«Lo que quiere OrMur» y la «viveza» de los políticos nicas

29 de diciembre de 2019

«Lo que quiere OrMur»–dice un defensor de la Alianza/UNAB–es «que la oposición se divida», para ganar «las elecciones».

Aunque salten los de siempre y repitan lo de siempre: «¡divisionista!», «¡radical!», «¡extremista!», «¡caballo de Troya!», etcétera, me atrevo a presentar otra visión del asunto, a señalar que lo que quiere la pareja genocida de El Carmen es:

Que la oposición respete el sistema, que no pida la renuncia del dictador (OK, dice la Alianza/UNAB);

Que la oposición no organice desobediencia civil/fiscal (OK dice la Alianza/UNAB);

Que quien quiera ser «oposición» vaya a elecciones bajo la «Constitución» (OK, dice la Alianza/ UNAB);

Que la oposición permita a Ortega o al menos a su designado ser candidato (OK, dice la Alianza/UNAB);

Que las elecciones sean cuando él dice, en 2021 (OK, dice la Alianza/UNAB);

Que las «elecciones» sean con o sin reformas (¡OK!, dice la Alianza/UNAB);

Dicho de otra forma, los políticos opositores aceptan sin chistar (mostrando a lo sumo una muy resignada renuencia) que la pareja participe en elecciones «democráticas», que legitiman su sistema, mientras mantienen control sobre sus canales de televisión, paramilitares, CPCs, policías, todos sus recursos financieros, y el Ejército que, ahora nos dicen propagandistas del establishment como Humberto Belli, Francisco Aguirre Sacasa, y el diario La Prensa, «ha cumplido su papel constitucional» (Para Belli, recordemos, «el pueblo es injusto con el Ejército»).

Por tanto, esas «elecciones», «gane o pierda» Ortega, constituyen desde ya un fraude al pueblo de Nicaragua, un engaño más, y una traición muy dolorosa.

Para las élites, pareciera que es «el muerto al pozo y el vivo al gozo». Nosotros ya tenemos más de 500 muertos. Pero en viveza, las amorales élites nicaragüenses no pierden una.

Alerta sí, que pasarse de vivos puede darle beneficios a corto plazo, pero esta vez los ciudadanos estamos empeñados en que haya justicia, y para eso nuestro compromiso es no olvidar; eso incluye, señores políticos de la Alianza Cívica y de la UNAB, tomar nota del comportamiento de ustedes en esta trágica coyuntura.

«El que proteste es sapo» (milagros, coaliciones, y un poderoso caballero)

25 de diciembre de 2019

Dice el viejo adagio que más vale prevenir que lamentar.  Prevenir, para no lamentar.  No en Nicaragua. No si depende de los políticos nicaragüenses, los que aceptan serlo y los que—bañados en colonia azul y blanco y bajo el manto “autoconvocado”—intentan cubrir sus efluvios lupinos. Si en sus manos queda, podemos prevenir y lamentar, podemos reclamar y lamentar, podemos exigir y lamentar.

Y lamentaremos, si no logramos encontrar la forma de obligarlos, de ponerlos—como corresponde—a nuestro servicio, pues los viejos mandamases y los nuevos aspirantes tienen en común la prepotencia, la habilidad para cerrar sus oídos a quienes dicen representar, de ser todo oídos únicamente ante el poder extranjero. Viven para “la comunidad internacional” (léase aquí el patrocinio político y financiero de Estados Unidos, especialmente, y de la Unión Europea, en segundo lugar). Allá es donde buscan aprobación. Para pasar la prueba de los políticos de esos estados es que se esfuerzan, mientras asumen que el resto de los nicaragüenses aceptará lo que allá decidan, porque no les quedará más remedio (ellos dicen “porque no queda más remedio”) que aceptar las decisiones de sus presuntos representantes, los nuevos “libertadores”. Unos cuantos adornos retóricos, frases a la medida de cada audiencia, la “corrección política” que haga falta, para quienes quieran cultivar la etiqueta, y listo: la cena—la de ellos—estará servida. Ya estarán, sueñan ellos, de regreso en 1990: diputaciones, ministerios, embajadas, puestos de poder y prestigio, carros, viajes, “adelante señor ministro”, y vanidades de esas que a los más ambiciosos embelesan.

