Carta a una escritora española [sobre la historia de nuestros males, y sobre ser ‘disidente’ del feudalismo en pleno siglo XXI]

8 de mayo de 2020

La periodista y escritora María Teresa Bravo Bañón comenta, un poco perpleja, sobre el revuelo que ha causado en Nicaragua el artículo de su compatriota, el exparlamentario Ramón Jáuregui, que el diario La Prensa ha invocado como «hoja de ruta» y que por venir–dice el editorial del periódico en mención– de «observadores extranjeros», contiene más «lucidez y realismo» del que cualquier nicaragüense (cuya opinión sea contraria, claro) pueda amasar.

Nada me sorprende, más bien me parece razonable, la perplejidad de la Sra. Bravo Bañón, porque desconectadas de la Historia no tienen sentido, al menos no el sentido ‘democrático’ que aducen, las palabras de La Prensa; son palabras verdaderamente abyectas, llagas que hay que supurar, huellas que dejan en la carne las cadenas herrumbrosas del atraso.

Por eso decidí escribirle a nuestra amiga esta breve nota, que presento a ustedes también, porque urge que meditemos sobre este asunto:

«Querida Mayté,

todo esto tiene que ver con la historia de la oligarquía nicaragüense, historia de fracaso nacional, dependencia del exterior, y de acumulación grotesca de poder económico, con disputas periódicas entre facciones que han impuesto la guerra al país cada cierto tiempo, y han permitido a grupos nuevos meterse por las fisuras del sistema, enriquecerse desde el poder político, para después integrarse a la oligarquía a través de enlaces comerciales, matrimonios, alianzas, y otras prácticas de las noblezas medievales.

Por algo son aproximadamente unos 6 o 7 grupos familiares los que tienen una riqueza acumulada equivalente a cerca de dos tercios del producto interno bruto, una proporción insólita. Este dominio sin competencia les ha hecho también mediocres, y ha embrutecido políticamente a la sociedad; y por eso hoy, que muchos jóvenes están más conectados al mundo exterior, y ven que hay otras alternativas para la inevitable convivencia social, los aplastan por un lado, los silencian por otro, y empujan la ola del sueño democrático hacia atrás, desatando sus jaurías represivas y mediáticas contra los «disidentes».

¡Imaginate vos, qué tragico!: que pasadas ya dos décadas del siglo XXI tenga que llamarse «disidentes» a quienes proponen ideas ya universales–incorporadas, de hecho, a la legalidad internacional moderna– de la Revolución Francesa de hace 240 años (1789), y de la Constitución de Estados Unidos (1787), y que ya para entonces habían circulado durante al menos un siglo, desde los liberales ingleses hasta los enciclopedistas franceses.

A nosotros nos quedó como una lápida la Contrarreforma, el despotismo peninsular, y la herencia de burócratas coloniales tardíos (familias llegadas a Nicaragua en los aproximadamente 50 años que precedieron a la independencia de Centroamérica) que aprovecharon el rompimiento formal con España, no para fluir sobre corrientes liberales–que fueron suprimidas y no han logrado levantar cabeza–sino para avanzar en un mayor despojo material contra la gran masa mestiza y pobre y establecer un permanente despojo político.

A esto, y no solamente al dictador de turno, nos enfrentamos. El único consuelo es que al menos podemos decir– confieso que con algo de vergüenza–que ya empezamos a encarar el problema. He dicho muchas veces que apenas luchamos por iniciar nuestra propia Revolución Francesa.

Todavía somos disidentes


El monstruo, la Coalición Nacional, y algunas propuestas para prevenir la mortandad que podría causar el Coronavirus

24 de marzo de 2019

Hablemos (como dijo Suetonio refiriéndose a Calígula) del monstruo: Rosario Murillo no tiene cabida en la realidad; vive su delirio a costa de millones de personas que serán, tarde o temprano, y sin exclusión, sus víctimas.  Como en el caso del emperador insano, el desquicio de la Murillo no tiene remedio, ni límite, ni freno. Llegado el momento, el monstruo es incapaz de distinguir entre quienes lo adversan y quienes lo alimentan.  

Puede ser que ese trance sea ya inevitable, a juzgar por la respuesta que la Presidenta de facto ha dado a la mortal amenaza del Coronavirus. ¿Presidenta de facto, o Dictadora en funciones?: el monstruo parece haber despojado al tirano oficial, su marido, del poder real. ¿Qué está haciendo con el poder? Dar rienda suelta a la orgía surrealista que habita en su mente, pero esta vez no es el escudo nacional, ni el paisaje urbano, el que deforman sus alucinaciones psicodélicas.

