«Lo que quiere OrMur»–dice un defensor de la Alianza/UNAB–es «que la oposición se divida», para ganar «las elecciones».
Aunque salten los de siempre y repitan lo de siempre: «¡divisionista!», «¡radical!», «¡extremista!», «¡caballo de Troya!», etcétera, me atrevo a presentar otra visión del asunto, a señalar que lo que quiere la pareja genocida de El Carmen es:
Que la oposición respete el sistema, que no pida la renuncia del dictador (OK, dice la Alianza/UNAB);
Que la oposición no organice desobediencia civil/fiscal (OK dice la Alianza/UNAB);
Que quien quiera ser «oposición» vaya a elecciones bajo la «Constitución» (OK, dice la Alianza/ UNAB);
Que la oposición permita a Ortega o al menos a su designado ser candidato (OK, dice la Alianza/UNAB);
Que las elecciones sean cuando él dice, en 2021 (OK, dice la Alianza/UNAB);
Que las «elecciones» sean con o sin reformas (¡OK!, dice la Alianza/UNAB);
Dicho de otra forma, los políticos opositores aceptan sin chistar (mostrando a lo sumo una muy resignada renuencia) que la pareja participe en elecciones «democráticas», que legitiman su sistema, mientras mantienen control sobre sus canales de televisión, paramilitares, CPCs, policías, todos sus recursos financieros, y el Ejército que, ahora nos dicen propagandistas del establishment como Humberto Belli, Francisco Aguirre Sacasa, y el diario La Prensa, «ha cumplido su papel constitucional» (Para Belli, recordemos, «el pueblo es injusto con el Ejército»).
Por tanto, esas «elecciones», «gane o pierda» Ortega, constituyen desde ya un fraude al pueblo de Nicaragua, un engaño más, y una traición muy dolorosa.
Para las élites, pareciera que es «el muerto al pozo y el vivo al gozo». Nosotros ya tenemos más de 500 muertos. Pero en viveza, las amorales élites nicaragüenses no pierden una.
Alerta sí, que pasarse de vivos puede darle beneficios a corto plazo, pero esta vez los ciudadanos estamos empeñados en que haya justicia, y para eso nuestro compromiso es no olvidar; eso incluye, señores políticos de la Alianza Cívica y de la UNAB, tomar nota del comportamiento de ustedes en esta trágica coyuntura.
Dice el viejo adagio que más vale prevenir que lamentar. Prevenir, para no lamentar. No en Nicaragua. No si depende de los políticos nicaragüenses, los que aceptan serlo y los que—bañados en colonia azul y blanco y bajo el manto “autoconvocado”—intentan cubrir sus efluvios lupinos. Si en sus manos queda, podemos prevenir y lamentar, podemos reclamar y lamentar, podemos exigir y lamentar.
Y lamentaremos, si no logramos encontrar la forma de obligarlos, de ponerlos—como corresponde—a nuestro servicio, pues los viejos mandamases y los nuevos aspirantes tienen en común la prepotencia, la habilidad para cerrar sus oídos a quienes dicen representar, de ser todo oídos únicamente ante el poder extranjero. Viven para “la comunidad internacional” (léase aquí el patrocinio político y financiero de Estados Unidos, especialmente, y de la Unión Europea, en segundo lugar). Allá es donde buscan aprobación. Para pasar la prueba de los políticos de esos estados es que se esfuerzan, mientras asumen que el resto de los nicaragüenses aceptará lo que allá decidan, porque no les quedará más remedio (ellos dicen “porque no queda más remedio”) que aceptar las decisiones de sus presuntos representantes, los nuevos “libertadores”. Unos cuantos adornos retóricos, frases a la medida de cada audiencia, la “corrección política” que haga falta, para quienes quieran cultivar la etiqueta, y listo: la cena—la de ellos—estará servida. Ya estarán, sueñan ellos, de regreso en 1990: diputaciones, ministerios, embajadas, puestos de poder y prestigio, carros, viajes, “adelante señor ministro”, y vanidades de esas que a los más ambiciosos embelesan.
