No es la “unidad”, ni la “separación”: es la desconfianza (el fracaso de la Alianza Cívica y de la UNAB)

8 de enero de 2019

¿Representan la UNAB y la Alianza Cívica al pueblo democrático nicaragüense?  En sentido estricto, científico, no sabemos. Aunque es mucho menos arriesgado afirmar que la Alianza Cívica no representa la diversidad de intereses de los nicaragüenses, porque lo que impera ahí, a todas luces, es el interés de la minoría que controla el poder económico. Y aunque el respetado movimiento campesino que lidera Medardo Mairena forme parte de la Alianza, su participación carece de protagonismo, de entusiasmo, y se caracteriza por la insistencia de que los campesinos son autónomos y están en contra del “aterrizaje suave” que la Alianza persigue.

En cuanto a la UNAB: el perfil de–por ejemplo–su Consejo Político, está diseñado para parecerse un poco más al de la sociedad, al incluir organizaciones que presuntamente están conectadas con grupos sociales «populares» y “regionales”. Sin embargo, la mayoría de la población no conoce a estas organizaciones o a sus dirigentes, que nunca –esto sí se sabe—tuvieron huella visible en el ámbito político. Por el contrario, una corriente de escepticismo y sospecha baña al conglomerado de oenegés y pequeños grupos políticos constitutivos de la UNAB, justa o injustamente, con conocimiento de causa o no. Y cabe añadir que los campesinos—incómodos miembros oficiales de la Alianza Cívica—apenas esconden su desconfianza de la UNAB, y han rechazado múltiples intentos de estos por atraerlos.

Estando así las cosas, tanto la Alianza Cívica como la UNAB buscan para sí la representatividad popular de una manera indirecta, publicitaria: reclamando la bandera de la insurrección cívica de abril de 2018, convertida en fuente potencial de legitimidad para cualquier fuerza opositora, al punto de que si alguien lograra persuadir a la población de que encarna el espíritu de la insurrección y sus metas, probablemente adquiriría un estatus hegemónico en la oposición.

Hoy por hoy, ni la Alianza Cívica ni la UNAB han conseguido ganar esa batalla en las mentes y en los corazones de los nicaragüenses.  La aseveración de Monseñor Silvio Báez, a quien muchos consideran líder espiritual (o más ampliamente, ideológico) de la rebelión, lo resume así: “no existen liderazgos confiables en Nicaragua”. 

Valentina (In Memoriam)

7 de enero de 2020

Terminaba de escribir este texto, que por respeto a nuestras tradiciones funerales dejé reposar, cuando recibí la foto de una joven que, de espalda a la cámara, contemplaba el letrero de protesta que ella misma–me dicen–había pintado sobre un muro de Managua.

El mensaje de la pinta: «patria libre para vivir».

Qué cruel una sociedad en la que el joven que quiere libertad y quiere vida se siente forzado (lean a Valentina, piensen en nuestra historia reciente) a sacrificar una para obtener la otra.

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Valentina (In Memoriam)

Leo la noticia del suicidio de Valentina, Valentina Gutiérrez Blandón, una joven rebelde, de las atrincheradas de la UNAN. No la conocí en persona. Leo el texto en que dejó su despedida. Nunca he leído un testimonio que me conmoviera más.

Entre otras cosas, dice:

«No quiero saber nada de reunioncitas de salón con discursos melosos; la moralidad performática de ese juego político se reduce a espejos del ego y anhelos de poder. Solo eso queda. No estoy obligada a envejecer siendo otra espectadora más del canibalismo, sobreviviendo a punta de esperanzas infantiles, como si yo no supiera ya que todo es cuestión de dinero, que el dinero pudre, y que al final las cúpulas más podridas son siempre las que deciden.»

Yo, que todavía sueño, sé que lo hago a pesar de que ella tiene razón.

Valentina cita a Camus. El Camus de Sísifo, el personaje mitológico condenado por los dioses a empujar una roca hacia la cima hasta que, alcanzada esta, la roca rueda de regreso a la base de la montaña, desde donde Sísifo tiene que empujarla otra vez hacia arriba.

Así hasta la eternidad. Así, en el tiempo, y en la distancia; como la distancia que separa el sueño de Abril de la comedia de batallas («espejos del ego y anhelos de poder», dice Valentina) que coreografían los políticos de mi país. Van, estos héroes de paja, de salón en salón, de unidad a alianza, de alianza a separación, para preparar entonces una «gran coalición«; van de «grandes avances en la lucha» a oscuras realidades y secretos; de hablar de libertad a intentar acallar a todo el que no esté de acuerdo con ellos; de apagar la voz que pedía la renuncia del tirano a encender el quejido suplicante que implora al tirano una casilla electoral a cualquier costo.

