Para quienes, todavía, después de ver lo visto, insisten en que «Pinochet se fue por la vía electoral», e insisten que hay que seguir «presionando para lograr reformas y elecciones»:
La «solución» chilena no aplica a Nicaragua. Querámoslo o no, ese tipo de «empate«, en el que Ortega y su FSLN dejan de ser tiranía y pasan a ser parte de la democracia no es posible. De eso el dictador y sus secuaces están claros. Fuera del poder les espera el castigo aplastante que merecen sus crímenes. La justicia más generosa tendría que arrancarles su fortuna mal habida y enviarlos a la cárcel.
Por eso, la de Nicaragua es una lucha en la que solo uno de los dos contendientes puede sobrevivir. El país puede avanzar hacia justicia, democracia y respeto a los derechos humanos, únicamente si extirpa de raíz el poder de la canalla de El Carmen.
De raíz.
Porque ese poder, aun si fuese convertido en «residual» por obra y gracia de reformas y elecciones–como sueñan los que sueñan con la «solución chilena»– NO SERÍA COMPATIBLE con la vida, la seguridad y la libertad de los nicaragüenses.
El clan FSLN puede incluso entregar la Presidencia, pero NO PUEDE entregar el poder; y NO PUEDE defender ese poder sin MATAR.
No es solo que no quieran, es que NO PUEDEN.
Y no es que uno desee que la realidad sea así; pero, si es así, sale más caro ignorarla que aceptarla y prepararse para lo que implica.
Sigo de cerca las acciones y políticas del gobierno de Estados Unidos, e incluso observo el proceso de formación de políticas, y de las estrategias que los políticos emplean para hacerlas avanzar. No hago afirmaciones caprichosas ni basadas en banderas, ni mucho menos en puntajes de encuestas. Procuro, aunque no soy imparcial, ser objetivo. Por eso, independientemente de mis simpatías (o, en este caso, antipatías) afirmo basado en los hechos una conclusión que los hechos me impiden pasar por alto: lo deTrump ha sido y sigue siendo negligencia criminal.
El ethos de Mr. Trump no dista mucho, para dar ejemplos que quizás sorprendan a la distancia, del de Rosario Murillo en Nicaragua, o el de Jair Bolsonaro en Brasil. [Este último ha declarado, sin sudar vergüenza, que «hay que enfrentar el virus, pero como hombres, no como mocosos» y que, aunque hay que cuidar a los viejos, «el empleo es esencial; y es la vida, todos nos vamos a morir…» ]
En el caso de la comparación Trump-Murillo, la diferencia fundamental es que el Presidente de Estados Unidos de América no tiene el poder absoluto. Afortunadamente, las defensas estructurales de la democracia estadounidense han sobrevivido, aunque golpeadas, el embate del populismo trumpista, que prácticamente transformó un partido de centro-derecha, o derecha democrática, el partido Republicano, en una marabunta neofascista con tintes de integrismo religioso, que se deleita en el desdén de su caudillo por las minorías étnicas y sexuales, los inmigrantes, las mujeres, los intelectuales, los periodistas, y cuanto grupo le parezca representar «debilidad».
El paralelo entre el discurso de Trump y el culto a la superioridad y a la fortaleza étnicas del arquetipo nazi es escalofriante. Este hombre no es apto para gobernar un país como Estados Unidos, que es la imagen del mundo, con toda la diversidad humana habitando, en relativa paz, y relativa dificultad, su territorio.
Trump carece además de equilibrio mental y emocional. Sus rasgos narcisistas y sus delirios de grandeza van mucho más allá de la vanidad que es común entre políticos de alta ambición. Esto se hace cada vez más evidente a medida que la presión de la crisis global revela el alma de los líderes.
La respuesta del jefe del Poder Ejecutivo de Estados Unidos a la amenaza de la pandemia está causando una destrucción que él más bien tenía la obligación, y el poder, de evitar, tanto en vidas como en bienestar económico. Ningún presidente de EEUU, ni Republicano, ni Demócrata, se ha comportado jamás tan incompetente e inmoralmente en medio de una crisis. Nunca, un diario de prestigio nacional, como el Boston Globe, se había atrevido a publicar un editorial afirmando que «el presidente tiene sangre en sus manos». Nunca había tenido que atreverse.
Pero los hechos son los hechos. En este caso están clarísimos, muy bien documentados y públicos, para quien quiera ver. El que no quiera es, ni más ni menos, como un fanático orteguista que repite la narrativa de «golpe» y para quien no importan videos, fotos, ni documentos, porque su «comandante» lo es todo, como para los trumpistas Trump es «enviado de Dios».
Las comillas las coloco porque muchos de ellos usan esa frase, que ha sido promovida desde el púlpito por numerosos pastores evangélicos. Este es un fenómeno extraño, y que revela una enorme hipocresía, ya que los acaudalados líderes del evangelismo han sido farisaicamente estrictos con otros políticos estadounidenses, cuando estos fueron descubiertos transgrediendo sus códigos morales; pero en el caso de Donald Trump, y su largo historial de corrupción personal y comercial, los pastores repiten, iluminados, que «Dios se sirve de hombres imperfectos».
¿Qué más agregar? Que si bien me produce escalofríos observar la similitud en la estructura mental de trumpistas y fascistas, más lo hace el entender que el orteguismo representa una variedad del mismo virus.
Los resultados son trágicos. Y me temo que aún no hemos visto lo peor, ni en Estados Unidos, ni en Nicaragua.
Una nueva «defensa» del pactismo eleccionista, por quienes están dispuestos a legitimar a Ortega y darle impunidad al aceptar sin escrúpulos que sea candidato legal en las elecciones con las que sueñan: «si no querés elecciones con Ortega, liderá vos el movimiento».