El pesimismo optimista
Eso, queridos compatriotas, es lo que hay; es lo que tenemos. ¿Pesimista? Creo que fue Saramago quien dijo que él no era pesimista, “más bien lo que ocurre es que el mundo es pésimo”. Yo añadiría que el pesimista—ciudadano de ojos abiertos que descubre que el mundo es, en realidad, pésimo–no puede darse el lujo de no ser optimista. Algo así como la fe de Unamuno, la fe vital, la que está implícita en abrir los ojos y levantarse de la cama para arrancar un nuevo día. Sin esa fe no se vive. Y es una fe racional, porque es claro que en el pasado ha habido innumerables comenzares de nuevo y vivires de nuevo y nuevos días, por lo cual es sensato esperar que la esperanza no sea una alucinación. Así que, ¡vamos adelante!, y a pesar de lo que ya sabemos–más bien, precisamente, porque lo sabemos– prevengamos, reclamemos, exijamos, o como diría la María Antonieta chapiolla de El Carmen: “¡jodamos!”. Porque la mayoría de nosotros no quiere un regreso a 1990, sino unos cuantos pasitos adelante, que nos dejen entrar aunque sea en el último vagón del tren de la democracia que en el mundo arrancó allá por finales del siglo dieciocho. 1990 fue, tenemos claro, el fin de una pesadilla y el embrión de otra.
La dura vida de un alfayate
Hace tiempo que he querido usar esta palabra: alfayate. Hermosa palabra que infelizmente ha sido desplazada a sótanos, áticos, cofres y bahareques por una más rasposa: sastre. Digamos, por cumplir con el capricho, que a cualquier alfayate, por más habilidoso que sea, va a costarle mucho hacer el vestido de los nuevos 1990. El monstruo del poder ha engordado, de sus fauces babea sangre, y los gestos de los nuevos libertadores nos recuerdan demasiado a las decepciones que han consumido nuestra inocencia. Somos menos inconscientes. Estamos más sedientos de libertad que nunca. Más ariscos que nunca. Menos dispuestos a creer las fábulas y a degustar los atoles que con el dedo pretenden darnos.
El espejismo hermoso
La imagen que los políticos electoreros nos pintan del futuro es, como todos los espejismos, de una belleza inaprehensible: Ortega acepta ir a elecciones libres, democráticas, limpias, sin intimidación, con garantías para todos los participantes; pierde las elecciones abrumadoramente; respeta los resultados, y luego el nuevo poder, centrado en la Asamblea Nacional, lo desarma y lo somete a la justicia. De ahí en adelante, Nicaragua bien podría llamarse Suiza o Suecia.
¿Qué tan grande el milagro?
Y es verdad, cualquier cosa puede pasar en este valle de lágrimas, por lo cual un milagro de tal magnitud (si es que entre milagros hubiese variedad de tamaño) no puede descartarse. Confieso que es este mismo inquietante sentimiento el que me induce con frecuencia a apostar a un milagro menor, y comprar la lotería.
Pero es preciso–disculpen mi aparente terquedad– seguir llamando milagroso al resultado que describen los políticos electoreros; uno que no puede ser explicado por lógica y datos, por la dinámica política previsible y por la historia. [Milagro.1. m. Hecho no explicable por las leyes naturales y que se atribuye a intervención sobrenatural de origen divino. 2. m. Suceso o cosa rara, extraordinaria y maravillosa.—RAE]
“Nadie puede dar inmunidad a Ortega”
El “milagro” tendría que saltar sobrenaturalmente dos obstáculos. Uno es que Ortega no puede darse el lujo de dejar el poder sin poner en peligro su libertad, y hasta su vida, y las de su círculo íntimo. Bien podría ser este el obstáculo que impidiera el Kupia Kumi del Siglo XXI que las élites anhelan desesperadamente… A menos quealguien garantice a Ortega inmunidad, lo cual, después de cometidos los crímenes, equivale a garantizarle impunidad.
