8 de abril de 2020
La foto es elocuente: un paramilitar encapuchado dispara contra la población civil. La guerra contra la paz. La muerte contra la vida. La opresión contra la libertad.
El escritor Roberto Carlos Pérez ha puesto la foto en perspectiva actual: «Estamos en otro abril tan cruel como el de 2018. Y sigue la impunidad en Nicaragua. Las muertes no cesan. Al paramilitarismo creado en 2018 a Daniel Ortega y Rosario Murillo se le deben imputar otros crímenes de lesa humanidad: exponer a los nicaragüenses a la pandemia mundial.«
¿Alguien duda de la justedad de su demanda? Los principios elementales de justicia, y el instinto de supervivencia mismo de la sociedad obligan a buscar el castigo para quienes ordenaron la masacre de 2018 y continúan aplastando los derechos humanos de los nicaragüenses.
NADA PUEDE EXTINGUIR ESTE RECLAMO.
Hay que decirlo, y repetirlo, y repetirlo, para que escuche cualquiera que, arrogándose derechos que nadie le ha dado, quiera pagar con inmunidad (impunidad) una «salida» negociada con la dictadura, si es que la dictadura–terca, enfermiza–acepta una.
Y cuando digo dictadura, digo la mafia constituida por Daniel Ortega, Rosario Murillo, las cúpulas del Ejército y Policía, Pellas, Ortiz Gurdián, Zamora, Baltodano, Montealegre, et. al., más la cúpula y tropas de sicarios del FSLN.
TODOS ELLOS SON LA DICTADURA.
Y son cómplices de la dictadura todos los que les sirven como operadores políticos, actores secundarios que ejecutan las órdenes de las oligarquías, aunque quieran presentarse al mundo como líderes de conciencia autónoma.
A TODOS ELLOS hay que arrancar del poder político, y del monopolio del poder económico, para que no reemplacen un nombre por otro con el fin de mantener el sistema de poder que produce tiranías como la tierra fértil entrega sus frutos.
El monstruo, la Coalición Nacional, y algunas propuestas para prevenir la mortandad que podría causar el Coronavirus
24 de marzo de 2019
Hablemos (como dijo Suetonio refiriéndose a Calígula) del monstruo: Rosario Murillo no tiene cabida en la realidad; vive su delirio a costa de millones de personas que serán, tarde o temprano, y sin exclusión, sus víctimas. Como en el caso del emperador insano, el desquicio de la Murillo no tiene remedio, ni límite, ni freno. Llegado el momento, el monstruo es incapaz de distinguir entre quienes lo adversan y quienes lo alimentan.
Puede ser que ese trance sea ya inevitable, a juzgar por la respuesta que la Presidenta de facto ha dado a la mortal amenaza del Coronavirus. ¿Presidenta de facto, o Dictadora en funciones?: el monstruo parece haber despojado al tirano oficial, su marido, del poder real. ¿Qué está haciendo con el poder? Dar rienda suelta a la orgía surrealista que habita en su mente, pero esta vez no es el escudo nacional, ni el paisaje urbano, el que deforman sus alucinaciones psicodélicas.
Esta vez la fuerza mortal de que es capaz no es dirigida a un grupo específico, sino a toda la sociedad. Ha convertido la pandemia del Coronavirus en un circo. En un circo tan real y cruel como el que organizó, con payasos y demás, el domingo 23 de marzo en la costa del lago de Managua. La campaña “contra el Coronavirus”, ha incluido desfiles escolares, asambleas, marchas, y un carnaval grotescamente titulado “El amor en los tiempos del Covid-19”.
Único en el mundo en esta postura, el Estado de Nicaragua bajo el mando de la Murillo no ha llamado a sus ciudadanos a combatir la propagación de la epidemia aumentando la distancia corporal. Su política ha sido exactamente, increíblemente, la opuesta, y no es nada audaz la hipótesis de que la dictadora en funciones haya procurado inducir el contagio, no prevenirlo.
