18 de junio de 2020
Este video, que circula en las redes sin firma, pero es claramente auténtico, documenta la transmisión de órdenes de genocidio por parte de Daniel Ortega, y da algunos detalles de cómo dicho genocidio se organizó. Es evidencia que debe ser usada en el juicio del tirano y de todos sus cómplices.
Es también evidencia que los políticos de oposición no pueden ignorar: no tienen derecho, ni permiso de la ciudadanía, ni la ciudadanía puede otorgar tal permiso. Cualquier político que continúe hablando de elecciones, con o sin reformas, en las cuales se permita la participación de gente incriminada en este video, o sus designados, es cómplice de obstruir la justicia, de dejar en la impunidad crímenes de lesa humanidad que están ampliamente documentados.
Que la Alianza Cívica, CxL, PLC, y otros [¿Cuál es, a fin de cuentas, en blanco y negro, sin evasivas, la posición de la UNAB?] sigan buscando elecciones para «derrotar» a Ortega es sencillamente un crimen encima de otro crimen. La mancha de sangre cubre a todos los que participen en ese proceso. No se equivoca un colega cuando observa que la meta de Ortega, desde el inicio de la crisis, fue ir a elecciones en 2021, y que esa es ahora una meta que comparte con los políticos de las organizaciones arriba mencionadas.
Un crimen sobre otro crimen.
Imagine el lector que alguien se mete por la fuerza a su casa, mata a su familia, y usted lo invita a cenar. Esa invitación a cenar es la que tercamente quieren imponernos, y hay que exigir que la retiren a las figuras públicas que dicen representarnos, y que llevan a gobiernos extranjeros el mensaje de que todos queremos invitar a cenar al asesino. Hay que reclamarlo a los que aparecen como figuras de liderazgo público en la Coalición Nacional, por ejemplo, como Juan Sebastián Chamorro, quien insólitamente dice que no hay que «demonizar» las elecciones, como Félix Maradiaga, y otros [menciono a estos dos en particular porque fueron el rostro del lanzamiento de la Coalición], que parecen dejar siempre un resquicio para el aterrizaje suave electoral en medio de la denuncia en apariencia inflexible contra el régimen, al responder que «en este momento no hay condiciones«. Señores: ¿ustedes creen que es asunto de «condiciones», permitir que un genocida participe como cualquier ciudadano en una competencia por el poder?
Hay que deshacer esa doblez sin mucho protocolo: no es que «en este momento no hayan» condiciones, es que NO SER responsable de un genocidio es CONDICIÓN ELEMENTAL para poder participar en una elección democrática. Eso asumiendo–temerariamente, ingenuamente, o cínicamente, escoja el lector–que pueda organizarse una elección democrática bajo la tiranía más despiadada de América Latina, que practica ahora un nuevo genocidio: la guerra biológica contra el pueblo de Nicaragua.
Dos editoriales infames (dictadura, gran capital, y los esperadores)
30 de abril de 2020
En un foro de redes, el respetado economista Dr. José Luis Medal ha comentado que la oposición nicaragüense, junto a sus aliados internacionales, debería dar un plazo perentorio de tres meses a la dictadura para establecer condiciones en las cuales pueda darse una elección democrática. De lo contrario, se estaría marchando hacia un proceso fraudulento e inútil, porque el pueblo se abstendría de participar. No tendría sentido, desde su punto de vista, seguir esperando.
Si algún problema tengo con este argumento, es que de entrada considero imposible que los tiranos den un viraje radical y permitan elecciones libres, reconozcan los resultados, y den paso a los procesos judiciales que inevitablemente enfrentarían. Pero como un desafío a la seriedad de los políticos y un llamado a despejar cualquier remanente de duda acerca de la voluntad del régimen, no tengo nada que objetar a la propuesta del Dr. Medal: que demuestren, los participantes en esta danza macabra de dos años, que no se trata nada más de tácticas dilatorias que solo consiguen alargar el sufrimiento del pueblo y causar desesperanza.
¿Por qué no lo hacen?