Esta vez la fuerza mortal de que es capaz no es dirigida a un grupo específico, sino a toda la sociedad. Ha convertido la pandemia del Coronavirus en un circo. En un circo tan real y cruel como el que organizó, con payasos y demás, el domingo 23 de marzo en la costa del lago de Managua. La campaña “contra el Coronavirus”, ha incluido desfiles escolares, asambleas, marchas, y un carnaval grotescamente titulado “El amor en los tiempos del Covid-19”.  

Único en el mundo en esta postura, el Estado de Nicaragua bajo el mando de la Murillo no ha llamado a sus ciudadanos a combatir la propagación de la epidemia aumentando la distancia corporal. Su política ha sido exactamente, increíblemente, la opuesta, y no es nada audaz la hipótesis de que la dictadora en funciones haya procurado inducir el contagio, no prevenirlo.

¿Qué hacer? Algunas ideas para el ciudadano común

Este es un momento en la historia de Nicaragua en que la desobediencia civil se hace esencial para sobrevivir.  Para la mayoría de los ciudadanos, seres que no han perdido el instinto de conservación, la respuesta es fácil: desconfiar de toda autoridad política, exigir, pero no esperar, de ningún supuesto liderazgo—todos están en lo suyo.  Buscar cómo aprovisionarse lo mejor posible, dadas las restricciones de la pobreza, y exponerse lo menos posible al contacto físico; cubrirse la boca y la nariz a como sea, y mantener una distancia de al menos dos metros si tiene que salir a la calle. El lavado de manos, por supuesto, y otras medidas de higiene que se anuncian en otros países y circulan en Nicaragua a través de las redes.

¿Qué hacer? Algunas ideas que los políticos que dicen representar al pueblo deberían contemplar

Siempre que uno los critica, espetan el trillado “vos solo criticás, no proponés”.  Bueno, pues aquí van varias propuestas, que presento a quienes dicen ser la Coalición Nacional, gente que acompaña en lista a Juan Sebastián Chamorro, Félix Maradiaga, José Pallais Arana, Mario Arana, Carlos Tünnerman Bernheim, Azahalea Solís, y otros.  Se las presento, con nombres y apellidos, porque los políticos deben hacerse responsables con nombres y apellidos, y no escudarse en siglas ni en palabras vacías:

  1. La vida de millones de personas está en peligro por la evidente incapacidad mental de quienes controlan los poderes del Estado. Desalojarlos del poder pasa de ser una meta de mediano plazo a un asunto urgente: la amenaza para todos, pobres, pero también ricos; opositores, pero también partidarios del gobierno, es inminente.  Estos no son momentos para disertar sobre “vías constitucionales”.  Si yo fuera un oficial del Ejército, por ejemplo, tendría que pensar en la plaga que amenaza la salud de mi familia.  Del seno de la Coalición ha salido un volumen considerable de elogios al ejército. ¿De qué sirve esa cercanía si no vale para proteger a todos de una hecatombe medieval?
  • El poder económico de un puñado de milmillonarios se sienta a la mesa con ustedes, participa a través de sus representantes en el liderazgo de la Alianza, y de hecho tiene una deuda enorme con el pueblo nicaragüense, tras 12 años de dictadura FSLN-Cosep. Los políticos de la Coalición Nacional deberían pedir a sus aliados del gran capital que pongan sus enormes recursos a trabajar de inmediato para salvar miles de vidas:
  1. Que den vacaciones con goce de sueldo a sus empleados por los próximos 30 días. Sería como un adelanto y un aumento de las vacaciones de Semana Santa, y sería menos de lo que, en otras ocasiones de la historia, decidieron parar por otros motivos.  El gran capital puede absorber las pérdidas, que de todos modos serán peores si la pandemia arrasa y disloca.  Como mencionaba el presidente salvadoreño, no van a quedar en la pobreza por hacerlo.
  • Que organicen un fondo de apoyo económico significativo para los pequeños productores afiliados a sus cámaras, para ayudar a que también estos puedan absorber el golpe y enviar a sus empleados a refugiarse por tiempo prudencial.
  • Que pongan sus recursos, dentro y fuera de Nicaragua, a trabajar para asegurarse que los hospitales no carezcan de mascarillas, guantes, y de ser posible, que busquen como aumentar de emergencia la cantidad de respiradores disponibles en el decrépito sistema de salud del país.

Nada de esto está fuera del alcance de las fortunas que, combinadas, poseen el equivalente de más de la mitad (estimado conservador) del Producto Interno Bruto de Nicaragua, un número que ilustra la inequidad económica grotesca del país.

Pueden hacer esto, y pueden hacer más: pueden unirse de una vez al resto de los ciudadanos para que el país tenga, no necesariamente un gobierno ideal, ni un gobierno en el que todos estemos representados (estaremos lejos de eso, en el mejor de los casos) pero al menos un gobierno que no esté en manos del monstruo.