¿Qué hacer? Algunas ideas para el ciudadano común
Este es un momento en la historia de Nicaragua en que la desobediencia civil se hace esencial para sobrevivir. Para la mayoría de los ciudadanos, seres que no han perdido el instinto de conservación, la respuesta es fácil: desconfiar de toda autoridad política, exigir, pero no esperar, de ningún supuesto liderazgo—todos están en lo suyo. Buscar cómo aprovisionarse lo mejor posible, dadas las restricciones de la pobreza, y exponerse lo menos posible al contacto físico; cubrirse la boca y la nariz a como sea, y mantener una distancia de al menos dos metros si tiene que salir a la calle. El lavado de manos, por supuesto, y otras medidas de higiene que se anuncian en otros países y circulan en Nicaragua a través de las redes.

¿Qué hacer? Algunas ideas que los políticos que dicen representar al pueblo deberían contemplar
Siempre que uno los critica, espetan el trillado “vos solo criticás, no proponés”. Bueno, pues aquí van varias propuestas, que presento a quienes dicen ser la Coalición Nacional, gente que acompaña en lista a Juan Sebastián Chamorro, Félix Maradiaga, José Pallais Arana, Mario Arana, Carlos Tünnerman Bernheim, Azahalea Solís, y otros. Se las presento, con nombres y apellidos, porque los políticos deben hacerse responsables con nombres y apellidos, y no escudarse en siglas ni en palabras vacías:
- La vida de millones de personas está en peligro por la evidente incapacidad mental de quienes controlan los poderes del Estado. Desalojarlos del poder pasa de ser una meta de mediano plazo a un asunto urgente: la amenaza para todos, pobres, pero también ricos; opositores, pero también partidarios del gobierno, es inminente. Estos no son momentos para disertar sobre “vías constitucionales”. Si yo fuera un oficial del Ejército, por ejemplo, tendría que pensar en la plaga que amenaza la salud de mi familia. Del seno de la Coalición ha salido un volumen considerable de elogios al ejército. ¿De qué sirve esa cercanía si no vale para proteger a todos de una hecatombe medieval?
- El poder económico de un puñado de milmillonarios se sienta a la mesa con ustedes, participa a través de sus representantes en el liderazgo de la Alianza, y de hecho tiene una deuda enorme con el pueblo nicaragüense, tras 12 años de dictadura FSLN-Cosep. Los políticos de la Coalición Nacional deberían pedir a sus aliados del gran capital que pongan sus enormes recursos a trabajar de inmediato para salvar miles de vidas:
- Que den vacaciones con goce de sueldo a sus empleados por los próximos 30 días. Sería como un adelanto y un aumento de las vacaciones de Semana Santa, y sería menos de lo que, en otras ocasiones de la historia, decidieron parar por otros motivos. El gran capital puede absorber las pérdidas, que de todos modos serán peores si la pandemia arrasa y disloca. Como mencionaba el presidente salvadoreño, no van a quedar en la pobreza por hacerlo.
- Que organicen un fondo de apoyo económico significativo para los pequeños productores afiliados a sus cámaras, para ayudar a que también estos puedan absorber el golpe y enviar a sus empleados a refugiarse por tiempo prudencial.
- Que pongan sus recursos, dentro y fuera de Nicaragua, a trabajar para asegurarse que los hospitales no carezcan de mascarillas, guantes, y de ser posible, que busquen como aumentar de emergencia la cantidad de respiradores disponibles en el decrépito sistema de salud del país.
Nada de esto está fuera del alcance de las fortunas que, combinadas, poseen el equivalente de más de la mitad (estimado conservador) del Producto Interno Bruto de Nicaragua, un número que ilustra la inequidad económica grotesca del país.
Pueden hacer esto, y pueden hacer más: pueden unirse de una vez al resto de los ciudadanos para que el país tenga, no necesariamente un gobierno ideal, ni un gobierno en el que todos estemos representados (estaremos lejos de eso, en el mejor de los casos) pero al menos un gobierno que no esté en manos del monstruo.
Ni perdón ni olvido (¿excepto para el FSLN y el Ejército?)
