Los peligrosos ‘silbatazos’ del actual Presidente [breve nota sobre un vergonzoso «debate»]

(1) A los supremacistas blancos (los «Proud Boys» y otros) les dice «Stand by» («¡Estén preparados!»). Los «Proud Boys» son un grupo militante y violento de racistas, muchos de cuyos miembros han sido llevados a los tribunales, y que en semanas recientes ha concentrado a sus miembros en Portland, Oregon, para atacar a manifestantes que marchaban contra la brutalidad policial. El grupo ha sido vetado por las redes sociales, aunque sus miembros encuentran maneras de evadir la prohibición. De hecho, celebraron en las redes el apoyo del actual Presidente añadiendo las palabras de este a su escudo.

(2) A sus partidarios, los llama a «ir a los lugares de votación y «vigilar»». ¡¿Cómo?! En la práctica, lo que intenta hacer es movilizar a sus turbas para que intimiden a los votantes en los centros de votación, o crear un ambiente de miedo que disuada a votantes potenciales de acudir a las urnas.

(3) A sus partidarios les dice, para azuzar el resentimiento de un segmento de la mayoría anglosajona contra quienes ya son más de la tercera parte de la población (latinos, negros, asiáticos, etc.), que «si sos ‘una cierta persona‘ ya no tenés derechos, es como que se ha volteado la cosa«. A esto le dicen en la política de Estados Unidos un «silbatazo para perros«, un mensaje apenas encubierto, en una clave que el segmento de población escogido por el mensajero entiende, pero que da al mensajero la oportunidad, técnicamente, de decir «no dije eso«. En este caso, el segmento es el «angry white male«, el «hombre blanco furioso» que ha sido el objetivo electoral del partido Republicano desde Nixon. Con esta estrategia arrancaron al partido Demócrata los estados sureños donde este había sido dominante.

Democrats rip Trump for not condemning white supremacists, Proud Boys at debate
(c) Getty. Militantes del grupo racista «Proud Boys».

(4) Al pueblo estadounidense, se niega a prometer que el día de las elecciones actuará como cualquier gobernante responsable de una nación democrática. El moderador del debate, Chris Wallace, escogido de común acuerdo por ambas campañas, y libre además de cualquier sospecha de «izquierdismo» [uno no sabe si reír o llorar ante tanta ignorancia] ya que trabaja en la cadena Fox News, le preguntó a los dos candidatos si se comprometían a «buscar que se mantenga la calma, esperar los resultados oficiales, y aceptarlos«. El candidato Biden dijo de inmediato que si. El actual Presidente, en cambio, aprovechó más bien para continuar su campaña de deslegitimación del proceso electoral, que ha sido rebatida por todas las autoridades y agencias a cargo del proceso en los Estados, a nivel federal, y por varios estudios científicos. Si hay algo que produce escalofríos es que exista en Estados Unidos tal preocupación por la conducta del actual Presidente ante el veredicto de los electores; que mucha gente se pregunte qué hará en caso de perder, hasta el punto de que ese miedo se discuta en un debate presidencial. Nunca antes, en más de 240 años, hubo que preocuparse en Estados Unidos sobre si el Presidente saldría del poder por las buenas en caso de derrota.

Hay mucho más que descalifica a este extraordinariamente dañino político. Mucho más. Es posible que estemos ante un caso que guarde–entre otras similitudes–el siguiente parecido con gente de la calaña de Ortega: su única protección ante una posible andanada de acusaciones criminales podría ser mantenerse en el poder a toda costa. Por eso, lo que está en juego en esta elección no es un cambio «normal» de un candidato a otro, ni de un partido a otro, ni la expresión de una simpatía personal o preferencia filosófica dentro de la democracia. Lo que está en juego es la democracia misma. Ya ha insinuado el actual Presidente que el «merece«, más de dos períodos presidenciales. Ya ha causado un daño extenso al orden democrático, a las reglas administrativas y a los hábitos que permiten manejar una sociedad diversa, en un país enorme, con grandes recursos y enormes problemas. Por eso, la pregunta que toda persona de bien, todo votante decente debe hacerse en Estados Unidos, es esta: ¿Alguien puede aprobar los comentarios arriba mencionados, apoyar a quien los hizo, y decir sin pestañear que está a favor de la democracia?

