Breve comentario sobre la renuncia de Masaya a un puesto en el Consejo Político de la UNAB.

11 de enero de 2019

La renuncia del candidato de Masaya al puesto de miembro del Consejo Político al que según las reglas electorales tenía derecho, es una ‘salida’ política que utiliza los códigos culturales para (1) criticar la corrupción del proceso (2) aceptar la imposición del resultado corrupto, que se ve como inevitable.

La UNAB debería avergonzarse, no alegrarse, de la bofetada que reciben.
Es un político diciendo a los manipuladores algo que no se acostumbra en Nicaragua: «no me muero por un puesto, hagan lo que quieran con él, ya sé que lo harán».

A nivel individual, es sin duda una conducta honorable.

Socialmente, pone en evidencia la falta de institucionalidad, la incapacidad que hemos desarrollado de no seguir las reglas, aunque las acordemos nosotros mismos.

Caos y autoritarismo: dos caras de la misma moneda.

No es la “unidad”, ni la “separación”: es la desconfianza (el fracaso de la Alianza Cívica y de la UNAB)

8 de enero de 2019

¿Representan la UNAB y la Alianza Cívica al pueblo democrático nicaragüense?  En sentido estricto, científico, no sabemos. Aunque es mucho menos arriesgado afirmar que la Alianza Cívica no representa la diversidad de intereses de los nicaragüenses, porque lo que impera ahí, a todas luces, es el interés de la minoría que controla el poder económico. Y aunque el respetado movimiento campesino que lidera Medardo Mairena forme parte de la Alianza, su participación carece de protagonismo, de entusiasmo, y se caracteriza por la insistencia de que los campesinos son autónomos y están en contra del “aterrizaje suave” que la Alianza persigue.

En cuanto a la UNAB: el perfil de–por ejemplo–su Consejo Político, está diseñado para parecerse un poco más al de la sociedad, al incluir organizaciones que presuntamente están conectadas con grupos sociales «populares» y “regionales”. Sin embargo, la mayoría de la población no conoce a estas organizaciones o a sus dirigentes, que nunca –esto sí se sabe—tuvieron huella visible en el ámbito político. Por el contrario, una corriente de escepticismo y sospecha baña al conglomerado de oenegés y pequeños grupos políticos constitutivos de la UNAB, justa o injustamente, con conocimiento de causa o no. Y cabe añadir que los campesinos—incómodos miembros oficiales de la Alianza Cívica—apenas esconden su desconfianza de la UNAB, y han rechazado múltiples intentos de estos por atraerlos.

Estando así las cosas, tanto la Alianza Cívica como la UNAB buscan para sí la representatividad popular de una manera indirecta, publicitaria: reclamando la bandera de la insurrección cívica de abril de 2018, convertida en fuente potencial de legitimidad para cualquier fuerza opositora, al punto de que si alguien lograra persuadir a la población de que encarna el espíritu de la insurrección y sus metas, probablemente adquiriría un estatus hegemónico en la oposición.

Hoy por hoy, ni la Alianza Cívica ni la UNAB han conseguido ganar esa batalla en las mentes y en los corazones de los nicaragüenses.  La aseveración de Monseñor Silvio Báez, a quien muchos consideran líder espiritual (o más ampliamente, ideológico) de la rebelión, lo resume así: “no existen liderazgos confiables en Nicaragua”. 

Valentina (In Memoriam)

7 de enero de 2020

Terminaba de escribir este texto, que por respeto a nuestras tradiciones funerales dejé reposar, cuando recibí la foto de una joven que, de espalda a la cámara, contemplaba el letrero de protesta que ella misma–me dicen–había pintado sobre un muro de Managua.

El mensaje de la pinta: «patria libre para vivir».

Qué cruel una sociedad en la que el joven que quiere libertad y quiere vida se siente forzado (lean a Valentina, piensen en nuestra historia reciente) a sacrificar una para obtener la otra.

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Valentina (In Memoriam)

Leo la noticia del suicidio de Valentina, Valentina Gutiérrez Blandón, una joven rebelde, de las atrincheradas de la UNAN. No la conocí en persona. Leo el texto en que dejó su despedida. Nunca he leído un testimonio que me conmoviera más.

Entre otras cosas, dice:

«No quiero saber nada de reunioncitas de salón con discursos melosos; la moralidad performática de ese juego político se reduce a espejos del ego y anhelos de poder. Solo eso queda. No estoy obligada a envejecer siendo otra espectadora más del canibalismo, sobreviviendo a punta de esperanzas infantiles, como si yo no supiera ya que todo es cuestión de dinero, que el dinero pudre, y que al final las cúpulas más podridas son siempre las que deciden.»

Yo, que todavía sueño, sé que lo hago a pesar de que ella tiene razón.

Valentina cita a Camus. El Camus de Sísifo, el personaje mitológico condenado por los dioses a empujar una roca hacia la cima hasta que, alcanzada esta, la roca rueda de regreso a la base de la montaña, desde donde Sísifo tiene que empujarla otra vez hacia arriba.

