirlos a la “unidad contra la dictadura”, no refuerza la lucha contra Ortega. Más bien la debilita: cualquier estudiante de secundaria sabe, o debería saber, que no todas las sumas aumentan, que un uno sumado a menos uno da cero. Pero para las élites, preocupadas, no por derrocar a la dictadura, sino por redistribuir entre ellos el poder sin perderlo colectivamente, el beneficio de la “gran coalición”, aparte del acceso a recursos de “la comunidad internacional” (¿ya hablamos de quiénes son estos?) es que les dará una base publicitaria para aseverar que la coalición representa a todos, y que quienes no estén en ella son extremistas, radicales que se niegan a participar en democracia. De esa manera, marginalizarán a las voces disidentes, en este caso aquellos que no se conforman con la repetición del ciclo dictadura-masacre-pacto-dictadura-y-violencia que ha manchado la historia de Nicaragua de sangre y atraso. 

¿Y cuál es la goma con la que esperan juntar las piezas disímiles que necesitan para el todo?  Se los dejo aquí, como una adivinanza; completen ustedes el texto:

Más valen en cualquier tierra

(mirad si es harto sagaz)

sus escudos en la paz

que rodelas en la guerra.

Pues al natural destierra

y hace propio al forastero…

La idea que no dejan morir: “la solución es elecciones”

4 de diciembre de 2019

Ciertos políticos nicas exhiben un apego codependiente a la idea de que puede “resolverse” la crisis y arribar a una genuina democracia participando en elecciones organizadas bajo la dictadura orteguista.  Si tras los años pudiese regresar la ingenuidad a nuestros ojos creeríamos verlos sinceramente convencidos de que avanzan hacia esa meta desgastando al régimen a punta de proclamas, de llamados a la cordura, y hasta de cartas a Rosario Murillo que recuerdan a la compañera cuánta nobleza había en su alma cuando era joven…añada usted un poco de Miel de Almagro, y ¡listo!: la puerta al estado de derecho ha de abrirse sin que suene una bisagra; ni un preso ni un herido ni un muerto más, sin perder ni un día de trabajo en el producto interno bruto, ni que haya que sacar a la carretera los tractores del señor Healy.  Una transición indolora, sin trauma, en la que a nadie se le ocurrirá hacer más preguntas incómodas sobre los amarres de los “empresarios” con il capo di tutti i capi; nadie tocará con las manos sucias el manto del cardenal, ni investigará los antecedentes de la fauna política.  El reciclaje de las élites podrá consumarse. Todos los camaleones renovarán felices sus colores. Los muertos, muertos están, y seguirán estando; hay que ser prácticos: “es imposible derrocar a la dictadura”. 

“Tenemos que estar preparados”

Este es, por supuesto el mensaje nada sorprendente de los aliados y beneficiarios de la dictadura que hoy posan en la mesa opositora.  Sorprende un poco que haya entrado en el flujo sanguíneo de la oposición autoconvocada, pero es precisamente en estos grupos donde se esbozan racionalizaciones dizque analíticas para justificar su docilidad ante la imposición dictatorial-oligárquica de un Kupia Kumi del Siglo XXI

“Otro Abril es imposible” dicen con suprema autoridad quienes lograron predecir Abril solo después de que Abril ocurriera. Y ya que “otro Abril es imposible”, pues no queda más que ir detrás de los que antes construyeron las dictaduras, esperando que la pesadilla termine, que la acaben ellos, que “negocien” ellos, porque nosotros no tenemos ningún poder, y “no tenemos recursos”.  Lo único que podemos hacer es “prepararnos” para el acuerdo al que lleguen las élites, organizarnos para participar en las elecciones que las élites pacten. Los muertos, muertos están, y seguirán estando; hay que ser prácticos: “es imposible derrocar a la dictadura”. 

El hombre de la calle tiene la culpa

 “Además”, nos dicen algunos, “la gente no está dispuesta a la lucha”.  Otros llegan a afirmar que “el pueblo es indiferente”.  Díganme ustedes si esto no arrastra ecos de Bertold Brecht:

Tras la sublevación del 17 de Junio

la Secretaría de la Unión de Escritores

hizo repartir folletos en el Stalinallee

indicando que el pueblo

había perdido la confianza del gobierno

y podía ganarla de nuevo solamente

con esfuerzos redoblados. ¿No sería más simple

en ese caso para el gobierno

disolver el pueblo

y elegir otro?