O traducido al vernáculo: «Quienquiera que critique la postura política de aceptar dócilmente la impunidad de Ortega es un cobarde y un «tapudo» que empuja a otros a la «guerra», pero está tan lejos de tener poder, que se le puede callar «humillándolo» (creen ellos) con el reto de testosterona de un pleito púber: «a ver si los tenés tan grandes como creés».
Esto es patético. No solo abandonan la lucha cívica, sino que abandonan el debate racional, y se hunden en los lodos más sucios de nuestra cultura machista. Es penoso tener que involucrarse en una discusión así, pero no queda más remedio, si es que uno quiere aferrarse a las hilachas de esperanza que restan. No queda más remedio que explicarles que la lucha por la democracia no es un concurso de testosterona. Además, lo que sobra en Nicaragua, entre la gente común, es coraje. ¿Y qué falta? Falta coraje, integridad e inteligencia entre las élites económicas y políticas, las viejas y las que rápidamente se convierten en las viejas, como ha ocurrido ya demasiadas veces: no es la primera vez que después de una masacre viene un pacto que lleva, no a la destrucción de la dictadura por medios cívicos, sino a la reanudación de la convivencia con ella, para terminar después–esa es nuestra maldición– en violencia.
Yo sueño que mí país salga de ese trágico círculo vicioso, y por eso es que hago–como tantos miles de patriotas– lo que puedo, porque lo considero mi deber, y es mi derecho, aunque incomode a los que ya creen que son parte de la élite política y miran a los ciudadanos como los ven los de la élite política, como niños babosos a quienes hay que esconder información, adormecer con cuentos de hadas, mentirles, engañarles, excluirles de las decisiones, llevarlos de las narices hacia donde solo los dueños de la finca tienen derecho a decidir. Lo mismo de siempre. Lo mismo: los mismos de siempre pactan con los mismos de siempre a expensas de los mismos de siempre y el país queda igual que siempre. ¿Esto es lo que querían los rebeldes que dieron su vida en Abril?
A mis amigos en Latinoamérica y España que con toda razón apoyan al pueblo chileno, al pueblo ecuatoriano, al pueblo hondureño, y a un largo y necesario etcétera: les presento escenas e información urgentes de Nicaragua, donde la dictadura moviliza recursos desproporcionados (la medida de su miedo) para impedir que los ciudadanos se expresen, que exijan respeto a sus derechos.
Contéstenme con honradez: ¿no tienen los nicaragüenses los mismos derechos, por ejemplo, que los chilenos? ¿no deberíamos todos los pueblos apoyarnos contra el poder de las élites?
Les dejo algunos datos aquí, que quizás ayuden a poner las cosas en perspectiva. La estructura de poder económico de Chile, apoyada por supuesto–reflejo y diseño — en el poder político, ha llevado a una concentración de la riqueza que hiere moral y materialmente al pueblo. Sin duda. Y han habido actos de represión condenables, que también se han documentado, al lado de actos de vandalismo también injustificables.
Ahora, vean estas cifras de Nicaragua: más de 500 muertos en menos de seis meses, a manos del ejército y fuerzas paramilitares (en Chile serían más de 1500 asesinados, respetando las proporciones); más de 80,000 exilados en un año (en Chile serían más de 240,000); más de 1000 desaparecidos (en Chile serían más de 3,000); más de 900 presos políticos (en Chile serían casi 3000).
Y les dejo algo más: el mundo contempla con admiración el espectáculo de un pueblo, el chileno, que a pesar de unos incidentes violentos causados al inicio de la explosión social por minorías no representativas, sale pacíficamente en cifras que se estiman arriba del millón de personas a seguir exigiendo un cambio de sistema.
¡Un millón de personas en Santiago de Chile!
En Managua eran alrededor de 700,000, en una ciudad con menos de un tercio de la población. Es decir, respetando las proporciones, ¡en Managua salieron a las calles el equivalente de 2,100,000 de personas! Si esto no expresa la voluntad popular en Nicaragua, tienen que decirme que tampoco lo hace en Chile. ¿Lo harán?
¿Y cuál fue la respuesta del régimen de Ortega? Francotiradores y asesinatos a mansalva, todo confirmado por estudios de balística y reportes de Amnesty International, Human Rights Watch, la Comisión Permanente de Derechos Humanos de Nicaragua, la Asociación de Derechos Humanos de Nicaragua, múltiples reportajes de la prensa independiente, algunos de ellos premiados, más el dictamen de la Comisión de Derechos Humanos de la Organización de Estados Humanos, de su par en las Naciones Unidas, y de la Unión Europea: más de cien muertos verificados con impacto de proyectiles en frente, cuello y pecho, el triángulo mortal, como dicen los forenses. ¿La edad de los muertos? Hay bebés entre ellos, pero la mayoría de las víctimas son muy jóvenes, desde los 14 años, asesinados mientras marchaban por las calles del país.
Aparte de estos crímenes, hay reportes verificados de muchos otros, incluyendo el de una familia que fue quemada viva en su propia casa, por negarse a permitir que los francotiradores usaran la azotea para disparar a civiles.
Todo esto está documentado oficialmente, y ha sido grabado en cámaras y teléfonos que gracias a la revolución tecnológica están ahora en las manos del pueblo, y son armas en la lucha popular.
Yo lo que lamento es que esta revolución tecnológica no nos haga igualmente revolucionarios en lo político y en lo social, que todavía no nos libere de los tabúes y prejuicios, de las nostalgias, mitos, afectos y cegueras que bloquean la solidaridad internacional entre los pueblos, tan necesaria ante el poder de las élites globalizadas.
¿No es hora ya?
Si están de acuerdo, les pido, para comenzar, que compartan esta nota.