Ni perdón ni olvido (¿excepto para el FSLN y el Ejército?)

18 de marzo de 2020

Me pregunto si la fecha en el video es correcta (11 de marzo de 2020). Mi primera inclinación es dudarlo, limpiarme los ojos, volver a mirar, abrirlos ancho para comprobar que me he equivocado. No quisiera, lo digo con total honestidad, hablar de este tema hoy, con la pandemia del Coronavirus extinguiendo tantas vidas y con la economía mundial al borde de la parálisis. Pero la actividad de los políticos no se detiene. En medio de la crisis, o al amparo de su sombra, aprovechan que la gente mira en otra dirección, y buscan avanzar en su estrategia. Hay que estar alertas, siempre «ojo al Cristo», como dice el viejo refrán. Por eso vuelvo a revisar la noticia, pregunto a amigos y conocidos, pero la fecha, 11 de marzo de 2020, sigue ahí. Es posible que alguien la haya alterado, por supuesto; en ese caso, hay que preguntar a Félix Maradiaga si su manera de pensar ha cambiado desde que dio esa entrevista.

Porque a mí me parecería escandaloso que a estas alturas (¿hay que contar la historia de nuevo?) Maradiaga se refiriera al Frente Sandinista en un tono tan respetuoso, tratando de «institución» a lo que ha demostrado ser una banda criminal al servicio del Padrino y la Madrina de El Carmen. Peor aún, que él, una de las voces y rostros de la (anunciada pero no nacida) Coalición Nacional, dijera que la lucha «no es contra el Frente Sandinista«.

En otra parte de la entrevista, Maradiaga sugiere (porque se lo han dicho, nos dice, en el Congreso de Estados Unidos) que no hay pruebas suficientemente específicas del involucramiento del Ejército en los crímenes de la dictadura.

Francamente, me quedo hecho un hielo.

¿Por qué? Porque este es un distinguido político nicaragüense, en Nicaragua, diciéndole a los nicaragüenses que no crean lo que saben, que no crean a su lógica ni a su intuición, que no crean lo que dicen expertos tan respetados como el Dr. Álvaro Leiva y su prestigiosa Asociación Nicaragüense Pro Derechos Humanos (ANPDH).

Me aterra también porque la defensa implícita del Ejército que hace Maradiaga se une al coro de la élite política, desde La Prensa hasta la cúpula de la Alianza Cívica. No olvidemos el panegírico de Francisco Aguirre Sacasa («el ejército es muy respetado entre los productores del norte, y en el Comando Sur de los Estados Unidos»). No olvidemos el suplemento especial de homenaje al Ejército, incluyendo un discurso de una página de Daniel Ortega, y otro del general Avilés, que publicó el diario La Prensa, en edición de lujo, mientras decía no tener papel por el bloqueo del gobierno. No olvidemos la afirmación de Humberto Belli de que «el pueblo es injusto con el Ejército».

Todo esto me hace reflexionar, con gran pesar, sobre la distancia–ya grande– que existe entre estas cúpulas políticas y los sentimientos e intereses de la población, distancia que va en aumento. Que Maradiaga, quien ha querido fabricarse una imagen pública ‘distante’ de las élites tradicionales, haya adoptado el discurso de la Alianza, es un indicador elocuente de la deriva de la oposición nicaragüense, a la que cada vez con más frecuencia la voz popular antepone la palabra «supuesta».

Da tristeza pensar que en esto quedamos, después de tanto sufrimiento. Pero al hecho pecho. El cambio no es solo posible: es indispensable. Si este grupo de políticos es incapaz de liderarlo, si, en lugar de hacerlo, se embarcan en un nefasto proyecto de elecciones con la pareja demencial y su banda de asesinos, tarde o temprano surgirán otros.

Ellos creen que no. La historia dice otra cosa. No hay que desanimarse. Y hay que hacer de la verdad nuestra luz y nuestra fortaleza, para que el oportunismo y la manipulación de los prestidigitadores de la mentira no arrastren al país a un futuro más sombrío que el presente, una era dominada por el sicariato, y por una nueva dinastía. Una era de negra noche y roja sangre que mancharía todo el territorio nacional por décadas.

No puede uno menos que desear que quienes conservan la capacidad de imbuir sus actos de buenas intenciones recapaciten. Que quienes tienen una legítima aspiración de escalar a la cima del poder político no sacrifiquen todo en el intento. Que apuesten a ser viables en una Nicaragua democrática, y no se resignen al destino que han sufrido en el pasado tantos aspirantes que prefirieron montarse al pedestal sin honra, en lugar de alcanzar la gloria de construir un país mejor.