Esta garantía no es tan difícil de erigir como los electoreros quieren hacernos creer. Es verdad que los crímenes de los cuales Ortega puede ser acusado en tribunales no son, técnicamente, amnistiables, ni prescriben en el tiempo. Pero eso es solo en Derecho Internacional. Si los estándares del Derecho se aplicaran en Nicaragua, Ortega no sería presidente, ni podría ser candidato, ni controlaría todos los poderes del estado, ni podría chantajear a la nación entera.
Y por las mismas razones que deforman la relación del Estado de Nicaragua con el Derecho, razones de poder, los políticos electoreros en la Alianza Cívica, y también en la UNAB, pueden aceptar–¿no lo ha dicho ya con claridad angelical Mario Arana?—que la justicia, o sea, la aplicación de los preceptos de Derecho a que aluden, quede “para una futura administración”, e insisten en que la presunta salida de la crisis sea “constitucional”, es decir reformando las reglas dentro del andamiaje actual. Peor aún, empiezan ya a sugerir (lo han hecho recientemente el mismo Arana y Michael Healy, el de los camiones heroicos) que “hay que ir”, aun “sin reformas”. Ellos saben, y a nadie debe escapar, que esta decisión implica que Ortega, de “perder” las elecciones, se convertiría automáticamente en el diputado Daniel Ortega.
Pero, apartando estas tersuras jurisprudenciales, el meollo del asunto es este, se busque por donde se busque: ¿Puede alguien imaginarse que Ortega acepte, si algo de poder le queda, un trato que excluya inmunidad para él y su círculo? Hacerlo, insisto, podría significar su muerte a manos del propio círculo, persecución legal y cárcel por crímenes de lesa humanidad, o un exilio bochornoso en Cuba, indigno ya del paladar primermundista del clan Ortega-Murillo.
“Que nadie proteste”
El segundo reto para las fuerzas sobrenaturales de los electoreros es que Ortega tiene un miedo racional y razonable a permitir la movilización ciudadana que tendría que ser permitida para dar un barniz de legitimidad a cualquier proceso electoral. ¿Qué creen ustedes que pasaría si policías, paramilitares y francotiradores no impidieran el ejercicio de la protesta pública?
La celeridad y brutalidad de la represión, aun cuando se trata de pequeños grupos de manifestantes, demuestran más allá de cualquier duda que Ortega se sabe rodeado de odio, que Nicaragua es un polvorín, y que precisa sofocar la mecha antes de que el fuego haga contacto con la dinamita. Siendo así, no parece sensato esperar que el Ortega que diga “acepto elecciones”, acepte también la movilización ciudadana que es norma en procesos electorales libres de sociedades democráticas…A menos que alguien garantice a Ortega que cualquier movilización será contenida, controlada, minimizada, de ser posible evitada.
¿Quién puede dar tal garantía?
El descontento es tan generalizado que el reto de encontrar un “liderazgo” capaz de hacerlo es enormemente complicado. Los burócratas que desean y financian el esquema electorero desde el exterior, y los políticos de las élites, en la Alianza Cívica y—hasta la fecha, por más que digan “golpear la mesa”–en la UNAB, quisieran poder convencer a la población de esperar calmadamente dos años más, luego caminar en silencio sumiso al local de votación, confiar en sus libertadores sin chistar, aguardar los resultados que redistribuirían entre los poderosos el pastel del poder, y al final regresar a casa o ir a un templo a dar gracias porque el milagro ha sido consumado.