Una pregunta, dos, si me perdonan

Por ejemplo, yo pediría que Violeta Granera, Felix Maradiaga, Jose Pallais, Medardo Mairena, y muchos otros compatriotas de la UNAB o de la Coalición [si es que todavía existe la Coalición], y sus publicistas en ciertos medios de prensa, explicaran por qué siguen trabajando para que «criminales de lesa humanidad» presidan las elecciones que supuestamente van a quitarles el poder y traer justicia a Nicaragua, es decir, llevarlos– a los «criminales de lesa humanidad»– a la cárcel.

Que me expliquen también por qué esas elecciones con «criminales de lesa humanidad» son las que la «comunidad internacional» [¿la OEA es todavía «comunidad internacional»?] quiere.

Y si no, si no es así, que me expliquen por qué Daniel Ortega y Rosario Murillo (siguiendo la lógica) no serían ya considerados «criminales de lesa humanidad», por lo cual obviamente ya no sería «absurdo pensar que… puedan organizar elecciones libres y justas».

Yo creo que es legítimo, estimados compatriotas, sin que ustedes se sientan insultados o irrespetados–me perdonan, no es mi intención– pedirles que expliquen esto. Es que no entiendo la lógica. Por más que trato. Les pido, por tanto, una respuesta lógica, no un discurso que esperen agradable a los oídos de un opositor.

Y, pidiendo de antemano perdón por el abuso de su tiempo, también quisiera que me explicaran –si acaso la OEA es todavía parte de la «comunidad internacional»– cómo es que todos ustedes aún hablan de elecciones que hasta donde entiendo serían presididas por «criminales de lesa humanidad». Mi pregunta es motivada por las declaraciones de uno de los líderes de la «comunidad internacional», el Sr. Luis Almagro, sobre el proceso electoral que ocurre en un Estado similar al de Nicaragua–de hecho, el Estado-padrino-del-Padrino de Nicaragua, el Estado de Venezuela.

Don Luis, que siempre nos trae las buenas y las sabias instrucciones de la «comunidad internacional», ha dicho lo siguiente:

<<Es también absurdo decir que aquellos que participan en las elecciones pueden llegar a ser considerados como oposición fragmentada, el colaboracionismo con la dictadura los hace parte de la dictadura, no de la oposición».

Todo esto, queridos compatriotas, me deja perplejo. Con todo respeto les solicito que «aclaren los nublados», si tienen a bien.

Agradecido,

Ciudadano X

Para la dictadura y sus colaboracionistas electoreros, los presos políticos son simples fichas de cambio.

Para Ortega y sus colaboracionistas electoreros, liberar presos políticos es «parte del juego». Un juego cruel, juego de prestidigitadores que piensan que la mano que pacta con Ortega es más rápida que la vista del pueblo; que ellos, por ser los mandamases de la hacienda ensangrentada, pueden engañarnos fácilmente.

Parece que hay que recordarles que no somos tan tontos como imaginan desde la prepotencia de su poder y la comodidad de sus privilegios. Así que los retamos: si dicen querer elecciones libres bajo la tiranía, que la liberación de los presos ocurra YA, y que sea PARTE de un MÍNIMO de condiciones, no su totalidad.

¿Por qué? Porque de lo contrario liberar reos políticos será sencillamente parte de la coreografía del fraude: poco antes de las elecciones, Ortega los dejará ir, cuando ya esté seguro de que todo está en marcha y de que no necesita retenerlos; cuando el beneficio de soltarlos para legitimar la farsa electoral sea mayor.