El pesimismo optimista

Eso, queridos compatriotas, es lo que hay; es lo que tenemos. ¿Pesimista? Creo que fue Saramago quien dijo que él no era pesimista, “más bien lo que ocurre es que el mundo es pésimo”.  Yo añadiría que el pesimista—ciudadano de ojos abiertos que descubre que el mundo es, en realidad, pésimo–no puede darse el lujo de no ser optimista.  Algo así como la fe de Unamuno, la fe vital, la que está implícita en abrir los ojos y levantarse de la cama para arrancar un nuevo día. Sin esa fe no se vive. Y es una fe racional, porque es claro que en el pasado ha habido innumerables comenzares de nuevo y vivires de nuevo y nuevos días, por lo cual es sensato esperar que la esperanza no sea una alucinación.  Así que, ¡vamos adelante!, y a pesar de lo que ya sabemos–más bien, precisamente, porque lo sabemos– prevengamos, reclamemos, exijamos, o como diría la María Antonieta chapiolla de El Carmen: “¡jodamos!”. Porque la mayoría de nosotros no quiere un regreso a 1990, sino unos cuantos pasitos adelante, que nos dejen entrar aunque sea en el último vagón del tren de la democracia que en el mundo arrancó allá por finales del siglo dieciocho. 1990 fue, tenemos claro, el fin de una pesadilla y el embrión de otra.

La dura vida de un alfayate

Hace tiempo que he querido usar esta palabra: alfayate. Hermosa palabra que infelizmente ha sido desplazada a sótanos, áticos, cofres y bahareques por una más rasposa: sastre. Digamos, por cumplir con el capricho, que a cualquier alfayate, por más habilidoso que sea, va a costarle mucho hacer el vestido de los nuevos 1990.  El monstruo del poder ha engordado, de sus fauces babea sangre, y los gestos de los nuevos libertadores nos recuerdan demasiado a las decepciones que han consumido nuestra inocencia.  Somos menos inconscientes. Estamos más sedientos de libertad que nunca. Más ariscos que nunca. Menos dispuestos a creer las fábulas y a degustar los atoles que con el dedo pretenden darnos.

El espejismo hermoso

La imagen que los políticos electoreros nos pintan del futuro es, como todos los espejismos, de una belleza inaprehensible: Ortega acepta ir a elecciones libres, democráticas, limpias, sin intimidación, con garantías para todos los participantes; pierde las elecciones abrumadoramente; respeta los resultados, y luego el nuevo poder, centrado en la Asamblea Nacional, lo desarma y lo somete a la justicia. De ahí en adelante, Nicaragua bien podría llamarse Suiza o Suecia.

¿Qué tan grande el milagro?

Y es verdad, cualquier cosa puede pasar en este valle de lágrimas, por lo cual un milagro de tal magnitud (si es que entre milagros hubiese variedad de tamaño) no puede descartarse. Confieso que es este mismo inquietante sentimiento el que me induce con frecuencia a apostar a un milagro menor, y comprar la lotería.

Pero es preciso–disculpen mi aparente terquedad– seguir llamando milagroso al resultado que describen los políticos electoreros; uno que no puede ser explicado por lógica y datos, por la dinámica política previsible y por la historia.  [Milagro. 1. m. Hecho no explicable por las leyes naturales y que se atribuye a intervención sobrenatural de origen divino. 2. m. Suceso o cosa rara, extraordinaria y maravillosa.—RAE]

“Nadie puede dar inmunidad a Ortega”

El “milagro” tendría que saltar sobrenaturalmente dos obstáculos.  Uno es que Ortega no puede darse el lujo de dejar el poder sin poner en peligro su libertad, y hasta su vida, y las de su círculo íntimo. Bien podría ser este el obstáculo que impidiera el Kupia Kumi del Siglo XXI que las élites anhelan desesperadamente… A menos que alguien garantice a Ortega inmunidad, lo cual, después de cometidos los crímenes, equivale a garantizarle impunidad.

Esta garantía no es tan difícil de erigir como los electoreros quieren hacernos creer.  Es verdad que los crímenes de los cuales Ortega puede ser acusado en tribunales no son, técnicamente, amnistiables, ni prescriben en el tiempo. Pero eso es solo en Derecho Internacional. Si los estándares del Derecho se aplicaran en Nicaragua, Ortega no sería presidente, ni podría ser candidato, ni controlaría todos los poderes del estado, ni podría chantajear a la nación entera.  