Mi hipótesis, y la de cada vez más ciudadanos democráticos, es que la dictadura es mucho más que una pareja de psicópatas encerrada en su ciudad prohibida de El Carmen. Enfrentamos todo un sistema, que incluye a los milmillonarios que antes del 18 de abril de 2019 sonreían en la foto con Ortega, pero ahora conversan con él en privado lo que sus agentes en la Alianza Cívica y la fantasmagórica Coalición Nacional balbucean en un acto barato de ventriloquía. A este acto se han plegado los esperadores, políticos que quizás no gozan de un afecto de primera marca entre los potentados, pero tampoco están dispuestos a enfrentarlos, ni a luchar por el derrocamiento de la dictadura; han decidido esperar a que caiga de pudrición, y atrapar al vuelo, la fruta del poder; o, si se quiere una imagen menos vegetal, abalanzarse, como los niños hacen, sobre los dulces que caen de una piñata que otro quebró.

La dictadura, los conspiradores del gran capital, y los esperadores de la oposición, son culpables de que el sufrimiento de las grandes mayorías se extienda en el tiempo. Y quienes se dicen opositores y aceptan participar en este juego merecen la condena de la ciudadanía, hoy moral, mañana política: que no logren su cometido, que no alcancen los cargos y prebendas por los que sacrifican el bienestar del pueblo.
En el fondo, el trío dictadura-conspiradores-esperadores representa colectivamente los intereses de élites distantes de la mayoría de los nicaragüenses; élites que juegan sus juegos a espaldas del pueblo, que desconfían del pueblo, y hasta le temen. Sus razones tendrán, digo yo, para temerle. Pero es muy claro que tienen algunas metas en común. En particular, todos han trabajado casi desde el inicio de la crisis, hace dos años, para que el sistema político aterrice suavemente.
Dos editoriales infames
Con la torpeza prepotente que es habitual en ellos, y que es solo menor que su alevosía, el trío nos da evidencia tras evidencia de sus intenciones. La más reciente es la publicación simultánea, por casualidad, en la misma fecha, en La Prensa y Confidencial, de dos editoriales que –aparentemente alarmados ante las exigencias de la población–llaman a los nicaragüenses a seguir… esperando.
Ambos son, a cual más, insultantes, escupitajos en la cara de los nicaragüenses democráticos, sal en la profunda herida del pueblo, y una grosera e inhumana expresión de desprecio hacia las víctimas y sus familias.
El de La Prensa–que dicho sea de paso avergonzaría moral y literariamente a Pedro Joaquín Chamorro y Pablo Antonio Cuadra–es particularmente agresivo. “Algunos opositores sostienen que no se puede ni se debe hablar de elecciones mientras Daniel Ortega y Rosario Murillo permanezcan en el poder“, inicia. “Se trata de personas radicales…”, prosigue, en tono desesperado, atropellando la lógica, la historia y la sintaxis, para concluir (yo diría que prácticamente confesar) que hay que ir a elecciones con Ortega, ya que “ningún gobierno cae si no se le hace caer”. Esto, en la mejor traducción que conozco, está a milímetros de “mirá, no lo vamos a sacar, mejor entendámonos con él”.
En el mismo espíritu, y debe ser un espíritu el que crea estas casualidades transoceánicas, el conocido político español Ramón Jáuregui nos envía desde la distancia la hoja de ruta de un pacto. Que don Ramón use esta palabra, en publico y sin pudor, ante nicaragüenses, da una idea de cuán poco entiende el país. Pero el resto de su muy autoritativo texto merece, en algunos puntos claves, traducirse del fariseo al castellano. Que el Sr. Jáuregui sea vasco y yo nicaragüense no quiere decir que no tengamos una lengua en común.