Peor el predicamento en que tienen al pueblo nicaragüense las hadas del destino.  No solo quisiera disolverlo la dictadura, sino también muchos en la oposición. Porque en Nicaragua, tras la sublevación del 18 de abril, el pueblo perdió la confianza del gobierno cristiano, socialista y solidario, y poco después perdió la confianza de políticos que dicen querer democracia, pero que han aprendido—decepcionados—que no pueden contar con el pueblo en la tarea.

El espejo del discurso

Esta visión de la sociedad revela más sobre el autoritarismo en la cultura del poder de las élites que sobre las inclinaciones, disposición y capacidades del resto de la sociedad.  “El hombre de la calle”, para regresar al lenguaje de Brecht, ha sufrido la traición de los poderosos que oportunistamente se declaran su aliado, es víctima de su escasa moralidad, y es presa de su pobre imaginación.  Pero para ciertos políticos opositores, “el hombre de la calle” carga con la culpa.

La verdad, la verdad, la verdad

Una postura más coherente con la aspiración de democracia, pero que pone en riesgo la manipulación que buscan ejercer los ambiciosos, es buscar o al menos no evadir la verdad, cuando esta se vuelve obvia. 

La primera obviedad a que quiero referirme es que, así como Abril no pudo ser pronosticado, Abril no puede ser descartado. La Historia incluye demasiadas voluntades individuales y circunstancias fortuitas. Pregúntenles a los marxistas lo bien que les fue en el negocio de predecirla. 

Otra obviedad es que el pueblo democrático nicaragüense no está sobre un lecho de rosas, no tiene ante sí salidas que no involucren enormes costos.  Eso lo entiende “el hombre de la calle”, en disonancia de sensatez con el discurso repetitivo de los políticos de “la solución electoral”.  Por algo a veces pareciera que este discurso estuviese dirigido a otros ciudadanos, en otras naciones, más que a nuestros sufridos compatriotas. ¿Hay algún “hombre de la calle” en Nicaragua que crea que Ortega, acusado de crímenes de lesa humanidad, tiene intenciones de salir del poder por las buenas? Esto quiere decir que el pueblo de Nicaragua no conseguirá evitar la violencia del estado aunque quiera, aunque insólitamente decida no luchar contra el dictador; en su pánico, este y sus seguidores continuarán matando, encarcelando y esparciendo sufrimiento por todo el territorio. 

Por tanto, el camino más doloroso puede ser el de la resignación.  El camino de la lucha al menos ofrece la posibilidad de liberarse de la fuente del dolor, de la opresión que se sufre a manos de una banda de criminales que no actúan como un partido político, que no resuelven conflictos a través de mecanismos políticos como negociación y elecciones, que entienden que cuando la eternidad de su reinado infame acabe, su próximo hogar bien podría ser una cárcel.  

Si cansa la explicación, es por lo obvio. Y si hay que repetirla, y cansar al lector, es porque se sigue escuchando a los políticos, nuevos y viejos, decir “preparémonos para las elecciones (contra Ortega)”, “necesitamos una Gran Coalición que no sea solo electoral”, es decir, que sea electoral (contra Ortega) plus, “debemos aliarnos con los partidos (es decir los partidos zancudos PLC, CxL y PC) porque ellos tienen tendido electoral”. 

Las frases bonitas

Pero como la mejor manera de vender una política claudicante es disfrazarla de combativa, los mismos políticos no cesan de llamar al pueblo a resistir y a organizarse, porque “no descansaremos hasta que haya justicia y democracia” u otros clichés del mismo corte.  ¿Resistir cómo? ¿Organizarse para qué? Ciertamente, no es para conseguir ocupar las calles nuevamente, como en Abril, porque “Abril es imposible”.  Tampoco para unirse a un paro económico indefinido, porque “no conviene” (¿a quién?).  Menos aún para acciones violentas, por supuesto. Y entonces, ¿para qué?: “Hay que estar preparados para las elecciones”. 