18 de marzo de 2020
Me pregunto si la fecha en el video es correcta (11 de marzo de 2020). Mi primera inclinación es dudarlo, limpiarme los ojos, volver a mirar, abrirlos ancho para comprobar que me he equivocado. No quisiera, lo digo con total honestidad, hablar de este tema hoy, con la pandemia del Coronavirus extinguiendo tantas vidas y con la economía mundial al borde de la parálisis. Pero la actividad de los políticos no se detiene. En medio de la crisis, o al amparo de su sombra, aprovechan que la gente mira en otra dirección, y buscan avanzar en su estrategia. Hay que estar alertas, siempre «ojo al Cristo», como dice el viejo refrán. Por eso vuelvo a revisar la noticia, pregunto a amigos y conocidos, pero la fecha, 11 de marzo de 2020, sigue ahí. Es posible que alguien la haya alterado, por supuesto; en ese caso, hay que preguntar a Félix Maradiaga si su manera de pensar ha cambiado desde que dio esa entrevista.
Porque a mí me parecería escandaloso que a estas alturas (¿hay que contar la historia de nuevo?) Maradiaga se refiriera al Frente Sandinista en un tono tan respetuoso, tratando de «institución» a lo que ha demostrado ser una banda criminal al servicio del Padrino y la Madrina de El Carmen. Peor aún, que él, una de las voces y rostros de la (anunciada pero no nacida) Coalición Nacional, dijera que la lucha «no es contra el Frente Sandinista«.
En otra parte de la entrevista, Maradiaga sugiere (porque se lo han dicho, nos dice, en el Congreso de Estados Unidos) que no hay pruebas suficientemente específicas del involucramiento del Ejército en los crímenes de la dictadura.
Francamente, me quedo hecho un hielo.
¿Por qué? Porque este es un distinguido político nicaragüense, en Nicaragua, diciéndole a los nicaragüenses que no crean lo que saben, que no crean a su lógica ni a su intuición, que no crean lo que dicen expertos tan respetados como el Dr. Álvaro Leiva y su prestigiosa Asociación Nicaragüense Pro Derechos Humanos (ANPDH).
Me aterra también porque la defensa implícita del Ejército que hace Maradiaga se une al coro de la élite política, desde La Prensa hasta la cúpula de la Alianza Cívica. No olvidemos el panegírico de Francisco Aguirre Sacasa («el ejército es muy respetado entre los productores del norte, y en el Comando Sur de los Estados Unidos»). No olvidemos el suplemento especial de homenaje al Ejército, incluyendo un discurso de una página de Daniel Ortega, y otro del general Avilés, que publicó el diario La Prensa, en edición de lujo, mientras decía no tener papel por el bloqueo del gobierno. No olvidemos la afirmación de Humberto Belli de que «el pueblo es injusto con el Ejército».
Todo esto me hace reflexionar, con gran pesar, sobre la distancia–ya grande– que existe entre estas cúpulas políticas y los sentimientos e intereses de la población, distancia que va en aumento. Que Maradiaga, quien ha querido fabricarse una imagen pública ‘distante’ de las élites tradicionales, haya adoptado el discurso de la Alianza, es un indicador elocuente de la deriva de la oposición nicaragüense, a la que cada vez con más frecuencia la voz popular antepone la palabra «supuesta».
Da tristeza pensar que en esto quedamos, después de tanto sufrimiento. Pero al hecho pecho. El cambio no es solo posible: es indispensable. Si este grupo de políticos es incapaz de liderarlo, si, en lugar de hacerlo, se embarcan en un nefasto proyecto de elecciones con la pareja demencial y su banda de asesinos, tarde o temprano surgirán otros.
Ellos creen que no. La historia dice otra cosa. No hay que desanimarse. Y hay que hacer de la verdad nuestra luz y nuestra fortaleza, para que el oportunismo y la manipulación de los prestidigitadores de la mentira no arrastren al país a un futuro más sombrío que el presente, una era dominada por el sicariato, y por una nueva dinastía. Una era de negra noche y roja sangre que mancharía todo el territorio nacional por décadas.