Así hasta la eternidad. Así, en el tiempo, y en la distancia; como la distancia que separa el sueño de Abril de la comedia de batallas («espejos del ego y anhelos de poder», dice Valentina) que coreografían los políticos de mi país. Van, estos héroes de paja, de salón en salón, de unidad a alianza, de alianza a separación, para preparar entonces una «gran coalición«; van de «grandes avances en la lucha» a oscuras realidades y secretos; de hablar de libertad a intentar acallar a todo el que no esté de acuerdo con ellos; de apagar la voz que pedía la renuncia del tirano a encender el quejido suplicante que implora al tirano una casilla electoral a cualquier costo.

Y todo el tiempo esputando sus «discursos melosos».

Creo que nunca ha habido una situación como la actual en Nicaragua, una distancia tan grande entre lo que piensa y siente la gente de a pie, la que vive y sufre la impotencia y la pobreza, y lo que piensan y sienten los políticos opositores. Por algo estos quieren que solo midamos la distancia que separa al pueblo de la dictadura: para que olvidemos cuán lejos están ellos, la supuesta oposición, de representarnos.

Esa distancia es un vacío que hace al país intrínsecamente inestable.

Porque tarde o temprano habrá quienes lo ocupen, quienes lo llenen.

En nuestra historia los vacíos se han llenado de violencia.

A eso nos está llevando el fracaso de los que han reclamado para sí la bandera de Abril, sin tener o hacer méritos, sin respetar la memoria de quienes dieron su hogar, su carrera, su libertad personal y hasta su vida por una causa necesaria y noble. Para estos no serán los ministerios y las grandes convenciones. No conocerán el mundo del lujo y de los viajes, de los salones alfombrados y llenos de luces y cristales. No recibirán grants de ningún gobierno extranjero; sus madres los llorarán hasta el final de sus días; sus hijos tendrán que atravesar la niñez en desamparo.

Y los políticos, como siempre, hablarán de los muertos como hablan de Dios, como si de un amuleto se tratara.

Que la voz de Valentina sople sobre ellos como una condena.

Que los demás podamos convertir en patria libre para vivir el inmenso dolor y el indescriptible coraje de Valentina.



Ay, los membretes (y el aliento de los políticos)

Queridos paisanos: no se ahoguen en esto de «capitalismo» versus «socialismo», o «derecha» versus «izquierda», que esa no es la lucha.

Ni el Cosep es verdaderamente «burgués» (en verdad en verdad os digo), ni los FSLN/MRS/Feministas, etc, son «socialistas».

De igual manera, Ortega y Murillo no son «cristianos». Y les cuento, que la parejita genocida está entre lo más «de derecha» que hay sobre esta tierra.
(Ejemplos hay también de supuestas «derechas» que son izquierdas. Buenos ejemplos. Otro día hablamos de alguna de ellas.)

Lo que hay en Nicaragua es una lucha cruda, sangrienta y sucia por el poder. Y para nosotros, ciudadanos, contra el poder.

El verdadero tema es «democracia versus dictadura».

No se enreden, los membretes muchas veces son trampas; podría aparecer, por ejemplo, un cualquier cero grandote y decirle a los que están en contra de Ortega (el de «izquierda»), que él es «de derecha», como si eso significara algo necesariamente bueno; y el tipo podría ser un autoritario igual, o peor; ya sabemos que siempre puede haber peor, hasta peor que lo peor.

Tan mal está nuestra educación, tanto ha retorcido el lenguaje el FSLN, y toda la caterva de demagogos pendencieros e ignorantes de Latinoamérica, que ya uno se pregunta qué palabras usar para simplificar la comunicación política. En cualquier caso, es un lenguaje que no ayuda a entender la realidad en Managua, Ticuantepe y Estelí. Ni tiene traducción internacional. No hay diccionario.

Es una complicación adicional en un paisaje complicado.

Por eso insisto, no nos enredemos: la meta es LIMITAR EL PODER POLÍTICO DEL ESTADO, limitar el poder de los políticos, DESCONFIAR DE TODOS ELLOS, someterlos al poder de la ciudadanía, no poner a ninguno sobre un pedestal, aunque haya estado preso, sea un valiente a toda prueba, tenga voz dulce o una abuelita adorable; a todos hay que empujarlos sin compasión para que digan la verdad, para que dejen los discursos falaces, de esos que practican desde antes de estar en el poder del estado, como ya se ve en la Alianza y la UNAB, escuelas, parece, del «manejarse».

Asuman mejor que todo político está dispuesto a mentir porque lo considera necesario.

Vean menos el color de la camisa que usa.

Si sospechan que está borracho, no le pregunten, háganlo soplar…

Y lo más importante: sospechen. Es preferible descubrir que la sospecha era infundada, a darse cuenta demasiado tarde que nos han robado todo.