Luego convocan a un plantón y se quejan de que “la gente no llega”.  Para mí, que pocos acudan a sus llamados es una demostración de sensatez y racionalidad de parte del pueblo al que estos políticos quieren usar.  Abril ocurrió fuera de su control, y si vuelve a ocurrir, los dejará en el olvido–o en la memoria, pero como un gran fracaso. 

Y si “es imposible”, ¿para qué convocan?

Además, no se puede llamar a la gente a la lucha proclamando que la reconquista de la calle es imposible, insistiendo en que la victoria más reciente de la voluntad popular, traicionada por los ahora “líderes democráticos”, la presencia masiva del azul y blanco en las calles de Nicaragua, es imposible. 

Esto es decirle a la población algo contradictorio, algo así como “ilusiónense, pero no sueñen”. 

Si en verdad son demócratas convencidos, sin ataduras, de otro corte ético y otro ADN cultural, deben trabajar incesantemente para hacer que Abril sea de nuevo posible, sin exponer (¡sin usar!) a la gente como carne de cañón, ni como peones inconscientes en un ajedrez que se juega en otro hotel.  

Como lluvia oscura

El silencio del Cardenal Brenes

El silencio del Cardenal Brenes

El silencio del Cardenal Brenes

El silencio del Cardenal Brenes

El silencio del Cardenal Brenes

El silencio del Cardenal Brenes

El silencio del Cardenal Brenes

El silencio del Cardenal Brenes

El silencio del Cardenal Brenes

El silencio del Cardenal Brenes

El silencio del Cardenal Brenes

El silencio del Cardenal Brenes

El silencio del Cardenal Brenes

El silencio del Cardenal Brenes

El silencio del Cardenal Brenes

El silencio del Cardenal Brenes

El silencio del Cardenal Brenes

El silencio del Cardenal Brenes

El silencio del Cardenal Brenes

El silencio del Cardenal Brenes

El silencio del Cardenal Brenes

El silencio del Cardenal Brenes

El silencio del Cardenal Brenes

El silencio del Cardenal Brenes

El silencio del Cardenal Brenes

El silencio del Cardenal Brenes

El silencio del Cardenal Brenes

El silencio del Cardenal Brenes

El silencio del Cardenal Brenes

El silencio del Cardenal Brenes

El silencio del Cardenal Brenes

El silencio del Cardenal Brenes

El silencio del Cardenal Brenes

El silencio del Cardenal Brenes

El silencio del Cardenal Brenes

El silencio del Cardenal Brenes

El silencio del Cardenal Brenes

El silencio del Cardenal Brenes

El silencio del Cardenal Brenes

El silencio del Cardenal Brenes

El silencio del Cardenal Brenes

El silencio del Cardenal Brenes

El silencio del Cardenal Brenes

El silencio del Cardenal Brenes

El silencio del Cardenal Brenes

El silencio del Cardenal Brenes

El silencio del Cardenal Brenes

El silencio del Cardenal Brenes

El silencio del Cardenal Brenes

El silencio del Cardenal Brenes

El silencio del Cardenal Brenes

El silencio del Cardenal Brenes

El silencio del Cardenal Brenes

El silencio del Cardenal Brenes

El silencio del Cardenal Brenes

El silencio del Cardenal Brenes

El silencio del Cardenal Brenes

El silencio del Cardenal Brenes

El silencio del Cardenal Brenes

El silencio del Cardenal Brenes

El silencio del Cardenal Brenes

El silencio del Cardenal Brenes

El silencio del Cardenal Brenes

El silencio del Cardenal Brenes

El silencio del Cardenal Brenes

El silencio del Cardenal Brenes

El silencio del Cardenal Brenes

El silencio del Cardenal Brenes

El silencio del Cardenal Brenes

El silencio del Cardenal Brenes

El silencio del Cardenal Brenes

El silencio del Cardenal Brenes

El silencio del Cardenal Brenes

El silencio del Cardenal Brenes

El silencio del Cardenal Brenes

El silencio del Cardenal Brenes

El silencio del Cardenal Brenes

El silencio del Cardenal Brenes