Y por las mismas razones que deforman la relación del Estado de Nicaragua con el Derecho, razones de poder, los políticos electoreros en la Alianza Cívica, y también en la UNAB, pueden aceptar–¿no lo ha dicho ya con claridad angelical Mario Arana?—que la justicia, o sea, la aplicación de los preceptos de Derecho a que aluden, quede “para una futura administración”, e insisten en que la presunta salida de la crisis sea “constitucional”, es decir reformando las reglas dentro del andamiaje actual.  Peor aún, empiezan ya a sugerir (lo han hecho recientemente el mismo Arana y Michael Healy, el de los camiones heroicos) que “hay que ir”, aun “sin reformas”.  Ellos saben, y a nadie debe escapar, que esta decisión implica que Ortega, de “perder” las elecciones, se convertiría automáticamente en el diputado Daniel Ortega.

Pero, apartando estas tersuras jurisprudenciales, el meollo del asunto es este, se busque por donde se busque: ¿Puede alguien imaginarse que Ortega acepte, si algo de poder le queda, un trato que excluya inmunidad para él y su círculo?  Hacerlo, insisto, podría significar su muerte a manos del propio círculo, persecución legal y cárcel por crímenes de lesa humanidad, o un exilio bochornoso en Cuba, indigno ya del paladar primermundista del clan Ortega-Murillo. 

“Que nadie proteste”

El segundo reto para las fuerzas sobrenaturales de los electoreros es que Ortega tiene un miedo racional y razonable a permitir la movilización ciudadana que tendría que ser permitida para dar un barniz de legitimidad a cualquier proceso electoral. ¿Qué creen ustedes que pasaría si policías, paramilitares y francotiradores no impidieran el ejercicio de la protesta pública?

La celeridad y brutalidad de la represión, aun cuando se trata de pequeños grupos de manifestantes, demuestran más allá de cualquier duda que Ortega se sabe rodeado de odio, que Nicaragua es un polvorín, y que precisa sofocar la mecha antes de que el fuego haga contacto con la dinamita.  Siendo así, no parece sensato esperar que el Ortega que diga “acepto elecciones”, acepte también la movilización ciudadana que es norma en procesos electorales libres de sociedades democráticas…A menos que alguien garantice a Ortega que cualquier movilización será contenida, controlada, minimizada, de ser posible evitada.

¿Quién puede dar tal garantía?

El descontento es tan generalizado que el reto de encontrar un “liderazgo” capaz de hacerlo es enormemente complicado.  Los burócratas que desean y financian el esquema electorero desde el exterior, y los políticos de las élites, en la Alianza Cívica y—hasta la fecha, por más que digan “golpear la mesa”–en la UNAB, quisieran poder convencer a la población de esperar calmadamente dos años más, luego caminar en silencio sumiso al local de votación, confiar en sus libertadores sin chistar, aguardar los resultados que redistribuirían entre los poderosos el pastel del poder, y al final regresar a casa o ir a un templo a dar gracias porque el milagro ha sido consumado.

Eso quisieran, y para que el Kupia Kumi del Siglo XXI sea factible, tendrían que completar su tarea de desmovilización del pueblo democrático, iniciada con simbolismo siniestro en el momento en que Chano Aguerri deja de lanzar loas a Ortega en nombre de sus patronos Pellas, Ortiz Gurdián y compañía, y aparece como “representante del pueblo”, sentado en primera línea de la Alianza Cívica.

¿Quién tendría la misión de pedir a la población que no proteste? Pues por lo previsible hasta el momento el honor tendría que recaer sobre la “Gran Coalición”, el enjambre que dicen estar construyendo la Alianza Cívica, la UNAB, y los partidos zancudos que súbitamente–eso nos dicen, sin sonrojarse, los electoreros–son esenciales para la “unidad contra la dictadura”. 

“El que proteste es sapo”

¿Qué dirán, cuando llegue el momento? Ya elaborarán “científicamente” la forma del mensaje, pero el fondo sería algo así: “no salgamos a la calle, no protestemos; nuestra protesta será el voto, nuestra victoria vendrá con el voto; protestar sería sabotear la ruta electoral, la única posible”. O, para traducirlo al descarnado lenguaje de la calle: “el que proteste es sapo”.

¿Me equivoco? Regreso al comienzo: mejor prevenir que lamentar.  ¿Alguien cree a nuestros políticos incapaces de tales maniobras? De hecho, permítanme añadir una conjetura más, que seguramente causará cierto ardor estomacal y condena indignada a la paranoia de este servidor. 

El empeño en añadir una sigla más, un piso más al edificio azul y blanco, creando la “gran coalición”, tiene como impulso evidente la insistencia de los donantes extranjeros, burócratas ellos, muy ordenados en estas cosas.  Pero, fíjense bien, lo que supuestamente da el “gran” a la “gran coalición”, no es nada “grande”: es añadir la insignificancia política del Partido Conservador, del PLC y CxL.  Digo “insignificancia” a conciencia: ninguno de estos grupos es representativo de la población; más bien han sido excluidos por ella, que los ha dejado atrás y entiende que representan el pasado y el peligro. 