Eso quisieran, y para que el Kupia Kumi del Siglo XXI sea factible, tendrían que completar su tarea de desmovilización del pueblo democrático, iniciada con simbolismo siniestro en el momento en que Chano Aguerri deja de lanzar loas a Ortega en nombre de sus patronos Pellas, Ortiz Gurdián y compañía, y aparece como “representante del pueblo”, sentado en primera línea de la Alianza Cívica.
¿Quién tendría la misión de pedir a la población que no proteste? Pues por lo previsible hasta el momento el honor tendría que recaer sobre la “Gran Coalición”, el enjambre que dicen estar construyendo la Alianza Cívica, la UNAB, y los partidos zancudos que súbitamente–eso nos dicen, sin sonrojarse, los electoreros–son esenciales para la “unidad contra la dictadura”.
“El que proteste es sapo”
¿Qué dirán, cuando llegue el momento? Ya elaborarán “científicamente” la forma del mensaje, pero el fondo sería algo así: “no salgamos a la calle, no protestemos; nuestra protesta será el voto, nuestra victoria vendrá con el voto; protestar sería sabotear la ruta electoral, la única posible”. O, para traducirlo al descarnado lenguaje de la calle: “el que proteste es sapo”.
¿Me equivoco? Regreso al comienzo: mejor prevenir que lamentar. ¿Alguien cree a nuestros políticos incapaces de tales maniobras? De hecho, permítanme añadir una conjetura más, que seguramente causará cierto ardor estomacal y condena indignada a la paranoia de este servidor.
El empeño en añadir una sigla más, un piso más al edificio azul y blanco, creando la “gran coalición”, tiene como impulso evidente la insistencia de los donantes extranjeros, burócratas ellos, muy ordenados en estas cosas. Pero, fíjense bien, lo que supuestamente da el “gran” a la “gran coalición”, no es nada “grande”: es añadir la insignificancia política del Partido Conservador, del PLC y CxL. Digo “insignificancia” a conciencia: ninguno de estos grupos es representativo de la población; más bien han sido excluidos por ella, que los ha dejado atrás y entiende que representan el pasado y el peligro.
Por tanto, unirlos a la “unidad contra la dictadura”, no refuerza la lucha contra Ortega. Más bien la debilita: cualquier estudiante de secundaria sabe, o debería saber, que no todas las sumas aumentan, que un uno sumado a menos uno da cero. Pero para las élites, preocupadas, no por derrocar a la dictadura, sino por redistribuir entre ellos el poder sin perderlo colectivamente, el beneficio de la “gran coalición”, aparte del acceso a recursos de “la comunidad internacional” (¿ya hablamos de quiénes son estos?) es que les dará una base publicitaria para aseverar que la coalición representa a todos, y que quienes no estén en ella son extremistas, radicales que se niegan a participar en democracia. De esa manera, marginalizarán a las voces disidentes, en este caso aquellos que no se conforman con la repetición del ciclo dictadura-masacre-pacto-dictadura-y-violencia que ha manchado la historia de Nicaragua de sangre y atraso.
¿Y cuál es la goma con la que esperan juntar las piezas disímiles que necesitan para el todo? Se los dejo aquí, como una adivinanza; completen ustedes el texto:
Cuando uno habla de que conspiran, de que son una macolla de corruptos, de que no hay que confiar en ellos, el coro que dirige la maquinaria propagandística de las élites lo ataca a uno de mentiroso, calumniador, divisionista, etcétera.
Pero hay que insistir en buscar y presentar la verdad. Queridos compatriotas, dejen que sus ojos vean lo que sus ojos ven: hay un mundito corrupto en Nicaragua, enlazado por intereses económicos, parentescos de sangre, conveniencia e inmoralidad. Vive en las nubes del poder y en medio del hedonismo más egocéntrico que pueda imaginarse.
Desde esas alturas, queridos compatriotas, las vidas de ustedes tienen el aspecto de un espejismo lejano, de números pequeños, de detalles «minúsculos». En ese mundo todo es negociable; lo importante es procurarse espacio cómodo en la mesa.