Y todo el tiempo esputando sus «discursos melosos».

Creo que nunca ha habido una situación como la actual en Nicaragua, una distancia tan grande entre lo que piensa y siente la gente de a pie, la que vive y sufre la impotencia y la pobreza, y lo que piensan y sienten los políticos opositores. Por algo estos quieren que solo midamos la distancia que separa al pueblo de la dictadura: para que olvidemos cuán lejos están ellos, la supuesta oposición, de representarnos.

Esa distancia es un vacío que hace al país intrínsecamente inestable.

Porque tarde o temprano habrá quienes lo ocupen, quienes lo llenen.

En nuestra historia los vacíos se han llenado de violencia.

A eso nos está llevando el fracaso de los que han reclamado para sí la bandera de Abril, sin tener o hacer méritos, sin respetar la memoria de quienes dieron su hogar, su carrera, su libertad personal y hasta su vida por una causa necesaria y noble. Para estos no serán los ministerios y las grandes convenciones. No conocerán el mundo del lujo y de los viajes, de los salones alfombrados y llenos de luces y cristales. No recibirán grants de ningún gobierno extranjero; sus madres los llorarán hasta el final de sus días; sus hijos tendrán que atravesar la niñez en desamparo.

Y los políticos, como siempre, hablarán de los muertos como hablan de Dios, como si de un amuleto se tratara.

Que la voz de Valentina sople sobre ellos como una condena.

Que los demás podamos convertir en patria libre para vivir el inmenso dolor y el indescriptible coraje de Valentina.



El ‘gran capital’, la lucha de clases, el mito del caudillismo, el libre mercado

6 de enero de 2020

Debo confesar que me ha sorprendido (un escéptico podría afirmar que me he dejado sorprender, otros dirán que exudo ignorancia, o peor) un aspecto de la crisis nicaragüense que ahora veo como especialmente trágico: el ‘gran capital’ y sus operadores políticos han convertido la lucha democrática de la amplia y diversa mayoría de nicaragüenses en una lucha de clases.

Tal perversión de motivos tiene una dimensión cruel, que espero sea recogida por la Historia, por el bien del bien: en su ‘lucha de clases’ los grandes propietarios no hicieron nada por impedir que Ortega masacrara a cientos de personas, destruyera miles de familias, enviara a más de cien mil opositores al exilio.  No es temerario afirmar que prefirieron aceptar pasivamente el baño de sangre, antes que arriesgarse a «otro 19 de Julio»; o– si se quiere una versión más generosa o motivo complementario– antes que enfrentarse a su socio en el “modelo de consenso” que celebraban extáticos hasta el 18 de abril de 2018.  

De tal manera contemplaron la genocida «operación limpieza» durante meses, meses de terror en los cuales con frecuencia caían asesinados en un mismo día 5, 10, 15 personas desarmadas, casi siempre jóvenes, incluso niños, y casi inevitablemente gente de pocos recursos económicos.

Cuando digo «contemplaron», no me refiero solo a que desoyeron el clamor, la súplica del pueblo que pedía su ayuda para detener la mano asesina del tirano—su socio, no olvidemos– paralizando las grandes empresas.  La realidad es peor: mientras las hordas de Ortega asolaban los barrios y campos del país los poderosos empresarios y sus agentes colaboraban políticamente con la dictadura. Porque ya se sabe–si, se sabe, no se especula–que enviados del gran capital hacían gestiones en Washington para detener las medidas del gobierno estadounidense contra Ortega. Lo hicieron también ante los gobiernos europeos y latinoamericanos. Hay testimonios públicos y fuentes periodísticas que confirman esta relación.

Aparte del colapso moral y espiritual, y del desprecio a la vida que esta postura revela, encontramos en ella una pista acerca de por qué la democracia no ha logrado echar raíces en Nicaragua. No es por el cacareado «caudillismo» de las masas, sino por la concentración excesiva de poder económico (que se traduce en influencia política) de una minoría anticuada, arcaica y antidemocrática, que no solo impide el desarrollo económico, sino el desarrollo político del país.