Por tanto, unirlos a la “unidad contra la dictadura”, no refuerza la lucha contra Ortega. Más bien la debilita: cualquier estudiante de secundaria sabe, o debería saber, que no todas las sumas aumentan, que un uno sumado a menos uno da cero. Pero para las élites, preocupadas, no por derrocar a la dictadura, sino por redistribuir entre ellos el poder sin perderlo colectivamente, el beneficio de la “gran coalición”, aparte del acceso a recursos de “la comunidad internacional” (¿ya hablamos de quiénes son estos?) es que les dará una base publicitaria para aseverar que la coalición representa a todos, y que quienes no estén en ella son extremistas, radicales que se niegan a participar en democracia. De esa manera, marginalizarán a las voces disidentes, en este caso aquellos que no se conforman con la repetición del ciclo dictadura-masacre-pacto-dictadura-y-violencia que ha manchado la historia de Nicaragua de sangre y atraso. 

¿Y cuál es la goma con la que esperan juntar las piezas disímiles que necesitan para el todo?  Se los dejo aquí, como una adivinanza; completen ustedes el texto:

Más valen en cualquier tierra

(mirad si es harto sagaz)

sus escudos en la paz

que rodelas en la guerra.

Pues al natural destierra

y hace propio al forastero…

Una foto en las tripas del poder

20 de diciembre de 2019

Cuando uno habla de que conspiran, de que son una macolla de corruptos, de que no hay que confiar en ellos, el coro que dirige la maquinaria propagandística de las élites lo ataca a uno de mentiroso, calumniador, divisionista, etcétera.

Pero hay que insistir en buscar y presentar la verdad. Queridos compatriotas, dejen que sus ojos vean lo que sus ojos ven: hay un mundito corrupto en Nicaragua, enlazado por intereses económicos, parentescos de sangre, conveniencia e inmoralidad.  Vive en las nubes del poder y en medio del hedonismo más egocéntrico que pueda imaginarse.

Desde esas alturas, queridos compatriotas, las vidas de ustedes tienen el aspecto de un espejismo lejano, de números pequeños, de detalles «minúsculos». En ese mundo todo es negociable; lo importante es procurarse espacio cómodo en la mesa.

Miren esta, por ejemplo. ¡Cuántos ilustres salvadores de la patria! Está el difunto Antonio Lacayo, cuya viuda Cristiana Chamorro parece estar, hoy en día, políticamente muy activa. Se la rumora con frecuencia candidata en la elección que las élites anhelan para salir de su inesperada crisis. Está también el excanciller «liberal» Francisco Aguirre Sacasa, quien hace poco hiciera una defensa rastrera del Ejército de Ortega («el Ejército de Nicaragua sigue cumpliendo su papel constitucional»). Y está Arturo Cruz, hijo de uno de los miembros de la Junta de Gobierno de Reconstrucción Nacional al inicio de la primera dictadura del FSLN, y luego del directorio de la Contra. Arturo ha dicho públicamente—cínicamente– que «a lo mejor» (parafraseo) haya que sacrificar las aspiraciones democráticas de los nicaragüenses, para tener gobernabilidad.

¿En quién se apoya cariñosamente Arturo? Posa su mano sobre el hombro, nada más y nada menos, que de Humberto Ortega, el hermano que da «el buen consejo» al dictador de El Carmen. La alabanza, por si no lo saben, viene del diario La Prensa, también propagandista pagado del Ejército.

¿Quién más en esta foto de próceres? Que no se nos escape el mercenario más reelecto del grupo, el tristemente célebre Chano Aguerri, asignado por sus patronos Pellas y Cía., hasta el 18 de abril de 2018, a la labor de construir la dictadura a imagen y semejanza de sus intereses comerciales, y desde el 19 de abril, transferido a la tarea de desmontar la crisis sin que caiga de la vitrina de sus jefes ni un vaso de cristal.  A partir de entonces, Chano representa al pueblo, según quisieran que creyéramos los propagandistas de la Alianza Cívica.

También está Nicho Marenco, exalcalde FSLN de Managua, y–aunque no lo parezca–excrítico de Ortega.  Marenco regresó abyectamente al redil dictatorial en julio de 2019, durante la celebración sandinista conocida como “Repliegue”. Sonrían, compatriotas, que aquí la historia les hace un guiño irónico.