Ahí estarán, listos a aplaudir al tirano, los colaboracionistas electoreros, que imitando torpemente un gesto solemne dirán en cualquier hotel de lujo que «es un paso necesario, pero falta más; de todos modos, el gobierno («el señor Presidente» como algunos de ellos le llaman) ha dado muestras de que hay voluntad política; esto hace posible que sigamos avanzando hacia las elecciones«. El coro de «la comunidad internacional», junto al solista Almagro, confirmará que «los nicaragüenses dan muestra de madurez política al escoger la vía civilizada de las elecciones; hemos pedido al gobierno de Nicaragua que facilite esta salida, y creo que vamos progresando en ese sentido.«

Mientras tanto, la dictadura no dejará de intimidar y de matar. De vez en cuando, los colaboracionistas electoreros harán su pantomima de protesta en papel, alzarán débilmente el puño, sin arrugar sus camisas de blanco inmaculado, y pedirán a la gente paciencia; les dirán «mejor protesten con el voto«. De esta manera, todo quedará como el experimento controlado que las clases en el poder quieren. Al amparo de esta cortina de humo se repartirán una vez más la hacienda. Tras la gaza se verán las manchas de sangre de la gente que quiso tener fe, que creyó que era posible de esta manera, que los colaboracionistas electoreros eran honestos patriotas. Una vez más, una vez más, la muerte de unos y la viveza de otros.

Porque si en verdad quisieran elecciones libres, si en verdad fuera posible realizar elecciones libres ANTES de derrocar al clan genocida, la dictadura tendría que, NO SOLO LIBERAR A LOS PRESOS POLÍTICOS YA, sino permitir MOVILIZACIÓN SIN REPRESIÓN YA, PERIODISMO SIN INTIMIDACIÓN YA, DESARME DE PARAMILITARES YA, ALTO AL TERRORISMO FISCAL YA, ALTO A LA COMPLICIDAD DEL EJÉRCITO EN LA REPRESIÓN YA, ALTO A LOS SECUESTROS DE OPOSITORES YA.

Todo esto, para la dictadura, sería SUICIDIO YA, porque:

¿Alguien duda lo que le ocurriría al clan FSLN–a ellos y a sus cómplices en la falsa oposición–si decidieran cumplir estas demandas?

¿Cuánto durarían en el poder?

¿Por qué insisten tan desesperadamente los colaboracionistas electoreros en promover la estrategia de Ortega?

Algún día, cuando haya JUSTICIA y ESTADO DE DERECHO, lo sabremos. Y si hay justicia, habrá juicios, y habrá verdad, y habrá castigo.

El fantasma del orteguismo sin (o con) Ortega, la crisis de la Coalición, y el grito de “auxilio” de sus políticos

12 de agosto de 2020

El político Félix Maradiaga ha publicado en sus redes una breve nota, una especie de circular, sobre la reunión que—nos dice—sostuvo junto a otros políticos con el Subsecretario de Estado de EEUU para América Latina, el Sr. Michael Kozak.

Antes de entrar en detalle, aclaro que no me refiero a Félix como “político”, a secas, con ánimo de insultar. Ya sabemos que en la patria esa palabra últimamente no suena muy bien.  Tampoco— y tengo que aclararlo para no ser yo parte de la tradición de descalificación injusta de nuestro país—quiero que se interprete lo que pregunto y digo en esta nota como un intento de destrucción moral del ciudadano privado, un ser humano de nombre Félix Maradiaga, ni de los demás aludidos. Pero la justicia, y estos días hasta las necesidades de supervivencia de la sociedad, requiere que se hable claro acerca de la conducta pública de los actores políticos. En este caso, es imposible evadir la obligación de referirse a la conducta y postura de Maradiaga, y de otros a quienes no puedo referirme por nombre, porque no fueron mencionados por nombre en la arriba mencionada circular. 

Empecemos, pues, por esto: no estoy claro en nombre de quién nos informa, ni a quién representa en transcendentales reuniones durante las cuales aparentemente se discute el futuro de mi país.  Hago extensiva mi perplejidad al resto de los participantes en estas conversaciones, que afectan la vida de millones de personas cuya aquiescencia parecen asumir, sí o sí. Debo confesar que, en medio de tanto movimiento de silla, cambios, coaliciones, rompimientos, vuelta a coalescencias, nuevos rompimientos, vueltas a empezar, me he perdido.