El ciudadano de la calle pone el pecho y la cara para que en Nicaragua se pueda vivir como se puede vivir en cualquier país civilizado: sin que el gobierno mate al que piensa distinto; sin que la oposición ‘oficial’ (operadores políticos del ‘gran capital’) haga de cada crítico un «sapo»; sin que unos cuantos se repartan el poder en conciliábulos; bajo un Estado que dirima pacíficamente los inevitables conflictos de intereses que surgen de la diversidad, sea por clase, sea por región, sea por ideología, sea por lo que sea; un Estado administrado por funcionarios electos con poderes limitados que terminen donde arrancan los derechos individuales y comienza el riesgo de tiranía.

En contraste, la minoría terrateniente de raíz colonial se empeña en mantener sus privilegios, sus oligopolios, y sus protocolos antidemocráticos.

A esto nos enfrentamos. Es una montaña, una roca dura, que lleva siglos aplastando las posibilidades de millones de seres humanos nacidos en la tierra que nos hace añorar, sufrir, y soñar.

Esa montaña hay que erosionarla con paciencia, como hace el viento. En este caso el viento de la idea democrática, que no debe dejar de soplar hasta que pueda afianzarse la libertad.  Porque aún cuando caiga la dictadura de Ortega-Murillo y su FSLN—y caerá, hecha cenizas si es preciso, por revolución o muerte natural—la montaña estará ahí. Seguirá siendo un obstáculo para la libertad política, y también—cierro con esta aparente ironía—para la libertad económica.  Porque lejos de representar al “libre mercado” los herederos ‘capitalistas’ de la colonia le cierran las puertas, mantienen control monopólico y oligopólico sobre la economía, impiden que millones de personas compitan en igualdad de condiciones, se apoyan en la corrupción y en el Estado para mantener su dominio. De esa forma, son un obstáculo al desarrollo económico del país. 

Por el bien de todos, convendría recordar la visión de Tomás Jefferson (no digo Lenin, digo Jefferson, uno de los padres fundadores de Estados Unidos): el propósito de la democracia consiste en establecer límites al poder del dinero en la sociedad.  En un país con tan grotesca concentración de poder económico como Nicaragua, este consejo es de vida o muerte, no solo para vivir en libertad, sino para que todo aquel que quiera invertir y triunfar en los negocios pueda hacerlo sin que se lo impidan una élite económica voraz o un gobierno tiránico.

El bacanal de los corruptos, “el que critica a la Alianza es sapo”, y la defensa de Juan Sebastián Chamorro

4 de diciembre de 2020

Juan Sebastián Chamorro niega haber afirmado que “el que critica a la Alianza Cívica es sapo”.  Pero eso es–¡por supuesto!–lo que está claramente implícito en sus declaraciones, que intentan asociar denuncia y crítica de la feliz convivencia de AC-empresarios corruptos-FSLN, con «campaña orquestada por el orteguismo«.

De hecho, la ofensiva mediática de la Alianza Cívica para suprimir la crítica tiene y ha tenido como eje, desde un inicio, identificar al crítico como agente de Ortega.  «Divisionista», repetían. Ahora, con el filo de esa palabra gastado por la obvia falsedad, los políticos del aterrizaje suave y de elecciones con Ortega, con o sin reformas, «van con todo» y ya no tildan a los críticos de divisionistas, sino de algo más macabro: «infiltrados».

Los poderes fácticos que se esconden tras la carcasa de lo que en un inicio se proyectó como una unión ciudadana para ordenar la salida del tirano, y que ellos convirtieron en disfraz para impedir el triunfo del pueblo que ocupaba las calles, no quieren la crítica. Tienen vena autoritaria. Nunca han puesto por encima de sus intereses personales, familiares y de empresa los derechos de la ciudadanía y la libertad de la nación. Si hubiera sido así, nunca habrían sido partícipes de la segunda dictadura FSLN. Algunos fueron también partícipes de la primera.

Tampoco tienen muchos escrúpulos para torcer la verdad. «Solís no es de la Alianza Cívica», dicen, como si hubiera que pasar examen público y recibir carné para ser declarado individualmente “miembro” de la Alianza.