Los motivos de Brenes, el periodismo nicaragüense, y la reconstrucción moral del país

23 de noviembre de 2019

¿Cuáles son las razones por las que Brenes apuesta al régimen?, pregunta Oscar René Vargas Escobar. Yo, por mi parte, pregunto: ¿cuáles son las razones por las que el Papa Francisco apuesta a Brenes, las razones por las que la cabeza nominal de una institución ecuménica con dos mil años de antigüedad y evangelio permite a Brenes apoyar a un régimen genocida?

¿Qué intereses pueden ser tan poderosos como para que un Papa permita el acoso diario, la crueldad pública, la violación impune de sus templos, acciones que en otro tiempo y en otro lugar hubieran sido suficiente para lanzar excomuniones y llamar a curas y feligreses a defender la fe?

Sé que nada está oculto entre cielo y tierra, pero los secretos del Vaticano están en catacumbas. Ojalá que puedan periodistas investigadores penetrar en los salones oscuros donde estas misas negras se practican.

Para nosotros, nicaragüenses, responder a la pregunta del Sr. Vargas es mucho menos difícil. Ya hay información, y si no se ha profundizado en ella y publicado, es porque el periodismo nicaragüense, dominado por un círculo estrecho de individuos a través de generaciones y sometido a los mismos prejuicios que el resto de la población, con frecuencia se detiene en el umbral de la verdad.

Tradicionalmente el Alto ha venido de los dueños de los medios, la pequeña oligarquía de la información a la que me refiero arriba.  La aparición de las redes sociales y el debilitamiento de la prensa tradicional y de otros medios a los que la dictadura ha detectado en su mira, crean un paisaje algo distinto, más libre, hasta caótico, en el cual la información se resbala de las manos de los antiguos controladores como un pescado lucio. 

Sin embargo, el periodista nicaragüense vive, en estos tiempos de crisis, prácticamente al borde del hambre, vulnerable por tal motivo a presiones cuyo objetivo es domesticarlo, desarmarlo, impedir que sea parte de la fiscalización ciudadana y se vuelva más bien micrófono y parlante de las distintas facciones en disputa. 

Hay además otra amenaza: la autocensura.  La valentía del reportero nicaragüense ante el poder dictatorial y ante las condiciones que este crea es indudable, pero también es aparente que el reportero ve ciertos tópicos como tabúes; ciertos temas hay que tratarlos con extrema mesura, ciertas falsedades hay que dejar pasar a ciertos que las emiten, ciertas insistencias hay que evitar, hay que darle a ciertos personajes el beneficio de la duda, hay que darles el tiempo que necesiten en el micrófono, y no hay que contrariarlos ni contradecirlos. 

Personajes, por ejemplo, como el más alto prelado de la Iglesia Católica, e incluso los altos exponentes de la Alianza Cívica.  Y así, el mismo reportero que cuestiona y desafía con justa altanería al funcionario orteguista, calla ante la incongruente respuesta del opositor, ante el cinismo del prelado, y calla incluso la noticia que sabe sobre éste, evita profundizar en ella, no dedica tiempo a escarbar la verdad que yace apenas a milímetros de la superficie.

Por eso, investigar (¡y publicar!) las razones por las que Brenes apuesta al régimen, develar sus motivos, constituye una contribución fundamental–desde el gremio periodístico–al cambio de dirección que busca la sociedad, a la construcción de aquello que uno de los periodistas más emblemáticos de Nicaragua, Pedro Joaquín Chamorro, llamó la “estructura moral” del pueblo.  Un reto que el nuevo periodismo, el que apuesta por un futuro en democracia, no puede rehuir.

¿No importa la moral?

7 de noviembre de 2019

Dice La Prensa, y dice Cristiana Chamorro Barrios, que el asesino de estos muchachos tiene tanto derecho como cualquier nicaragüense a ser candidato en las elecciones que ellos buscan pactar con el asesino. [¿Qué diría Pedro Joaquín Chamorro?]

Dice Mario Arana, Humberto Belli (el de «el pueblo es injusto con el ejército») y Francisco Aguirre Sacasa (el de «el Ejército tiene mucho prestigio y ha cumplido su papel constitucional») y dice Juan Sebastián Chamorro, y dice Arturo Cruz (que también dicen lo que dicen) que hay que ir a elecciones con Ortega para «resolver» la crisis y que no se dañe más la economía, etc.

Mientras tanto, ¿qué dicen las otras organizaciones de la UNAB?

Y lo más importante, ¿qué dice el resto de los nicaragüenses, los que al final de este Via Crucis no pueden esperar ministerios, viajes, presidencias, diputaciones?

¿No importa que alguien asesine a mansalva?

¿No hay límites?

¿No importa la moral?

¿Todo es una transacción, una maniobra, un negocio?

¿Hay que que ser así de cínicos?

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