En todo caso, compatriotas, parece que tenemos representantes en negociaciones. Y esta es la primera noticia que habría que comentar, pero debo—con resignación—pasar a otra. Ya sabemos que en Nicaragua el asunto de la “representación” es algo caprichoso, y no tengo, como un ciudadano X, incidencia alguna en el asunto. Más bien me queda la impresión de que Félix Maradiaga cree actuar con impecable etiqueta democrática y generosidad al contarnos lo que han hecho en nombre nuestro, las decisiones que han tomado para redirigir la vida de más de 6 millones de personas, contando a los que están en el territorio nacional y a los que han sido forzados al exilio y al destierro. 

Maratón y calvario

Pasemos, pues, a algo que—si se pudiera medir el escándalo en cansancio—sería algo así como un maratón de Boston de la tragedia nicaragüense. Lo resumo aquí de la manera más concisa que puedo: todavía humea la imagen de la Sangre de Cristo, acaban de vapulear al padre Edwin Román, acosan a la joven lideresa independiente Zayda Hernández una vez más, los presos políticos siguen presos, y los secuestradores siguen secuestrando; más y más voces se unen al clamor popular de que los políticos, si dicen representarnos, y si quieren mañana ser líderes en la democracia, deben luchar por ella, comprometerse en una campaña de Noviolencia para erradicar la tiranía y evitar la guerra.  Que las verdaderas alternativas son sumisión, lucha Noviolenta, o guerra, y que mientras esté Ortega en el poder no podrá haber reformas, se ha escuchado decir recientemente a figuras que difícilmente pueden ser tachadas de “radicales”, como Humberto Belli y monseñor Abelardo Mata.

Todavía humea la imagen de la Sangre de Cristo… un atentado que simboliza, como todos entendemos, la imposibilidad, política y moral, de pactar y convivir con Ortega y sus sicarios…

¿Y qué nos dice la circular, una vez más? ¿Qué propuesta trae?: “Seguimos apostando por una salida electoral”.  Es decir: ignoraremos el clamor popular, nos haremos de la vista gorda ante la saña del régimen, iremos hacia la meta de Ortega (“elecciones en el 2021”), legitimaremos por tanto a un clan genocida, al que daremos un barniz de legalidad, y garantizaremos que sus crímenes queden impunes, porque a nadie con dos dedos de frente puede ocurrírsele que Ortega acepte “elecciones libres” si sabe que al final va a perder y tendrá que someterse a la justicia.  

No hay cantinfleo que pueda oscurecer esto, que por ser tan claro se refleja en el rechazo—cada vez más cercano a desprecio—de la inmensa mayoría de la población nicaragüense hacia las propuestas de la Coalición.  Y digo cantinfleo con cierto remordimiento, porque quizás irrespete el genio creativo de Cantinflas; el enrevesado de la circular no luce nada fresco, es más bien una rutina que perdió desde hace mucho todo el brillo y el filo que pudo haber tenido: “no podemos ir a elecciones en estas circunstancias… sólo si se dan las reformas y condiciones necesarias.”

¿Será posible que nuestros ‘representantes’ sean los únicos que no entiendan que “las circunstancias” no son temporales, o tienen la misma “temporalidad” que el régimen; que “las circunstancias” persistirán mientras persista la dictadura del FSLN? ¿Será posible?

La crisis del proyecto electorero de la Coalición

Aunque parecen no respetar nuestra inteligencia, demostremos respeto hacia la suya. ¿Cómo? pasando por alto la obviamente falsa explicación que nos dan, e investigando sus verdaderas motivaciones.

Para esto no hay que escarbar mucho. El proyecto de “elecciones con Ortega” atraviesa una crisis evidente, por varias poderosas razones.   Una es la renuencia del pueblo nicaragüense a creer la fantasía electorera.  Otra es la negativa de la dictadura a permitir el más mínimo espacio de expresión ciudadana—el clan FSLN está tan claro como nosotros de que no hay empate posible en esta lucha; de que los intereses del pueblo y los de su pandilla son absolutamente irreconciliables, y que una “elección con Ortega y bajo Ortega” no soluciona nada. Finalmente, los políticos de la Coalición empiezan a pagar un precio por su torpeza “unitarista”. Al dejar entrar, en caballo de Troya, a los partidos zancudos, han hecho posible que el PLC y otros grupos comiencen a dictar reglas y condiciones, sometiendo de facto a la Coalición a los dictados del régimen (no olvidemos: ¡el PLC es parte del gobierno!), y hundiéndola aún mas ante los ojos de la población.