No puede uno menos que desear que quienes conservan la capacidad de imbuir sus actos de buenas intenciones recapaciten. Que quienes tienen una legítima aspiración de escalar a la cima del poder político no sacrifiquen todo en el intento. Que apuesten a ser viables en una Nicaragua democrática, y no se resignen al destino que han sufrido en el pasado tantos aspirantes que prefirieron montarse al pedestal sin honra, en lugar de alcanzar la gloria de construir un país mejor.
¿Puede servir la Coalición Nacional?
26 de febrero de 2020
Si los políticos se estuvieran uniendo para no dividir al pueblo en lucha, o para coordinar a sus diferentes partidarios en la lucha contra la dictadura, hoy habría algo que celebrar. Si algún día, por esos avatares del destino, la Coalición sirviese para ese propósito, habría que apoyarla.
Hoy por hoy, desafortunadamente, no es así. Buena parte de la clase política presentó el 25 de febrero un documento que los medios describen como la proclama que lanza una Coalición Nacional. El texto, sin embargo, es mucho más comedido: «…nos comprometemos a continuar trabajando en la construcción de una Coalición Nacional.» Traducción: «no hemos logrado cerrar los acuerdos necesarios para afirmar nuestra alianza».
“Estar, para no estar fuera” (tu utopía es utópica, la mía no)
¿Qué dice la proclama sobre el proyecto? Muy poco, aparte de declaraciones líricas, de esas que sus firmantes descartarían como utópicas si su autor fuera otro. No hay mención de programa, ni mucho menos definición de estrategia. De hecho, no es difícil leer entrelíneas que el anuncio de la unión, y la unión misma, son camisas incómodas para los diferentes miembros de este grupo abigarrado. Para muestra un botón: las decisiones, nos dicen, serán por consenso, no por mayoría de votos. Traducción: la desconfianza mutua es tal, que nadie está dispuesto a participar en la Coalición a menos que tenga poder de veto sobre los demás. La única decisión estratégica en la que todos coinciden es en «estar, para no estar fuera».
Los jugadores del poder
¿Qué motiva esta hambre de pertenecer? Cada organización, cada individuo, racionaliza su postura a su manera, pero habría que ser puerilmente ingenuo para no reconocer la fuerza gravitacional que ejerce el acceso a financiamiento y apoyo diplomático. Además, con la ciudadanía desmovilizada a punta de asesinatos, de secuestros, y de la militarización de la sociedad, los políticos entienden que el juego del poder está donde están los jugadores, la gente como ellos, empujando a codazos para colarse en el Gran Salón tan pronto como se abran las puertas: «hay que estar cerca, no lejos, de la entrada». Oportunismo político, en estado natural.
¿A quién teme la dictadura?
Haga usted el ejercicio mental de colocarse sobre Managua como un dron estacionario, o un satélite, y observe las historias paralelas que ocurren, a metros de distancia, a ambos lados de la rotonda Rubén Darío. Del lado occidental, varias decenas de políticos se reúnen cómoda y seguramente en el edificio de la librería Hispamer. Medios de comunicación simpatizantes anuncian que el edificio está rodeado por fuerzas policiales, pero el evento transcurre sin interferencias ni interrupciones. Mientras tanto, en el costado oriental de la rotonda, la bota militar y paramilitar es aplastante. En un gesto de autoritarismo extraordinario, policías antimotines ocupan en formación de combate el centro comercial en el que ciudadanos desarmados gritan consignas a favor de la democracia. Una cacería humana se desata al interior de la propiedad (privada, valga recordar); hay periodistas agredidos y algunas detenciones. En otras partes de la ciudad, la bota se muestra igualmente aplastante.
El trato diferenciado (tolerante con los políticos de salón, brutal con los ciudadanos que quieren ejercer su derecho y protestar en la calle) es revelador, en tanto que la represión obedece a cierta racionalidad costo-beneficio. ¿A cuál de los dos grupos teme la dictadura? Dígame usted si no lo tienta repetir la frase de Bob Dylan: «la respuesta, amigo mío, flota en el viento».

¡¿Quién me dijiste que estaba?!