Completo mi lista—hay otros personajes en la foto que no identifico; ayuden ustedes—con el general Álvaro Baltodano, antiguo miembro del ejército sandinista y en años recientes (que incluyen probablemente la fecha en que la foto fue tomada) convertido en “delegado presidencial para inversiones”.  Hermoso título. 

¿Qué aconseja esta foto? Desconfianza. ¿Qué documenta? La existencia de élites que escenifican disputas en público cuando la paciencia de los ciudadanos se agota y los corruptos necesitan acusarse mutuamente para salvar su propio pellejo.  Pero la mesa en que se sientan está ahí, ha estado ahí por largo tiempo; en ella al final buscan arreglo, a expensas del resto del país.  Así ha sido siempre.  En 2038 cumpliremos 200 años de existir como país independiente, pero las élites de herencia semifeudal colonial de Nicaragua vienen arrastrando estas mañas desde antes de aquella fecha.

¿Y nosotros? ¿Vamos a caer en la trampa de cerrar los ojos y confiar en la “unidad” que predican, supuestamente contra la dictadura en la que—cinismo de cinismos–todos ellos participan? ¿Vamos a caer en la trampa de resolver para ellos el problema—sí, para ellos—asistiendo a la farsa cruel de “elecciones” diseñada para redistribuir las sillas en su mesa? ¿Aceptaremos una vez más que la cruel recomendación de Arturo Cruz, de abandonar “por ahora” la aspiración de democracia caiga como una tonelada de concreto sobre las tumbas de nuestros mártires? ¿Seremos eternamente borregos de esta gente, por demás mediocre, hábil únicamente en las artes de la estafa?

Que no se diga en el futuro que no sabíamos. Queridos compatriotas, dejen que sus ojos vean lo que sus ojos ven.

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Los motivos de Brenes, el periodismo nicaragüense, y la reconstrucción moral del país

23 de noviembre de 2019

¿Cuáles son las razones por las que Brenes apuesta al régimen?, pregunta Oscar René Vargas Escobar. Yo, por mi parte, pregunto: ¿cuáles son las razones por las que el Papa Francisco apuesta a Brenes, las razones por las que la cabeza nominal de una institución ecuménica con dos mil años de antigüedad y evangelio permite a Brenes apoyar a un régimen genocida?

¿Qué intereses pueden ser tan poderosos como para que un Papa permita el acoso diario, la crueldad pública, la violación impune de sus templos, acciones que en otro tiempo y en otro lugar hubieran sido suficiente para lanzar excomuniones y llamar a curas y feligreses a defender la fe?

Sé que nada está oculto entre cielo y tierra, pero los secretos del Vaticano están en catacumbas. Ojalá que puedan periodistas investigadores penetrar en los salones oscuros donde estas misas negras se practican.

Para nosotros, nicaragüenses, responder a la pregunta del Sr. Vargas es mucho menos difícil. Ya hay información, y si no se ha profundizado en ella y publicado, es porque el periodismo nicaragüense, dominado por un círculo estrecho de individuos a través de generaciones y sometido a los mismos prejuicios que el resto de la población, con frecuencia se detiene en el umbral de la verdad.

Tradicionalmente el Alto ha venido de los dueños de los medios, la pequeña oligarquía de la información a la que me refiero arriba.  La aparición de las redes sociales y el debilitamiento de la prensa tradicional y de otros medios a los que la dictadura ha detectado en su mira, crean un paisaje algo distinto, más libre, hasta caótico, en el cual la información se resbala de las manos de los antiguos controladores como un pescado lucio. 

Sin embargo, el periodista nicaragüense vive, en estos tiempos de crisis, prácticamente al borde del hambre, vulnerable por tal motivo a presiones cuyo objetivo es domesticarlo, desarmarlo, impedir que sea parte de la fiscalización ciudadana y se vuelva más bien micrófono y parlante de las distintas facciones en disputa. 

Hay además otra amenaza: la autocensura.  La valentía del reportero nicaragüense ante el poder dictatorial y ante las condiciones que este crea es indudable, pero también es aparente que el reportero ve ciertos tópicos como tabúes; ciertos temas hay que tratarlos con extrema mesura, ciertas falsedades hay que dejar pasar a ciertos que las emiten, ciertas insistencias hay que evitar, hay que darle a ciertos personajes el beneficio de la duda, hay que darles el tiempo que necesiten en el micrófono, y no hay que contrariarlos ni contradecirlos. 