El silencio del Cardenal Brenes

El silencio del Cardenal Brenes

El silencio del Cardenal Brenes

El silencio del Cardenal Brenes

El silencio del Cardenal Brenes

El silencio del Cardenal Brenes

El silencio del Cardenal Brenes

El silencio del Cardenal Brenes

El silencio del Cardenal Brenes

El silencio del Cardenal Brenes

El silencio del Cardenal Brenes

El silencio del Cardenal Brenes

El silencio del Cardenal Brenes

El silencio del Cardenal Brenes

El silencio del Cardenal Brenes

El silencio del Cardenal Brenes

El silencio del Cardenal Brenes

El silencio del Cardenal Brenes

El silencio del Cardenal Brenes

El silencio del Cardenal Brenes

El silencio del Cardenal Brenes

El silencio del Cardenal Brenes

El silencio del Cardenal Brenes

El silencio del Cardenal Brenes

El silencio del Cardenal Brenes

El silencio del Cardenal Brenes

El silencio del Cardenal Brenes

El silencio del Cardenal Brenes

El silencio del Cardenal Brenes

El silencio del Cardenal Brenes

El silencio del Cardenal Brenes

El silencio del Cardenal Brenes

El silencio del Cardenal Brenes

El silencio del Cardenal Brenes

El silencio del Cardenal Brenes

El silencio del Cardenal Brenes

El silencio del Cardenal Brenes

El silencio del Cardenal Brenes

El silencio del Cardenal Brenes

El silencio del Cardenal Brenes

El silencio del Cardenal Brenes

El silencio del Cardenal Brenes

El silencio del Cardenal Brenes

El silencio del Cardenal Brenes

El silencio del Cardenal Brenes

El silencio del Cardenal Brenes

El silencio del Cardenal Brenes

El silencio del Cardenal Brenes

El silencio del Cardenal Brenes

El silencio del Cardenal Brenes

El silencio del Cardenal Brenes

El silencio del Cardenal Brenes

El silencio del Cardenal Brenes

El silencio del Cardenal Brenes

El silencio del Cardenal Brenes

El silencio del Cardenal Brenes

El silencio del Cardenal Brenes

El silencio del Cardenal Brenes

El silencio del Cardenal Brenes

El silencio del Cardenal Brenes

El silencio del Cardenal Brenes

El silencio del Cardenal Brenes

El silencio del Cardenal Brenes

El silencio del Cardenal Brenes

El silencio del Cardenal Brenes

El silencio del Cardenal Brenes

El silencio del Cardenal Brenes

El silencio del Cardenal Brenes

El silencio del Cardenal Brenes

El silencio del Cardenal Brenes

El silencio del Cardenal Brenes

El silencio del Cardenal Brenes

El silencio del Cardenal Brenes

El silencio del Cardenal Brenes

El silencio del Cardenal Brenes

El silencio del Cardenal Brenes

El silencio del Cardenal Brenes

El silencio del Cardenal Brenes

El silencio del Cardenal Brenes

El silencio del Cardenal Brenes

El silencio del Cardenal Brenes

El silencio del Cardenal Brenes

El silencio del Cardenal Brenes

El silencio del Cardenal Brenes

El silencio del Cardenal Brenes

El silencio del Cardenal Brenes

El silencio del Cardenal Brenes

El silencio del Cardenal Brenes

El silencio del Cardenal Brenes

El silencio del Cardenal Brenes

El silencio del Cardenal Brenes

El silencio del Cardenal Brenes

El silencio del Cardenal Brenes

El silencio del Cardenal Brenes

El silencio del Cardenal Brenes

El silencio del Cardenal Brenes

El silencio del Cardenal Brenes

El silencio del Cardenal Brenes

El silencio del Cardenal Brenes

El silencio del Cardenal Brenes

El silencio del Cardenal Brenes

El silencio del Cardenal Brenes

El silencio del Cardenal Brenes

El silencio del Cardenal Brenes

El silencio del Cardenal Brenes

El silencio del Cardenal Brenes

El silencio del Cardenal Brenes

El silencio del Cardenal Brenes

El silencio del Cardenal Brenes

El silencio del Cardenal Brenes

El silencio del Cardenal Brenes