Mientras tanto, la ciudadanía, los cientos de miles de cuerpos y almas que antes ocuparon las calles de Nicaragua exigiendo la renuncia del dictador, se ve reducida—por el momento—al papel de espectadora. Siente, en muchos casos, un deseo intenso de creer en la unidad que dicen construir los políticos de la Coalición. Pero hay un aire de amargo escepticismo en el ambiente. Hay, en algunos casos, decepción. En otros, la reacción es de estupor. La furia contra el régimen se acumula, como el vapor en una olla de presión, pero la gente ha perdido en gran medida la esperanza de una rápida salida de la dictadura, la meta por la que más de 500 personas fueron asesinadas en la Insurrección de Abril.
¿A qué se debe el desánimo? Una simple revisión de la lista de participantes en la ceremonia de lanzamiento de la Coalición Nacional dice mucho al respecto. Se trata de un “Quién es quién” de lo peor de la clase política, individuos y grupos que han dejado un rastro de corrupción financiera y moral a través de las últimas décadas, y que han sido—en muchos casos—constructores y defensores de tiranías, e incluso responsables de que Ortega regresara al poder absoluto en 2007. Es la basura que queda en la playa cuando se retira la marea con su limpia espuma. Es lo que queda después de que la dictadura, con la complicidad del gran capital y otros poderes fácticos, detuviera la ola del pueblo que intentaba derrumbarla.
Lo hizo, recordemos, a sangre y fuego, mientras los poderosos se negaban a apoyar la lucha democrática y más bien saboteaban los esfuerzos por obtener apoyo internacional efectivo. Lo hizo mientras María Fernanda Flores, esposa de Arnoldo Alemán, dueños ambos del Partido Liberal Constitucionalista, continuaba [continúa todavía] cobrando su jugoso salario en la Asamblea Nacional. Recordemos también que cuando los jóvenes se levantaron cívicamente en 2018 la Sra. Flores y sus compinches intentaron unirse a la foto, y fueron expulsados ignominiosamente; en público–lo vimos todos–los jóvenes gritaban “aquí no queremos políticos corruptos”. Recordemos también que doña María Fernanda no es el único miembro del clan Alemán que sigue a sueldo de Ortega. Y recordemos que la dictadura es el hijo monstruoso de la corrupción de Alemán, y del pacto con que él compró a Ortega su libertad. Los 600 muertos y más de 80,000 exilados, y todo el indecible sufrimiento del país, son simple moneda de cambio para estos políticos. Todo para que hoy la Coalición presente orgullosa, como miembros destacados, a la Sra. Flores y a su pandilla. Presentan también, como gran presea, al reverendo Saturnino Cerrato, sempiterno oportunista y pieza del tren de regreso de Ortega al poder absoluto.
Pero el censo de esta fauna del horror no termina con Cerrato, Alemán y Flores. Estos son apenas los últimos “patriotas” que han visto la luz, y se juntan a figuras cuya presencia ya no sorprende, pero que son también responsables de la tragedia, como el eterno presidente del Cosep, Chano Aguerri y otros a quienes aparentemente los arquitectos de la Coalición esperan que aceptemos y sigamos, porque “en unidad somos más fuertes”.

Entre ellos, por decirlo así, hay de todo. El grupo abarca, por ejemplo, a antiguos burócratas, militares y ministros del FSLN, participantes en la primera dictadura. En la mayoría de los casos se trata de individuos que ni siquiera muestran contrición por los abusos cometidos bajo su anterior gestión. Muchos de ellos, según múltiples fuentes, pertenecen a la camada de nuevos ricos que dejó la piñata de 1990. Y si algo peor puede achacárseles, es que nunca lograron abandonar el hábito autoritario, el reflejo leninista del Dirección Nacional Ordene, y conducen hoy campañas para silenciar a quienes disienten de la Coalición, como antes silenciaron a quienes disentían del FSLN.
Junto a estos antiguos estalinistas se sientan numerosos políticos conocidos ampliamente como corruptos y tránsfugas, unos cuantos jóvenes identificados más cercanamente a la insurrección (una presencia, por escasa, apenas simbólica), más uno que otro político «nuevo», como Félix Maradiaga, y como Medardo Mairena, el líder campesino.