A nadie que no quiera ser engañado engañan.  A la vista está el involucramiento de Jorge Solís en las maniobras de la Alianza Cívica.  A la vista quiere decir: múltiples reportes de personas participantes, fotografías y videos.  Además, el más reciente jolgorio de las élites, fotografiado y distribuido en las redes sociales, que ha causado indignación general y la defensa desesperada del Sr. Chamorro, no solo incluye a Jorge Solís, sino a Chano Aguerri, presidente forever del Cosep, y a Arturo Cruz Jr.,  ideólogo del “aterrizaje suave”, racionalizador del autoritarismo en nombre de la gobernabilidad, hombre ligado tanto al general sandinista Humberto Ortega (su viejo amigo y exsuegro) como a los empresarios y—no olvidemos—exembajador de Daniel Ortega en Washington.  En fotos de la misma fiesta aparecen también algunos de los grandes empresarios del país, la hija del exjefe del Ejército sandinista, novia actual, según reportan fuentes consultadas, de Chano Aguerri; María Fernanda Flores, diputada PLC, esposa del expresidente Arnoldo Alemán; Bayardo Arce (que, hay que recordarlo, no solo es “Dirección Nacional”, sino “asesor” de Ortega, y “gran empresario”); y el muy sociable Nuncio, quien junto a Jorge Solís ha funcionado como una bisagra entre diferentes grupos de poder que intentan “resolver” la crisis sin que su hegemonía naufrague.  Si este contubernio no es muestra suficiente de la promiscuidad inmoral de las élites, mientras sufren los reos políticos, lloran las familias de los muertos y desaparecidos, y padecen adversidades los exilados, es que hemos perdido la capacidad de indignarnos ante la injusticia.

Estas élites, largamente en control económico y político de Nicaragua, no han logrado adaptarse a las circunstancias del siglo XXI; en eso se parecen al tirano Ortega, quien quiso suprimir la información cerrando las radios y empujando a El Nuevo Diario hacia la desaparición. Ambos se han equivocado: hoy los ciudadanos tenemos más ojos, y tenemos medios de compartir la información; medios que las élites anticuadas, fracasadas y autoritarias no controlan. Para usar una palabra de moda, no están acostumbrados a la fiscalización, y la resienten. Imposible predecir si en el corto plazo, porque han aprovechado otras ventajas, vayan a salirse con la suya y completar el Kupia Kumi que desean con la dictadura. Pero el cambio en la tecnología no ocurre en vano. Ayuda no solo a relatar lo que vemos; nos ayuda a ver más, induce un cambio de conciencia.  Ese cambio de conciencia está en marcha, y exige una sociedad más democrática, con derechos para todos, y no solo para la élite alegre que festeja sobre los cadáveres, la pobreza y los exilios de la mayoría.  

«Lo que quiere OrMur» y la «viveza» de los políticos nicas

29 de diciembre de 2019

«Lo que quiere OrMur»–dice un defensor de la Alianza/UNAB–es «que la oposición se divida», para ganar «las elecciones».

Aunque salten los de siempre y repitan lo de siempre: «¡divisionista!», «¡radical!», «¡extremista!», «¡caballo de Troya!», etcétera, me atrevo a presentar otra visión del asunto, a señalar que lo que quiere la pareja genocida de El Carmen es:

Que la oposición respete el sistema, que no pida la renuncia del dictador (OK, dice la Alianza/UNAB);

Que la oposición no organice desobediencia civil/fiscal (OK dice la Alianza/UNAB);

Que quien quiera ser «oposición» vaya a elecciones bajo la «Constitución» (OK, dice la Alianza/ UNAB);

Que la oposición permita a Ortega o al menos a su designado ser candidato (OK, dice la Alianza/UNAB);

Que las elecciones sean cuando él dice, en 2021 (OK, dice la Alianza/UNAB);

Que las «elecciones» sean con o sin reformas (¡OK!, dice la Alianza/UNAB);

Dicho de otra forma, los políticos opositores aceptan sin chistar (mostrando a lo sumo una muy resignada renuencia) que la pareja participe en elecciones «democráticas», que legitiman su sistema, mientras mantienen control sobre sus canales de televisión, paramilitares, CPCs, policías, todos sus recursos financieros, y el Ejército que, ahora nos dicen propagandistas del establishment como Humberto Belli, Francisco Aguirre Sacasa, y el diario La Prensa, «ha cumplido su papel constitucional» (Para Belli, recordemos, «el pueblo es injusto con el Ejército»).

Por tanto, esas «elecciones», «gane o pierda» Ortega, constituyen desde ya un fraude al pueblo de Nicaragua, un engaño más, y una traición muy dolorosa.

Para las élites, pareciera que es «el muerto al pozo y el vivo al gozo». Nosotros ya tenemos más de 500 muertos. Pero en viveza, las amorales élites nicaragüenses no pierden una.

Alerta sí, que pasarse de vivos puede darle beneficios a corto plazo, pero esta vez los ciudadanos estamos empeñados en que haya justicia, y para eso nuestro compromiso es no olvidar; eso incluye, señores políticos de la Alianza Cívica y de la UNAB, tomar nota del comportamiento de ustedes en esta trágica coyuntura.

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