El silencio del Cardenal Brenes

El silencio del Cardenal Brenes

El silencio del Cardenal Brenes

El silencio del Cardenal Brenes

El silencio del Cardenal Brenes

El silencio del Cardenal Brenes

El silencio del Cardenal Brenes

El silencio del Cardenal Brenes

El silencio del Cardenal Brenes

El silencio del Cardenal Brenes

El silencio del Cardenal Brenes

El silencio del Cardenal Brenes

El silencio del Cardenal Brenes

El silencio del Cardenal Brenes

El silencio del Cardenal Brenes

El silencio del Cardenal Brenes

El silencio del Cardenal Brenes

El silencio del Cardenal Brenes

El silencio del Cardenal Brenes

El silencio del Cardenal Brenes

El silencio del Cardenal Brenes

El silencio del Cardenal Brenes

El silencio del Cardenal Brenes

El silencio del Cardenal Brenes

El silencio del Cardenal Brenes

El silencio del Cardenal Brenes

El silencio del Cardenal Brenes

El silencio del Cardenal Brenes

El silencio del Cardenal Brenes

El silencio del Cardenal Brenes

El silencio del Cardenal Brenes

El silencio del Cardenal Brenes

El silencio del Cardenal Brenes

El silencio del Cardenal Brenes

El silencio del Cardenal Brenes

El silencio del Cardenal Brenes

El silencio del Cardenal Brenes

El silencio del Cardenal Brenes

El silencio del Cardenal Brenes

El silencio del Cardenal Brenes

El silencio del Cardenal Brenes

El silencio del Cardenal Brenes

El silencio del Cardenal Brenes

El silencio del Cardenal Brenes

El silencio del Cardenal Brenes

El silencio del Cardenal Brenes

El silencio del Cardenal Brenes

El silencio del Cardenal Brenes

El silencio del Cardenal Brenes

El silencio del Cardenal Brenes

El silencio del Cardenal Brenes

El silencio del Cardenal Brenes

El silencio del Cardenal Brenes

El silencio del Cardenal Brenes

El silencio del Cardenal Brenes

El silencio del Cardenal Brenes

El silencio del Cardenal Brenes

El silencio del Cardenal Brenes

El silencio del Cardenal Brenes

El silencio del Cardenal Brenes

El silencio del Cardenal Brenes

El silencio del Cardenal Brenes

El silencio del Cardenal Brenes

El silencio del Cardenal Brenes

El silencio del Cardenal Brenes

El silencio del Cardenal Brenes

El silencio del Cardenal Brenes

¿El plan Alianza/Arana?: elecciones «con o sin reformas»

11 de noviembre de 2019

Esto es el colmo: ahora Mario Arana de la Alianza Cívica, presidente de Amcham, dice que hay que ir a elecciones con Ortega «con o sin reformas«, y «si pretenden robárselas, pues ya sabemos qué hacer esta vez organizados con un ejército de al menos 100 mil«.

Si yo fuera ingenuo, de aproximadamente 5 años de edad, creería que la estrategia puede funcionar porque qué bandidos son los comandantes de la Alianza, no cuenta Ortega con su astucia, el plan es impecable, genial: esperamos 25 meses a que Ortega no cambie nada, y luego, calladitos, en puntillas, sin que nada sospeche el dictador, nos vamos a votar por CxL; después, el pobre incauto de El Carmen se roba las elecciones (no se imaginará que eso es parte de nuestro plan, ¡lo habremos engañado!) y entonces ¡zas! ahí mismo le hacemos un alboroto, marchas, protestas (pero nada de paro, no hay que dañar la economía) y lo hacemos renunciar, en diciembre de 2021 o enero de 2022.

Si yo fuera ingenuo, de aproximadamente 5 años de edad.

Y confieso que a veces quisiera serlo, para adaptarme al mundo de fantasía y alucinaciones de nuestros políticos. Pero no lo soy, por lo cual se me hace evidente que la afirmación de Arana refleja cuán desesperados están los «opositores» por irse a elecciones con Ortega, abandonando incluso la mascarada de «reformas». ¿Para qué, si vamos a tener un «ejército» de «al menos 100 mil»?