Personajes, por ejemplo, como el más alto prelado de la Iglesia Católica, e incluso los altos exponentes de la Alianza Cívica.  Y así, el mismo reportero que cuestiona y desafía con justa altanería al funcionario orteguista, calla ante la incongruente respuesta del opositor, ante el cinismo del prelado, y calla incluso la noticia que sabe sobre éste, evita profundizar en ella, no dedica tiempo a escarbar la verdad que yace apenas a milímetros de la superficie.

Por eso, investigar (¡y publicar!) las razones por las que Brenes apuesta al régimen, develar sus motivos, constituye una contribución fundamental–desde el gremio periodístico–al cambio de dirección que busca la sociedad, a la construcción de aquello que uno de los periodistas más emblemáticos de Nicaragua, Pedro Joaquín Chamorro, llamó la “estructura moral” del pueblo.  Un reto que el nuevo periodismo, el que apuesta por un futuro en democracia, no puede rehuir.

Después de Bolivia, ¿por qué no responde la UNAB?

11 de noviembre de 2019

Durante muchos días he venido pidiendo públicamente a la Unidad Nacional Azul y Blanco (UNAB), que responda a una pregunta muy directa: “¿Aceptan al genocida Ortega o su designado como candidato legítimo en un proceso electoral?”

La respuesta, tanto desde el punto de vista moral como estratégico, debería ser un categórico NO.  Creo que la dimensión moral no requiere explicación.  Desde el punto de vista estratégico, hago un resumen: permitir a Ortega o su designado como candidato legítimo en un proceso electoral implica que se den al tirano garantías que para él son mínimas, como impunidad legal y la manutención de su control sobre los recursos que lo protegen– paramilitares, espías, sicarios, policías, soldados, empresas, canales de televisión.  

Así de simple, y así de claro.  Nadie que no pueda obligarlo a renunciar puede obligarlo a renunciar a estos recursos siniestros, ni a su voluntad de usarlos.  Y si pueden obligarlo a renunciar, ¿por qué conformarse con menos?

Ortega está dispuesto, porque fuera del poder lo pierde todo, a resistir con todo, a mantenerlo todo, a impedir todo lo que sea una amenaza.  Esta es una situación que no se ha vivido antes en la historia moderna de América Latina.  Otros tiranos han tenido la opción de gozar sus fortunas en Estados Unidos o Europa.  Pero la espada de Damocles de los crímenes de lesa humanidad pondría a Ortega, a Murillo, y a otros de su círculo cercano, en una posición parecida a la de los nazis alemanes en la postguerra, blancos legales y legítimos de una cacería. Él lo sabe. ¿Puede dudarse que lo sepa?

Por tanto, la propuesta de elecciones con Ortega, aparte de ser repugnantemente inmoral por legitimar el genocidio y al genocida, es repugnantemente inmoral por condenar al pueblo nicaragüense a la esclavitud más áspera, bajo un reino de sicarios que con seguridad sería heredado por el Chigüín.

¡¿Por qué entonces les cuesta tanto a los opositores ponerse del lado de la moral y de la democracia, de los derechos humanos y de la justicia y decir, simplemente: no aceptamos que Ortega o su designado sean candidatos en el proceso electoral que buscamos para Nicaragua?!

La respuesta de la Alianza Cívica

La respuesta oficial de la Alianza ha sido pasar por alto la historia y la lógica política, y vender la ilusión de un proceso electoral limpio, pacífico, democrático, en el cual una aplastante mayoría de votantes se expresarían contra Ortega, quien entregaría el poder dócilmente; luego la nueva Asamblea Nacional aprobaría leyes que democratizarían las instituciones.  

Es decir, una transición casi incolora, como las gratamente olvidables que podrían ocurrir de una administración a otra en cualquier democracia europea. 

¿Por qué lo hacen? Porque de esa manera domestican a la bestia de la rebelión; porque de esa manera adormecen a una parte de los ciudadanos que quisiera, de buena voluntad, que el mundo fuera así. Quieren creer, y algunos creen, a pesar de la evidencia terrible, a pesar de saber que quienes venden el espejismo del oasis son precisamente los constructores del desierto.

Y a juzgar por las últimas declaraciones de Mario Arana, presidente de Amcham, la cosa va de mal en peor: Arana ya habla de irse a elecciones con Ortega “con reformas o sin reformas”.  Que se entienda: sin reformas quiere decir con el mismo Consejo electoral, con la misma policía y los paramilitares sueltos intimidando a los votantes, con el mismo control autoritario en todas las instituciones; y significa también que Ortega, de aceptar su derrota, se convertiría en el Diputado Ortega, inmune por ley.