Lo primero que llama la atención –y enciende la indignación– es que salga otra vez con el cuento de que somos como una familia dividida, en la que ambas partes son “legítimas”. “Dos Nicaraguas viven juntas”, dice don Ramón, “Un gobierno legítimo…” …De ahí en adelante, por más críticas que haga al régimen, al que sin embargo llama “heredero de una revolución heroica…que sostiene un aparato partidario…muy extendido en el territorio”, el punto de partida lo ha contaminado todo. No se le hubiera ocurrido, al político del PSOE, exaltar la legitimidad de Franco, por ejemplo. Pero nosotros, en la lejanas Indias, no merecemos tales consideraciones.
Y lo que viene después es peor, y es ahí donde dictadura, conspiradores y esperadores coinciden:
1. «Las elecciones deben celebrarse en 2021, en la fecha prevista para el fin del mandato presidencial actual.»
Traducción: ¿Cuál es la prisa?
2. «Cese absoluto de la represión, acompañado de un compromiso de paz ciudadana. La paz social y económica del país no debe ser puesta en cuestión por nadie. La oposición debe reiterar su apuesta pacífica por la democracia.»
Traducción: Que la dictadura diga que permite las protestas, a cambio de que la oposición las impida. Que los políticos le digan a la gente: «no protestemos, mejor esperamos al día de la votación».
3. «Memoria y justicia sin revanchas. Pasadas las elecciones, el Parlamento debería crear una comisión de investigación sobre lo ocurrido en el país a partir de abril de 2018 bajo la premisa de una memoria reconciliada y no repetición, otorgando justicia reparadora a todas las víctimas. Memoria y justicia sin revanchas.»
Traducción: «Justicia sin revanchas» quiere decir «justicia sin sentencias, nadie puede ir a la cárcel, ya pasó todo«; «memoria reconciliada y no repetición«, es «hagan las paces con los asesinos, pero escriban un reporte y prometan que no vuelve a pasar«; «otorgando justicia reparadora» es «denle algo a las familias para que puedan pasar la página; algo, una casita, una pensión«.
Todo esto es de una bajeza moral y un cinismo tan extremo, que lo menos que podría esperarse de quienes conservan alguna decencia y algún pudor, o como decían antaño los mayores, temor de Dios, es que lo rechazaran, lo denunciaran, y buscaran como hacerlo imposible.
Tienen la palabra, políticos opositores. El pueblo los observa. Escojan: o participan en un pacto que es compraventa de esclavos, o se ponen del lado de la lucha democrática.

No es lo mismo, ni es igual, caer que aterrizar suave. (Managua, París, Dios y el Diablo)
28 de abril de 2020
Sería hasta chistoso que yo dijera estar de acuerdo con el comentario de Félix Maradiaga, quien dice estar de acuerdo con el contenido de mi artículo https://ciudadanoequis.org/2020/04/27/aritmetica-del-sueno-democratico-y-un-tanque-de-guerra/. Me sentiría que estoy hablándome a mí mismo: «Te felicito Fran, has dado en el clavo, estoy de acuerdo con vos»; «gracias», Fran». Sería también triste olvidar que la vanidad de vez en cuando arma berrinches y pide esos gustos. Es consuelo de tontos saber que el monstruo es así, que se va con cualquiera, que es incurablemente promiscuo.
Lo importante, una vez que yo y yo nos hemos entendido, es caer en cuenta de que estar de acuerdo en principio (de palabra) no es suficiente, si no logramos que estos principios sean abrazados por la mayoría, y que la minoría que se dedica de lleno a la política (siempre ha sido una minoría), se percate de ese abrazo mayoritario, y lo comparta.
Yo creo que si algo se ha ganado en medio de la derrota táctica de Abril (la victoria estratégica está en el horizonte) es que la población se ha alejado de manera aparentemente irreversible del espejismo autoritario de las vanguardias, de los mesías, y de las soluciones utópicas (como la de ir a elecciones con el tirano), y por consiguiente el terreno está más fértil que nunca para propuestas que tengan un espíritu similar al de la que expuse en mi artículo: autogestión, autogobierno, dispersión del poder, desmilitarización, despartidismación, Constituyente democrática.