Estos dos aparentan apostar a un «estar ahí, para no quedar fuera» que reclaman como posicionamiento legítimo en vista de la correlación de fuerzas. De ninguno de ellos se conoce—al menos yo no conozco—antecedentes de corrupción o autoritarismo, pero su postura me parece, de todos modos, cuestionable: obedece a un cálculo táctico que es antidemocrático en esencia, porque privilegia la consecución de palancas de poder por encima de la aspiración a que sea el pueblo, los ciudadanos que no entran a los salones ni viajan por las capitales del mundo, quienes decidan el curso de la lucha y el destino del país. En otras palabras, Mairena y Maradiaga han aceptado jugar la política en la cancha y con las reglas de la élite nefasta del país. Variopinto no hace honor a esta mezcolanza insólita de caracteres, unidos en tenue coalición por el cordel del interés.
Insólito también es verlos gritar consignas de rebeldía revolucionaria.
Qué triste y surreal es mi Nicaragua.
¿Y la estrategia?
Repito aquí lo que dije al inicio: Si los políticos se estuvieran uniendo para no dividir al pueblo en lucha, o para coordinar a sus diferentes partidarios en la lucha contra la dictadura, hoy habría algo que celebrar. Si algún día, por esos avatares del destino, la Coalición sirviese para ese propósito, habría que apoyarla.
El problema, objetivamente—apartando las sospechas que merecen la gran mayoría de los líderes de la Coalición, apartando sus culpas sin reconocer, sus crímenes sin pagar, apartando (temerariamente) consideraciones éticas—es que la propuesta que estos políticos defienden, y la única que parece unirlos, es la de ir a elecciones con Ortega. En días recientes, con sus abundantes recursos financieros y la política de captación y cooptación que dichos recursos facilitan, han intensificado el redoble propagandístico alrededor de dos ejes.
Uno es que “no hay otra alternativa”. Esto es, lo dice la historia, una enorme falsedad. Si cada dictadura que surge terminara solo si el tirano acepta elecciones democráticas, habría dinastías eternas en el planeta. Hay que añadir que tampoco es cierto que no haya alternativa que no implique guerra civil. De nuevo, la historia demuestra lo contrario.
El otro eje, una trampa un poco—pero no tanto—más sutil, es reescribir la historia de los últimos 40 años a conveniencia. Según la versión revisada de los hechos, los políticos nicaragüenses dejaron a un lado sus intereses, formaron un puño vigoroso en la UNO alrededor de doña Violeta Barrios de Chamorro, fueron a elecciones libres con Ortega, y acabaron con la dictadura del FSLN.
Tanto hay de falso en esta fábula, que se hace difícil decidir por dónde empezar a rebatirla. Permítanme comentar en esta nota apenas su final. No es, como quieren hacernos creer en versión Disney, un final feliz. Más bien es el origen de la actual tragedia: las elecciones del 25 de febrero de 1990 desplazaron a Ortega de la presidencia, a Sergio Ramírez de la vicepresidencia, y al FSLN del control de la Asamblea Nacional, pero nunca lograron despojarlos del poder real, del que se ufanó Ortega al lanzar su infame “vamos a gobernar desde abajo”. Que lo haya logrado, y que a partir de ahí volviera al poder absoluto, debería ser para nosotros una advertencia tan dramática como los huesos cruzados y la calavera que se coloca sobre las sustancias venenosas.
Pero el nuestro es un caso terrible de repetición de la tragedia por olvido de la historia. Y hay que añadir dos agravantes. Primero, que el Ortega que sería presuntamente “derrotado” en elecciones libres en el 2021 es inmensamente más rico y tiene mucho más poder represor—y mucha más experiencia—que el Ortega que fue sorprendido por la avalancha opositora hace 30 años. Penden además sobre él acusaciones de crímenes de lesa humanidad que lo exponen, junto a su familia y aliados cercanos, a persecución legal en caso de perder el poder. Y lo exponen a peores consecuencias ante su mafia de apoyo, si intenta salvar a su familia traicionando a sus secuaces.