Una vez más, una vez más, ¿cuándo aprenderemos?

¿Y cómo responden a la crisis los políticos de la Coalición? ¿Se dirigen al pueblo, se acercan al pueblo, se preguntan, con el pueblo cómo organizar la lucha Noviolenta para erradicar la dictadura? No faltaría más. Ingenuo sería el sueño. No es así como estamos acostumbrados a actuar en la cultura política nicaragüense, en la vieja cultura, la que domina los círculos palaciegos, la que actúa—dice—en nombre de Abril, pero nada tiene que ver con el espíritu igualitario y democrático y transparente de aquella fecha.

¿Cómo, entonces? Van y ponen la queja al poder extranjero por el cual se sienten (o son, no puedo afirmarlo ni negarlo) apadrinados. Lo que sigue es lo esperable: el poder extranjero—que es, en realidad, un burócrata o un político de otro Estado—se “pone de acuerdo con los nicaragüenses” que son, en realidad, un grupo que opera de espaldas a la población, y cercano a grupos minoritarios de poder local, y buscan cómo, una vez más, imponer una “solución”, que para ellos luce bien sobre el papel, que menea las aguas lo menos posible, y que por tanto es del agrado de quienes en mi pobre país tienen como más alta prioridad hacer que las aguas regresen a la quietud. Aunque estén sucias. Aunque estén llenas de sangre. Aunque de aquí a un tiempo el proyecto de orteguismo sin Ortega—que podría también terminar siendo con Ortega—desemboque una vez más en violencia armada. Aunque en el entretanto se pierdan vidas, se marchiten los presos en las cárceles, se seque más el potencial de riquezas materiales y espirituales de la patria. Hermanos, nunca ha sido más relevante esto: #NiPerdónNiOlvido.

¿Cómo? II –[Desobediencia Civil y Noviolencia]

9 de agosto de 2020

La Noviolencia, así, junto, incluye todo tipo de actos de desobediencia civil, pero persigue avanzar más allá de esta, hacia el reto directo al poder.  Por ejemplo, la toma de una iglesia es más que “desobediencia civil”; va más allá. Rebasa el “no obedecer”, el “no hacer“.

La lucha Noviolenta busca construir una dinámica de desafío activo al poder; persigue quitarle el monopolio del espacio público y del miedo.

La estrategia de lucha Noviolenta tiene, como toda acción política contra un régimen autoritario—y como también lo tiene la sumisión ante este— un costo humano. Sin embargo, el costo de la guerra es mayor: el régimen autoritario es más débil ante la Noviolencia que ante la sedición armada.

La lucha Noviolenta requiere construir cohesión social alrededor de reivindicaciones que la población pueda sentir como urgentes, y que el régimen autoritario se resista a aceptar, porque entiende que ceder lo debilita. De hecho, la lucha Noviolenta busca que el miedo a ceder, la negativa del régimen a respetar los derechos ciudadanos, lo debilite de manera relativa, fortaleciendo al pueblo a través de la acción (o inacción) noviolentaEn otras palabras, la lucha Noviolenta busca cambiar la correlación de fuerzas a favor del pueblo, de hacer que la dictadura pierda si cede, y pierda si se resiste a ceder.

Un ejemplo: la lucha por la libertad de los presos políticos es una reivindicación urgente. Hay que rescatar a todos los secuestrados del régimen. Pero lo esencial es eliminar–con la destrucción de la dictadura– la fuente del problema. Que estemos avanzando en esa dirección no se mide porque el régimen libere algunos presos políticos [deja otros presos, captura otros a capricho]. De hecho, podría liberarlos si llega a sentir que ya no está en peligro, o que el peligro ha disminuido. Por eso, el progreso hacia la meta de erradicar la dictadura se mide por la capacidad del pueblo de forzar a la dictadura a retroceder, a liberar a nuestros secuestrados porque los hacemos pagar un costo político, aumentando el desgaste de sus fuerzas domésticas e internacionales.