Donde no hemos avanzado mucho es en la postura de la minoría a la cual me refiero. Muchos de ellos han, sencillamente, claudicado ante los demonios del pasado, los de la opresión secular. Se arrodillan ante los dueños de la plantación postcolonial, les sirven a cambio de mendrugos. Otros vacilan como veletas en un viento indeciso; indecisos ellos, con miedo a optar entre principio y oportunidad. A mis ojos, lo he dicho antes, parecen gente que quiere el mango pero no quiere cortarlo, quiere que les caiga en las manos.

Una conocida dirigente de la UNAB (me reservo por hoy su nombre, porque hizo el comentario en una llamada de acceso restringido) lo confesó de esta manera: «tenemos que estar preparados para cualquier ‘salida’, ya sea elecciones (con Ortega), o luchar para desconocerlo, derrocarlo, formar un gobierno de transición; no debemos ver estas alternativas como que una compite con la otra».
Es decir, según esta dirigente, da igual. Llegaremos a «la meta», según ella, tanto si se derroca a la dictadura como si se acepta que los miembros de una pandilla criminal marchen, como niños de primera comunión, a la gran ceremonia de la democracia. Naturalmente–no creo que sea necesario explicar otra vez que una «elección con Ortega» legitima a los tiranos y estira en el tiempo su poder–esta visión chocó contra una pared que, por el ethos civilizado de la llamada, fue de escepticismo.
Modales aparte, quedó claro que la postura de la dirigente es oportunista. Quiere (quieren) estar bien con Dios y con el Diablo. Quieren que una población cansada de su palabrería, secretismo y maniobras palaciegas, vea en ellos a luchadores que van por las metas populares: desmantelar la dictadura, hacer justicia, fundar la democracia. A la vez, quieren que los poderes fácticos (los milmillonarios, los viejos zorros que se esconden tras oenegés, y los burócratas de la diplomacia internacional) los vean como socios dóciles, «razonables», listos a negociar hasta el hastío, a interpretar el libreto que les dictan los ingenieros del «aterrizaje suave». A veces, y esto es lo peor, ¡hasta parecen querer que Ortega y su clan «pierdan el miedo»! Lo he puesto entre comillas por más de una razón. La más preocupante, incluso tenebrosa, es que he leído la frase algunas veces en comentarios de activistas de la Alianza-UNAB. Y por supuesto, si no tenemos París, siempre tendremos el cinismo de políticos de la vieja guardia [escriba los nombres aquí] que aconsejan, sin pelos en la lengua, que en una negociación con Ortega «algo hay que darle».
Todo esto para decir que no «da igual». Que de nada sirve recitar el credo sin cumplir los mandamientos. Que ya se sabe que París bien vale una misa y por tanto es sabio el pueblo que increpa a quienes muy en público se dan golpes en el pecho.
De quienes dicen «estar de acuerdo» exigimos más. No basta que declaren su simpatía por nuestra causa, ni que nos digan que siguen luchando, que aunque no veamos ninguna evidencia ellos trabajan incansablemente para «aumentar la presión» contra el régimen. No basta que digan querer «la renuncia de Ortega», si sus actos no demuestran que buscan el derrocamiento de Ortega, es decir, si siguen hablando de elecciones con Ortega «aunque en este momento no hay condiciones«, si no rompen con quienes abiertamente insisten en un «aterrizaje suave». Porque el avión que bajaría intacto sería el sistema dictatorial.