Lo del «ejército» es tema aparte, misterio aparte, porque no sé si se refiere a 100 mil exilados, a 100 mil desempleados, a 100 mil presos políticos, a 100 mil pronunciamientos… ¿o a qué?.

Ni Cantinflas supera estas gárgaras.

Lástima que no estemos para chistes, porque aunque pareciera escapárseles a los señores de la Alianza y su séquito, en Nicaragua se vive una tragedia de la cual ellos y sus patrocinadores del gran capital también son culpables.

Abajo transcribo el «trino» del presidente de Amcham.

Mario Arana
@marioaranasevil
Se hacen diferentes conjeturas con lo de Bolivia. Mi lección es simple. Se requiere acá una oposición bien organizada para enfrentar a este régimen con o sin reformas. Y si pretenden robárselas, pues ya sabemos que hacer esta vez organizados con un ejército de al menos 100 mil.

Translate Tweet
2:16 PM · Nov 10, 2019
from Nicaragua·Twitter for iPhone»

Bolivia y Nicaragua

10 de noviembre de 2019

Al momento de escribir esto, la rebelión popular contra Evo Morales se extiende. Cuerpos de policía de muchas ciudades se unen al pueblo, el ejército se pronuncia renuente a reprimir, la cómplice OEA, de la mano del taimado Almagro, tira una última tabla de salvación a Morales: nueva elección con nuevas autoridades electorales, aunque de paso no tiene más remedio que confirmar el fraude, reducir a cero la legitimidad del régimen. Qué sucederá después es incierto, como es normal, pero ya podemos sacar algunas conclusiones iluminadoras para el caso de Nicaragua.

Las mías son estas: el rumbo de la rebelión en Bolivia ha sido distinto al nuestro porque los bolivianos han dicho NO al diálogo, porque el ejército es Nacional, no del clan Sandinista, lo mismo que la policía; porque los empresarios no tomaron partido por Evo, como lo hicieron a favor de Ortega en Nicaragua; es decir, se unieron al clamor popular en lugar de DIVIDIR a la oposición, como han hecho en Nicaragua; debe ser que no están enlodados hasta el cuello en la corrupción dictatorial, como en Nicaragua.

Gente de buena voluntad que ha caído en la trampa de la Alianza Cívica, ¡abran los ojos!: Bolivia respira, Venezuela agoniza, Cuba es un cadáver que flota en el Caribe. ¿Y Nicaragua? ¿Cuál de los tres destinos queremos para ella?

Hay que salvar a Nicaragua. Hay que volver el país ingobernable para la tiranía.

Desobediencia total debe ser la meta. Si no hay esclavo no hay amo.

No pierdan las esperanzas, el pueblo tiene la fuerza; pero hay que apartar a los lobos vestidos de oveja de la falsa oposición.

No dejen que los que construyeron la dictadura los convenzan de que es imposible derrocarla. Lo dicen para desmoralizar y dividir, y repartirse el pastel sobre nuestros muertos.

Ustedes saben de quiénes les hablo; no tengo ningún problema en dar ejemplos. Que se hagan los indignados o continúen sus sucias maniobras para salvar sus intereses al lado de Ortega.

A ellos también hay que pedirles cuentas en democracia. No es venganza, es esencial y necesaria justicia. Mucho de lo que hemos perdido se lo han llevado a casa ellos. Nunca hubo un festín tan fastuoso como el de los grandes capitales y la dictadura criminal que construyeron. «Esto es extraordinario, revolucionario», decía en público, lleno de orgullo, Carlos Pellas.

Por eso impiden la lucha.

Ni perdón ni olvido, para que haya paz y libertad.

Derechos para todos, privilegios para nadie.

Hay que salvar a Nicaragua. Hay que volver el país ingobernable para la tiranía.

Desobediencia total debe ser la meta. Si no hay esclavo no hay amo.

No me digan, los que sirven a los viejos amos, que «no es fácil». Tampoco es fácil perder a tus hijos a manos de francotiradores y sicarios, pasar penurias en el exilio, o ver a tu país en llamas a lo lejos.

Tampoco es fácil que Nicaragua flote como Cuba, cadáver en el centro de América.

Hay que salvar a Nicaragua.

Blog de WordPress.com.

Subir ↑