La respuesta de la UNAB

Casi un total silencio, excepto algunos comentarios dados en entrevista por Haydée Castillo, del Consejo Político, y en escrito reciente de Félix Maradiaga, también del Conejo Político de la UNAB.  Ambos dicen estar en contra.

Más adelante comentaré lo expresado por Maradiaga, quien es hasta la fecha el único político de la agrupación que ha tenido a bien contestar por escrito, en bastante detalle; pero primero permítanme añadir que desde la Unidad vienen, en privado, comentarios, y se ponen en contacto con el suscrito, para insistir en que “no podemos controlar si Ortega es candidato, y por tanto…” 

Ante mi insistencia en los temas ético y estratégico, la respuesta es más o menos un “vos no entendés la política de este país”.  Y yo pregunto: ¿si es tan evidente mi ignorancia, y si ellos tienen razón, por qué entonces no dicen SI, vamos a elecciones con Ortega, y nos convencen a todos de que tal proceder es ético y práctico? 

Yo los invito, como decimos en Nicaragua, a que me asareen, a que demuestren mi “mal análisis”, para usar la frase de Mario Arana, y dejen claro, para que el resto de los ciudadanos sepa, cuál es el camino que piensan correcto.

La respuesta del vocero de UNAB

La UNAB, me dicen todos, no tiene voceros. No hay nadie a quién preguntarle la postura oficial de la organización. Los miembros de la UNAB que se atreven a hablar en público acerca del tema que me ocupa, insisten que “esta es mi posición personal, yo no puedo hablar en nombre de la UNAB”.

La postura de la UNAB

La UNAB, me dicen todos, no tiene una postura oficial sobre el tema de aceptar o no ir a elecciones con Ortega. Esta imposturación aparece en varias modalidades.  Una es “somos 90 y tantas organizaciones, y es difícil ponerse de acuerdo”.  Otra es, “primero vamos a organizarnos y después estudiaremos los escenarios” (la UNAB existe desde mediados del 2018, hace más de un año; los escenarios son de vida o muerte y todo el mundo parece haberlos estudiado ya).  Finalmente, una tercera: el único órgano de la UNAB que puede pronunciarse es la “Asamblea Ciudadana” (no sé cómo expresar mi perplejidad).

La explicación de Maradiaga

Como soy, dicen algunos de la UNAB, un “obstinado”, voy de sabueso buscando el rastro de la respuesta a mi pregunta. Y entonces me topo con la huella que deja Félix Maradiaga en mi Facebook.  

No me tomen a mal.  Yo aprecio la inclinación de Maradiaga a mostrarse respetuoso, y a hacer lo que la inmensa mayoría de los nuevos políticos no hacen: detenerse, dar la vuelta y dar la cara, y aceptar que los ciudadanos tenemos derecho a preguntar, a insistir, y a incidir. De paso dejo aquí la campanita de alerta, porque si así son en la llanura, imagínense las ínfulas que desarrollarán en el poder que anhelan.

¿Qué dice Maradiaga?  Lo primero, y esto también lo distingue de casi todos, es la contundencia de su postura personal: “sería inmoral”, dice, “tener a Daniel como candidato”, y “no creo que el dictador Ortega tenga derecho a ser un candidato legítimo a ninguna elección”.  Con estas palabras en el registro público el pueblo podrá juzgar la conducta futura de Maradiaga.  Y es muy decidor que los demás no quieran comprometerse con similar firmeza.

El misterio de la “Gran Coalición”

Sin embargo, hay aspectos de la explicación que sigue–las razones por las cuales no habría una postura oficial de la UNAB—que me parecen problemáticos. Según Maradiaga, lo que pasa es que “la Unidad Nacional y la Alianza Cívica están llevando a cabo un proceso de construcción de una Gran Coalición”. ¿Una “Gran Coalición”? ¿Y no era eso la UNAB, la Alianza Cívica más 90 organizaciones que no logran ponerse de acuerdo ni para nombrar un vocero?

He preguntado a Haydée Castillo y a otros que quién falta en la coalición, y me han dicho que “faltan partidos políticos” y faltan organizaciones tales como la “Unidad Médica”.  Esta última se ha vuelto importante en las racionalizaciones de los políticos.  Lo digo porque vi, en una reciente conferencia de prensa, que la Alianza mencionaba la adhesión de este grupo de médicos como un hito.  

Muy bien, pero ¿cuántos trámites y negociaciones y cuántos meses hacen falta para que más organizaciones de ciudadanos digan “yo me incorporo a la lucha”? ¿Y cuántas más hay que han quedado “huérfanas”? ¿Qué es lo que hace tan difíciles estas negociaciones? ¿Y por qué todas tienen que estar bajo el mismo techo?