Aritmética del sueño democrático (y un tanque de guerra)
27 de abril de 2020
Democratizar=desarmar al Estado=no más Policía Nacional, sino policías municipales independientes del gobierno central=desmilitarizar y descomercializar el Ejército=dispersar, atomizar el poder del Ejército, transformarlo en fuerzas separadas e independientes entre sí, de Defensa Civil, de Protección de Fronteras, y de Recursos Naturales, sin tanques ni armas de guerra, sin negocios «propios», dependientes exclusivamente del presupuesto nacional =todas las empresas «del Ejército» deben regresar al Estado, y de ahí, si amerita y conviene, deben ser vendidas=dispersar el poder del Estado, atomizarlo, descentralizarlo=dispersar el poder dentro de los partidos políticos=que los partidos políticos no puedan reelegir a sus líderes, que sus líderes sean electos de acuerdo a votación bajo leyes nacionales=disminuir el poder de los partidos políticos a través de todos los mecanismos posibles, incluyendo la suscripción popular, la elección de candidatos por zona, no por lista de partido=todo para aumentar el peso, el poder y el papel del ciudadano, para que todos los centros de poder sean más débiles y dependan de la voluntad de la mayoría. Junto a esto, en paralelo=democratizar la economía=eliminar monopolios y luchar por medios legales, tributarios, crediticios, políticos, educativos, y de comercio internacional, contra la grotesca concentración de la riqueza en manos de unas cuantas familias que hace imposible la democracia. Junto a esto=hacer que la Constitución no pueda cambiarse fácilmente, que cualquier iniciativa de propuesta tenga que pasar primero, por abrumadora mayoría, en la Asamblea, luego ser aprobada en Convención Constituyente, y que NUNCA NINGUNA reforma reciba aprobación final sin un referendo con amplia participación popular y amplia mayoría. Junto a esto=que la Constitución destaque los límites del poder ante el derecho del individuo, y haga de esos límites una muralla sagrada. Junto a esto=que seamos, los ciudadanos, feroces centinelas de esa muralla=Ni perdón ni olvido; no más segundas oportunidades a políticos que deshonren sus promesas, que hablen con lengua retorcida, con doble discurso; ¡tolerancia cero para ellos! especialmente si ya estuvieron en el poder y abusaron de él–o apoyaron el abuso= ¡Justicia!
Si esto le parece difícil, si le parece costoso, compárelo con la penuria y los costos de vivir bajo opresión, dictadura tras dictadura, sin nutrición y educación adecuadas, sin salud pública, con el escape a otras tierras convertido en la única esperanza, dejando atrás el país hermoso que entregamos al futuro transformándose en desierto y ruinas.
Haga usted su propia aritmética. Empiece por recordar que la economía del país hace medio siglo estaba más o menos a la par de la costarricense, y hoy produce, año tras año, una quinta parte. Sume, calcule. Dígame que los números del sueño democrático le parecen ilusorios, utópicos, que hay que ser «realista», que no se puede, y que por tanto no se debe intentar, que no hay remedio.
Y me explica también de qué sirvió comprar este tanque de guerra, matar con él, luchar contra él, capturarlo, exhibirlo, dejarlo morir bajo el sol y el sarro. ¿Cuántas vidas costó este esperpento de lata? ¿Cuántas costó antes de disparar? ¿Cuántas en combate? ¿Cuántas desde que es monumento?
Un tanque –deberíamos repetírnoslo todos los días– mata aunque no dispare.
¿Todavía no le salen los números?

La quema de libros, un vuelo de langostas, y otras reflexiones sobre cultura política criolla
26 de abril de 2020
Para “conciliar visiones e intereses” (frase que cito de un amigo), no hace falta parar de pensar (la única forma en que el ser humano puede dejar de cuestionar su mundo, siempre imperfecto). Que el llamado a suavizar o detener la crítica se escuche con frecuencia en círculos opositores de Nicaragua se debe en parte a que la cultura política de las élites criollas, y de las pequeñas clases “medias» (que como en todas partes del mundo, las imitan), es alérgica al pensamiento analítico. Las élites nicaragüenses son visceralmente anti-modernas. Padecen una miseria intelectual que es dolorosamente evidente. Desdeñan la cultura con toda la prepotencia que les da una letal combinación de poder e ignorancia.
Los principitos intocables
Es imperioso cambiar el rumbo que ellas han marcado para nuestra cultura política. En este siglo XXI, que amanece fértil para la auto-convocación, para la auto-gestión, podemos hacerlo. Precisamos hacerlo. La democracia requiere buscar perennemente la verdad; solo puede subsistir en aguas que corran limpias: los charcos estancados y oscuros son paraísos de sapos de todos los colores.