La lucha Noviolenta contra la dictadura debe atacar a esta con inteligencia en todo flanco donde choque la aspiración legítima de los ciudadanos con el fracaso y la opresión del régimen. Quienes aspiren a liderar al país en democracia no pueden esperar lograr su meta sin liderar la lucha por la democracia. Para el pueblo, una manera de distinguir entre legítimos opositores y oportunistas cazafortunas es observar quién convoca, inicia, participa en acciones y campañas concretas, dentro y fuera del territorio, versus aquél ocupado en poses, gestos, reuniones y condenas retóricas que a la dictadura ni siquiera inquietan, y por tanto no busca impedir, porque ocurren en su espacio de confort: son la “función” en “oposición funcional”; son parte del espectáculo que la dictadura necesita para amenizar su juego, y el que los grandes capitales necesitan para legitimarse internacionalmente mientras buscan un reacomodo en el sistema dictatorial al que fingen renunciar. En pronunciado contraste, un liderazgo Noviolento comprometido con la lucha por la democracia busca sacar a la dictadura de su zona de confort, busca desestabilizarla ocupándose, no de preparar elecciones en las cuales legitima a quienes en otras ocasiones llama “criminales”, ni a disputar a otros grupos puestos en directivas burocráticas, sino de agitar con persistencia, articular con inteligencia, y acercarse con humildad a los puntos de fricción entre la dictadura y el pueblo, que son cada vez más, desde el criminal manejo de la epidemia (incluyendo manipulación del precio de las medicinas para favorecer a amigos y familia del régimen), hasta el inmisericorde saqueo de las empobrecidas finanzas familiares por medio de abusivos cobros de electricidad y otros servicios públicos.

Todos estos puntos de fricción representan puntos de debilidad política y financiera del régimen, representan reivindicaciones urgentes e inmediatas en las que el interés de la minoría genocida en el poder choca diariamente con la población. Deberían ser consignas de acción inteligente, imaginativa, prudente, incluso de bajo riesgo para los ciudadanos, con un resultado potencialmente muy dañino para el régimen. Ciertamente, tendrían más peso, más impacto, y más significado, que invitar al Papa Francisco a visitar el país, gesto que demuestra una ignorancia lastimosa de las realidades del mundo y de la diplomacia, y de una verdad fundamental que los políticos de la disminuida oposición pasan por alto: la dictadura caerá a manos del pueblo de Nicaragua, o no caerá. Si algo grita a los cuatro vientos la movida de invitar al pontífice, es una confesión lastimosa de desaliento, de no saber qué hacer, de necesitar la intercesión, digamos, milagrosa, de la Iglesia. En resumen, si querían gritar que “los nicaragüenses no podemos”, o que “ya no sabemos que hacer”, lo han logrado.

Para alcanzar sus objetivos, la lucha Noviolenta necesita ser flexible en la táctica, no darle al régimen blancos fijos (como fueron los tranques en el 2018), sin fuerte blindaje político, ni hacer nada que dificulte organizar la movilización simultánea que dispersa a la represión. La dictadura no puede reprimir en todas partes a todo el mundo con igual fuerza.

La dinámica de la lucha noviolenta, basada en una creciente cohesión social, empodera al pueblo, causa un punto de quiebre en el despliegue de los represores y en su moral. En ese momento pasan de intimidadores a intimidados, de sentirse guardianes todopoderosos a darse cuenta de que están rodeados por una mayoría que los desprecia, y ya no está dispuesta a tolerar su dominio.

La lucha Noviolenta es, en sí, desde el inicio, construcción democrática, construcción de paz, ejercicio –forzado por la necesidad de ampliar apoyos—de comunicación civilizada y tolerancia. Planta así la semilla de los hábitos que hacen falta para que un régimen autoritario no sea sucedido por otro, y luego otro, y luego otro, como en el ciclo inacabado de violencia y tregua que ha sumido a Nicaragua en la miseria.

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