11 de noviembre de 2019
Durante muchos días he venido pidiendo públicamente a la
Unidad Nacional Azul y Blanco (UNAB), que responda a una pregunta muy directa: “¿Aceptan al
genocida Ortega o su designado como candidato legítimo en un proceso electoral?”
La
respuesta, tanto desde el punto de vista moral como estratégico, debería ser un
categórico NO. Creo que la dimensión
moral no requiere explicación. Desde el
punto de vista estratégico, hago un resumen: permitir a Ortega o su designado
como candidato legítimo en un proceso electoral implica que se den al tirano
garantías que para él son mínimas, como impunidad legal y la manutención
de su control sobre los recursos que lo protegen– paramilitares, espías, sicarios,
policías, soldados, empresas, canales de televisión.
Así de simple, y así de claro. Nadie que no pueda obligarlo a renunciar puede obligarlo a renunciar a estos recursos siniestros, ni a su voluntad de usarlos. Y si pueden obligarlo a renunciar, ¿por qué conformarse con menos?
Ortega está dispuesto, porque fuera del poder lo pierde todo, a resistir con todo, a mantenerlo todo, a impedir todo lo que sea una amenaza. Esta es una situación que no se ha vivido antes en la historia moderna de América Latina. Otros tiranos han tenido la opción de gozar sus fortunas en Estados Unidos o Europa. Pero la espada de Damocles de los crímenes de lesa humanidad pondría a Ortega, a Murillo, y a otros de su círculo cercano, en una posición parecida a la de los nazis alemanes en la postguerra, blancos legales y legítimos de una cacería. Él lo sabe. ¿Puede dudarse que lo sepa?
Por
tanto, la propuesta de elecciones con Ortega, aparte de ser repugnantemente
inmoral por legitimar el genocidio y al genocida, es repugnantemente inmoral
por condenar al pueblo nicaragüense a la esclavitud más áspera, bajo un reino
de sicarios que con seguridad sería heredado por el Chigüín.
¡¿Por
qué entonces les cuesta tanto a los opositores ponerse del lado de la moral y
de la democracia, de los derechos humanos y de la justicia y decir,
simplemente: no aceptamos que Ortega o su designado sean candidatos en el
proceso electoral que buscamos para Nicaragua?!
La
respuesta de la Alianza Cívica
La
respuesta oficial de la Alianza ha sido pasar por alto la historia y la lógica
política, y vender la ilusión de un proceso electoral limpio, pacífico, democrático,
en el cual una aplastante mayoría de votantes se expresarían contra Ortega,
quien entregaría el poder dócilmente; luego la nueva Asamblea Nacional aprobaría
leyes que democratizarían las instituciones.
Es
decir, una transición casi incolora, como las gratamente olvidables que podrían
ocurrir de una administración a otra en cualquier democracia europea.
¿Por
qué lo hacen? Porque de esa manera domestican a la bestia de la rebelión;
porque de esa manera adormecen a una parte de los ciudadanos que quisiera, de
buena voluntad, que el mundo fuera así. Quieren creer, y algunos creen, a pesar
de la evidencia terrible, a pesar de saber que quienes venden el espejismo del oasis
son precisamente los constructores del desierto.
Y a juzgar por las últimas declaraciones de Mario Arana, presidente de Amcham, la cosa va de mal en peor: Arana ya habla de irse a elecciones con Ortega “con reformas o sin reformas”. Que se entienda: sin reformas quiere decir con el mismo Consejo electoral, con la misma policía y los paramilitares sueltos intimidando a los votantes, con el mismo control autoritario en todas las instituciones; y significa también que Ortega, de aceptar su derrota, se convertiría en el Diputado Ortega, inmune por ley.
La
respuesta de la UNAB
Casi
un total silencio,
excepto algunos comentarios dados en entrevista por Haydée Castillo, del
Consejo Político, y en escrito reciente de Félix Maradiaga, también del Conejo
Político de la UNAB. Ambos dicen estar
en contra.
Más adelante comentaré lo expresado por Maradiaga, quien es hasta la fecha el único
político de la agrupación que ha tenido a bien contestar por escrito, en bastante
detalle; pero primero permítanme añadir que desde la Unidad vienen, en privado,
comentarios, y se ponen en contacto con el suscrito, para insistir en que “no
podemos controlar si Ortega es candidato, y por tanto…”
Ante
mi insistencia en los temas ético y estratégico, la respuesta es más o menos un
“vos no entendés la política de este país”.