Por tanto, si para hacer alianzas y dirigir consensos los políticos exigen que se les trate como principitos intocables—eso quisieran aparentemente muchos de los “nuevos opositores”—hay que obligarlos a buscar otra ocupación.
Que los principitos no conquisten el poder o, cuando termine el actual, estaremos en camino hacia un nuevo ciclo autoritario.
¿Cambiar las personas, o cambiar el poder?
Por eso no se trata solo de quitar a un tirano. No es solo cambiar las personas que ocupan el poder. Esto ocurrirá, naturalmente, si se atiende lo esencial: cambiar el poder mismo. Descentralizarlo, dispersarlo, atomizarlo. Y no solo el poder de las instituciones políticas, sino el poder económico. Es la forma y distribución del poder lo que hay que cambiar radicalmente.
¿Puede ser «excesiva» la crítica?
Me dice una amiga, lamentándose, que el proyecto democrático de don Enrique Bolaños fue víctima del exceso de la prensa, que exigía demasiado a un gobierno bien intencionado pero débil. «Criticaron sin piedad al buen presidente», me dice. Yo pienso que el problema no fue que criticaran a don Enrique, sino que no criticaran con igual determinación a sus adversarios. Había que hacerlo, no solo por el peligro inherente del poder, que es universal, sino porque en Nicaragua existía una deformación particular: había dos gobiernos, pero solo se criticaba a uno, al oficial, al de don Enrique.
«El enemigo es Ortega, unámonos todos, no seamos divisionistas»
De todos modos, la experiencia que cita mi amiga contiene una gran lección para el presente, ya que hay un coro interesado en que la crítica política se dirija exclusivamente al círculo más estrecho del orteguismo.
No solo pretenden que se exima de cuestionamientos a los opositores actuales–gravísimo error, porque ser opositor a una dictadura no hace a nadie demócrata–también quieren que se trate con guantes de seda a gente que ha participado o participa en las estructuras de poder del Estado, como la cúpula militar. «El pueblo es injusto con el Ejército», dice Humberto Belli. «El Ejército tiene gran respeto entre los productores del Norte», dice Francisco Aguirre Solís, mientras La Prensa publica un suplemento especial en homenaje a las fuerzas armadas, con sendos discursos de una página cada uno firmados por el tirano y por el jefe del Ejército.
A ellos, y a todos, pregunto: ¿No estaría mejor Nicaragua si después de 1990 se hubiera hecho crítica constante, implacable e insistente a la oposición de entonces? ¿No estaría el país en otra situación si el objetivo primordial, fundamental, dominante, supremo, hubiera sido desmantelar la capacidad de intimidación del FSLN?
El vuelo de las langostas iletradas
Parte del problema, permítanme proponer, es esta: la ausencia de una visión de país, y falta de vocación democrática, entre los grupos de la élite que capturaron la Presidencia y el Congreso a partir de 1990.
Poco interés en construir la democracia demostraron. Incluso podría decirse que en cuanto a democracia demostraron ser analfabetas. Yo diría que fue (y es) tanta su ignorancia en estas artes, que no son siquiera conscientes de su ineptitud (¿una manifestación más del conocido efecto Dunning-Kruger?).

Al faltarles conciencia, su conducta es dictada por el hábito, por la maña aprendida y heredada. Por eso los noventa del siglo pasado, vistos desde el aire, muestran una nube de langostas llegando del extranjero a Nicaragua, en busca de lo suyo, a costa de lo que fuese, siguiendo los métodos de siempre, en la persecución del interés más estrecho. No regresaban como patriotas llenos de sueños, reformados por la experiencia de vivir la democracia en otros lares: regresaban los mismos, a lo mismo, y por eso estamos igual que estuvimos siempre, hundidos en el lodo del autoritarismo y la corrupción. ¿Queremos más de eso? No «dividamos», «el enemigo es Ortega», «no le hagamos el juego a la dictadura», «vamos al diálogo», «vamos a elecciones», «construyamos acuerdos«, «negociemos con la embajada«. Si es lo mismo de siempre, ¿puede esperarse un resultado distinto?