¿Y cómo, si no pueden coordinarse entre los que están desde hace más de un año, van a meter a más gente a una organización que parece no encontrar la forma de caminar juntos?

¡Ah, los partidos!

Lo peor es, sin embargo, lo de los partidos.  Cuando se habla de “los partidos”, en la UNAB cunde el pánico: nadie quiere aceptar que se trata de los partidos zancudos de Nicaragua, con los que la dictadura se maquilla y a los que compra por unas escasas pero suculentas migajas.  El PLC, por ejemplo, cuyos miembros reciben salarios en altos puestos del gobierno y la Asamblea Nacional. Idem el Partido Conservador.  Y por supuesto, la estrella de Belén de los políticos pactistas, el ya infame CxL, partido que aceptó, sin el menor remordimiento, y después de la masacre del año pasado, acompañar al FSLN en su farsa de elecciones regionales a comienzos de 2019. 

Los rubores, y un tren

Hay que reconocer que en la Alianza Cívica no exhiben rubor alguno al hablar de «los partidos», pero de nada nos sirve ver el rojo en los rostros de la UNAB si de todos modos terminan haciendo lo mismo.

¿Cómo se justifican? De esta manera: los políticos de la UNAB pueden estar “en contra” de que se busque un pacto con los partidos zancudos, pero como la Alianza tiene, para citar a Maradiaga “autonomía en sus decisiones y… tienen un plan de acercamiento con diversas expresiones políticas del país”, pues la Alianza se encarga de la tarea.  La UNAB no toca al cadáver, no deja huellas en la pistola, pero el muerto está ahí.  Al final los políticos de la UNAB están en la vela porque “hay que estar”, pero “no es que quieran”. 

Esta es una manera de evadir la responsabilidad moral y estratégica, sin bajarse del tren. ¿Qué tren?  Pues el tren [duele decirlo] zancudo, el tren que lleva a las elecciones con Ortega que en la UNAB no se atreven a declarar inaceptables, el tren donde viajan todos los políticos de viejo cuño que, junto a los personajes y patrocinadores de la Alianza, son precisamente los culpables de la tragedia nicaragüense.

Bolivia, Bolivia

Después de lo que hemos visto en Bolivia, la claridad en la postura personal de Félix Maradiaga debería extenderse a la organización en la cual él es dirigente.  Porque no basta con decir “estoy en contra de elecciones con Ortega” si siguen construyendo la alternativa que únicamente sirve a “elecciones con Ortega”.

La “Gran Coalición” no tiene otro propósito que este.  No hay que ser un politólogo genial o un mago para entenderlo, ya que ni siquiera lo ocultan los principales actores políticos de la Alianza, y hasta uno que otro personaje cercano a las organizaciones de la UNAB. 

Todos leen del mismo libreto. Todos parecen dispuestos a atravesar cualquier tormenta intempestiva, a ignorar cualquier queja, a hacerse los sordos ante el clamor del pueblo de Nicaragua que no quiere más Kupia Kumis, a pasar por encima de cualquier duda, a olvidarse de la historia y de la lógica política, porque “hay que estar ahí”, en el tren del futuro poder, el que justifican como vehículo de democratización, e imaginan como una repetición del adquirido por la UNO en 1990, que trajo alguna distensión política (relativa, al menos se detuvo la guerra civil, aunque hubieran asonadas y asesinatos), y muchos, muchos puestos, becas, ministerios, embajadas, presidencias, y diputaciones.

De nuevo, Bolivia.

Pero Bolivia ha sido una especie de tribunal y juicio para los impulsores de todas estas sopas de siglas, de estos diálogos nebulosos, y sobre todo para los que se negaron a apoyar al pueblo cuando el pueblo tenía las calles, y luego han hecho de todo para quebrar la voluntad de cambio de los jóvenes. 

Miren los resultados, miren las fotos de la oposición actual; y mírenlas pronto, porque si pensaban que era un contrasentido que en ellas aparecieran agentes del gran capital que hasta el 18 de abril de 2018 eran propagandistas del orteguismo, las imágenes que el pactismo construye son todavía más ofensivas, más insensibles, y más destructivas.  

Ya se ven surgir, desde las sombras más tristes de nuestro pasado reciente, los perfiles, los fantasmas que creíamos por siempre sepultados.  Pero no, ya está Alfredo César en la foto.  ¿Quién seguirá? ¿Y de qué servirá? O, mejor dicho: ¿a quién servirá?

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