Y yo pregunto: ¿si es tan evidente mi ignorancia, y si ellos tienen
razón, por qué entonces no dicen SI, vamos a elecciones con Ortega, y nos
convencen a todos de que tal proceder es ético y práctico?
Yo los invito, como decimos en Nicaragua, a que me asareen, a que demuestren mi
“mal análisis”, para usar la frase de Mario Arana, y dejen claro, para que el
resto de los ciudadanos sepa, cuál es el camino que piensan correcto.
La
respuesta del vocero de UNAB
La UNAB,
me dicen todos, no tiene voceros. No hay nadie a quién preguntarle la postura
oficial de la organización. Los miembros de la UNAB que se atreven a hablar en
público acerca del tema que me ocupa, insisten que “esta es mi posición
personal, yo no puedo hablar en nombre de la UNAB”.
La
postura de la UNAB
La UNAB, me dicen todos, no tiene una postura oficial sobre el tema de aceptar o no ir a elecciones con Ortega. Esta imposturación aparece en varias modalidades. Una es “somos 90 y tantas organizaciones, y es difícil ponerse de acuerdo”. Otra es, “primero vamos a organizarnos y después estudiaremos los escenarios” (la UNAB existe desde mediados del 2018, hace más de un año; los escenarios son de vida o muerte y todo el mundo parece haberlos estudiado ya). Finalmente, una tercera: el único órgano de la UNAB que puede pronunciarse es la “Asamblea Ciudadana” (no sé cómo expresar mi perplejidad).
La explicación
de Maradiaga
Como soy, dicen
algunos de la UNAB, un “obstinado”, voy de sabueso buscando el rastro de la
respuesta a mi pregunta. Y entonces me topo con la huella que deja Félix
Maradiaga en mi Facebook.
No me tomen a mal. Yo aprecio la
inclinación de Maradiaga a mostrarse respetuoso, y a hacer lo que la inmensa
mayoría de los nuevos políticos no hacen: detenerse, dar la vuelta y dar la
cara, y aceptar que los ciudadanos tenemos derecho a preguntar, a insistir, y a
incidir. De paso dejo aquí la campanita de alerta, porque si así son en la
llanura, imagínense las ínfulas que desarrollarán en el poder que anhelan.
¿Qué dice
Maradiaga? Lo primero, y esto también lo
distingue de casi todos, es la contundencia de su postura personal: “sería
inmoral”, dice, “tener a Daniel como candidato”, y “no creo que el dictador
Ortega tenga derecho a ser un candidato legítimo a ninguna elección”. Con estas palabras en el registro público el
pueblo podrá juzgar la conducta futura de Maradiaga. Y es muy decidor que los demás no quieran
comprometerse con similar firmeza.
El misterio de
la “Gran Coalición”
Sin embargo, hay
aspectos de la explicación que sigue–las razones por las cuales no habría una
postura oficial de la UNAB—que me parecen problemáticos. Según Maradiaga, lo
que pasa es que “la Unidad Nacional y la Alianza Cívica están llevando a cabo
un proceso de construcción de una Gran Coalición”. ¿Una “Gran Coalición”? ¿Y no
era eso la UNAB, la Alianza Cívica más 90 organizaciones que no logran ponerse
de acuerdo ni para nombrar un vocero?
He preguntado a Haydée Castillo y a otros que quién falta en la coalición, y me han dicho que “faltan partidos políticos” y faltan organizaciones tales como la “Unidad Médica”. Esta última se ha vuelto importante en las racionalizaciones de los políticos. Lo digo porque vi, en una reciente conferencia de prensa, que la Alianza mencionaba la adhesión de este grupo de médicos como un hito.
Muy bien, pero ¿cuántos
trámites y negociaciones y cuántos meses hacen falta para que más
organizaciones de ciudadanos digan “yo me incorporo a la lucha”? ¿Y cuántas más
hay que han quedado “huérfanas”? ¿Qué es lo que hace tan difíciles estas
negociaciones? ¿Y por qué todas tienen que estar bajo el mismo techo?
¿Y cómo, si no
pueden coordinarse entre los que están desde hace más de un año, van a meter a
más gente a una organización que parece no encontrar la forma de caminar
juntos?