Miren esta, por ejemplo. ¡Cuántos ilustres salvadores de la patria! Está el difunto Antonio Lacayo, cuya viuda Cristiana Chamorro parece estar, hoy en día, políticamente muy activa. Se la rumora con frecuencia candidata en la elección que las élites anhelan para salir de su inesperada crisis. Está también el excanciller «liberal» Francisco Aguirre Sacasa, quien hace poco hiciera una defensa rastrera del Ejército de Ortega («el Ejército de Nicaragua sigue cumpliendo su papel constitucional»). Y está Arturo Cruz, hijo de uno de los miembros de la Junta de Gobierno de Reconstrucción Nacional al inicio de la primera dictadura del FSLN, y luego del directorio de la Contra. Arturo ha dicho públicamente—cínicamente– que «a lo mejor» (parafraseo) haya que sacrificar las aspiraciones democráticas de los nicaragüenses, para tener gobernabilidad.
¿En quién se apoya cariñosamente Arturo? Posa su mano sobre el hombro, nada más y nada menos, que de Humberto Ortega, el hermano que da «el buen consejo» al dictador de El Carmen. La alabanza, por si no lo saben, viene del diario La Prensa, también propagandista pagado del Ejército.
¿Quién más en esta foto de próceres? Que no se nos escape el mercenario más reelecto del grupo, el tristemente célebre Chano Aguerri, asignado por sus patronos Pellas y Cía., hasta el 18 de abril de 2018, a la labor de construir la dictadura a imagen y semejanza de sus intereses comerciales, y desde el 19 de abril, transferido a la tarea de desmontar la crisis sin que caiga de la vitrina de sus jefes ni un vaso de cristal. A partir de entonces, Chano representa al pueblo, según quisieran que creyéramos los propagandistas de la Alianza Cívica.
También está Nicho Marenco, exalcalde FSLN de Managua, y–aunque no lo parezca–excrítico de Ortega. Marenco regresó abyectamente al redil dictatorial en julio de 2019, durante la celebración sandinista conocida como “Repliegue”. Sonrían, compatriotas, que aquí la historia les hace un guiño irónico.
Completo mi lista—hay otros personajes en la foto que no identifico; ayuden ustedes—con el general Álvaro Baltodano, antiguo miembro del ejército sandinista y en años recientes (que incluyen probablemente la fecha en que la foto fue tomada) convertido en “delegado presidencial para inversiones”. Hermoso título.
¿Qué aconseja esta foto? Desconfianza. ¿Qué documenta? La existencia de élites que escenifican disputas en público cuando la paciencia de los ciudadanos se agota y los corruptos necesitan acusarse mutuamente para salvar su propio pellejo. Pero la mesa en que se sientan está ahí, ha estado ahí por largo tiempo; en ella al final buscan arreglo, a expensas del resto del país. Así ha sido siempre. En 2038 cumpliremos 200 años de existir como país independiente, pero las élites de herencia semifeudal colonial de Nicaragua vienen arrastrando estas mañas desde antes de aquella fecha.
¿Y nosotros? ¿Vamos a caer en la trampa de cerrar los ojos y confiar en la “unidad” que predican, supuestamente contra la dictadura en la que—cinismo de cinismos–todos ellos participan? ¿Vamos a caer en la trampa de resolver para ellos el problema—sí, para ellos—asistiendo a la farsa cruel de “elecciones” diseñada para redistribuir las sillas en su mesa? ¿Aceptaremos una vez más que la cruel recomendación de Arturo Cruz, de abandonar “por ahora” la aspiración de democracia caiga como una tonelada de concreto sobre las tumbas de nuestros mártires? ¿Seremos eternamente borregos de esta gente, por demás mediocre, hábil únicamente en las artes de la estafa?
Que no se diga en el futuro que no sabíamos. Queridos compatriotas, dejen que sus ojos vean lo que sus ojos ven.