El ‘gran capital’, la lucha de clases, el mito del caudillismo, el libre mercado

6 de enero de 2020

Debo confesar que me ha sorprendido (un escéptico podría afirmar que me he dejado sorprender, otros dirán que exudo ignorancia, o peor) un aspecto de la crisis nicaragüense que ahora veo como especialmente trágico: el ‘gran capital’ y sus operadores políticos han convertido la lucha democrática de la amplia y diversa mayoría de nicaragüenses en una lucha de clases.

Tal perversión de motivos tiene una dimensión cruel, que espero sea recogida por la Historia, por el bien del bien: en su ‘lucha de clases’ los grandes propietarios no hicieron nada por impedir que Ortega masacrara a cientos de personas, destruyera miles de familias, enviara a más de cien mil opositores al exilio.  No es temerario afirmar que prefirieron aceptar pasivamente el baño de sangre, antes que arriesgarse a «otro 19 de Julio»; o– si se quiere una versión más generosa o motivo complementario– antes que enfrentarse a su socio en el “modelo de consenso” que celebraban extáticos hasta el 18 de abril de 2018.  

De tal manera contemplaron la genocida «operación limpieza» durante meses, meses de terror en los cuales con frecuencia caían asesinados en un mismo día 5, 10, 15 personas desarmadas, casi siempre jóvenes, incluso niños, y casi inevitablemente gente de pocos recursos económicos.

Cuando digo «contemplaron», no me refiero solo a que desoyeron el clamor, la súplica del pueblo que pedía su ayuda para detener la mano asesina del tirano—su socio, no olvidemos– paralizando las grandes empresas.  La realidad es peor: mientras las hordas de Ortega asolaban los barrios y campos del país los poderosos empresarios y sus agentes colaboraban políticamente con la dictadura. Porque ya se sabe–si, se sabe, no se especula–que enviados del gran capital hacían gestiones en Washington para detener las medidas del gobierno estadounidense contra Ortega. Lo hicieron también ante los gobiernos europeos y latinoamericanos. Hay testimonios públicos y fuentes periodísticas que confirman esta relación.

Aparte del colapso moral y espiritual, y del desprecio a la vida que esta postura revela, encontramos en ella una pista acerca de por qué la democracia no ha logrado echar raíces en Nicaragua. No es por el cacareado «caudillismo» de las masas, sino por la concentración excesiva de poder económico (que se traduce en influencia política) de una minoría anticuada, arcaica y antidemocrática, que no solo impide el desarrollo económico, sino el desarrollo político del país.

El ciudadano de la calle pone el pecho y la cara para que en Nicaragua se pueda vivir como se puede vivir en cualquier país civilizado: sin que el gobierno mate al que piensa distinto; sin que la oposición ‘oficial’ (operadores políticos del ‘gran capital’) haga de cada crítico un «sapo»; sin que unos cuantos se repartan el poder en conciliábulos; bajo un Estado que dirima pacíficamente los inevitables conflictos de intereses que surgen de la diversidad, sea por clase, sea por región, sea por ideología, sea por lo que sea; un Estado administrado por funcionarios electos con poderes limitados que terminen donde arrancan los derechos individuales y comienza el riesgo de tiranía.

En contraste, la minoría terrateniente de raíz colonial se empeña en mantener sus privilegios, sus oligopolios, y sus protocolos antidemocráticos.

A esto nos enfrentamos. Es una montaña, una roca dura, que lleva siglos aplastando las posibilidades de millones de seres humanos nacidos en la tierra que nos hace añorar, sufrir, y soñar.

Esa montaña hay que erosionarla con paciencia, como hace el viento. En este caso el viento de la idea democrática, que no debe dejar de soplar hasta que pueda afianzarse la libertad.  Porque aún cuando caiga la dictadura de Ortega-Murillo y su FSLN—y caerá, hecha cenizas si es preciso, por revolución o muerte natural—la montaña estará ahí. Seguirá siendo un obstáculo para la libertad política, y también—cierro con esta aparente ironía—para la libertad económica.  Porque lejos de representar al “libre mercado” los herederos ‘capitalistas’ de la colonia le cierran las puertas, mantienen control monopólico y oligopólico sobre la economía, impiden que millones de personas compitan en igualdad de condiciones, se apoyan en la corrupción y en el Estado para mantener su dominio. De esa forma, son un obstáculo al desarrollo económico del país. 

Por el bien de todos, convendría recordar la visión de Tomás Jefferson (no digo Lenin, digo Jefferson, uno de los padres fundadores de Estados Unidos): el propósito de la democracia consiste en establecer límites al poder del dinero en la sociedad.  En un país con tan grotesca concentración de poder económico como Nicaragua, este consejo es de vida o muerte, no solo para vivir en libertad, sino para que todo aquel que quiera invertir y triunfar en los negocios pueda hacerlo sin que se lo impidan una élite económica voraz o un gobierno tiránico.

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