¡Ah, los
partidos!
Lo peor es, sin
embargo, lo de los partidos. Cuando se
habla de “los partidos”, en la UNAB cunde el pánico: nadie quiere aceptar que se
trata de los partidos zancudos de Nicaragua, con los que la dictadura se
maquilla y a los que compra por unas escasas pero suculentas migajas. El PLC, por ejemplo, cuyos miembros reciben
salarios en altos puestos del gobierno y la Asamblea Nacional. Idem el Partido
Conservador. Y por supuesto, la estrella
de Belén de los políticos pactistas, el ya infame CxL, partido que aceptó, sin
el menor remordimiento, y después de la masacre del año pasado, acompañar al
FSLN en su farsa de elecciones regionales a comienzos de 2019.
Los rubores, y
un tren
Hay que reconocer que en la Alianza Cívica no exhiben rubor alguno al hablar de «los partidos», pero de nada nos sirve ver el rojo en los rostros de la UNAB si de todos modos terminan haciendo lo mismo.
¿Cómo se
justifican? De esta manera: los políticos de la UNAB pueden estar “en contra”
de que se busque un pacto con los partidos zancudos, pero como la Alianza tiene,
para citar a Maradiaga “autonomía en sus decisiones y… tienen un plan de
acercamiento con diversas expresiones políticas del país”, pues la Alianza se
encarga de la tarea. La UNAB no toca al
cadáver, no deja huellas en la pistola, pero el muerto está ahí. Al final los políticos de la UNAB están en la
vela porque “hay que estar”, pero “no es que quieran”.
Esta es una
manera de evadir la responsabilidad moral y estratégica, sin bajarse del tren. ¿Qué
tren? Pues el tren [duele decirlo] zancudo,
el tren que lleva a las elecciones con Ortega que en la UNAB no se atreven a declarar
inaceptables, el tren donde viajan todos los políticos de viejo cuño que, junto
a los personajes y patrocinadores de la Alianza, son precisamente los culpables
de la tragedia nicaragüense.
Bolivia,
Bolivia
Después de lo que hemos visto en Bolivia, la claridad en la postura personal de Félix Maradiaga debería extenderse a la organización en la cual él es dirigente. Porque no basta con decir “estoy en contra de elecciones con Ortega” si siguen construyendo la alternativa que únicamente sirve a “elecciones con Ortega”.
La “Gran Coalición” no tiene otro propósito que este. No hay que ser un politólogo genial o un mago para entenderlo, ya que ni siquiera lo ocultan los principales actores políticos de la Alianza, y hasta uno que otro personaje cercano a las organizaciones de la UNAB.
Todos leen del mismo libreto. Todos parecen dispuestos a atravesar cualquier tormenta intempestiva, a ignorar cualquier queja, a hacerse los sordos ante el clamor del pueblo de Nicaragua que no quiere más Kupia Kumis, a pasar por encima de cualquier duda, a olvidarse de la historia y de la lógica política, porque “hay que estar ahí”, en el tren del futuro poder, el que justifican como vehículo de democratización, e imaginan como una repetición del adquirido por la UNO en 1990, que trajo alguna distensión política (relativa, al menos se detuvo la guerra civil, aunque hubieran asonadas y asesinatos), y muchos, muchos puestos, becas, ministerios, embajadas, presidencias, y diputaciones.
De nuevo,
Bolivia.
Pero Bolivia ha
sido una especie de tribunal y juicio para los impulsores de todas estas sopas
de siglas, de estos diálogos nebulosos, y sobre todo para los que se negaron a
apoyar al pueblo cuando el pueblo tenía las calles, y luego han hecho de todo
para quebrar la voluntad de cambio de los jóvenes.
Miren los
resultados, miren las fotos de la oposición actual; y mírenlas pronto, porque si
pensaban que era un contrasentido que en ellas aparecieran agentes del gran
capital que hasta el 18 de abril de 2018 eran propagandistas del orteguismo, las
imágenes que el pactismo construye son todavía más ofensivas, más insensibles, y
más destructivas.
Ya se ven surgir,
desde las sombras más tristes de nuestro pasado reciente, los perfiles, los
fantasmas que creíamos por siempre sepultados.
Pero no, ya está Alfredo César en la foto. ¿Quién seguirá? ¿Y de qué servirá? O, mejor
dicho: ¿a quién servirá?
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