Hay que estar claros de esto: Ortega está atrapado en el poder; el carcelero es también prisionero; no puede darse el lujo de ceder; sería un acto suicida. ¿Tiene entonces sentido apostarlo todo, apostar el destino del país y la vida de la gente, a que el dictador vaya a aceptar los resultados de una votación democrática y ceda—no los ministerios y la presidencia—sino el poder real? ¿De verdad creen posible que Daniel Ortega y Rosario Murillo entreguen a sus paramilitares, se desprendan de sus canales de televisión, empresas comerciales, espías, jueces, sindicatos, etc.? ¿De verdad creen posible que los paramilitares, espías, jueces, miembros de CPCs, sindicalistas oficiales, etc., descubran súbitamente que deben su lealtad a “la patria”, a “la ley”, o a “la constitución”? ¿De verdad creen que confiarán en la sociedad democrática, que no sentirán necesidad de que el Padrino de su mafia los proteja? Si no lo logró la elección de 1990, cuando Ortega aún era visto como legítimo, y no era presa del miedo (razonable, racional) a lo que puede sucederle a él y a los suyos fuera del poder, ¿cómo podemos esperar que lo logre la elección del 2021?
Los políticos de la Coalición no dan respuesta a estas interrogantes cruciales, que son de vida o muerte. Explotan la angustia y la desesperación del pueblo para vender, sin explicar los términos del contrato, sin entrar en la letra fina, un producto que bien podría ser (yo me atrevo a llamarlo así) una quimera.
Hay muchísimo más que criticar, y muchísimo más que se niegan a explicar, en la propuesta de elecciones con Ortega de la Coalición. Tanto, que uno se pregunta cuál es el verdadero objetivo de la ruta que plantean. Porque no es insensato especular que su estrategia, tal y como está trazada prácticamente desde el inicio de la crisis, puede a lo sumo llevar a un reacomodo entre las élites y algunos rostros nuevos en el Estado, pero no a una auténtica democratización del país. De hecho, “elecciones con Ortega” muy probablemente implique “orteguismo sin (o incluso con) Ortega” y colocar al país en el camino a una posible sucesión dinástica. Para muchos políticos, eso no es un problema mayor mientras puedan acceder a puestos, ministerios, embajadas y resto de prebendas obtenibles en la hacienda-botín. Para Nicaragua, décadas más de tragedia, de estancamiento, más la carga de la injusticia acumulada en el olvido de las víctimas de la dictadura orteguista. Porque es difícil (¿imposible?) imaginarse una salida como “elecciones con Ortega”, que no legitime a quienes han perpetrado un genocidio.
¿No quiere esto, pero tampoco se atreve a rechazar la “unidad” que la Coalición dice ofrecer? Pues, entonces, exija desde ya que los políticos que se llaman a sí mismos democráticos (de vieja data o reciente conversión) expliquen el cómo, el detalle de su plan; exíjales que no impidan las sanciones internacionales, sino que empujen para que se amplíen; exíjales que pongan su cuota de esfuerzo los grandes empresarios que dicen ahora ser “aliados” del pueblo democrático. Póngalos a prueba. Exíjales que no abandonen a los presos políticos hasta “la próxima administración” para usar el lenguaje de uno de los más locuaces voceros de la élite política.
Y exíjales sin temor, sin timidez, sin contemplaciones, a ellos y a cualquiera que pretenda “representar” nuestros intereses.
De lo contrario, nunca habrá libertad en Nicaragua.
La campaña sucia de las gavillas del poder
Agradezco a los lectores de Ciudadano X y revista Abril por haber denunciado en suficiente número la página falsa que fuerzas antidemocráticas crearon en Facebook para desacreditar nuestro mensaje con la calumnia implícita en un video falsificado.
Les dejo aquí la grabación real, de donde los falsos opositores extrajeron frases y las combinaron en un montaje que tenía por objetivo hacer creer al espectador de que estaba ante un llamado a reconciliarse con la dictadura orteguista.
Por más que traten, la verdad al final triunfará. Mientras más tratan, más queda en evidencia que le temen.